Demien Chazelle. Ryan Gosling. Neil Armstrong. Con esos tres nombres, seguramente, alcanzó para convencer a los ejecutivos de la Universal de producir El primer hombre en la Luna, la historia del tipo que pisó el satélite por primera vez (el tercero en la lista tu supra). Que, por supuesto, es una de las mayores epopeyas de la humanidad y, más que por supuesto, merece una película. Lo que causa curiosidad es por qué le interesó a Chazelle, el señor que nos dio Whiplash y La La Land. Intentemos una explicación.
En sus dos largos anteriores, el joven prodigio Chazelle narró la historia de obsesivos que son capaces de cualquier sacrificio, incluso el de las relaciones familiares, por conseguir aquello que están llamados a tener. Podemos decir, de paso, que el llamado de la vocación es todo un tema, uno de los más importantes de hecho, en el cine de Hollywood. Hay algo trascendente, inmaterial, inexplicable que empuja a ciertos hombres y a ciertas mujeres a hacer lo imposible. En ese sentido, casi todo el cine norteamericano puede calificarse como de aventuras.
Y por eso, además, es que si bien la música es parte central de sus anteriores largometrajes, no debería pensarse que es un "director de musicales", porque lo que pasa en ambos, más allá del homenaje de La La Land a ciertas formas clásicas, es algo totalmente moderno: el triunfo de la voluntad individual por encima de todo, incluso de lo racional.
El primer hombre en la Luna es, sobre todo, la vida de Neil Armstrong. No le falta épica, no le falta drama, pero lo más interesante es que, en gran medida, está filmada cerca del personaje, casi en subjetiva (o sin casi, en ocasiones), en espacios pequeños (después de todo, nada más claustrofóbico que ir a la Luna, a la nada del espacio exterior, en una especie de lata de sardinas cónica), tratando de capturar no la grandeza de la misión ni lo titánico del esfuerzo, sino la emoción íntima de los personajes. Chazelle, parece, trata de enmendar ese tremendo error de su película anterior, donde una elipsis nos cuenta que cada personaje siguió su vida sin que nada en el medio construya esa posibilidad. Esa crítica se repitió en todas partes –y es absolutamente razonable, más allá de lo esplendoroso y querible de mucho de lo que pasa en la pantalla–, y es algo que eludía con tino en el duelo de tensiones que Whiplash ponía en escena.
El primer... también pertenece a una tradición de películas realistas sobre la astronáutica, un género que, salvo algún desvío ruso (claro), es típicamente estadounidense. Y suelen ser buenos los filmes de esa estirpe. Por lo menos hay tres que merecen atención: la obra maestra de Phillip Kauffman The Right Stuff (curiosamente, aunque no tiene nada raro, no se estrenó en Argentina de 1982 porque "le faltaba el respeto a las FF.AA. estadounidenses"), la tensa aventura Apollo XIII, de Ron Howard, y el festejo aventurero de Clint Eastwood Space Cowboys, aunque la última es una fantasía a diferencia de las otras dos, basadas en hechos reales (y no sumamos Misión Rescate, la película más feliz de Ridley Scott). Pero en todas ellas aparece la idea de expandir las fronteras, del ir más allá, del Espacio como Terra Incógnita que llama con una voz muda pero poderosa. Chazelle intenta en su película honrar esa tradición, justamente, aunque también hay algo en el tratamiento de la imagen que recuerda cierto onirismo corpóreo y material que parece una herencia de otro cineasta que busca cierto "más allá" épico y americano, Terrence Malick.
Y está Gosling. Un riesgo, Gosling. Gosling puede ser perfecto, gracioso y elegante: ahí tienen esa joya de Shane Black llamada Dos tipos peligrosos para demostrarlo. Pero también puede ser un tipo de una solemnidad solo cercana a la de, digamos, un Edward Norton regalándole al cartonero el disfraz de Hulk. Lo bueno para el caso es que Gosling puede –esperemos que lo logre– ser poco expresivo, como el Neil Armstrong de la realidad, a quien –busque algún video en internet– la experiencia casi metafísica de pisar la Luna le creó una mirada diferente, algo que no es –no hay broma aquí– de este mundo. Lo mejor que puede pasar con Gosling en El primer hombre... es que consiga ese tesoro de reproducir una mirada, de capturar un brillo único. Y Chazelle tiene como deber hacerle honor a una de las mejores historias creadas en el mundo real por estos monos con navajas que somos los humanos. Puede ser la consagración definitiva del realizador y puede ser, también, un paso en falso. Veremos que huella deja, no en la Luna sino en nuestra memoria.