Decidió volver a empezar en Dinamarca; lejos de Argentina, de pronto se halló solo en un hospital, sin su billetera, sin celular… sin identidad
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Junio de 2022, por aquellos días, Giuliano Prandi pensaba menos en Argentina, la tierra que había dejado atrás para volver a empezar. Mientras pedaleaba por las calles de Copenhague, su mente vagaba por los acontecimientos de la jornada: sin dudas, las once horas de trabajo de aquel día lo habían dejado en un estado de agotamiento extremo, pero no se quejaba, bien sabía que nadie lo había obligado, simplemente anhelaba juntar más dinero, y allí, en Dinamarca, las horas extra estaban muy bien pagas.
Tal vez fue por el cansancio, aunque Giuliano no lo sabe a ciencia cierta, pero justo allí, parado en un semáforo y rodeado de los cientos de ciclistas que pintan los paisajes daneses, el joven llegó a pedalear tan solo una vez más para luego caer dormido. Tras una eternidad que apenas duró unos segundos, abrió sus ojos, observó el charco de sangre que lo rodeaba, divisó piernas danesas junto a él y regresó al planeta de los sueños. Veinte minutos supo que habían pasado, cuando despertó en la ambulancia con las palabras de un paramédico nórdico que le hacía preguntas.
En el hospital, aún en shock, nada pudo decir cuando le cosieron siete puntos en la cabeza sin anestesia: “Duele menos”, le dijeron, mientras le explicaban que una camioneta con trailer lo había impactado a una velocidad de 60 km por hora, que él había volado por los aires y que su cabeza había oficiado de freno contra el pavimento por varios metros.
“¿Por qué estoy acá?”, el argentino trataba de comprender, pero su existencia entera parecía carecer de sentido. De pronto, se halló sentado en una sala de un hospital de Dinamarca mirando fijo la pared, tratando de entender qué había pasado. Estaba solo, sin su billetera, sin celular… sin identidad.
La dualidad del origen, dos provincias argentinas y en busca de otro destino: “Donde el inglés es bienvenido, hay estabilidad, y seguridad”
Su identidad nunca tuvo la claridad de otros. ¿Acaso era italiano? No realmente. Había nacido en aquel rincón del mundo, pero emigró a la tierra natal de sus padres, Argentina, a los 4. Su padre biológico, sin embargo, había decidido permanecer en Italia tras la separación de sus progenitores y Giuliano creció en Córdoba hasta los 6 años, cuando conoció a su padre adoptivo y se mudaron junto a él a Buenos Aires. Durante años, el niño imploró regresar a la provincia del interior, un hecho que conquistó a los 15 y que le permitió disfrutar de su adolescencia y primera juventud en suelo cordobés.
Cuando terminó el secundario, su mirada se posó en la aviación. Con sus raíces desenraizadas, anhelaba volar en todos los sentidos, optó por estudiar la carrera de piloto y logró egresar como despachante de vuelo: “No de aduana”, aclara, mientras rememora su historia.
Pero, a pesar de su amor por los aviones, había una pasión que lo elevaba aún más: la música. Y tal vez fue ella la que inspiró finalmente su partida. Deseaba emigrar y descifrarse a través del arte, las voces nuevas y las culturas dispares: “Intenté irme a Estados Unidos en 2019 y a Canadá en 2020, pero no encontré la forma legal de poder hacerlo.”, cuenta. “Finalmente, en Internet apareció una persona halagando Copenhague, donde el inglés es bienvenido, hay estabilidad, y seguridad”.
Giuliano observó su presente, ¿qué estaba esperando? En aquel instante, en Argentina, estaba atravesando una relación amorosa caótica y la situación del país parecía ser un espejo de su estado emocional: “Este caos me encendió la llama para tomar acción. Era mi momento de emigrar e ingresar a mi vida como adulto”.
Un golpe de frío y un freno para volver a empezar: “Uno necesita el contacto social apenas emigra, era complicado”
En octubre de 2021, Giuliano hizo las valijas y se fue. Siempre había sido una persona impulsiva, para bien y para mal, pero apenas pisó Dinamarca supo que había tomado la mejor decisión de su vida.
Arribó el 31 y en su rostro sintió el golpe provocado por la transición del clima cálido cordobés al frío crudo y la casi penumbra escandinava: “Apenas sí había luz de 8 a 16 hs”, asegura.
A los tres días apareció la variante Ómicron de Covid y las máscaras reaparecieron en una escena que Giuliano creyó haber dejado atrás. No era necesario el aislamiento, pero se sentía la distancia, algo que impactó en su nuevo comienzo.
“Uno necesita el contacto social apenas emigra, era complicado”, reflexiona. “Pero lo que más me impactó fueron los horarios. Nosotros estamos acostumbrados a comer realmente tarde, cuando los daneses -como en muchas otras partes del mundo- tienen su cena a las 18/19. También me chocó el hecho de la falta de sol en el invierno y todo lo contrario en el verano: el sol nunca se termina de esconder, y siempre hay un pequeño rayo de luz incluso a la una de la madrugada”.
“Sin embargo, con el tiempo descubrí muchas bondades, como que en Dinamarca la gente se choca sin querer en la calle y se ríe. Lo toman como un chiste y primero está el otro, después uno mismo. Dudo que en pleno Quilmes, pueda suceder esta situación”.
Una convivencia difícil, un buen trabajo y un accidente que reacomodó las piezas: “La gente actúa de inmediato en vez de mirar e ignorar”
Durante los primeros dos meses, Giuliano vivió en una habitación de un hostel junto a ocho personas que no mostraban el menor interés por seguir los modales ni las normas de convivencia. Festejó el día en que pudo hallar un cuarto para él, pero fue temporario, al igual que el siguiente. Y así, anduvo rebotando de lugar en lugar, espacios de amigos de amigos, mientras los empleos también rotaban.
Cierto día, sin embargo, logró conseguir un trabajo de mayor estabilidad y satisfacción en la planta de distribución de Unicef -cuya central se encuentra en Dinamarca- y por aquellos días conoció a celebridades caritativas, como Liam Neeson, y trabajó largas horas que le robaban el sueño, un descansar que no supo lo vital que era hasta el día del accidente.
Tras su dormir forzado contra el pavimento, el charco de sangre, las palabras confusas del paramédico y los siete puntos en la cabeza, Giuliano se encontró con la mirada perdida en el hospital, y con su identidad más extraviada aún.
Cuatro horas habían pasado sin que ningún médico se acercara, entonces decidió irse de la habitación por sus propios medios, con sus piernas entumecidas y violetas. Al salir del hospital, sin teléfono, GPS o billetera para pagar el transporte, detuvo a una familia danesa para pedirle ayuda. Afligidos por su herida al descubierto, a pedido de Giuliano lo alcanzaron a la estación más cercana, él confiaba que desde ahí podría guiarse intuitivamente para llegar a pie a su lugar de residencia: “Tanto durante el accidente, como después, se nota la amabilidad de la gente, que actúa de inmediato y se organiza para socorrer al necesitado al instante, en vez de mirar e ignorar como sucede en otros lados”.
“Lejos de poder avisarle a mi familia, amigos o conocidos lo que me había pasado, llegué 5 horas después del accidente a mi casa, con miedo y sin haberme hecho una tomografía para corroborar si tenía una hemorragia interna. Las horas y mensajes recibidos pasaron, hasta que fui de emergencia a otro hospital a hacerme una tomografía, aún con el miedo de que la hemorragia pudiera tomar efecto en el mientras tanto”, continúa el joven argentino.
Nada malo le había ocurrido a Giuliano, tan solo precisaba más que nunca rearmarse para descifrar quién era y por dónde seguir.
Una mujer ucraniana y un escape a la Argentina
A los dos días, Giuliano regresó a trabajar, una locura para un accidente de semejante magnitud. Aun así, su plan de ahorrar y viajar seguía en pie y decidió no dejarse vencer por sus heridas.
Por aquellos días, el joven argentino observó cómo las calles se colmaban poco a poco de miradas igual de extrañadas que la suya en tiempos de recién llegado, aunque había una diferencia: el halo de tristeza que las acompañaba. La guerra entre Rusia y Ucrania recién había comenzado y una oleada de inmigrantes ucranianos había copado todos los rincones, en especial en la planta de Unicef, donde varias mujeres provenientes de aquel país se habían incorporado para trabajar.
“Es aquí cuando gran parte de mis compatriotas empezaron a enloquecer por estas mujeres ucranianas, pero sobre todo por una, una modelo ucraniana con ojos parecidos a dos aceitunas verdes, bien reflectantes, con un pelo completamente rubio natural, y con un aspecto llamativo para nosotros los latinos”, continúa Giuliano.
“Absolutamente todos querían estar con ella, pero ella no quería estar con ninguno. Yo, fiel a mi ley de que donde alguien que es muy pretendida, pierdo el interés, pasé delante de ella sin prestarle atención, e incluso ignorándola inconscientemente cuando me saludaba al pasar a mi lado. Realmente no tenía ninguna intención, ni tampoco me interesaba”.
El paisaje ecléctico multicultural, el caos en el mundo y el comienzo de las primeras heladas, hallaron de pronto a Giuliano con el deseo de reencontrarse con algo que de pronto se sintió muy propio: Argentina. Ahora tenía el dinero y con él optó por lo inesperado: volar por tres meses hacia lo que ahora se sentía más que nunca como su tierra, dispuesto a esquivar el frío danés y deseoso de sorprender a su madre, y hacer en su país de crianza todo aquello que antes, por cuestiones económicas, no podía. Y así sucedió. Giuliano disfrutó de Córdoba con una nueva apreciación y a Copenhague regresó en paz, ingrediente fundamental para lo que vendría: el amor.
Amor, música, Dinamarca y una identidad muy propia: “Me identifico plenamente argentino”
Como un deja vu, el frío danés le pegó una trompada en la cara. A los diez días, Giuliano regresó a trabajar a Unicef y al mes, en un boliche al que fue por insistencia de un amigo, se entregó al amor.
Ella estaba allí, sus ojos aceituna lo miraron fijamente y él creyó que la intención era amistosa. Pero la situación se repitió tres veces, mientras los segundos de miradas sostenidas escalaban. Giuliano decidió avanzar, aun creyendo que sus posibilidades eran bajas, dado la popularidad de la modelo.
Ella, con su rústico inglés, y él, tratando de comunicar su interés por ella, comenzaron a hablar por traductor para intercambiar teléfonos. Se enamoraron y formaron una pareja. Él ha llegado a aprender un ruso suficiente para comunicarse y ella mejoró su inglés y un español rústico. Y en su andar de a dos, parte de la identidad nuclear del joven argentino cobró fuerza: la música. “Es ella quien me acompaña en mi proyecto musical, cuando empecé a tocar gratis en hostels a través de un amigo cercano, y al día de hoy puedo vivir de la música, tocando en bares y distintos lugares, ya que el danés remunera bien al músico y se valora por el arte que emana”, asegura el joven argentino, quien tiene como gran fuente de inspiración a Gustavo Cerati.
Italia, Argentina, Dinamarca, Ucrania, todo confluye hoy en la vida de Giuliano, que abraza la búsqueda de su quién soy como una travesía que dura la vida entera, pero que sin dudas halló identidad en su encuentro con el mundo: él es un ser que se construye con retazos de todos los lugares y personas que llegaron y llegan a su vida; es, a su vez, esencialmente músico, y a estos ingredientes le suma algo muy propio e intransferible, que contiene una esencia innegable: Argentina.
“Yo nací en Italia, Bérgamo, con padres argentinos, emigré a Argentina con 4 años para volver aquí, pero me identifico plenamente argentino, y orgulloso de tal”, dice conmovido. “En este camino que me tocó, aprendí a disfrutar cada pequeño momento. Conocí a miles de personas que se fueron o quedaron en Dinamarca, y cada persona es un mundo y cada experiencia te marca para ser la persona que uno es. Yo, al ser una alguien impulsivo y consciente a la hora de mi toma de decisiones, me beneficia el poder adaptarme a cada ambiente en el que me encuentro. Mi consejo es, el tiempo lo soluciona todo, siempre y cuando uno tenga la voluntad de mejorar. Tarde o temprano, si estás enfocado, todo llega. Hay que perseverar”, concluye.
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