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Aunque desde temprana edad había convivido con perros, en esa etapa de su vida Federico Kavaliauskas no compartía sus días con ningún cuatro patas. Hasta que conoció a Ailén, quien hoy es su pareja y, a través de ella, a Atenea, una perra de pelaje negro, extremadamente dulce y compañera, aunque un poco temerosa e insegura.
“El carácter de la perra siempre fue hermoso. Al poco tiempo de conocerla me di cuenta de que tenía un temple especial y que brindaba amor a quien le jugara y disfrutara de acariciarla o saludarla. Sin embargo, y como desde pequeño tuve la fortuna de compartir mi vida con diferentes perros, también pude notar que Atenea era una perrita un tanto miedosa, insegura y poco independiente”, recuerda Kavaliauskas, que es entrenador personal y guardavidas. Pero eso era algo que estaba por cambiar.
“Elegí su bienestar sobre mi necesidad”
Antes de dar sus primeros pasos, Federico ya había tenido contacto con diferentes perros. A sus cinco años, ya consciente de que siempre se puede ayudar, llevó a la casa donde vivía junto a su mamá y sus abuelos, a cinco cachorros que sobrevivían en la calle. Esa experiencia lo marcó profundamente.
Mucho tiempo después, a los 23 años, mientras trabajaba como guardavidas en un predio nuevamente sintió la necesidad de dar una mano a un grupo de animales que vagaba sin rumbo en las cercanías del lugar. Los alimentó y pudo organizarse para llevarse a la que en ese momento sintió que estaba más desprotegida: una perra preñada que al poco tiempo dio a luz. “Siento que de alguna forma la perra me eligió y no pude mirar al costado. Como mis horarios laborales se habían complicado en ese momento y yo pasaba muchas horas fuera de casa, mi mamá se ofreció a cuidarla. Desde entonces viven juntas. A pesar de que en ese momento me costó separarme de ella, elegí su bienestar sobre mi necesidad. Y no me equivoqué”.
“No gastaba la energía que consumía”
Hasta el momento en que el destino de Federico se cruzó con el de la perra de su novia, Atenea había llevado una vida un tanto sedentaria. “No tenía mucha actividad. Jugaba en su antigua casa con otro perro e iba a la terraza y allí corría un poco y se las rebuscaba para entretenerse de alguna forma. También estaba por encima de su peso saludable. Picoteaba lo que le daban los humanos con los que vivía y no lograba gastar esa energía que ingería”. Pero cuando Federico se mudó con Ailén y Atenea, la vida de la perra dio un vuelco.
Federico pensó que podría llevar a Atenea a sus clases para pasar tiempo con ella y que la perra pudiera estar más activa. “Empezó a acompañarme a cada clase que daba en Parque Chacabuco o Plaza Misericordia. Primero salíamos con mi bicicleta y ella caminaba al lado, con la correa. Siempre fue todo a su ritmo, de forma progresiva y con los cuidados necesarios: descansos, agua fresca a disposición, abrigo o lugares de sombra cuando hacía falta”.
A medida que pasaban los días, Atenea se mostraba cada vez más entusiasmada y confiada con la propuesta. Al cabo de un mes había aprendido a esperar en cada esquina antes de cruzar, esperar fuera de un local cuando había que salir de compras o relacionarse de forma equilibrada con otros perros y nuevos humanos.
“Tiene una correa invisible”
Así, mientras Federico daba clases a sus alumnos, Atenea “entrenaba” sus propias habilidades. Invitaba al juego a algún perro que también estuviera en la plaza, buscaba palitos, esperaba que alguien le lanzara la pelota para salir corriendo a buscarla o alejarse unos metros para explorar el terreno y descubrir con su olfato un mundo de aromas. “Siempre se mantiene en un radio en el que ninguno de los dos pierde de vista al otro. Digo en broma que tiene una correa invisible que no la deja alejarse de donde estoy yo. Es muy obediente”.
Hoy, la perra lleva una vida ordenada y siempre en movimiento. De lunes a sábados arranca el día temprano. “En realidad ella se levanta un poco más tarde que yo. Sabe exactamente cuándo estoy listo para salir y recién ahí sale de la cama. Vamos con la bicicleta y su correa a todos lados. Siempre por la vereda y a su ritmo”.
Por la mañana, Federico da clases al aire libre. Al mediodía ambos vuelven a casa: él almuerza, Atenea descansa y luego Federico sale a hacer trámites o cumplir con obligaciones que no la incluyen a la perra. Por la tarde, tienen un nuevo turno de entrenamiento. Algunos días van al parque donde Federico tiene su grupo de entrenamiento y a veces salen a correr juntos o simplemente a pasear y mover las “patas”. Ya cuando oscurece toca el momento de volver a casa, cenar y dormir.
“Me robó el protagonismo”
La alegría de Atenea cada vez que acompañaba a Federico a sus clases grupales no pasó desapercibida para los alumnos. Por eso -y con el visto bueno del entrenador- muchos se animaron a llevar a sus perros para que también pudieran tener su espacio recreativo y de actividad física. Cleto, Indio, Magi, Chipi y Lebron ya forman parte del grupo. Algunos de ellos, inspirados en la historia de Atenea, participaron también en carreras de humanos y perros y en otras con obstáculos donde la consigna fue simplemente divertirse y compartir espacios lúdicos.
Atenea disfruta de la vida que todo perro merece tener. Tiene una casa donde sabe que es amada, lleva una alimentación equilibrada y adaptada por un veterinario a sus requerimientos, juega, hace actividad física, comparte tiempo de calidad con pares y humanos que la respetan. “Tenemos un lazo muy fuerte. Más allá de que yo ame a los animales y especialmente a los perros, Atenea trajo mucha alegría y felicidad a mi vida y la de la gente que me rodea”.
Todos la quieren tanto que Atenea ya es “famosa” entre los alumnos de Federico, los que frecuentan los parques que ella también visita y hasta los curiosos que pasan y la ven disfrutar. “Me robó el protagonismo -si es que alguna vez lo tuve-”, dice Federico entre risas. “Tiene una energía hermosa que hace que la gente se acerque a saludarla. Es un placer y un orgullo poder compartir la vida con una perra como Atenea”.
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