Moustapha Sarr dejó Senegal en busca de un trabajo que le permitiese ayudar a su familia: “Con mucho esfuerzo logré comprarles una casa, pero hoy no puedo mandarles ni un centavo”, se lamenta
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Como todos los años, Moustapha Sarr colaboró en la organización del Gran Magal, una de las festividades religiosas y culturales más importantes de Senegal. Lo hicieron en el Club Alvear, en el barrio de Floresta. La celebración combinó música, comidas tradicionales, pero por momentos se vio empañada por la preocupación de la mayoría ante la situación económica. La pregunta recurrente, en idioma wólof, era: “¿Y vos qué vas a hacer?”.
“Somos alrededor de 5 mil senegaleses en el país… y se fueron muchos. No puedo decir un número concreto, pero ya se deben haber ido 500 por la crisis. Como la mayoría de los inmigrantes, tenemos familia en nuestros países de origen y siempre tratamos de mandarles dinero para ayudar. Pero si no nos está yendo bien, por esta crisis enorme que vive la Argentina, tenemos que buscar mejor destino en otros países”, cuenta Moustapha.
—¿Adónde se están yendo sus compatriotas?
—Vuelven a Senegal o se van a España, Inglaterra, Estados Unidos... Siempre viajamos, es una costumbre nuestra. Salimos a buscar, en el lugar que sea, cómo mejorar nuestra vida.
Moustapha habla un correcto español. Lo aprendió en un curso de idiomas que hizo apenas llegó al país. Pisó suelo argentino por primera vez en enero de 2012. Había dejado su tierra natal unos meses antes para explorar su primer destino: Cabo Verde, el archipiélago de origen volcánico frente a las costas de Senegal. Allí, a mil kilómetros de la ciudad de Dakar, empezó a trabajar como vendedor ambulante. Más tarde, a través de un acuerdo de reciprocidad que tenían las excolonias de Portugal, consiguió visa para ingresar en Brasil. Aterrizó en Fortaleza, pero no resultó como imaginaba: a los pocos días se dio cuenta de que estaba solo y que no entendía el idioma. Un amigo le recomendó que se tomara un ómnibus y, tras una brevísima escala en San Pablo, llegó a Retiro.
Desde la terminal se tomó un taxi hasta Constitución, donde vivía la única persona que conocía y se instaló para dar inicio a su nueva vida.
—¿Qué fue lo primero que hizo en Argentina?
—Fui al Once y compré 30 cinturones para vender. Tenía solo 25 dólares. Me dijeron a cuánto venderlos, que en ese momento estaban entre 12 y 15 pesos… los más caros los vendía a 20 pesos. Con eso empecé, pude comer y pagar el alquiler.
—¿Por qué es tan común la venta ambulante entre los senegaleses?
—Nuestra idea principal es ir a donde se pueda comprar algo y venderlo. Muchos compatriotas no hablan el idioma, por ahí no saben leer ni tienen documentos, entonces se les complica conseguir trabajo.
—¿Cómo siguió después? ¿Continúa vendiendo cinturones?
—Tuve muchos trabajos. Fui a una escuela pública a aprender electricidad, hice cursos y recibí un diploma. Estuve como pasante en la Secretaría de Derechos Humanos y ahora estoy en una cooperativa textil privada, donde confeccionamos ropa para vender. Hacemos el link con empresas, nos mandan a confeccionar y yo estoy en la parte de la logística con las entregas y la mercadería.
—¿Cómo es su día a día en Argentina?
—Trabajo todos los días hasta las 5 de la tarde. Después hago una comida, rezo, miro la tele y me voy a dormir. Miro películas, fútbol y casi no salgo de casa. Los fines de semana voy a una feria a trabajar. Soy de River, me gusta más cómo juega, miro todos los partidos. En Senegal somos muy futboleros. Este año tenemos la suerte de estar entre los 32 equipos que participan del Mundial, así que lo vamos a vivir bien. Se interrumpe por un rato el trabajo para el partido… y si se puede todo el día, mejor (ríe).
En 2010, el censo registró oficialmente a 459 senegaleses en Argentina. Muchos otros no fueron contabilizados por falta de documentación. Sin embargo, un cambio en los trámites de radicación permitió que accedieran a los papeles y que nuevos compatriotas pudieran llegar al país e instalarse legalmente de forma más sencilla. Luego de Moustapha, ya en 2013, fueron registrados más de 1600 senegaleses. El número siguió creciendo durante los años siguientes, con la llegada de más jóvenes en busca de oportunidades. Se estima que más de 500 mil personas dejan Senegal cada año y, según cifras oficiales, en 2019 emigraron 642 mil senegaleses. Argentina nunca estuvo entre los principales destinos de los migrantes. “Ahora mucho menos”, refuerza Moustapha.
—Si lo llama un compatriota desde Senegal, ¿le diría que venga a la Argentina?
—No se lo recomendaría. Lo que gastan para llegar hasta acá no vale la pena… Es muy caro. Y ahora, como está el país, no vale la pena estar acá, hacer tanto sacrificio, si no puedes ni mandar plata para que tu familia pueda comer.
—¿Cómo repercute la crisis económica en su vida?
—Mirá, recién me subieron el alquiler de la pieza como un 50 por ciento. Con el sueldo que tengo pago el alquiler, como y los fines de semana salgo a trabajar para mandar algo de plata a fin de mes. Un sueldo solo no alcanza para nada.
—Entiendo, por lo que dice, que no fue siempre así.
—En 2013 ganaba 10 mil pesos y era suficiente para mi familia. Mis padres no tenían casa, siempre alquilaron, desde que nací hasta que yo salí de Senegal. Con los que les fui mandando desde Argentina pudieron construirse una casa. Me focalicé en eso hasta lograrlo. Yo me fui de mi país para sacar adelante a mi familia, es mucho sacrificio pero vale la pena. Gracias a Dios y a este país pude hacerlo.
—¿Aproximadamente cuánta plata se necesita para vivir en Senegal?
—Mis papás, mis tres hermanos, mis dos hijos y mi esposa necesitan 300 dólares por mes, más o menos. Viven todos en la misma casa. Antes era más difícil comunicarme y hablaba por Skype, pero ahora estoy todo el día en contacto por Whatsapp.
Moustapha se apura en aclarar que, pese a que no vive junto a su esposa desde hace más de diez años, sigue felizmente casado. Dice que no los trae a Buenos Aires “por los costos y la dificultad que tendrían ellos para adaptarse”. Periódicamente, cuando puede, viaja a visitarlos. Después de uno de sus viajes, se enteró que su mujer estaba embarazada. Desde lejos siguió el nacimiento de su hijo menor, a quien conoce más por videollamadas que en persona.
Su adaptación no le resultó fácil al principio. Extrañaba y pensaba en volver. Vivió la discriminación en primera persona, al punto de recibir insultos o que le nieguen el ingreso a un bar a tomar algo. Según él, porque no estaban acostumbrados a ver personas de tez morena.
Ahora colabora con sus compatriotas a través de la Asociación de Residentes Senegaleses. Los problemas más habituales surgen a raíz del trabajo callejero, pero disponen de organizaciones jurídicas que los defienden. En las últimas semanas estuvieron organizando una colecta para un joven que tiene un problema en el ojo, con la vista seriamente afectada, pero en el hospital público no lo quieren operar porque no tiene documento.
“Es la vida diaria de la población senegalesa— dice resignado—. Igual son muy buenos los argentinos: tengo muchos amigos acá, voy a visitarlos a sus casas, tengo mamás y papás”.
—¿Cuál es la situación actual de Senegal?
—Estamos mejor porque encontraron gas y petróleo, pero todavía no están explotados. Lo malo es que puede haber cualquier recurso del mundo pero la población nunca se beneficia mucho: sólo se benefician los que dirigen el país. Los dirigentes más corruptos del mundo son africanos, no tenga dudas.
—¿Qué le gustaría hacer, en caso de volver a Dakar?
—Estoy pensando en volver. Estoy intentando armar un negocio con mi hermano, queremos vender ruedas, llantas, neumáticos… y trabajar allá de eso.
—¿Cuándo se podría dar eso?
—Se va a dar pronto porque hace mucho que estamos trabajando en este proyecto. En un año me gustaría irme. Está muy difícil acá. Por eso estamos siempre trabajando.