Recicló un típico chalet de los 70 y lo llenó de luz y color
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Al escucharlo hablar, con un tono de voz tan alegre como personal, pareciera que Sebastián Salazar (49) vivió muchas vidas hasta que descubrió que su verdadera pasión era el diseño de interiores. Hoy, su impronta estética está plasmada en la decoración, pero también en su propia tienda de objetos y muebles eclécticos, Salazar Casa, en sociedad con su pareja, Rafael García Fernández (56). Sin embargo, antes de esto, vivió en Trenque Lauquen, trabajó en el campo, probó con Psicología y Administración de Empresas y también se especializó en la cata de vinos.
Hace dos años sintió la necesidad de salir de la ciudad, tomar contacto con el verde, criar mariposas monarca (es todo un experto)… Y acá estamos, sentados en su colorida casa de La Horqueta, que desde entonces es epicentro de sus sueños. “Tardé en encontrarla. Buscábamos una casa que no fuera tan grande y encontramos este típico chalet de los 70, con un jardín ideal para nosotros. Aunque había que hacerle reformas, tenía potencial. Con la premisa de vivir el verde, pusimos primero la energía en el exterior: le colocamos filtro a la pileta, instalamos el riego, yo mismo hice el jardín vertical, cambiamos la vereda, la parrilla, construimos el lavadero. El interior vino después, ya con nosotros adentro, que no es lo ideal, pero es lo que se pudo. Nuestra idea era una casa con humor relajado, playero, que nos hiciera sentir de vacaciones todo el año”, le cuenta a ¡HOLA! Sebastián, mientras prepara café y convida algo dulce.
–La mudanza trajo nuevos desafíos laborales…
–Sí. Quería trabajar cerca de casa, así que abrimos en La Horqueta un segundo local (el otro es en el centro). Con Rafa buscábamos un galpón, hasta que dimos con un taller mecánico, que después fue un depósito de caños de PVC, sobre Blanco Encalada. Había que hacer obra pero era “el” lugar. En un mismo espacio tenemos el showroom, el estudio de diseño, la oficina de administración, el depósito y armamos un lugar para sacar fotos.
–Ver “mas allá” y transformar es tu especialidad.
–Esa es la magia que los diseñadores provocamos, tenemos el ojo entrenado para ver más allá y aprovechar oportunidades. Me gusta crear sobre algo que ya está hecho, por eso en mis decoraciones o en mi tienda siempre tengo algo vintage o algo restaurado. El estilo Salazar es ecléctico porque no me caso con ningún estilo, a partir de algo que me inspira empiezo a crear.
HERENCIA DE FAMILIA
Su familia paterna era dueña de una mueblería conocida, Salazar, sobre Suipacha y Marcelo T. de Alvear, en Buenos Aires. “Mis bisabuelos vinieron de España, eran carpinteros y ebanistas. ¿Recordás las heladeras antiguas de madera? Ellos las hacían. Más tarde armaron esta mueblería donde la gente encargaba todo a medida. Después mi abuelo Roberto, que se llamaba igual a mi padre, abrió del negocio familiar para hacer marcos de cuadros. Me acuerdo que en su casa siempre había muchísimos cuadros, algunos muy buenos, porque en ciertas ocasiones los artistas le pagaban con obra.
–Por el lado de tu madre, Silvia Ballester, tenés un vínculo fuerte con el campo.
–Mamá heredó un campo de la familia en Trenque Lauquen. Trabajé con ella durante cinco años. Fue una experiencia muy buena porque estuve muy cerca de los Ballester, que tienen caballos criollos, y me dieron otra veta que me ayudó a ser lo que soy hoy, una mezcla de las dos familias. Después arrendamos el campo, volví a Buenos Aires y trabajé en el Club del Buen Beber, me especialicé en catas de vinos, en sus presentaciones, estaba mucho con eventos, que también me divertía. Más tarde con unos amigos abrimos un local de decoración, La Mersa, y ahí me di cuenta de que me gustaba el mundo del diseño interior, las decoraciones.
–¿Y cómo saltaste del campo y los vinos a la decoración?
–Son las cosas de la vida, etapas. Cuando terminé el colegio, empecé Psicología, pero a los 19 años me casé y tuve a mi hija, Maitén, que hoy tiene 29 años, está casada y vive en Villa La Angostura. Con el tema de que tenía que trabajar, abandoné la carrera. Después empecé Administración de Empresas, pero me hice cargo del campo y me fui a Trenque Lauquen, así que también la abandoné. El diseño se me presentó, de alguna manera, y me di cuenta de que era lo mío. Estuve ocho años con mis socios y después me independicé para abrir mi propia marca. Soy autodidacta pero el diseño, la carpintería y la restauración los llevo en la sangre. Pedí permiso a mi familia para ponerle el apellido a mi empresa, no sólo a papá, sino también a Fernando Salazar, su primo [es el padre de la famosa Luciana Salazar], que había trabajado en la mueblería y estaba más en el negocio. Fue en honor a mi familia, una forma de volver a mis raíces.
–Fernando es hermano de Evangelina. ¿Tenés relación con ella o con sus hijos?
–Son primos lejanos, no tenemos una relación muy asidua, pero cuando abrí el local vinieron Evangelina y Julieta.
UNA DUPLA EXITOSA
–¿Cuándo llegó Rafa a tu vida?
–Rafa siempre estuvo. Hace veintiséis años que estamos juntos, desde mis 23. Nos casamos hace siete años. Nos organizó la fiesta Puli Demaría, que estaba casada con el sobrino de Rafa, Martín “Chule” Bernardo. Puli antes era organizadora de eventos. Nos agarró en Punta del Este, nos organizó en dos minutos la fiesta, en la casa de ellos en Tortugas y fue una fiesta espectacular, con livings, comida rápida y la música de “Chule”. Inolvidable.
–Rafa, además, es tu socio. ¿Cómo es trabajar juntos?
–Él es publicista, siempre trabajó en publicidad y televisión, pero hace cinco años sintió que había cumplido un ciclo. Al mismo tiempo, yo estaba creciendo mucho en lo laboral y necesitaba alguien de confianza. Él se tuvo que adaptar porque es otro negocio y a mí al principio me costó delegar, pero ahora somos un equipo que funciona de manera increíble, abrimos este segundo local y armamos la tienda online.
–¿Fue a propósito de la pandemia?
–No. Llevó mucho trabajo armarla, contratamos a alguien para posicionarla y seis meses después llegó la pandemia. El primer mes no se vendió nada, pero cuando se autorizó la venta online fue increíble. Éramos dos embalando, Rafa repartía… Yo hacía asesoramientos por teléfono o zooms. Cambiamos la cabeza y la forma de trabajar. Ahora voy a las casas a decorar, pero también lo hago a la distancia valiéndome de la tecnología. Se abrió el espectro de los clientes.
–Conquistados el amor, el trabajo, el sueño de salir de la ciudad… ¿Un hijo con Rafa estaría en tu lista de pendientes?
–No. Maitén cubrió mi cuota de padre. Y la de Rafa, porque ella vivió mucho tiempo con nosotros y él la cuidó como a una hija. Somos los fathers, como nos dice ella. [Se ríe].
Agradecemos muy especialmente a Matilde Quintana
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