Se fue de Argentina de a poco, quedó impactado con la presencia del Estado en Europa, y hoy busca congeniar sus pasiones y su dualidad entre Francia y Argentina: “Hay un enorme desfasaje en los recursos”, dice.
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Cierta mañana, Matías Tripodi despertó con un pensamiento que había permanecido adormecido en su inconsciente: hacía mucho tiempo que no regresaba a la Argentina. La dualidad, tan característica en su historia de vida, había tomado forma alrededor de algunos interrogantes y cortocircuitos. Había dejado Buenos Aires para esparcir su arte, pero también para tender puentes, aprender, regresar y proyectar en su suelo natal. Se había instalado en Francia para trabajar en torno a la cultura argentina, permitiendo que convivan la distancia geográfica con la cercanía simbólica de su tierra de origen. Sin embargo, una vida en París con regresos cada vez más esporádicos, comenzaron a provocar en él una sensación de lejanía diferente y un deseo de reformular la distancia para crear un vínculo más fluido entre el allá y el acá.
Dejar Argentina de a poco había tenido sus ventajas. Matías había evitado el shock que provoca tomar una decisión sólida, consciente, que requiere de coraje, y que impacta tan fuerte en el entorno y en el propio ser. Su fade out del país amortiguó el golpe, que aun a pesar de la imperceptibilidad, terminó por afectarlo de maneras sutiles, pero contundentes porque, como suele decir Matías, “La transformación fue progresiva, pero existía una decisión latente que después de un determinado tiempo se sintió, así como la distancia y el impacto de estar en otra cultura que no es la propia”.
Entre las palabras, el movimiento y un nuevo modo de imaginar proyectos
Antes de Francia-Argentina, hubo otra dualidad que se presentó con fuerza en la vida de Matías. Nacido en Caballito, el joven estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires. Allí, en Puán, pasó sus días hasta recibirse de lingüista mientras una irrefrenable pasión por el baile crecía en él.
Lo conquistó el tango, ese universo con lengua propia y códigos semi secretos que reveló en los espacios típicos de Buenos Aires. Poco a poco, la convivencia del mundo del tango con el de las letras empezó a dejar huella en su forma de vincularse con el baile, la cultura argentina y su manera de imaginar proyectos.
Así como nunca tomó la decisión de irse de Argentina, Matías tampoco había decidido que el tango se impusiera en su camino profesional, dándole vida a esa dualidad primaria, entre el baile y las palabras, donde cierto día y gracias a su talento, se halló oficiando de asistente de reconocidos bailarines, reemplazando profesores y, finalmente, dedicado de lleno a la enseñanza y a la profesión de coreógrafo.
Pero había algo más, aquel universo le había obsequiado una llave que le abría las puertas al mundo. Personas curiosas por el tango que llegaban a la Argentina terminaron por ofrecerle la oportunidad de realizar experiencias en Europa. Y así fue como Matías inició sus travesías para acrecentar sus conocimientos y enriquecer su cartera de contactos, que crecía exponencialmente: “Gracias a ello conocí a las personas vinculadas a la danza contemporánea, a los bailarines del Tanztheater de Pina Bausch, y a bailarines de la Ópera de París, entre otros”, cuenta.
Los viajes de la alegría vs. el viaje permanente: los desafíos y las dificultades de adaptarse a otros códigos
El tango y su profunda curiosidad por el baile habían ampliado el mundo de las danzas de maneras inesperadas. Entre viajes, los proyectos de Matías comenzaron a florecer e, inspirado por el tango, el joven argentino se abrió hacia una zona de trabajo dominada por la creación en danza contemporánea.
En medio de su proceso multidisciplinario, inventó a su vez un sistema para escribir el movimiento del tango, que permite generar partituras de movimiento, algo que lo acercó, una vez más, a nuevos contactos valiosos en Europa.
Los primeros viajes estuvieron cargados de alegría, curiosidad y sentimiento de aventura. Fueron periplos en los que Matías pudo conocer diversos países del viejo continente, aprender y cultivar mucho agradecimiento hacia las personas y proyectos que el camino proveía.
Tras recibir una oferta para dar clases de tango, en el 2013, en Marsella llegó la primera estadía prolongada signada por emociones más ricas y complejas. La alegría seguía presente, pero también surgieron la frustración, las dificultades, la carga de aprender un nuevo idioma: “Fue un año muy fuerte. Se dice que los primeros músicos y partituras de tango llegaron a Francia a principios de siglo XX por Marsella. Esa idea me acompañó en aquel período, agregando una lectura simbólica a mi viaje”.
“Allí daba clases casi todos los días y eso generó un contexto ideal para aprender el francés”, cuenta. “Después estuvo la intensidad del aprendizaje en relación a la temporalidad, a construir más a largo plazo, que también supuso muchas emociones en el proceso de acostumbrarme a esa manera de funcionar. A eso tuve que sumarle el camino para crear vínculos y resolver situaciones donde tenía que dialogar, enfrentar la ingeniería interna de otra cultura que uno tiene que incorporar poco a poco para adaptarse”.
Un camino para amortiguar el impacto cultural: “El primer choque cultural no es excusa para finalmente vincularse”
Para Matías, el tango amortiguó el impacto cultural que provoca el hecho de volver a empezar en otro rincón del mundo. Allá a lo lejos, en sus días porteños, cuando se aventuraba en las milongas, tuvo que desafiar las miradas, los códigos, el lenguaje simbólico y el derecho de piso propios del universo tanguero. Apenas tenía 17 años, cuando ingresó a ese “otro mundo” y logró adquirir un manojo de herramientas y estrategias para dejar de ser el foráneo y adaptarse a las reglas de aquel espacio que se sentía extranjero en plena Buenos Aires.
Y así, con la capacidad de resistir las emociones que implica ser “de afuera”, vivir en Francia amaneció como un reto conocido, al fin y al cabo, en su momento la cultura del tango había sido extraña en extremo.
“Hay muchas cosas, sin embargo, a las que toma un tiempo habituarse. La primera y principal es la manera de presentarse y entablar relaciones. En Francia, hay un sentido de la formalidad, de las jerarquías, que está muy presente y que hay que tener en más o menos cuenta. Para un modo de ser, digamos, más fluido y abierto, lleva un tiempo comprender esas diferencias y entender que hay una serie de etapas que atravesar con cada persona y situación. Pero, al final, la calidad humana es similar, es como en todos los países: hay una diversidad de personas con distintas formas de gestionar emociones; el primer choque cultural no es excusa para finalmente vincularse y aprender de los otros. Lo que me parece importante es cursar lo mejor de la experiencia de uno en cada país y en cada cultura, para conjugar modos distintos pero en el fondo sumamente complementarios”.
“Por otro lado, en Argentina creo que tenemos algo muy rico que implica la posibilidad de recrearse, reinventarse, probar distintas disciplinas, técnicas, carreras, nos vinculamos de manera mucho más simple con esa exploración, hay también gente que hace muchas cosas al mismo tiempo y eso acá en Francia es distinto, todo está estructurado alrededor de actividades específicas; los proyectos trasversales son menos evidentes”.
“Me llama la atención el vínculo con la cultura en Europa. En Francia la cultura tiene una dimensión institucional muy fuerte. A mí me impacta, especialmente viniendo de Argentina, donde lo que hay es mucha cultura off, es decir que se multiplican los espacios por fuera de las dimensiones institucionalizadas”.
Europa, donde el Estado está presente: “Con recursos técnicos impresionantes, surge una capacidad creativa que entra en diálogo con esos recursos”
Para Matías, uno de los impactos más evidentes de vivir en Francia tuvo que ver con el Estado. Al igual que en otros países europeos, rápidamente distinguió cómo el Estado participa a través de la construcción de recursos y ciertas reglas para que lo que es parte del bien público sea disfrutado de una manera positiva. Desde el mantenimiento de las calles, los parques, hasta la existencia de instituciones, como museos y espacios culturales, la diferencia emergió evidente, provocando en él la sensación de habitar en un suelo que respira calidad de vida: “Se siente una importancia de lo público y la verdad que es placentero disfrutar de esos recursos que se construyen en el mediano y largo plazo. La estabilidad lo permite e impacta en el bienestar general. El Estado aparece, todavía en algunos niveles, no tanto como un obstáculo externo sino como la suma del esfuerzo colectivo”, asegura.
“Y en cuanto a las oportunidades, y en relación a mi proyecto de danza contemporánea inspirado en el tango, la verdad que Francia cuenta con muchos recursos e interlocutores que son accesibles para poder desarrollar este tipo de proyectos”, continúa Matías, quien realizó importantes colaboraciones, entre ellas con los bailarines de la Ópera de París y la Ópera Nacional del Rin.
“Cuando uno está frente a un equipo de cuarenta personas, con un teatro y recursos técnicos impresionantes, surge una capacidad creativa que entra en diálogo con esos recursos. Permite reimaginar las formas de trabajo propias y me permite salvar las distancias con Argentina por todo lo que convoca y evoca el tango. Es una forma de acercarme a mis orígenes, una forma de memoria mezclada con un trabajo inscripto en el presente”.
Los regresos a la Argentina y la odisea de tender puentes: “Hay un enorme desfasaje en los recursos”
El coreógrafo argentino comprendió que para mantener el dinamismo y la fluidez entre el allá y el acá, debía regresar a su suelo con cierta frecuencia. Las circunstancias, sin embargo, no siempre alentaron el escenario. Para Matías, cada vuelta a la Argentina trae consigo diferentes estadios. Primero la sensación de no entender, luego deviene la inequívoca alegría, junto a la sensación de libertad y felicidad y, finalmente, las emociones encontradas que emergen cuando llegan los últimos días, en los que surge el deseo de volver al hogar presente, entremezclado con el anhelo de permanecer más tiempo en suelo natal.
“Cada vez que uno vuelve se confronta consigo mismo, uno reencuentra recuerdos, momentos de uno mismo en otro tiempo. A su vez, el yo presente atraviesa esa remembranza desde otro idioma, en mi caso el francés, y eso genera muchos contrastes. Es una confrontación también con la propia historia, con quien uno es y de dónde uno viene, a través de una experiencia y un idioma ajenos a esa historia “.
“En los regresos también impacta la diferencia de visión, de problemáticas que afectan a Francia y a Argentina. En mi profesión, por ejemplo, hay modalidades y procedimientos técnicos distintos y es una pena que esto afecte el ida y vuelta. Mi sensación es que hay un interés de la Argentina hacia afuera y de afuera hacia Argentina, pero falta una fluidez en los procedimientos para hacer que el encuentro sea posible. En Argentina hay enormes potenciales frenados por no incorporar visiones o necesidades nuevas. Me impacta mucho y si fuera distinto sería muy enriquecedor. Para los argentinos que están afuera hay una enorme necesidad y ganas de hacer cosas por el país, pero varias razones crean un enorme desfasaje que desmantelan toda esa energía positiva. Desde hace años hay una enorme fuga de proyectos que desean reinsertarse, pero que encuentran una gran dificultad para hacerlo”.
Las enseñanzas de Francia y los embajadores de primera línea: “Testimonios de esa búsqueda entre el acá y el allá”
Las dualidades forman parte de la esencia humana y despiertan sentimientos contradictorios. En su travesía de vida, Matías decidió transformar las tensiones de vivir entre dos tierras y dos pasiones en ventanas hacia el enriquecimiento, oportunidades para expandir su mente, su creatividad e identidad.
Hace diez años ya que Matías vive en Francia. Recientemente obtuvo la nacionalidad francesa, lo que lo transformó en franco-argentino y le permitió abrazar enteramente su dualidad de origen y explorar todos los beneficios de tener diversas cosmovisiones conviviendo en su corazón.
“Mi experiencia en Francia me enseñó técnica y nuevas formas de organización que me ayudan en mi carrera. Aprendí a repensar ciertas cuestiones de mi historia y de mi cultura a través de otras herramientas y, sobre todo, aprendí en la distancia a pensar el tango de otro modo”, dice Matías, quien hoy tiene 38 años y está escribiendo su segundo libro acerca de esta temática.
“Estar lejos me permite pensar con mayor profundidad a la Argentina, los orígenes. Lo que siento que me falta aprender es cómo seguir construyendo puentes de diálogo, y cómo seguir difundiendo la cultura argentina, respetando la naturaleza interna de la cultura. Siento que en mi caso, como en el de muchos artistas argentinos en el exterior que oficiamos de embajadores culturales en primera línea, trato de generar posibilidades y abrir nuevos espacios. Es una tarea intensa y supone un trabajo y cuestionamientos permanentes de las experiencias y conocimientos que cada uno trae consigo. Lo que inspira es la idea de poder construir un diálogo más fluido entre el acá y el allá”, concluye.
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