Las tillandsias no son plantas comunes. En la mayoría de los casos son epífitas. Es decir que viven sobre un soporte que puede ser un árbol u otras plantas, aunque también hay terrestres, pero llevan una vida autónoma. La más conocida es el clavel del aire, pero hay unas 600 especies de las cuales cerca de 50 son nativas. Crecen en regiones tropicales o templadas. Actualmente despiertan mucho interés para la creación de paredes verdes, dada su frugalidad.
Clavel del aire (Tillandsia aeränthos)
Vive literalmente del aire, sujeto a los árboles. Es, entre los llamativos, el más común en la región rioplatense, el que sorprende en primavera con sus flores azules y brácteas rojas, preparado para que lo visiten los picaflores. Es pequeño, de 10 a 30 cm de largo. Existen variedades con flores blancas. Su distribución natural abarca Brasil, Paraguay, la Argentina (desde el Norte hasta Bs. As.) y el Uruguay.
Otros claveles del aire, como la T. recurvata, son pequeños, invasivos, colonizan árboles que por alguna razón tienen el follaje raleado y las defensas bajas. Son epífitas, viven del aire y crecen bien hasta en sostenes tan inhóspitos como cables.
Barba del monte (Tillandsia usneoides)
Con esta especie se pueden formar literalmente cortinas u otras instalaciones impactantes. Tiene tallos y hojas filamentosas de color verde grisáceo y, en conjunto, la planta alcanza de 1 hasta 6 m de largo. En estado adulto no tiene raíces y las flores verdosas pasan normalmente inadvertidas. Crece bien en climas cálidos y templados, donde el aire es puro y húmedo —y donde las sequías no duran más que un par de meses—, y tolera temperaturas de hasta -7°C. Necesita aire limpio, ya que absorben fácilmente contaminantes como metales pesados. Cuando la concentración es muy alta no sobreviven, y sirven entonces como un indicador biológico de la contaminación del aire.
El sustrato donde se desarrollan los tillandsiales ha sido estudiado en algunos sectores y hay evidencias de su existencia en un lapso mayor a 3.000 años. Aparentemente en épocas climáticas poco propicias desaparecen y luego regresan. Su monitoreo también permite estudiar cambios climáticos.
Azahar morado (Tillandsia duratii)
El azahar morado crece desde el norte hasta el centro de la Argentina (también en Brasil, Bolivia, Paraguay). Es un clavel del aire muy grande, de 60 cm a 1 metro de largo, de una forma extraordinaria, escultórica, donde las grandes hojas acanaladas emergen rectas y cerca del extremo se enroscan. Tienen un bello color gris plateado. Cuando la planta es adulta tolera heladas leves y algo de sequía; necesita buena humedad del aire y a la vez buena ventilación. Es mejor que esté protegida del sol de las tardes de verano. Crece especialmente sobre árboles y se puede cultivar igualmente suspendida en un soporte.
Tillandsia australis (antes T. maxima)
Es de gran tamaño y crece naturalmente suspendida en peñones del Norte, ocasionalmente como epífita o como terrestre. Es arrosetada, con hojas que individualmente pueden alcanzar 1 m de largo y unos 15 cm de ancho, verdes. La roseta alcanza fácilmente 1,5 m de diámetro y forma un gran reservorio al que se le suele llamar "tanque", que puede acumular litros de agua proveniente de la lluvia o el rocío para sortear las épocas secas. Las flores son violáceas. Si se la cultiva en tierra exige un excelente drenaje y sustrato muy aireado. Crece bien bajo sombra filtrada hasta pleno sol, y es posible cultivarla en Buenos Aires. Para evitar la proliferación de mosquitos, renovar frecuentemente el agua del tanque, teniendo la precaución de que el agua no sea alcalina.
- Entre las exóticas hay dos que se pueden conseguir en los viveros como plantas de interior y son nativas de la América tropical: la T. flabellata, de inflorescencias ramificadas rojas y roseta verde, y la T. cyanea y sus híbridos, con hojas angostas y largas e inflorescencias chatas y anchas, con brácteas rosas y flores violáceas. Ambas necesitan buena humedad para crecer bien, no tienen las adaptaciones de las tillandsias de follaje gris.
Singularidades
Las tillandsias epífitas tienen una particularidad: en sus hojas tienen escamas (una forma de tricomas o pelos, que son formaciones de la epidermis), que se pueden imaginar como una sombrilla con un corto pie. Estas escamas absorben el agua y los nutrientes que les trae el aire y, dado el caso, protegen a las hojas de la pérdida de humedad y de la fuerte insolación, a la vez que les dan una coloración grisácea. Los claveles del aire y tantas otras especies se nutren e hidratan de esta manera. Las raíces son mero anclaje y en algunos casos —como en la barba del monte o T. usneoides— desaparecen luego de los primeros estadios de las plántulas, y en estado adulto carecen de ellas.
Tienen un metabolismo particular —que comparten con las crasuláceas y otras plantas que necesitan economizar agua— y se llama CAM. La excepcionalidad consiste en que las estomas se abren durante la noche y se cierran durante el día para evitar una excesiva evaporación. Durante la noche, entonces, capturan el dióxido de carbono y, como no lo pueden utilizar inmediatamente dada la falta de luz, lo guardan bajo la formación de un compuesto químico intermedio. Durante el día, cuando hay luz, se libera el dióxido de carbono dentro de la hoja y, bajo la acción de la energía del sol, se produce el ciclo de la fotosíntesis.
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