Una decisión política cambió el curso de su historia, pero un día decidió volver a la Argentina para vivir las costumbres, contradicciones y maravillas que le habían transmitido desde su infancia.
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Lorna Jennifer Huggard- Caine, podía leerse en su documento, un nombre complicado y nada latino, difícil de llevar como recién llegada a la Argentina. “Te llaman por tu nombre”, solía escuchar por aquellos días con frecuencia, cuando le tocaba realizar algún trámite, entonces Jenny suspiraba y quedaba atenta a esa ya conocida y peculiar mirada puesta sobre la lista y al titubeo del personal de turno al tratar de pronunciar su nombre. Por eso, y a pesar de ser Jenny, en un comienzo se hizo llamar Lorna, más fácil, más latino: “Nunca lo había usado, Lorna me salvó”, revela. “Aunque no fue solo por la pronunciación que mi nombre fue un obstáculo”.
Llegó el 9 de julio de 1982, con la bandera argentina grabada en su mente. ¡Hacía tanto que ansiaba pisar aquel querido suelo! Sin embargo, por las calles podía respirar una atmósfera un tanto lúgubre, cansina. Hacía apenas unos días la guerra de Malvinas había llegado a su fin, marcando las almas y dejando consecuencias, entre ellas, contemplar con cierto recelo algunos apellidos: “Mi nombre inglés-irlandés fue un obstáculo. Nadie quería contratarme”.
Pero Jenny deseaba quedarse, en definitiva, aunque había vivido casi toda su vida en Brasil, su padre jamás había dejado de hablarle de Argentina, su país, uno que ella deseaba descubrir hasta desentrañar sus secretos y sentir en profundidad su magia, ese encanto que, a pesar de todo, la envolvió desde el comienzo. Su papá tenía razón: Buenos Aires enamoraba.
Pasó de la casa de una tía a la otra sin pensar jamás en rendirse, golpeó cada puerta que pudo y encontró empleo como maestra de portugués y, con el tiempo, también se dedicó a enseñar inglés, el idioma que hablaba en su hogar de crianza.
Y un día conoció a su marido y aceptó lo que su corazón le había advertido desde el principio: a Brasil no quería volver.
De la Argentina querida a Brasil: una cancelación histórica que cambió vidas
Corría el año 1963 cuando el destino de Jenny cambió su curso. El presidente Illia había cancelado los contratos petroleros y, como suele suceder, aquella decisión histórica afectó la vida personal de varios individuos, entre ellas, la de una pequeña de tres años.
“Mi padre, un joven auditor con tres hijas, tenía contrato con una empresa de Buenos Aires, que lo envió a Comodoro Rivadavia a realizar auditorías en Shell. Siempre contaba anécdotas de aquellos días, señalando que fue la mejor parte de su vida”, explica Jenny, emocionada.
“Para los jóvenes profesionales, Comodoro era el lugar que brindaba posibilidades: se ganaba muy bien y se encaraba la falta de infraestructura, el frío, el fuerte viento, la falta de frutas y verduras frescas y tanto más, como una aventura”, continúa pensativa. “Contaba él, que las noches de farra, como decía, consistían en salir temprano y caer en la casa de algún `desafortunado´ amigo que, por supuesto, ya había preparado todo para recibir las visitas sorpresa”.
Con la cancelación de los contratos, la empresa le ofreció al padre de Jenny un traslado a Brasil. El matrimonio ya había vivido allí y no les había gustado, pero ahora era la única alternativa viable para seguir haciendo carrera y proveer por el futuro de su familia.
Crecer en Brasil, añorar Argentina
Lorna Jennifer nació en 1960, y al puerto de Santos, Brasil, llegó en barco en 1963. Argentina había sido su lugar de nacimiento, aunque con sus pocos años, lejos estaba de revelar que también sería su lugar de elección.
Primero vivieron en Río de Janeiro y luego en San Pablo, donde aún residen su madre y sus hermanas: “Mi padre falleció. Nunca se adaptó, pero nunca pudo volver. Le encantaba caminar por las calles de Buenos Aires cuando viajaba por negocios. Era fanático de Florida y la Avenida Santa Fe, de los cafés, los asados y del buen vino”.
“Mi madre fue la que insistió para que no perdiéramos el castellano, ya que en casa se solía hablar inglés. Pero fue de mi padre que recibimos las costumbres: fuimos criadas como argentinas que viven en el exterior, los amigos de mis padres también eran argentinos o anglo-argentinos, y formaban parte de un grupo llamado Martín Fierro. El vino estaba presente en la mesa y las fiestas terminaban con un tango”.
Así, entre anécdotas, asados y tangos, Jenny llegó a su segunda década de vida, convencida de que debía experimentar tanta maravilla en primera mano.
Una calidez argentina capaz de mitigar el frío
Su primer departamento en Buenos Aires no tenía calefacción. Jenny se gastó todo el sueldo en la cuenta de luz, “por las nubes” a causa del consumo de las velas del calefactor eléctrico. Para vivir, recurrió a unos pocos ahorros que todavía guardaba. Su pasar no era fácil, no, pero en sus caminatas por las calles porteñas toda pena se desvanecía: en cada rincón podía absorber encanto, personalidad, amabilidad y cultura.
Y cuando el amor ingresó a su vida, la calidez se multiplicó mitigando cualquier sensación de frío o de nostalgia por Brasil: “Mi marido, novio entonces, me llevaba a merendar a su casa siempre que podía”, recuerda con una gran sonrisa. “Su padre, al darse cuenta de la situación, me insistía que fuera a todos los almuerzos familiares de los domingos. Se daba vuelta y decía: ¡servile más a tu novia! Ese recuerdo de alguien que ya no nos acompaña, todavía me hace lagrimar”.
Jenny se casó, siguió ejerciendo como profesora de idiomas, luego se transformó en docente y madre de cuatro hijos -ya crecidos-, su orgullo. Los años pasaron y el cariño de las personas y de su gran amor se afianzaron, así como su eterno enamoramiento con la Argentina.
En la actualidad también es consejera escolar, candidata a concejal y aspirante a pintora. Pero Jenny, ante todo, es reconocida por el intenso amor que le provoca Buenos Aires, y por ser alguien que se involucra con su comunidad, Escobar.
“Argentina es un país maravilloso, nos falta una mirada global para darnos cuenta”
39 años pasaron desde que Lorna Jennifer Huggard- Caine llegó a la Argentina con apenas 22 años. Por su nombre, por haber vivido su infancia, adolescencia y primera juventud en Brasil, y por su ascendencia inglesa-irlandesa, hay quienes a veces ponen en duda su decisión y su sentido de pertenencia. Pero ella jamás olvidará aquellos días, en 1982, cuando lejos de su familia de origen, reveló que Argentina era el lugar donde quería permanecer para siempre.
Hoy, conmovida, Jenny también recuerda a sus padres y les agradece: “Cuando mis hijos lo ven a Messi y comentan con admiración que él, a pesar de haber sido criado en Barcelona, nunca dejó de ser rosarino, les digo: eso fueron los papás, que nunca dejaron de ser rosarinos, e hicieron como los míos: le estamparon esa impronta tan única e inexplicable que es ser argentino”.
“Con mi marido, Juan, tuvimos la oportunidad de vivir en Brasil y sus hermanos emigraron a España, pero yo había elegido Argentina desde el primer día, incluso antes de conocerlo. Amo a mi país. Lo amo intensamente. A los que en algún momento me cuestionan les digo que soy más argentina que ellos, porque es la tierra de mi procedencia, la de mi nacimiento, y la de mi elección. Argentina me ha dado todo. Es un país maravilloso que tantas veces cuesta entender. Nuestra mirada siempre está puesta al norte, en el sueño americano o en los países europeos. Nos falta una mirada más global para darnos cuenta de lo afortunados que somos”, dice conmovida.
“Pero, ojo, me fascinan esas otras historias, las que comparten vivencias en otras tierras, los `expats´, así como la de los extranjeros que eligen estás tierras. Todos tenemos un mensaje claro para brindar. Entre todos, y en todos los países, podemos aprender, crecer y mejorar, porque incluso en las naciones más idealizadas no todo es color de rosa y, aunque lo fuera, me quedo acá: este es mi lugar en el mundo.”
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