La pareja es de Buenos Aires. Llegó a San Lorenzo hace 11 años; su casa recibe tres veces a la semana a un máximo de 20 comensales
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“No conocíamos. Un amigo que estuvo paseando nos dijo que el pueblo era ‘una invitación para irse a vivir’ y dijimos que sí -cuenta Cardella a LA NACION-. Nos mudamos buscando tranquilidad, huyendo de la vorágine cotidiana de la ciudad, de estar trabajando 1500 horas por día”.
Verónica Cardella y Julián Centurión, ambos de Buenos Aires, se convencieron de mudarse a San Lorenzo, un pequeño pueblo de Traslasierra en Córdoba, por el comentario de un conocido que había estado paseando. Hace 11 años que viven allí y son dueños de Castellammare, un restaurante “oculto” que ofrece solo tres días a la semana un menú en pasos. Tiene capacidad para 20 personas -que deben reservar antes- y abre aunque quien los elija sea uno.
Solo un pensamiento
Cardella hoy tiene 41 años y Centurión, 45. Cuando resolvieron trasladarse a Córdoba, tenían un salón de fiestas infantiles y ella recién empezaba con un emprendimiento de cattering y organización de eventos. Él era contador y daba clases en una universidad. Nunca habían pensado en las sierras cordobesas para mudarse; sí soñaban que cuando pudieran tener una casa propia sería en “algún lugar alejado de la ciudad, pero en Buenos Aires. Pero eso estaba solo en el pensamiento”.
Después de aquel comentario sobre San Lorenzo empezaron a buscar un terreno por internet. Lo encontraron y el 21 de setiembre de 2011 llegaron para señarlo. Estuvieron dos días en la zona; lo terminaron de pagar en diciembre y en mayo se mudaron “para empezar de cero”.
“Cuando vinimos -recuerda ella- era un día hermoso y lo que más me gustó es que en Mina Clavero, acá cerca, había niños andando en bicicleta por todos lados. Dijimos ‘es nuestro lugar; no lo dudamos. Son como esas cosas que ya están, que tienen que ser. Tomamos la delantera y estamos felices”.
San Lorenzo es un pueblo ideal para desenchufarse de la rutina; está dos kilómetros al norte de Villa Cura Brochero y a cinco kilómetros de Mina Clavero. Tiene calles de tierra y un paisaje rural atravesado por el río Panaholma.
La pareja se encargó de la construcción de buena parte de la casa; el primer ambiente que construyeron es hoy la cocina del restaurante. Cuando llegaron no tenían ese negocio en mente. Cardella se ríe cuando menciona que comenzó con una propuesta de “pizza party”. “Creó confusión, nos llamaban a las 23 para pedir una pizza. De a poco nos hicimos conocer con el catering pero surgió la idea del local, primero pensamos en una casa de té, pero fuimos directo a esta idea”, describe.
Fue Centurión quien planificó el lugar. Castellammare es el living diario de la casa donde viven; tiene espacio para 20 personas adentro y otras 20 podrían estar en el jardín pero la decisión fue que los comensales “puedan elegir a dónde estar; así que el máximo es 20. Y abrimos para el número que sea, no importa cuántos”.
Cardella se encarga de cocinar y Centurión es quien elige los vinos para los maridajes y es el barista que se ocupa del café de especialidad que también ofrecen. “Elegimos la atención personalizada, porque se puede charlar más, responder las inquietudes; con este cupo nos manejamos con la calidad que nos gusta”, refieren.
El abuelo Vitto Cardella, un italiano nacido en Trápani, era chef en su país natal; cuando lo dejó para venirse a la Argentina con su esposa Lucrecia Pisciotta y sus dos hijos, abandonó también la cocina. Sin embargo, su nieta Cardella está convencida de que allí está el origen de su amor por la cocina: “Él unía a la familia con la comida, siempre era una mesa grande; si un vecino cumplía años, le regalaba un matambre arrollado. A mí me quedó su idea de que la cocina hace al amor visible”.
El nombre del restaurante no estaba decidido y un día, cuando recibieron unos papeles de Italia en Mina Clavero y Centurión los fue a buscar la llamó y le anunció: “Castellammare. Así se llamará”. Es el pueblo donde nació la abuela Lucrecia.
El menú cambia todas las semanas, siempre hay alguna receta italiana “reversionada” con ingredientes de la zona. “No somos kilómetro cero, pero todo es de por acá; hay vinos de Traslasierra (también de Italia), aceite de oliva, miel, quesos, cordero, chivitos, verduras de unas quintas a 100 metros, hierbas aromáticas de nuestro jardín”, apunta Cardella.
“Mi familia me decía ‘si te va mal ya sabés que tenés las puertas de Buenos Aires abiertas’ -relata-. Y yo pensaba no nos puede ir mal. Nunca me imaginé todo el proceso, pero sí pensaba que no puede ir mal en el lugar a donde esperas lo mejor para vos. Voy a Buenos Aires, pero de turista; aprovecho para ver otras cocinas, otros emplatados. Si no estamos acá, estamos comiendo”.
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