En una trágica temporada en el monte Manaslu, una de las 14 montañas más altas del mundo, en Nepal, el montañista Pablo Bravo recuerda la odisea que vivió a 7000 metros de altura, entre temporales y avalanchas que mataron a escaladores de distintas nacionalidades
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Amante del trekking y el montañismo de exploración y fundador de Azimutrek, su propia escuela de montaña, Pablo Bravo es referente como organizador de salidas formativas y carreras de montaña. Con una vasta experiencia en la cordillera de los Andes. Con los años, cordilleras del Perú y los Himalaya en Nepal se ganaron su atención, y casi de manera obsesiva comenzó a organizar año tras año alguna expedición a esas latitudes.
Fue así que luego de completar siete expediciones en los Himalaya haciendo distintos trekkings y subiendo montañas de 5000 y 6000 metros, en septiembre de 2022, surgió la posibilidad de realizar una expedición a una de las 14 montañas más altas del mundo, que superan los 8000 metros de altura. Había llegado la hora de intentar el Manaslu, también conocida como “montaña de los espíritus” en una expedición austera, solitaria, autónoma y sin asistencia de sherpas (como se conoce a los guías locales) ni oxígeno suplementario en los campamentos de altura.
También conocido como Kutang, Manaslu es la octava montaña más alta del mundo situada en el macizo Mansiri Himal, parte de los Himalaya en la zona centroccidental de Nepal. Con 8156 metros sobre el nivel del mar, es la montaña más alta del Distrito Lamjung, a unos 70 kilómetros al este del Annapurna. Hasta mayo de 2008, la montaña había sido ascendida en 297 ocasiones, con un total de 53 accidentes mortales.
“Si bien en 2018 había realizado un trekking alrededor del Manaslu con un grupo de alumnos qué llevó unos 18 días, entonces sólo había ido hasta el Campamento Base, a casi 5000 metros, por lo que este era mi primer intento a la cumbre de esa montaña. En principio, la idea fue realizar la expedición con dos amigos de la vida y compañeros de montaña pero finalmente ellos no pudieron viajar y decidí encarar el desafío solo, lo que fue muy especial y no me arrepiento. Fue realmente una experiencia de aprendizaje fantástica”, asegura Pablo Bravo, también dedicado a la organización y diseño de carreras de aventura de culto como Orientatlón y la extrema XK Race.
Y añade: “En mi caso no fui con guía, ya que la idea fue intentar subir la montaña ‘como montañista´ y fuera de las expediciones comerciales y al estilo de cómo lo hacemos en los Andes. Así que simplemente pagué los permisos que cobra el gobierno de Nepal y contraté un “servicio de campamento base” que me brindaba la comida y carpa sólo en ese camp. De ahí para arriba, el ciento por ciento de la expedición dependía de recursos propios, lo que me obligaba a cargar mi propio peso, cocinar mi propia comida y lo más importante: tomar mis propias decisiones”, explica el montañista, especializado en temas relacionados a la orientación en montaña y la cartografía, a tal punto que en 2004, 2005 y 2006 se consagró campeón nacional de orientación.
Expedición trágica
Todo inició el 29 de agosto 2022. Ese día, en un vuelo con escalas en Etiopía y la India, Pablo Bravo demoró aproximadamente 40 horas en llegar a Katmandú, la capital de Nepal. A partir de la llegada sólo tuvo dos días para hacer compras de equipamiento, contratación de permisos y otras cuestiones burocráticas y logísticas. Fue así que el 3 de septiembre inició la expedición con un trekking de una semana hasta llegar al campamento base del Manaslú. Este trekking, de ascensos progresivos, le permitió aclimatarse de manera adecuada para llegar a la altura sin problemas.
“El 9 de septiembre ya estaba en el campamento base y el clima nunca había sido bueno hasta entonces. No paraba de nevar y a partir de los 5000 metros de altura la nieve se venía acumulando hacía varias semanas y seguía acumulándose cada día. Sin mejoras sustanciales en el clima, empecé a transportar equipo a los campamentos más altos, hasta completar un total de 4 transportes a los cuatro campamentos de altura”, relata Bravo los pormenores de la odisea que estaba a punto de vivir.
El 22 de septiembre se produjo la primera gran avalancha a una distancia que, según el relato del experto montañista, pudo observar perfectamente desde el campamento base, aunque afortunadamente no afectó a nadie.
“La montaña estaba muy cargada de nieve, razón por la cual cada movimiento había que pensarlo con detalle, para no exponerse en horas de alta probabilidad de avalanchas”, recuerda Bravo.
Días después, el 26 de septiembre ya se encontraba aproximadamente a 7000 metros de altura, entre el Camp3 y el Camp4, cuando presenció una segunda avalancha, que si bien no fue muy grande, lastimó a unas 15 personas y se cobró la vida de una de ellas.
“Todo esto sucedió pocos metros delante mío. La imagen fue muy traumática ya que se veía gente descender de manera desesperada. Vi caer dos cuerpos aparentemente inmóviles a unos 500 metros de mi posición. Ahí fue cuando sentí que la montaña me quedaba realmente grande para hacerla al estilo que la había planeado”
“Todo esto sucedió pocos metros delante mío. La imagen fue muy traumática ya que se veía gente descender de manera desesperada. Vi caer dos cuerpos aparentemente inmóviles a unos 500 metros de mi posición. Ahí fue cuando sentí que la montaña me quedaba realmente grande para hacerla al estilo que la había planeado. Al no tener oxígeno suplementario y estar con mi mochila cargada, no me daba el aire ni la fuerza para ir a ayudar, y eso me angustiaba”, se lamenta.
Enseguida, con un grupo de sherpas, bajaron al Camp3. Los sherpas se armaron con botellas de oxígeno, máscaras, cuerdas y aislantes para intentar un rescate. “¡Algunos sherpas son extraordinariamente fuertes, y para andar como lo hacen a esas alturas son realmente sobrehumanos!”, apunta Bravo. Y sabe de qué habla.
Por suerte, aquella mañana el clima había mejorado y facilitó la llegada de un par de helicópteros que pudieron colaborar en el rescate y evacuar heridos. Sin embargo, por la tarde todo volvería a empeorar.
“Uno de los helicópteros tuvo que hacer un aterrizaje de emergencia sobre un glaciar y pasar la noche ahí. Yo decidí dejar todo mi equipo en el Camp3 y bajar liviano al Camp Base para pensar con tranquilidad y replantear mis objetivos.
Una vez ahí se podía ver que, según los distintos modelos meteorológicos, había una ventana de buen clima entre el 2 y 3 de octubre, así que decidí volver a subir al Camp3 para recuperar mi equipo, y si la suerte me acompañaba, esperar la ventana ahí e intentar la cumbre”, sigue el relato del montañista.
La noche del 1° de octubre, que según el pronóstico presentaría buenas condiciones meteorológicas, en el Camp3, a 6800 metros, nevó más de un metro, de tal forma que nuevamente cargó la montaña de nieve y en consecuencia, aumentó considerablemente el riesgo de nuevas avalanchas.
“Debido a la inesperada nevada, quienes estábamos en los campamentos altos quedamos en una especie de “trampa”, ya que la ruta de descenso, especialmente en el tramo entre el Camp2 y Camp1, tenía más riesgo de avalanchas que cualquier otra parte de la montaña. Por mi parte, decidí esperar a que el manto de nieve se asentara un poco y descender un par de días después de la nevada. De hecho, lamentablemente, durante la tarde del 2 de octubre, ocurrió una nueva avalancha exactamente entre Camp 2 y el Camp 1 que cobró la vida de un sherpa y lastimó a varios montañistas más”, recuerda.
Finalmente el 3 de octubre, un mes y seis días después del inicio de su expedición, Bravo consiguió bajar al Camp Base y acceder al pueblo más cercano al día siguiente. Sin embargo, cuando todo parecía haber terminado, pasó lo peor.
“El mal clima se hizo presente en gran parte de los Himalaya, tanto de Nepal como de la India, y cientos de trekkers y montañistas quedaron varados incluso en los recorridos turísticos más sencillos. Según lo que trascendió en el lugar, durante esos días hubo decenas de aludes de barro y nieve que se cobraron más de 40 víctimas en toda la región. Los nativos comentaban que era muy extraño un clima como ese en esa época del año y se hablaba de que la causa es el calentamiento global. En mi caso, decidí esperar varios días en un pueblito y debido a que los trekkings de regreso estaban sumamente peligrosos, decidí volver a Katmandú en un helicóptero que estuvo varado conmigo en el pueblito 4 días, porque el clima no le permitía volar”, continúa el relato de Bravo, padre de Bruno Bravo Melideo, de 8 años.
“Lo más traumático para mí fue darme cuenta de que, en las condiciones que yo estaba (cargando mi peso, sin sherpas y sin oxígeno suplementario), no tenía la fuerza suficiente para ayudar a otros”
Una vez en Katmandú, confirmó que todo su equipo y el de muchos conocidos había quedado bajo varios metros de nieve y que tendría que regresar a la Argentina “con lo puesto”. Recién en diciembre, gracias a la hospitalidad nepalesa, pudo recuperar parte de su equipo, que le fue enviado a Ezeiza “con una gran cantidad de hongos debido a la humedad”.
Más allá de su amplia experiencia en la montaña, Bravo admite que temió por su vida, especialmente para bajar del Camp3 al Camp Base después de la gran nevada, y atravesar aquella primera experiencia en una montaña de 8000 metros le hizo replantearse muchas cosas.
“Lo más traumático para mí fue darme cuenta de que, en las condiciones que yo estaba (cargando mi peso, sin sherpas y sin oxígeno suplementario), no tenía la fuerza suficiente para ayudar a otros. Desde que soy padre bajé dos escalones en el riesgo que asumo. Anteriormente quizás intentaba montañas un poco más jugadas, y estaba todo bien, pero ahora, cuando enfrento el mismo nivel de riesgo que antes, no me siento cómodo. Siento que no quiero o no debo estar ahí, porque las ganas de estar en mi casa con mi familia superan las ganas de enfrentar un desafío de ese nivel. Ya no tengo ganas. En el montañismo se dice que, ‘la cumbre es sólo la mitad del camino, ya que la verdadera cumbre está cuando regresas a tu casa’. Hasta ahí llega mi desafío: me importa más llegar a mi casa aunque no pise el puntito más alto de la montaña”, reflexiona Bravo, también a cargo de la materia “Gestión de Riesgos” en la carrera de guías de montaña del Instituto Centro Andino Buenos Aires (ICABA).
Y completa: “En el montañismo también se habla mucho de nivel de riesgo asumido. Vas a encontrar gente que asume mucho riesgo y gente que asume menos riesgo. Hay un por qué interno, personal, psicológico, espiritual, lo que sea, para asumir más o menos riesgo. En mi caso, siempre fui conservador, y desde que soy padre y soy instructor, más conservador aún. Entonces, mientras esperaba para descender el Manaslu, me pregunté: ¿Quiero asumir realmente el riesgo de una montaña que está teniendo tantas avalanchas? Y la respuesta era no, claramente no. Entonces no quise seguir intentándolo, porque estaba por arriba del riesgo que quiero asumir”, concluye el experimentado montañista.
Pablo Bravo continúa con las clases y actividades en su escuela de montaña, con cursos y salidas mensuales. En julio, partirá a la Cordillera Blanca de Perú, en agosto a la cordillera del Pamir y el Tian Shan, en los países de la ex Unión Soviética de Kirguistán y Tayikistán y si todo sale bien, para octubre regresará una vez más a los Himalaya. La aventura continúa…
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