Tras contraer matrimonio siguió los pasos de su marido en un camino que la llevó a hacer un viaje interior de crecimiento, resiliencia y reinvención.
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Como para tantos otros seres de este mundo, para Valeria Alvis migrar significó un antes y un después en su vida, “es esa línea divisoria que modifica la identidad, ya no se es el mismo, se debe adquirir competencias y habilidades para manejarse en el nuevo entorno”, dice, mientras reflexiona acerca de su historia.
Aún hoy recuerda con nitidez los primeros días en tierra extranjera, rodeada de olores extraños y sumergida en un proceso de adaptación, de duelo, tras elegir junto a su marido un camino que implicaba la pérdida de esa potencial vida que podrían haber hecho juntos en Argentina: “Migrar tiene beneficios y dificultades, pero es imposible seguir siendo la misma persona después de haber cambiado todos los aspectos de nuestra vida”.
El amor, el cambio y los sentimientos encontrados: un camino hacia Florida
Valeria nació en Buenos Aires, Argentina, y creció en una familia convencional. Su vida fluyó predecible en un entorno de clase media, en el cual se remarcaba la importancia de trabajar y estudiar, un camino que la joven transitó sin inconvenientes en la Universidad de Buenos Aires. Allí estudió abogacía, al tiempo que trabajaba en el Poder Judicial, un espacio de aprendizaje constante, que, sin imaginarlo, significaría la entrada hacia un cambio profundo de vida.
“Sin perseguirlo y a ciegas encontré al amor”, revela. “De su mano y al pie del altar comenzamos una vida juntos. Inauguramos nuestro matrimonio en Miami, Florida”.
“Hoy recuerdo aquellos años con cierta nostalgia. Quedará para siempre en mi memoria la despedida de familiares y amigos en el aeropuerto, y un millar de sentimientos encontrados”.
El deseo de explorar la nueva tierra y una creciente sensación: “Como si no tuviera pasado”
Entre playas extensas, palmeras, indumentaria a la moda y autos llamativos, Miami se presentó ante Valeria como una fuente de la cual buscaba nutrirse, más allá de la fachada que mostraba en su superficie. Durante los primeros tiempos anhelaba explorar aquel nuevo mundo, deseosa de deshacerse de las etiquetas conocidas con las que cargaba para dar a luz otra versión de su ser.
Pero aquella sed pronto menguó para dar paso a una sensación que crecía en ella poco a poco: “Noté que había días iguales persiguiéndome, que lo conocido no formaba parte de mi rutina: ni los olores de la infancia, ni las calles recorridas, tampoco los amigos y mucho menos la familia; los afectos se sentían a la distancia, por llamadas telefónicas y alguna sesión de Skype. La sensación era de no pertenecer a ninguno de los dos mundos, luchando por encontrar una armonía, por encontrarme”.
“Me viene a la memoria la sensación de sentirme un NN, caminar por las calles y pensar que nadie podía reconocerme, que nadie sabía quién era, ni nada respecto a mí, como si no tuviera pasado y la persona quien fui definitivamente quedaría en el recuerdo de aquellos que la conocieron”.
La maternidad lejos: “Fabricar momentos, suplir ausencias, todo ello se transformó en mi quehacer cotidiano”
Las calles de Miami ya formaban parte de su rutina, pero Valeria se sentía extraviada en ellas. Entonces llegó la maternidad, un evento que cambió su vida y que presentó nuevos desafíos. Desde el comienzo había dado lo mejor de sí para adaptarse a la cultura y la idiosincrasia de su nuevo entorno, pero los retos no quedaban en las costumbres, también estaban la soledad y la distancia, que ahora, como madre primeriza, parecían haberse magnificado.
“Era difícil sentir que mis seres queridos no compartían esa etapa de mi vida”, manifiesta. “Armar una familia bicultural, inculcar una visión más amplia de familia, de la vida y del mundo que nos rodea, era un reto. Fomentar lo que nos une, respetando lo distintivo, generando la unión de lo distante; fabricar momentos, suplir ausencias, todo ello se transformó en mi quehacer cotidiano”.
“No han sido fáciles los años vividos, pero he aprendido mucho de mí, no sabía que era tan fuerte y que era una aprendiz de la vida que intentaba fusionar mis mundos fuera y dentro mío”.
Volver a vivir en Argentina: “Mis hijos conocieron que el concepto de familia tenía mayor significado que el parentesco”
A Florida, Valeria había arribado por cuestiones laborales de su marido. Siete años transcurrieron allí, siempre con la idea firme de que algún día regresarían a la Argentina.
Anhelaban la llegada de aquel momento, lo hacían sin imaginar cómo sería, sin sospechar cuánto los había transformado migrar y todo lo que se había modificado en el camino: “Donde se fueron dos retornaron cuatro. Volver fue casi tan difícil como partir”, asegura Valeria.
“Uno tiene la fantasía de que la vida y la gente que dejó hace tiempo atrás sigue en el mismo lugar, que nada ha cambiado, y la verdad es que todo siguió su rumbo, el mundo no se paraliza esperando que regreses”, continúa.
Más allá del fuerte impacto inicial, allí estaban sus olores, sus sabores, los paisajes del barrio, su gente, en definitiva, una parte esencial de su identidad, todos factores que colaboraron a una buena reinserción, aunque no fuera la que habían imaginado.
“Finalmente, esos años en Argentina fueron maravillosos, volver a compartir con la familia, ser parte de los cumpleaños, de los planes, los domingos en la casa de la infancia, enseñar a nuestros hijos a vivir en un país diferente al que conocían, dejar de ser visitante en tu tierra y aferrarse al pasado que se convertía en presente. Mis hijos conocieron que el concepto de familia tenía mayor significado que el parentesco”.
“Hubo que recorrer nuevos caminos, ser mamá de los foráneos, encontrar lugares donde se sintieran cómodos, reencontrarse, reinventarse, y ser capaz de salir ilesos de tanto cambio y movilización”, explica Valeria, quien por aquellos años se certificó como mediadora y conciliadora en relaciones de consumo, y luchó por insertarse laboralmente en su nuevo camino profesional, un desafío complejo, pero que logró conquistar.
Irse otra vez: “Hubo que dar espacio a las emociones para que fluyan y podamos aceptar la decisión sin cuestionamientos”
Argentina ya formaba parte de la rutina del matrimonio y de sus hijos nacidos en tierra extranjera. Allí pasaron algunos años, hasta que la oportunidad de volver a irse llamó a su puerta. Para el marido de Valeria, significaba un camino de crecimiento y la oferta laboral los llevaba a Nueva York.
Esta vez empacaron valijas para cuatro en una atmósfera muy diferente a la de antaño. Ya eran multiculturales, sabían de aventuras y cambios, y arribaron a Estados Unidos colmados de sueños y expectativas.
“Llegamos a Connecticut junto al invierno, toda una experiencia de vida, en toda su gloria imperfecta”, cuenta Valeria al rememorar aquellos tiempos, donde vivieron en un pueblo ubicado a una hora de Manhattan.
“Este proceso no fue solo una sucesión de acontecimientos nuevos sino también un proceso reflexivo de profundos cambios individuales y familiares, personales y profesionales. Migrar requiere planificación para allanar el camino, pero también una gestión emocional para la integración social y el manejo de la mezcla constante de emociones. El impulso inicial se fue desvaneciendo, hubo que dar espacio a las emociones para que fluyan y podamos aceptar la decisión sin cuestionamientos”, reflexiona.
De Connecticut a Texas: “A veces se filtran los pensamientos y se desencadenan los recuerdos por las cosas más extrañas”
Aquella nueva aventura se prolongó por tres años y medio. Una vez más, tocaba mudarse “como si fuera un hábito recopilar recuerdos y empaquetar la vida para moverla a otro sitio”. El destino fue Texas; Dallas les abría las puertas para aprender una vez más con el cambio y abrazar otro proceso de transformación.
En un marco cultural amigable, la ciudad se presentó tranquila, conservadora, y llamativamente calurosa. Allí, acompañada por su personalidad exploradora e introspectiva, Valeria avanzó junto a su familia en la vida, deteniéndose de vez en cuando para analizar cómo continuar, consciente de que no era posible caminar con la mirada hacia atrás, anclada en la nostalgia.
“Por lo que generamos nuevas realidades, nuevas relaciones y contextos diferentes. Y allí, en medio de toda la adaptación, apareció la pandemia”, cuenta. “En un contexto así, a veces se filtran los pensamientos y se desencadenan los recuerdos por las cosas más extrañas, aparecen al azar y reflexionamos dónde era, dónde vivíamos, como si cada lugar formara parte de una vida pasada, buscando en el historial de archivos la versión disponible de nosotros”.
Viaje externo, viaje interno: “Una vez que atravesás el duelo y traspasás tu proceso, estás listo para construir tu nuevo proyecto de vida”
Están quienes transitan su experiencia migratoria ante todo como una aventura sensorial y terrenal, colmada de impactos culturales, donde los mayores choques y aprendizajes devienen de los hábitos y costumbres, y la adaptación al entorno. Y están aquellos otros, como es el caso de Valeria, que emprenden la travesía como un viaje hacia el interior, donde el impacto cultural también afecta, pero los interrogantes trascienden lo meramente cotidiano.
“La experiencia que he vivido tuvo un impacto en mí de autoconocimiento, de explorar fortalezas y debilidades, de crecimiento, de reinvención y resiliencia. También de despedidas, incertidumbre, ausencias, miedos y frustraciones. Migrar puede tener ventajas y dificultades, no para todas las personas el proceso es igual, las circunstancias no son las mismas. Los procesos pueden ser largos o dolorosos, intensos. Afrontar la situación y encontrar soluciones hace una adaptación y aculturación más sencilla. Yo he atravesado mi proceso y desde el coaching acompaño a otros a atravesar el suyo”, cuenta Valeria.
“De cada lugar donde vivimos, de cada etapa de nuestra vida, intento quedarme con la experiencia, con los aprendizajes, pero no dejo de sentir cierta nostalgia por mi tierra. Hace unos días estuve en Argentina, donde hubo besos sin saber que eran los últimos y cicatrices difíciles de cerrar”.
“Migrar también es un viaje interno, no solo externo, el entorno a veces no acompaña tus tiempos, por lo que te sentís vulnerable e inconsistente, una vez que atravesás el duelo y traspasás tu proceso, estás listo para construir tu nuevo proyecto de vida”, concluye.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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