Con casi 54, creía que el amor ya no era para ella, hasta que un desconocido le recitó un poema a miles de kilómetros de su hogar en Argentina
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Mona llegó a Lisboa un 18 de diciembre, en un día helado de lluvia. Fue entonces que comprendió que, con la ilusión de borrar su historia, había intentado escapar del dolor que significaba el hecho de que se acaba de divorciar. De pronto, se halló sumida en un doble duelo: el del desamor y aquel otro, tan complejo, como lo es el desarraigo de su querido país, la Argentina.
Los días pasaron, grises en su alma, y nada a su alrededor parecía encajar: “Me costó mucho adaptarme, el país luso es áspero. Al principio pensaba que la gente estaba enojada, por sus modales. También porque el portugués que se habla allá es muy diferente al `brasilero´, que es el idioma que yo hablo”, asegura hoy, mientras rememora su historia.
Había llegado dispuesta a dejar atrás el dolor, pero este persistía. Mona, en una espiral descendente, empezó a desanimarse. Esto no es para mí, no es mi lugar, se decía, y fue así que, tras seis meses de prueba, compró un pasaje de regreso a la Argentina, con fecha para un día 29: “Hasta acá llegó Portugal”, sentenció.
Un extraño en el supermercado
Pocos días faltaban ya para el regreso. El 15, Mona fue a almorzar al supermercado, como todos los días. Se sentó en una mesa y frente a ella divisó a un hombre desconocido. Fue entonces que una pareja de franceses pasó riéndose a carcajadas y sus miradas se cruzaron, cómplices. Inevitablemente, ellos también se echaron a reír.
¿De qué parte de Brasil eres?, le preguntó entonces el extraño con una sonrisa. Soy argentina, de Buenos Aires, le dijo ella y él hombre, sorprendido, la felicitó por su portugués. Él le contó que era odontólogo, que se llamaba Antonio, que hacía 32 años que vivía en Lisboa, que estaba divorciado hacía 15 y que tenía dos hijos ya grandes.
Mona sintió que la atmósfera había cambiado. Aquella no parecía una conversación casual, había un no sé qué en el aire que la hizo sentir de nuevo como a una adolescente. Fue así que, al contarle un poco sobre ella, decidió aclararle que en apenas quince días regresaría a vivir nuevamente a la Argentina.
Antonio la miró con ternura, y tras algunas palabras más, le recitó un poema: “Luego supe que era de Paulo Mendes Campos, Didáctico, se llama. Quedé impresionada. Como a mí le gustaba la poesía, la música, el arte, no podía creer lo que estaba viviendo a días de irme”.
¿Qué era esto que le estaba sucediendo?, se preguntó Mona, y sin pensar demasiado, intercambiaron teléfonos. Ese mismo día, él le envió el poema y dos días después la invitó a cenar.
Un amor antes de partir: “Deseaba perder el vuelo, pero no sucedió”
El sábado cenaron a la orilla del mar. Antonio le gustaba mucho y de pronto, entre conversaciones y risas, Mona se sintió como Julia Roberts. Ella, que había decidido divorciarse y dejar atrás su suelo conocido, ahora estaba ante lo inesperado, un hombre que parecía querer devolverle la esperanza en materia de romance, pero que había llegado a destiempo, pues ella seguiría su camino.
“Dos días después me llamó y me dijo: creo que me estoy enamorando de vos. Y yo con un pie en el aeropuerto, casi...”, rememora Mona. “La semana antes de viajar fue muy intensa. Nos vimos todos los días después del trabajo. Fue muy difícil volver a la Argentina para mí”.
Apenas quince días antes, Mona estaba feliz de regresar. En unos minutos en un supermercado sus emociones habían cambiado por completo. La despedida fue durísima: “Deseaba perder el vuelo, pero no sucedió”, confiesa ella. “Ni bien llegué a Buenos Aires, Antonio comenzó a enviarme canciones brasileras bellísimas (él es brasilero de Bahía). Así se fue construyendo la narrativa de nuestra relación, con Caetano, Joao Bosco, Adriana Calcanhoto, Tom Jobim entre otros. Conversábamos a diario casi dos horas por día. Cada día me gustaba más”.
Dejar de amar los desencuentros
Un océano los separaba, el mismo océano que Mona había sobrevolado para olvidar sus penas. Y el mismo océano que volvió a cruzar con lágrimas en los ojos, incrédula ante la ironía del destino.
Más incredulidad transmitieron los rostros de sus conocidos, cuando, finalmente, Mona anunció por segunda vez que se iba a vivir a Lisboa, ella sospechaba que ahora ese viaje hacia Portugal ya no se sentiría extraño, sino que sería uno hacia un posible verdadero hogar.
“A los dos meses volví a Lisboa, no tenía ninguna duda de que esa historia de amor merecía ser vivida. La vida me estaba dando una oportunidad casi con 54 años y no la iba a desaprovechar. Volví. Era un riesgo grande que decidí asumir. En Portugal dicen: la suerte ayuda a los valientes. Antonio me fue a buscar al aeropuerto y fuimos a desayunar al lugar donde nos conocimos. Las cosas fluyeron de manera natural, nos fuimos conociendo y eligiendo cada día. Ese flechazo en pocos meses se convirtió en amor”.
“Aprendí que la vida siempre te da una oportunidad, que hay que estar abiertos sin buscar, porque es ahí cuando se producen los verdaderos encuentros. También que no tenía que esperar cosas de Portugal, sino ser yo la primera en dar. Y otra cosa que aprendí, como dice el poema de Mendes Campos, es a dejar de amar los desencuentros. Antonio me lo enseñó”, concluye.
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