En Mendoza estaba pasando un muy mal momento y decidió que era tiempo de volver a empezar en Marbella, aunque nada fue color de rosas...
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Virginia llegó a Barajas sola. Deambuló por el aeropuerto durante un tiempo indefinido, entre caras extrañas y sensaciones de ahogo. Estaba perdida, debía llegar a Málaga por tierra y no tenía noción de cómo lograrlo. Detuvo a cada persona que se cruzó por su camino, pidió ayuda sin éxito, la miraban perpleja y nadie conseguía brindarle las instrucciones esperadas, algunos parecían más extraviados que ella, y el trato no siempre fue bueno.
No disponía de mucho dinero, estaba agotada, pero, finalmente, optó por tomar un taxi hasta la estación de trenes de Madrid. Llegó a Málaga algunas horas después, para luego subir a un micro que la trasladó a Marbella, su destino final, donde comprobó una vez más que su celular había dejado de funcionar definitivamente.
Sin poder comunicarse, llegó a su nueva ciudad en un estado de pánico y desesperación, halló su alojamiento, pidió prestado un teléfono y llamó a su madre a través de la cámara. Ella lloraba y Virginia lloraba. La despedida había sido dura, el viaje largo para el cuerpo y el alma.
Pero aun con el dolor a cuestas, Virginia no se arrepentía. A sus 41 años había decidido dejar su querida Argentina atrás para volver a empezar.
De Mendoza a Marbella: “La estaba pasando mal”
Hacía tiempo que Virginia coqueteaba con la idea de irse de su tierra mendocina. Ya no tenía veinte, pero el panorama parecía señalarle que era el momento. ¿Tenerife? ¿Palma de Mallorca? Mejor Marbella, se dijo, tenía un amigo mendocino que había vivido allí por veinte años y que le había facilitado algunos contactos. Con su buen inglés (un idioma que agradece haber aprendido desde pequeña) podría conseguir trabajo orientado al turismo y sabía que en aquella ciudad residían numerosos argentinos.
Sí, era tiempo de irse. Allá, en Mendoza, hacía muchos años que Virginia venía librando una batalla infructuosa, desempleada, juntando los pesos que podía con la venta de repostería, en especial alfajores de maicena.
“La estaba pasando mal”, confiesa. “Venía de trabajar ocho años de cajera de supermercado y, tras ese empleo, no conseguí nada más, azotó la pandemia, fue una etapa muy difícil. Por eso me animé y tomé la decisión de emigrar a Marbella”.
Trabajar y enfrentar las primeras caídas: “Septiembre había comenzado y el turismo había bajado”
Protegida de las malas condiciones meteorológicas por la Sierra Blanca, Virginia sintió de inmediato la calidez que obsequiaba el Mediterráneo. El encanto de Marbella no le era indiferente, pero durante los primeros tiempos el golpe del desarraigo y la incertidumbre impedían descubrir la belleza en su totalidad.
El trabajo llegó a los cuatro días, más rápido de lo esperado, pero su falta de experiencia trajo consigo la primera caída en tierra extranjera. La mujer mendocina nunca había trabajado de camarera y duró muy poco en aquel puesto.
“Pero a los pocos días empecé en otro restaurante, donde duré casi un mes, hasta que me despidieron porque no era la temporada que esperaban y no precisaban tanto personal”, cuenta. “A los dos días ya estaba en otro y ahí todo fue mucho mejor, gracias a las experiencias anteriores. Aun así, a los dos meses me pidieron que no vaya más, septiembre había comenzado y el turismo había bajado”.
Virginia decidió cambiar de rubro y pronto encontró trabajo en una heladería, donde la pusieron a prueba una semana, sin éxito. No lograba servir bien los helados, los cucuruchos se le rompían y si ponía helado de más, se lo hacían tirar delante del cliente: “Un papelón me hacía pasar la encargada...”
Calidad de vida, calidad humana: “Me han ayudado más los españoles o de otros países, que el argentino”
A pesar de los altibajos, Virginia ya se sentía más asentada en la habitación que había alquilado, y familiarizada con las calles y los paisajes de gran belleza, como las playas, el casco histórico y el paseo marítimo. No estaba dispuesta a rendirse.
Halló un nuevo empleo en otro restaurante, donde hasta hoy se desenvuelve con mayor soltura, pero que le reafirma una de las enseñanzas que le deja el hecho de ser foránea: no importa el lugar del mundo donde uno esté, siempre hay que pagar derecho de piso.
“Te hacen hacer las tareas más pesadas, no les gusta cuando alguien es nuevo”, asegura Virginia, quien para obtener más dinero también se empleó de manera esporádica en tiendas de ropa. “Sin dudas, lo bueno que destaco de acá es que hay mejor calidad de vida, destaco la seguridad, no hay inflación o es mínima para nuestros parámetros”.
“Lo malo, que en realidad no lo llamaría malo, es que hay que pagar el precio del desarraigo, estar lejos de todos tus afectos”, continúa. “Yo me vine sola y acá cada uno vive a su ritmo. Con los pocos conocidos que tengo no me veo casi porque cada uno tiene su vida, su trabajo. Me ha pasado que el mismo argentino no te da mucha bola, perdón la expresión, por ahí me han ayudado más los españoles o de otros países que el argentino, que, a su vez, te pregunta de todo: que por qué vine, si tengo papeles, en qué trabajo. El FBI parece, ojo, no todos, por suerte he conocido compatriotas muy buenos”.
Aprendizajes y añoranza argentina: “Soy de las que cree que hay que arriesgarse en la vida”
La llegada de Virginia a España fue dura. Nada fue color de rosas. Hoy, solo por hoy, Virginia halló cierta estabilidad en su nueva vida. En un planeta en constante movimiento político, económico y social, tener empleo es un tesoro que ella aprecia más de lo imaginable. No hace mucho tiempo atrás, su vida había alcanzado un límite en una Argentina donde se hallaba desempleada, entre changas, intentando sobrevivir. Una Argentina que extraña hasta el infinito.
“Y por más mal que esté el país yo amo a mi Argentina y quiero que mejore algún día. Lo teníamos todo... Una lástima. El otro día me conmoví mucho porque un matrimonio español que escuchó mi historia me decía: `Argentina, qué país tan elegante y con buena presencia´. Cuando uno está lejos valora más las cosas...”, reflexiona Virginia, emocionada.
“Aliento a todos aquellos que quieren venir, pero sí recomiendo que lo hagan con papeles. Las empresas no contratan sin papeles, las multas son muy caras. También deben saber que aquí hay que venir a trabajar, nadie te regala nada”, continúa la mendocina, quien en pocos días comenzará a trabajar en El Corte Inglés.
“¿Se extraña? Sí, un montón, pero hay que ser fuerte, mi familia y amigos me alentaban a venir, otras personas me decían que para qué me iba a ir a otro país. En Argentina nada me ata y soy de las que cree que hay que arriesgarse en la vida, no quedarse con la incertidumbre de cómo podría haber sido. Muchos me dicen que soy valiente y fuerte por haber emprendido a los 41 años este viaje sola a un país que no conocía. Yo misma me sorprendo por haberme animado. Quiero tener un futuro mejor”, concluye con un intenso brillo en sus ojos.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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