Fue un duro golpe que se hacía más fuerte ante tantas trabas para saber qué había pasado; ella decidió estudiar para hacer las cosas de otra manera
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“Nicolás era muy dulce, cariñoso, feliz, respetuoso, muy pulcro en su cuidado personal. Todo el día escuchaba música, amaba los caballos, los pájaros y los perros. Los últimos dos años antes de desaparecer trabajaba en el taller mecánico de mi marido y estaba realizando un curso de tornería. Como no le gustaba mucho la mecánica, se colocaba unos guantes para no ensuciarse las manos con grasa. Soñaba con ser Analista de Sistemas, pero le costaba mucho matemática, álgebra y todo lo relacionado a cálculos. Era muy hábil para manejar programas y diseño gráfico”. Así describe Rosa Sabena a Nicolás, su hijo mayor.
Nicolás padecía el síndrome de Gilles de la Tourette, un trastorno caracterizado por movimientos repetitivos o sonidos indeseados (tics) que no se pueden controlar con facilidad, y su edad cronológica no se correspondía con su edad mental. Por esa razón, cuenta su mamá, necesitaba apoyo constante para poder realizar las tareas escolares ya que tenía una adaptación curricular. “Éramos muy compañeros, con las discusiones lógicas a la hora de poner límites en cuanto al estudio y el orden en su habitación. Compartíamos la pasión por los caballos, solíamos salir a cabalgar o a andar en bicicleta los fines de semana”.
Cambios en sus comportamientos
Para 2008 Nicolás, que ya tenía 21 años, estaba estudiando tornería en una escuela técnica (20 a 23) y solía regresar a su casa, aproximadamente, entre las 23.30 y 23:45. Sin embargo, en un momento comenzó a volver todos los días un poco más tarde de lo habitual, lo cual era muy raro porque, según su mamá, era muy responsable.
- -¿Por qué estás llegando más tarde? –le preguntó su mamá una noche.
- -Es que me quedo charlando con mis compañeros –le respondió Nicolás.
“Y así terminó llegando a las cuatro o cinco de la mañana. Yo estaba muy preocupada porque era algo anormal en él, lo charlamos, le pregunté qué sucedía realmente, le dije que lo iba a comprender y siempre lo defendería de cualquier cosa. Le pedí que confiara en mí ya que yo presentía que algo no estaba bien. Sin embargo, él siempre me respondía lo mismo. A veces, le sentía olor a cerveza o a cigarrillos. Cuando traté esta situación con mi esposo, me dijo que no me hiciera problema, que había conocido a una ´mina´ 12 años mayor que él, que estaba ´re buena´ y que era algo normal que los muchachos se sintieran atraídos por una mujer algo mayor que ellos”, recuerda Rosa.
Una discusión, la excusa para no volver a su casa
Pasaron dos meses hasta que llegó ese día que Rosa hubiera preferido borrar de su calendario. Ese 1 de septiembre de 2008 ella tenía que dar clases en una preparatoria (era docente de Inglés, Matemática y Economía, entre otras materias). Antes de salir al colegio, su esposo le pidió que la ayudara a traer un vehículo a remolque porque no lograba despertar a Nicolás. Cuando volvió de dar clases su hijo aún estaba durmiendo, situación que la enojó mucho.
“Lo desperté zamarreándolo y comencé a decirle que era un vago, un desagradecido, un irresponsable y que si no cambiaba de actitud que se fuera de casa porque ´en esta casa no queremos vagos, se estudia o se trabaja´. Luego, me fui a realizar unos trámites y cuando regresé Nicolás ya se había marchado. Esa fue la última vez que vi a mi amado hijo”, llora Rosa.
Evidentemente, Nicolás se había tomado muy en serio las palabras de su mamá y huyó del hogar. Durante 15 días se comunicó telefónicamente con su hermano menor, Federico. Algunas veces, retornó a la casa cuando Rosa y su marido estaban trabajando. Una vez le dijo a su hermano que estaba parando en la casa de un amigo en Villa Dalcar, a cuatro kilómetros de Río Cuarto (donde vivían), en la provincia de Córdoba.
El 14 de ese mes Nicolás le envió un mensaje de texto a su hermano diciéndole que se encontraba bien, le preguntó por sus padres y le solicitó que le realizara una carga de la tarjeta telefónica. Unas horas después Rosa se intentó comunicar para rogarle que regresara a la casa, pero su teléfono ya no respondía, estaba “como desactivado”.
“La Policía no me quiso tomar la denuncia y me retaron porque lloraba”
En ese momento Rosa temió que Nicolás hubiera sido víctima de algún hecho de inseguridad por lo que comenzó a buscarlo desesperadamente en los hospitales, por las afueras de Río Cuarto, en el río, además de llamar a familiares y a amigos para ver si lo habían visto.
“El martes 16 fui a la Policía a radicar la denuncia y no me la quisieron receptar aduciendo que se había marchado por su propia voluntad y que era mayor de edad. Pese a que yo les informé que Nicolás nunca dejaría de comunicarse con nosotros, que tenía un leve retraso madurativo, que era muy vulnerable, que dependía de nosotros, que no poseía los recursos internos para tomar la decisión de irse para no regresar, hicieron caso omiso de mis ruegos, e incluso me retaron porque lloraba”.
Como no tenía respuestas de la Policía, Rosa lo siguió buscando a Nicolás hasta que el jueves 18 fue a ver a una amiga que le confirmó que lo había visto una semana atrás.
- -Nicolás me comentó que estaba viviendo en pareja con la hermana del “negrito” –le dijo la amiga a Rosa.
- -¿Quién es el “Negrito? –le preguntó.
- -El “Negrito” Vargas, el hijo del “Pepe” Vargas.
La connivencia policial
Con esa información Rosa concurrió nuevamente a la central de Policía, le relató lo que ella misma había averiguado a un oficial, quien le comentó que esa familia estaba involucrada en el submundo del narcotráfico y del crimen organizado. En ese momento, definitivamente, pensó que algo grave le había sucedido a su hijo.
“El fiscal de la causa (Walter Guzmán) nunca se entrevistó con nosotros para averiguar cómo era Nicolás o para ver qué tipo de personas éramos. Luego de dos meses tuvimos que solicitar ser atendidos por el fiscal porque la causa no avanzaba, no llegaban las sábanas telefónicas del celular de Nicolás como habíamos solicitado. El fiscal mantenía una desidia que nos llamaba la atención, no entendíamos por qué de parte de la justicia no teníamos la contención y atención que el caso ameritaba. Allí nos dimos cuenta que las personas de bien estamos librados a nuestra suerte, que algunos funcionarios policiales y judiciales, están en connivencia con los delincuentes como es el caso de la Cabo Nancy Salinas, recientemente condenada por encubrimiento doblemente agravado en la desaparición de mi hijo. Esta delincuente que se disfraza de policía para cometer delitos mantenía fluidas conversaciones con Vargas Parra y le avisaba antes de realizar los allanamientos a la vivienda del mencionado”, expresa Rosa.
Dejó su vida de lado para convertirse en abogada de su propia causa
Ante tanta desidia y complicidad que Rosa observaba en las personas que tenían que darle respuestas por la desaparición de su hijo, tomó una decisión que cambiaría su vida para siempre. Entendió que para enfrentar todo ese entramado de corrupción debía tener conocimientos técnicos jurídicos, razón por la cual decidió comenzar a estudiar Derecho. “Comencé a estudiar noche y día para poder obtener pronto el título y allí comenzaron mis enfrentamientos con miembros de la justicia, de la política, de la policía, y descubrí que los ciudadanos comunes estamos totalmente desamparados ante el delito, todo el sistema defiende a los delincuentes”, se indigna.
En 2014, Rosa logró que se condenara a José Vargas Miserendino y a su mujer (ya fallecida) a 17 años de prisión, a su hija Lucía (alias Cory) a 16 y a su hijo José (alias Yaca) a 18 por el secuestro de Nicolás ya que la justicia concluyó que los Vargas “cooptaron a Nicolás con la intención de iniciarlo en el consumo y tráfico de drogas y urdieron un plan para ocultarlo y que no vuelva a saberse nada de él”. Sin embargo, todavía quedaban años de esfuerzo y de lucha.
Enfrentar a las mafias
Con ese tesón y ese amor inclaudicable de una madre que busca justicia por su hijo, en un poquito más de cuatro años Rosa se recibió de abogada.
“Lo primero que aprendí fue que cuando una persona es víctima de un delito se puede constituir en querellante particular para defender sus derechos y buscar justicia, con patrocinio letrado, y si la persona carece de recursos el estado tiene la obligación de proporcionarle un Asesor. Cuando recibí mí matricula de abogada (en 2016), me constituí en querellante particular en todas las causas relacionadas con la desaparición de mi hijo: las de los policías involucrados y la causa donde se sigue buscando a mi hijo, sentí que podía hacerlo. Que solamente yo enfrentaría a las mafias y los poderes, alguien tan loca de amor es capaz de enfrentar tanta corrupción”.
Con la seguridad de que iba a conseguir justicia ya que tenía todas las pruebas que así lo demostraban, con la verdad y el amor que podía enfrentar cualquier artilugio, Rosa esperó el fallo que se dio a conocer el 29 de diciembre de 2020.
Acompañada por su hijo Federico, escuchó muy atentamente la sentencia que condenó a la suboficial Nancy Salinas a tres años y 10 meses de prisión.
“Sentí un gran alivio, tuve la suerte de contar con jueces probos, objetivos, con una mirada distinta sobre la víctima. En el juicio a los Vargas también tuve la suerte de encontrar jueces muy preparados, con mucho conocimiento y compromiso por la verdad”.
Rosa sostiene varias hipótesis en relación al por qué todavía no pudieron dar con el cuerpo de su hijo. “El delincuente de Vargas Parra quemaba huesos para hacer harina de huesos y luego lo vendía para elaborar alimento balanceado, esa es una de las hipótesis más firmes. Pero mi corazón me dice que no es así, yo sé que lo voy a encontrar, él está esperando que lo encuentre”.
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