Durante sus 16 años en Europa se especializó en un área de la medicina poco desarrollada en el país; decidió volver para transmitir lo aprendido y “saldar sus deudas” con Argentina.
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El argentino, Diego Vega Laiun, sentía que un techo invisible le impedía observar nuevos horizontes y crecer en su vida profesional. Había optado por estudiar cirugía ortopédica y traumatología, y tanto se había esforzado que, tras ganar una beca, viajó a Moscú, donde aprendió técnicas nuevas en un entorno desafiante, pero falto de recursos. Allí, en aquel gran país que percibía fragmentado, comenzó su trabajo de investigación: el desarrollo de un dispositivo para lograr el crecimiento mecánico de los huesos con un sistema hidráulico. Diego patentó su trabajo y regresó a la Argentina con la ilusión de verlo florecer.
La acogida en su patria fue buena, pero lo cierto era que, en el campo laboral, aquellos “bichos raros” dedicados a la investigación eran mirados con recelo. Aun así, la Universidad de Buenos Aires también lo había reconocido con una beca, que incluía un modesto sueldo y la posibilidad de ampliar sus conocimientos junto a los investigadores más reconocidos en el área de la neurofisiología básica, un campo que despertaba su curiosidad como ningún otro: “A pesar de que el nivel era muy bueno, había una precariedad que no cumplía con mis expectativas”, cuenta el médico argentino.
Al recelo en el ambiente y el techo invisible que parecía querer frenarlo, se sumó la crisis argentina, que en el 2003 terminó de convencer a Diego de que era tiempo de hacer las valijas y partir rumbo a mejores horizontes.
Un futuro en las Islas Canarias y luchar contra el primer techo de cristal: “Me di cuenta de que era prácticamente imposible homologar mis estudios”
Hacía tiempo ya que Diego había puesto su mirada en un hospital en construcción en las Islas Canarias, el Hospital Universitario de Gran Canaria Doctor Negrín, que hoy cuenta con más de mil camas.
Las islas lo recibieron con su azul permanente y la esperanza de conseguir un espacio propio. Diego sabía que estaban reclutando especialistas de todo el mundo y creyó que sería una gran oportunidad para realizar una pasantía en el área de cirugía de columna.
“Pero al llegar me di cuenta de que era prácticamente imposible homologar mis estudios en traumatología. Me encontré con mi primer techo de cristal europeo: la burocracia”, revela. “Pero descubrí que había un área de neurofisiología clínica - no básica- muy desarrollada e inexistente en Argentina”.
Diego decidió volver a dar el examen de residencia en neurofisiología clínica y, una vez más en su vida, volvió a empezar. Su alta calificación le permitió elegir aquella especialidad y el centro hospitalario – el Negrín – que lo recibió para formarlo durante los siguientes cuatro años: “Allí continué con la investigación hidráulica, de columna y reconstrucción de miembros. Fue una gran experiencia y los sueldos eran más dignos de lo que percibía en Argentina”.
El pasado amputado: “El cerebro no está preparado para ese vacío, entonces busca llenarlo con la ilusión de la presencia”
“Vivir en el extranjero es como que te amputen el pasado”, dice Diego al recordar sus primeros años en España. Joven, colmado de energía y ganas de desarrollar y compartir sus conocimientos, en un comienzo, el argentino sintió el desgarro del destierro, un evento en el que su experiencia, su carrera y los tantos diplomas parecían invisibles, al igual que su rostro entre tantos extraños.
“No tenés ningún nexo en común con la gente que te rodea como para generar puntos de identificación”, explica pensativo. “El cerebro no está acostumbrado a esto, a que a uno le amputen el pasado, a tener un faltante. Por ejemplo, solemos estar acostumbrados a ver entonces, al cerrar los ojos, seguiremos identificando manchas, formas; sucede con la audición, en pleno silencio aparecerá algún pitido; también está ese paciente al que le amputan un brazo, sigue sintiéndolo, el cerebro no está preparado para ese vacío, entonces busca llenarlo con la ilusión de la presencia. Sin dudas, que de pronto te arrebaten el pasado es una sensación extraña”.
Aun así, Diego jamás había sido ese gran defensor del dulce de leche, ni sabía bailar folclore o escuchaba tango. Tal vez, la argentinidad que extrañaba era la de los rituales con amigos, juntarse porque sí y celebrar la amistad.
“Pero traté de adaptarme a las nuevas costumbres, aunque considero que estas son ceremonias sociales, tradiciones propias, festejos y hábitos que, al no conocer inicialmente a nadie, al no contar con un círculo íntimo desarrollado, no se pueden vivir, comprender, ni adoptar con la misma intensidad que los locales”.
Crecer e ilusionarse: “Has venido a Rolex con un Casio”
Tras los cuatro años de estudio, residencia e investigación, Diego completó un doctorado, que lo llevó a obtener nuevas patentes. Lo que había empezado en Argentina y continuado en Rusia, lo concluyó en España. Su dispositivo hidráulico fue reconocido y, envuelto en una energía de optimismo y esperanza, viajó a Suiza para presentarlo ante la eminencia mundial de traumatología.
“Me recibió, me dijo que había leído el trabajo, que la idea era muy buena, pero que había golpeado la puerta equivocada: `has venido a Rolex con un Casio´, fue lo que me expresó. Me dijo que mi implante podía ser más eficiente y económico, pero que con un Rolex existía un mayor rédito que vendiendo mil Casios”.
Aquel evento dejó a Diego deprimido hasta una mañana, cuando comprendió que el secreto estaba en otro lado, es decir, debía dedicarse a aquello que le diera un buen sustento y, paralelamente, trabajar en su misión hasta verla crecer.
Tras diez años en las Islas Canarias, Diego decidió, una vez más, armar las valijas para hallar nuevos horizontes. Portugal, con su belleza innegable, esperaba para mostrarle lo que en el fondo ya sabía: que no todo es color de rosas.
Un nuevo techo de cristal y una tentación: volver a la Argentina
A Portugal llegó con trabajo y durante los siguientes seis años rotó por diversos hospitales. Sin embargo, un nuevo “techo de cristal” había emergido, sutil pero claro, en su intención de ver más allá; para ciertos puestos, aquellos de mayor jerarquía, reveló que se ponía en marcha un mecanismo que confrontaba su ética de trabajo: el amiguismo.
“No tenía que ver con ser extranjero, no es localismo, es amiguismo puro: accedía la amiga de, el hermano de, hijo de, ya no era una cuestión científica. Era un club al cual no iba a pertenecer. Traspasaba mis límites éticos”, asegura Diego.
De pronto, tras una década y media de estudios, investigaciones, aprendizajes y trabajo arduo en Europa, Diego sintió que su vida estaba en pausa. Fue entonces que sus amigos argentinos lo alentaron a regresar: “Me decían que la formación que yo tenía se veía poco en Argentina, me tentaron a volver. Pero, la realidad es que no volvía por trabajo. Toda mi vida europea se había tratado siempre de trabajar y trabajar, relegando la vida personal. Deseaba volver a ver a mi familia, no tenía expectativas laborales, algo que, en ese estado de pausa que atravesaba, andaba necesitando”.
Argentina inesperada
Diego aterrizó en Buenos Aires sin más pretensiones que abrazar fuerte a los suyos y concretar las incontables “juntadas” con amigos que tanto había añorado desde la distancia. Sin embargo, aquella actitud inédita y desapegada hacia el trabajo, trajo consigo el efecto contrario al esperado: las oportunidades y las puertas comenzaron a abrirse.
“De a poquito me di cuenta de que poca gente se especializaba en lo mío y que no había una educación formal en la neurofisiología clínica, sino que era una subespecialidad, un poco un mirá cómo lo hago y hacelo vos”, explica.
Aquel escenario inesperado llevó a Diego a tener una epifanía: su misión en la vida no era tan solo realizar un trabajo asistencial, él debía propagar sus conocimientos de una manera seria y formal, para mejorar el campo de la neurofisiología clínica en la Argentina.
“Me sentía sólido para hacerlo”, afirma Diego al recordar aquellos primeros tiempos en su tierra. “Allí nació la Fundación Argentina de Neurofisiología Clínica, donde tengo dos misiones: llevar el servicio a las instituciones y hospitales que no cuentan con él, y difundir y formar a colegas; es decir, transmitir mi experiencia europea en suelo argentino”.
“Llegué para devolverle a mi querida Argentina todo lo que me dio”
Los dieciséis años en Europa serán tiempos que Diego atesorará en su corazón por siempre. Hoy, al repasar su historia, comprende que, sin importar el destino, cada lugar y experiencia en el mundo es un ciclo que se encuentra con un final.
Con mucho agradecimiento, Diego dejó la vida extranjera para renacer en su suelo, listo para fusionar su aprendizaje europeo con su pasado amputado y su presente argentino.
“Cuando considerás que un ciclo se cumple, que no podés aportar más, que hay un techo, es tiempo de redireccionar, aunque volver fue extraño. Al venir sin expectativas laborales el trabajo se disparó, en cambio, con la familia y amigos encontré cierta apatía. Creo que esas ceremonias de amistad que uno tanto anhela se exageran en el extranjero: resulta que en Argentina la gente no se juntaba tanto como uno creía. Pero de todo lo que extrañé, aprendí: hoy trato de aprovechar como nunca mi tiempo con los seres queridos y suelo ser el motor para que nos juntemos”.
“Estoy orgulloso de la formación que recibí en España y Argentina. Quiero transmitir en mi país lo aprendido. Tuve profesores que no fueron mezquinos con la enseñanza y eso es algo que quiero resaltar, porque hay mucha mezquindad, en general. Cuando alguien sabe o aprendió algo diferente, muchas veces no quiere compartirlo y yo creo que nadie es dueño del conocimiento. Todo conocimiento si no fluye se estanca, va quedando obsoleto y se pudre, igual que el agua estancada. Si sos docente no podés ser mezquino”.
“Mi regreso fue inesperado, sin dudas, pero uniendo los puntos pude encontrar la razón central de mi retorno: llegué para devolverle a mi querida Argentina todo lo que me dio. Me fui deseando aprender más, pero hoy entiendo todo lo que me dio el país. Volví porque me sentía en deuda con la Universidad de Buenos Aires; en muchas partes del extranjero es muy costoso estudiar, yo, en cambio, recibí una beca para investigar con los mejores de la neurofisiología básica a nivel internacional y me pagaban, hacía trabajos pequeños, pero aprendía de grandes maestros, imaginate si no estaré en deuda. Y acá estoy, volví a la Argentina para saldarlas”.
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Si querés compartir tu experiencia podés escribir a argentinainesperada@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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