Un tiempo de crisis y búsquedas interiores llevó a un joven emprendedor a fundar este refugio en medio de la naturaleza agreste; un rincón digno del realismo mágico de García Márquez
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Parece una postal surrealista. O más bien el escenario de un relato de Gabriel García Márquez empapado de realismo mágico. Un Macondo pasando el Tigre, en un recoveco rodeado de pequeños cauces de agua en Villa La Ñata, donde atrás quedaron los barrios de moda y lo agreste le gana la batalla al cemento. El Río Luján se intuye y, más allá, se desdibuja la casa que perteneciera a Xul Solar.
En ese recodo pletórico de vegetación tosca, hay que atravesar un pequeño portón y caminar cerca de doscientos metros por una coqueta pasarela elevada para dar con una de las vedettes del lugar. Esa mole imponente que bellamente desentona con el entorno. Es que no nació para ver el sol, sino para vivir sumergida en la oscuridad y respirando las humedades urbanas.
Sobre sus paredes amarillas se destaca la franja gris y la leyenda “Subte”. El visitante desprevenido se tendrá que refregar los ojos para entender que no se trata de un ilusionismo. Esto es Casa Giramundo, un muy simpático complejo para hospedarse, que cuenta con todos los servicios, y donde las suites son, nada menos que, un vagón de subte y un ómnibus del siglo pasado.
“Me gusta mucho el reciclaje, lo sustentable y trabajar con las manos, pero, además, me interesa la historia y su relación con los vehículos”, sostiene Emiliano Giramundo -prefiere escudarse en ese nombre artístico que lo define-, el responsable de haber trasladado a este gran predio, un vergel enclavado al norte del Partido de Tigre, el vagón de subte, que prestó servicio en las líneas B y D, y el bus, fabricado en Estados Unidos, que funcionó en la Patagonia Argentina.
Las unidades, que cuentan con comedor, cocina, habitación y baño completo, quedaron convertidas en un hotel boutique de características únicas en el mundo. “No sé si llamarlo así, para mí es un hospedaje”, le baja los decibeles el iluminado creador de este eco lodge.
El lugar ofrece servicio de wi-fi y tanto el subte como el bus disponen de aire acondicionado, salamandra a leña para calefaccionar, cocina completa con anafe, heladera, mesas y sillas, camas matrimoniales y singles. Como en un hotel, pero sobre ruedas o al menos con la ilusión de imaginar que todo puede ponerse en movimiento.
El vagón y el micro están ubicados a varios metros de distancia entre sí y rodeados de vegetación muy tupida, con lo cual la intimidad es absoluta, un punto a favor no menor.
Los pintorescos vehículos no comparten ningún servicio. Tanto el bus como el vagón cuentan con baño con ducha y un sector de parrilla y piscina propios. En el caso del micro, la ducha es muy amplia y con paredes reemplazadas por grandes ventanales que dan directamente a los árboles, con lo cual, habitar ese ámbito se convierte en una experiencia única y, por qué no, romántica.
Punto de quiebre
“El complejo tiene valor histórico y belleza”, explica el joven emprendedor de 42 años que encontró en esta iniciativa gran parte del sentido de su vida, luego de experimentar con diversos trabajos y roles sociales.
“Luego de un tránsito en la vida, como todos, me di cuenta qué cosas eran fundamentales y cuáles no, y qué era lo que realmente me incentivaba. Así me decidí, poco a poco -y empujado por la pandemia- a tomar sólo lo necesario, a cambiar de vida”, explica.
Emiliano fue vendedor, trabajó en marketing y siempre se llevó muy bien con las maquinarias y con todo aquello que hace la vida industrial. Sin embargo, llegó un momento en el que puso las cartas sobre la mesa y se atrevió a ese, a veces doloroso, mapeo de la existencia, a la confección del propio debe y haber.
“Si hacía lo que me gustaba, las chances de que algo saliera mal eran pocas. Cuando la vida te caga a patadas, vas aprendiendo”, dice este personaje atípico y anfitrión orgulloso de su singular emprendimiento que significó un quiebre en su vida. “Siempre quise hacer algo con la recuperación a través de lo sustentable, que no use energía para destruirse y que eso contamine”, argumenta.
¿Cómo llega un subte al medio de la nada?
Si ver allí plantados e imponentes al vagón de subte y al bus llama la atención, no menos sorpresa causó el traslado de las unidades, que llegaron desde puntos opuestos. El coche del tren subterráneo estaba en Dock Sud y el micro descansaba en el Partido de Campana.
“Traer el vagón de subte hasta acá fue una odisea”, explica el vecino de Villa La Ñata que le ofrendó a la zona una propuesta a todas luces inusual.
Del vagón de subte tomó conocimiento cuando lo vio en un aviso en una red social, que llegó a través de un algoritmo, ya que Emiliano Giramundo hace honor a su apellido profesional en la búsqueda incansable de medios de locomoción del ayer. Fanático de los transportes, no duda en explorar todo aquello que hace al tema y que teje la trama de su propia vida.
El algoritmo confabuló a favor del destino. El tesoro estaba a la vista y, con esfuerzo, al alcance de la mano. Sin embargo, a veces el gato mete la cola. “Señé el vagón para comprarlo, me contacté con la empresa de logística para traerlo pero, al día siguiente, se cerró todo por la pandemia”, rememora.
Al principio lo ganó la desazón. “Perdí, listo”, se decía, pero el vagón que había quedado varado estaba esperándolo, ya que la seña abonada como adelanto era significativa. “En realidad, la logística de traslado fue más costosa y compleja que la adquisición”. A comienzos de la pandemia, mover un vagón de subte no estaba contemplado entre las actividades esenciales, así que los tiempos previstos para arrancar con el proyecto se fueron extendiendo.
Para ese entonces, un amigo de Emiliano se topó en una autopista porteña con un camión transportando un subte. Más irreal, imposible, pero, a la vez, tan real como la realidad impulsada por la ley de la atracción.
“Mi amigo filmó la escena y, como en el camión se leía el nombre de la empresa, pude contactarlos”, cuenta sobre ese golpe de suerte. Faustino, un responsable de la compañía, se acercó a Villa La Ñata para testear la viabilidad de poder hacer ingresar el subte al predio. “Le dije: ´Faustino, ¿es posible?´”. El hombre respondió de la manera más alentadora: “Todo es posible”.
-¿Todo es posible?
-La gente se asombra por haber podido meter un vagón de subte en este predio, pero soy un convencido de que si ponés a trabajar la cabeza y te esforzás con mucho corazón par lograr el objetivo, todo se puede.
En un extremo, al vagón le colocaron un bogie con cuatro ruedas que apoyaba sobre el piso y la otra punta iba recostada sobre un camión que traccionaba. “Vino andando por la calle”. Al llegar a Villa La Ñata hubo que desmalezar algún tramo del camino, pero sin gravitar demasiado en la normalidad del ecosistema. “Llegamos muy temprano a Tigre, fue un operativo donde despertamos a los vecinos”, rememora. Si observar hoy al subte implica una escena mágica, cuando arribó a la zona era, definitivamente, un capítulo protagonizado por José Arcadio Buendía, aquel personaje de Cien años de soledad.
La pregunta del millón es por qué un vagón de subte estaba arrumbado en Dock Sud: “El Gobierno de la Ciudad remató vagones viejos y una persona adquirió varios para reutilizar los metales. Los coches fueron desarmados, pero las carrocerías quedaron intactas, ya que sus materiales no tenían valor”.
Si para el desguace aquello carecía de valuación, para los amantes de los medios de transportes, los que se emocionan con la historia, la carcasa intacta era una verdadera pieza de museo a conservar. El coche fue fabricado por General Electric en 1963. Cuando arribó al puerto de Buenos Aires, procedente de Bilbao, era 0 kilómetro. Fabricaciones Militares, que tenía los planos, pudo replicar varios coches similares para conformar la red de las líneas B y D.
Un mundo de veinte asientos
El bus es la otra joya del eco lodge. “Fue fabricado en Estados Unidos en el año 1946. Es de aluminio, ya que si fuera de chapa no hubiese aguantado el paso del tiempo”, explica Emiliano Giramundo.
La empresa que los construyó envió a Brasil, Uruguay y Argentina una unidad para cada país. Acá fue afectado a la Corporación de Transporte, pero no fue elegido, perdiendo la disputa con los Mercedes Benz alemanes que, rápidamente, se irradiaron en nuestro territorio. “Este ejemplar era muy moderno para la época, un modelo del futuro, y el país no estaba capacitado para reproducirlo y poner las unidades en servicio”, cuenta, cual historiador, Giramundo.
Debido a que hay un manifiesto del vehículo, se sabe quién lo recibió en Buenos Aires y cuál fue su destino: “Estuvo afectado a una provincia del sur. Esto lo sabemos porque hay una foto donde se ve el paisaje con nieve”.
Otra vez la era digital hizo lo suyo, marcando destinos: “Lo encontré buscando otro bus, pero, cuando encontré la foto de eso que buscaba, al lado estaba este ejemplar. La gente que lo tenía fue muy amable conmigo”.
El micro se encontraba en las adyacencias de la Reserva Natural de Otamendi, en un campo de mimbre. “Cuando lo vi, estaba semienterrado y lo usaban para que los operarios durmieran”, explica Emiliano Giramundo.
El fuselaje de aluminio es lo que lo salvó de no morir corroído, al haber pasado toda su vida a la intemperie y sin mantenimiento. Para trasladarlo a Villa La Ñata se lo hizo circular con un camión acoplado.
Manos a la obra
El predio es sumamente agradable, apto para los amantes de la naturaleza, aunque Casa Giramundo se ubica a pocos minutos del centro de Tigre y a metros de despensas, restaurantes de río y cervecerías.
“Traje hasta acá el vagón y el bus, pero eso no fue todo, luego los tuve que transformar en una casa”. Emiliano Giramundo es quien instaló la infraestructura y, artesanalmente, convirtió a los vehículos en espacios habitables. No llegaron en las mejores condiciones, así que el trabajo de puesta en valor fue minucioso. “Hubo que colocar vidrios, hacer funcionar puertas y ventanas que se encontraban trabadas, acondicionar pisos y techos. Además, se dotó a las unidades de servicios como agua corriente y baños en funcionamiento. El vagón es de hierro con lo cual es muy complejo agujerearlo para conectar los desagües”, apunta.
Ahora, ambas unidades gozan de todas las comodidades para que el hospedaje de los pasajeros sea placentero. La propuesta es elegida por las parejas que buscan alejarse del movimiento de la urbe, pero también no son pocas las familias que llegan con los más chicos, que sienten que pueden convertirse en motorman de subte y en chófer de un colectivo.
“Fue mucho esfuerzo, pero pude lograr lo que quería”, finaliza Emiliano Giramundo, el emprendedor que hizo de la historia y el transporte, la conjunción perfecta para fundar su coqueto hospedaje entre una flora exuberante y las marinas de las lanchas que recorren el Delta. Un viaje de ensueño para los que tienen ganas de sentirse como en Macondo, pero muy cerca del Tigre.
Casa Giramundo:
Villa La Ñata, Tigre, Pcia. de Buenos Aires.
Contacto: +54 9 11 2818-9904
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