Se separó del amor de su vida, 20 años después se reencontraron y surgió algo “inevitable”
Se conocieron en el colegio y recorrieron un camino repleto de sentimientos compartidos
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#MensajeDirecto es un formato con el que EL TIEMPO busca darle un espacio a sus lectores para contar aquellas historias de amor o vivencias personales que se consideran poco comunes. Aunque no lo creas, alguien se identificará con su relato. No olvides que, en medio de las diferencias, todos reímos y sufrimos en el mismo idioma. Conocé esta nueva historia:
Pilar y yo nos conocimos hace más de 20 años en el colegio que estudiamos. La primera vez que la vi, ella estaba en séptimo grado y yo en octavo. Ella es de esas personas que son difíciles de olvidar, en especial, su mirada. Es de esas que demuestran ternura y, al mismo tiempo, mucho brillo. Pilar era una niña muy linda, pero no de esas que les gusta llamar la atención con su belleza. Eso fue lo que más me gustó de ella.
Cuando hicimos contacto visual por primera vez, ella esbozó esa sonrisa de la que les hablo. Sentí algo que nunca más en la vida volví a sentir, esa sensación indescriptible de que ella sería alguien muy importante para mi vida. Muchos años después descubriría que esa sensación fue casi una profecía. Teníamos amigos en común y así nos conocimos. Hablábamos poco, pero sabía que tanto en ella como en mí había algo que nuestras miradas no nos dejaban disimular. Quizás mi timidez y la suya podían más, tal vez porque éramos muy jóvenes y nunca nos atrevimos a expresar lo que sentíamos, especialmente yo.
Llegó el año de mi graduación, mi familia estaba contenta porque su segundo hijo se graduaba de bachiller. Entonces armaron una cena en un restaurante de la familia. Me dijeron que invitara a mis amigos del colegio, los que mis padres ya conocían, pero la primeras personas que se me vino a la mente y que quería estuviera conmigo compartiendo ese momento fue ella.
Así que por fin me armé de valor (ese que nunca tuve) y la fui a buscar. Esta vez tenía la excusa perfecta para tenerla cerca. Decidí acercarme y la invité. Llegó el día esperado. La cena comenzó y llegaban de a poco los invitados: familia y amigos, pero yo seguía con nervios esperando a que ella llegara. Creo que con esa invitación quería darme cuenta de si yo representaba algo para ella; si, tal vez, no era solo algo que yo imaginaba. Para mi gran sorpresa, llegó junto a su amiga.
No recuerdo si alguien más llegó a la cena. Solo con saber que ella estuviera ahí, para mí era más que suficiente, sobre todo, saber que yo no le era indiferente. En la fiesta pude, por primera vez, hablar más con ella (y su amiga, claro). Entre la fiesta y con el afán de mis amigos de terminar la cena en una discoteca, la llevé conmigo. Al final tuvimos problemas para entrar, entonces ella me sugirió: “¿Por qué no mejor regresar con tu familia?”.
Ellos se habían quedado en un bar donde seguía la fiesta por mi grado, pero yo quería estar en una discoteca con los demás compañeros con los que me graduaba. Sin embargo, regresamos. Ahí bailamos y compartimos un buen momento. Al final de la fiesta, la llevé a su casa y me despedí de ella con la clara intención de atreverme en el futuro a declararle mis sentimientos.
Otro se adelantó a conquistarla
Un día recibí una llamada de ella en la que me decía que me quería ver, que necesitaba pedirme un favor. Recuerdo que me dio una alegría inmensa y, por supuesto, le dije que sí. Llegué a su casa a la hora que me pidió y el día que habíamos acordado, saludé a su mamá y salimos a caminar.
Yo imaginaba que, tal vez, ella daría el primer paso o me expresaría que era nuestro momento. El momento en el que esas miradas se dirían lo que hacían vibrar nuestro ser.
Todo eso se fue al piso cuando me dijo que el favor que necesitaba era que aparentáramos que estábamos saliendo juntos para que su mamá pensara que iba a salir conmigo, pero, en realidad, se iba a ver con alguien más.
En ese momento todo lo que imaginé se vino al piso. Solo pude decirle que sí y la acompañé hasta donde la esperaba esa persona. No supe qué decir ni qué hacer. Mi timidez me pasaba factura y veía ante mis ojos que ella no sería para mí. Lo poco que salió de mi boca fue decirle que se cuidara y que regresara a la hora que yo me había comprometido con su mamá de llevarla.
Durante el camino de regreso en casa, recordaba ese momento. La había visto feliz y pensaba que si me había escogido a mí para ese favor, era porque realmente me veía como un amigo, alguien en quien confiar. Ahí entendí lo que dicen del amor verdadero porque a pesar de mi sentir, me reconfortó verla feliz y decidí, entonces, no buscarla más.
Pasaron los años, seguí mi carrera universitaria, me concentré en otras cosas, en conocer otras personas, pero nunca sentí lo que ella me había hecho sentir a pesar de no haber tenido una relación. Por varios años solo supe de ella que era novia de alguien que yo conocí y me dio mucho gusto porque sabía que ese hombre era una buena persona. Ahora llegaba el momento de graduarme de la universidad, obtenía mi título profesional. Veía nuevos retos, nuevos horizontes, muchas cosas habían cambiado, pero algo era consistente en mi vida: pensaba en ella.
Cada vez que pasaba por su casa, la recordaba. Pensaba que, quizás de manera espontánea, me la encontraría, pero nunca fue así. A un año de haberme hecho profesional, tuve la oportunidad de salir del país. Fue una decisión difícil, pero al final quería algo diferente en mi vida y explorar. Así fue a mis 24 años: emprendí el camino, sin saber que el destino me volvería a cruzar con Pilar. Tiempo después de haber salido del país, regresé de vacaciones. Visité a una amiga y, recordando viejos tiempos, Pilar regresó a mi mente: mi amiga la conocía. Me dijo que recordaba la cena de mi grado, pues ella también fue invitada y me contó que Pilar ya se había casado.
Su esposo era quien había sido su novio antes de irme del país. También me contó que Pilar tenía dos hijas; de hecho, ellas habían nacido en la clínica donde trabaja mi amiga. Me dio gusto saber de Pilar, estaba feliz de que fuera mamá y se hubiera casado con un buen hombre.
Dos almas se reencuentran
En esa época empezó el boom del internet con Messenger y Skype. Yo solo lo usaba para comunicarme con mi familia y amigos cercanos, pero me había alejado de muchos amigos de la infancia y del colegio.
Sin embargo, Facebook, como para muchos, fue una herramienta que me permitió tener contacto con personas de mi pasado, estando fuera del país. Quería buscar a Pilar aunque sentía que no tenía caso, tal vez ni se acordaba de mí. Después de unos años, hice mi vida en el país en el que me radiqué.
Conocí una buena mujer, con quien terminé casándome y quien es madre de mi hija. Esa pequeña es mi mayor tesoro. Aunque mi vida estaba hecha, aún sentía una imperiosa necesidad de decirle a Pilar lo que sentía. Jamás tuvimos algo, pero por alguna extraña razón no podía olvidarme de ella. Me costó entenderlo, pero logré encontrarle un significado en mi vida: la necesitaba conmigo y era el amor de mi vida.
Así fue como decidí buscarla en Facebook. La agregué pero nunca la contacté. Sin embargo, un día ella me escribió. Recuerdo mi inmensa alegría al ver sus mensajes. Empezamos a recordar tantos años en que no nos veíamos (20), y fue así como nuestras charlas empezaron a ser más frecuentes. Ambos sentíamos la necesidad de saludarnos. Quería saber de ella y ella de mí.
Se sentía ese interés mutuo y sobre todo la felicidad con la que ambos respondíamos los mensajes del otro. Entre tantos temas de conversación, comenzamos a recordar el pasado y empezamos a darnos cuenta de que ella vivió lo mismo que yo: hacer su vida con otra persona y tenerme siempre presente en su mente.
El peor error que cometimos fue ese: no expresar lo que sentíamos. Durante nuestras charlas y chistes nocturnos finalmente aceptamos haber sentido algo por el otro, lo cual me sorprendió. No obstante, lo que me ‘voló la cabeza’ fue darme cuenta de que ese sentimiento aún seguía presente. Incluso cuando jamás tuvimos algo, ni un beso, ni una caricia, solo un par de citas como amigos y en donde procuré que no se diera cuenta de que la amaba.
El amor prohibido florece
Después de que se levantaran las restricciones de la pandemia, decidí regresar a Colombia de vacaciones. Quería verla, necesitaba reencontrarme con ella, con aquella mujer que se robó mi corazón hace 20 años y que, incluso hoy en día, se sigue robando mi pensamiento. Quería vivir mi sueño y expresarle finalmente frente a frente cuánto la amaba, lo mucho que la necesitaba y lo feliz que me haría cumplirle el deseo a aquel niño que no pudo confesarle su amor.
Cuando nos vimos toda la impotencia y el dolor que sentí por no haberle dicho que me gustaba fueron destruidos por sus caricias, sus besos y su tacto. Todo se sintió tan natural, tan sincero, tan conocido, fue como si ya hubiésemos estado juntos, como si nuestros cuerpos estuvieran hechos el uno para el otro. Allí comenzó nuestra historia de amor. Luego de varias salidas nos dimos cuenta que nuestros matrimonios no nos hacían felices, incluso antes de reencontrarnos.
Solo fueron producto de nuestro miedo mutuo de admitir nuestro amor. Estoy agradecido con que el destino nos diera esta oportunidad y estamos aprendiendo de nuestros errores porque queremos dejar de pensar en lo que ‘hubiese sido’ para comenzar a anhelar lo que ‘siempre debió ser’.
Ambos queremos estar juntos; sin embargo, la idea de terminar su matrimonio y que esto afecte su relación con sus hijas le genera temor. La entiendo perfectamente, yo también tengo una hija y tengo miedo de que me odie, que no comprenda que dejé a su mamá por la que siempre ha sido el amor de mi vida.
Actualmente, seguimos con nuestra relación a escondidas, mientras planeamos cómo dejar a nuestras parejas sin lastimarlos, porque ellos no tienen la culpa. Si ella decide terminar nuestra relación clandestina, no la odiaría. Lo que siento es tan grande que lo más importante es que ella sea feliz, incluso si su felicidad no está a mi lado.
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