Seamos amables: por qué perdonar a Ellen DeGeneres
Fue hace sólo unos meses, durante la entrega de los Globos de Oro 2020. Entonces la comediante de Saturday Night Live Kate McKinnon fue la encargada de darle a Ellen DeGeneres el premio a la trayectoria Carol Burnett por Excelencia en la Televisión . "Si no la hubiera visto en televisión, habría pensado: 'Nunca podré salir en televisión. No dejan que gente LGBTI salga en televisión'. Y peor que eso, habría llegado a pensar que yo era un alienígena y que quizá no tenía derecho a estar aquí", dijo McKinnon ante una audiencia emocionada. Era la celebración de una carrera modelo. Sin embargo, DeGeneres parece ahora ser la última víctima de la cultura de la cancelación, que incluyó incluso una campaña en redes sociales dándola por muerta, luego de que se conociera la supuesta atmósfera tóxica en el back de su programa, The Ellen Show.
Con décadas de éxito, la humorista marcó un antes y un después en 1997 al convertirse en la primera protagonista lesbiana de una ficción de una cadena de TV en Estados Unidos. Lo hizo en su sitcom Ellen, en un episodio considerado hito en la cultura pop y que estuvo a punto de terminar con su carrera, ya que por entonces varias firmas retiraron sus anuncios del canal ABC y grupos cristianos llamaron a boicotear la serie que terminó por ser levantada un año después. Le tomó tres años volver a los medios.
Lo cuenta en Relatable (2018), su monólogo por el que Netflix pagó más de 20 millones de dólares, en donde DeGeneres también hace gala de su cercanía con el público. "Todos somos diferentes pero todos estamos cerca", dice quien hizo del lema "se amable" ("be kind") un sello personal y hasta comercial. Con sus bailes improvisados, sus bromas a los famosos y sus acciones benéficas, Ellen forjó un imperio basado en la encarnación mediática de la bondad que, a raíz de las últimas revelaciones de quienes trabajaron a su lado para construirlo, podría ser sólo una fachada. Decenas de ex y actuales empleados se han quejado en las últimas semanas de diferentes episodios de intimidación, menosprecio y acoso vividos en el entorno laboral; tolerados o promovidos por DeGeneres. Las acusaciones van de insensible a racista justo para ella que hasta hace muy poco parecía encarnar la remanida frase "es todo lo que está bien". Es tal vez el problema de levantar totems: cuando caen, hacen demasiado ruido. Hasta las palabras que le dedicó Barack Obama en 2016 cuando le entregó la Medalla de la Libertad –el mayor honor civil que puede recibir un ciudadano en los Estados Unidos–, aparecen ahora en duda: "Una y otra vez, Ellen DeGeneres nos ha demostrado que un solo individuo puede hacer del mundo un lugar más divertido, más abierto y más cariñoso".
"Todo lo que quiero hacer es que la gente se ría y se sienta bien –dijo DeGeneres al recibir el premio Carol Burnett–. Y no hay mejor sensación que cuando la gente dice que les he ayudado a pasar por un momento difícil".
De nuevo, que alguien se convierta en modelo de "todo lo que está bien", es demasiado pesado. Cancelarlo para purgar esa culpa colectiva de que no logre cumplir con semejantes expectativas también es demasiado. Ellen ya pidió disculpas ("Todos tenemos que ser más conscientes de la forma en que nuestras palabras y acciones afectan a los demás, y me alegra que me hayan llamado la atención de los problemas en nuestro programa. Prometo hacer todo de mi parte para continuar exigiéndome a mí misma y a todos los que me rodean para aprender y crecer", escribió en una carta pública). Ese derecho a la redención es quizá más importante: no somos perfectos, aunque al activismo del hashtag le quede más cómodo matar a Ellen para zanjar la discusión.
Como dijo hace un tiempo Ricky Gervais: "Si hay que seguir pidiendo perdón siempre, entonces mejorar no tiene valor". ¿Tiene sentido condenar a quien fue un modelo que abrió la cabeza de varias generaciones, por acciones de las que dice estar genuinamente arrepentida? Depende de nuestras intenciones. Si lo que perseguimos son cambios en las conductas, quizá debamos reconocer y aceptar las disculpas de quien siempre fue parte de la transformación. Y también aprender, simplemente, a ser amables y no pedirle tanto.
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