En Buenos Aires no encontraba las opciones que se ajustaran a sus expectativas. Decidió abrirse a nuevos horizontes y arriesgarse por su sueño.
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Lucía Amura tenía un sueño que desde muy temprana edad dibujaba en su imaginación, vislumbrando los posibles caminos para alcanzarlo. Cuando los días del secundario quedaron atrás, decidió recorrer las calles de una Buenos Aires siempre activa y atractiva, tras la búsqueda de aquel lugar donde pudiera desarrollar su deseo. Sin embargo, y a pesar de dar con varias opciones, ningún espacio cumplía con sus expectativas.
Ella, que hacía tiempo soñaba con sumergirse en el mundo de la cinematografía, comprendió que debía abrirse a nuevos horizontes.
Otros horizontes y tensiones familiares
Su madre la apoyó desde el primer momento. Lucía comenzó a investigar universidades en el extranjero, mientras que su progenitora la acompañaba con cariño en el proceso. Finalmente, luego de mucho esfuerzo y tras ganar seis becas, quedó seleccionada para estudiar en Full Sail University en Orlando.
Su padre y su hermano, en cambio, se opusieron fuertemente a la idea, lo que generó tensión y desató discusiones dentro del seno familiar: “En ese momento no era consciente, pero hoy sé que todo eso me generó mucha ansiedad, autoexigencia personal y presión”, reflexiona Lucía, al recordar aquellos días.
A pesar de las asperezas, la joven levantó cabeza; sabía que ella, solo ella, estaba en su cuerpo y su vida, y que nadie más podría hacerse cargo de su felicidad. Determinada a emprender un nuevo capítulo de su existencia, un buen día dejó la Argentina para ir tras su sueño.
Vivir en Orlando: grandes amistades y “argentino quebrado”
Lucía llegó con ganas de absorber todo lo nuevo que surgiera en su camino, predispuesta a vivir el presente, abrirse a lo bueno y lo malo. Así, envuelta en una curiosidad plena, Orlando amaneció efervescente, desafiante, pero amigable desde el primer día.
“Recién años más tarde, cuando me mudé a Los Ángeles, experimenté lo que en Estados Unidos denominan homesickness (extrañar el hogar, nostalgia hacia el hogar). Antes de esto, estaba muy absorta en la curiosidad, aprendiendo sobre la cultura estadounidense y adaptándome a ella”, cuenta.
Para Lucía, tal vez lo más impactante fue lo sencillo que le resultó integrarse, y lo bienvenida que se sintió por parte de sus compañeros. Provenientes de diversas culturas, todos fueron acercándose entre sí de manera espontánea, hasta involucrarse de la mejor manera en las vidas de cada uno.
“Cabe destacar la excelente organización de la universidad”, asegura Lucía. “También, la rapidez con la que adoptamos el idioma, tanto el inglés como los diferentes castellanos presentes. Recuerdo a mi mejor amiga riéndose a fin de año por mi `argentino quebrado´, ya que me expresaba con palabras puertorriqueñas, venezolanas, colombianas, españolas y con el inglés de por medio”, continúa entre risas.
Los Ángeles: “Tenía compañeros que dormían en sus autos y pagaban suscripciones en gimnasios para poder bañarse”
Los años transcurrieron dedicados al estudio y a forjar amistades inolvidables. “Cuando termines, deberías mudarte a Los Ángeles”, le dijo a Lucía su consejera de carrera. Este consejo fue apoyado por Mark Bucksath y Keith Lyons, dos de sus grandes mentores durante sus años universitarios.
“Les debo muchísimo y estoy totalmente agradecida. Ellos creían que, entre todas mis opciones, mi personalidad encajaba perfectamente con Los Ángeles. Lo resalto porque primero pensaron en mi bienestar y no en una conveniencia estrictamente profesional, ellos apuntaron a que desenvolviera mi mejor versión”, asegura emocionada.
Tal como le sucedió a su llegada a Orlando, Lucía arribó a California abierta a lo que pudiera suceder y convencida de que, pasara lo que pasara, la experiencia valdría la pena: tenía una profunda convicción de que todo iba a estar bien. Y así fue, aunque cierto temor inevitable la acompañó en su arribo.
“Había escuchado muchas historias desafiantes. Compañeros que no encontraron trabajo hasta meses después de llegar allí, que dormían en sus autos y pagaban suscripciones en gimnasios para poder bañarse y no depender de un alquiler, entre otras historias”.
Pero Lucía no iba a permitir que el miedo estancara sus motivaciones. Arribó a la imponente ciudad con su visa de estudio vigente bajo la modalidad OPT (Optical Practical Training) y recomendaciones. En los siguientes días, una serie de sucesos y conversaciones casi casuales la llevaron hacia un carrusel de oportunidades y, a las dos semanas, se encontró trabajando como asistente de producción para una serie de Netflix.
Los Ángeles: cultura del trabajo y ambiente inclusivo
Para Lucía no hubo pausa. Casi de inmediato, Los Ángeles le abrió sus puertas de par en par para insertarla en su ritmo acelerado, creativo, alocado y enriquecedor. La joven argentina no podía salir de su asombro: la ciudad parecía ser interminable, de una magnitud impactante, acompañada por una atmósfera artística evidente.
“Es impresionante cómo la gran mayoría de las personas con las que te encontrás en Los Ángeles son actores y actrices, cineastas, bailarines, músicos, escritores, productores o inclusive todos los roles juntos”, asegura. “También entendí por qué el estado de California es uno de los más populares, especialmente con respecto al clima y su geografía. Tenés de todo: el desierto a pocas horas, las montañas, la nieve, la playa, el mar...”.
“Algo que también me gusta mucho es la trascendencia de la inclusión. Esto va de la mano de la libertad con la que se desenvuelven las personas. Mis valores, confianza y sexualidad crecieron exponencialmente gracias a esto. Además, hay mucha integración cultural, especialmente con los latinos”, continúa sonriente. “Pero no todo es perfecto, algo no tan positivo son los costos de vida y el alarmante despliegue de vulnerabilidad social. Especialmente, en el centro de la ciudad, que puede resultar bastante peligroso, solitario, abandonado y triste. Lugares como Skid Row, son ejemplo de todas estas carencias”.
“En cuanto a la calidad humana es difícil, a mi parecer, hacer nuevos amigos y conocer gente nueva en la ciudad debido al entorno, ya que es uno muy competitivo. También, por estar la mayor parte del tiempo inmerso en la cultura del hustle, de trabajar sin parar, algo muy representativo de Los Ángeles”.
Nada es regalado: “Elegí este camino para desarrollarme como artista, crecer como persona y realizar mi sueño”
A pesar de su pulso acelerado, tal como sus mentores habían anticipado, Los Ángeles se alineaba con sus búsquedas y sueños. Cada mañana, Lucía emprendía su viaje hacia un trabajo colmado de desafíos y perfeccionismos, en una ciudad llena de oportunidades, pero solo receptiva a la actitud, el desempeño y el esfuerzo.
“A pesar de mi experiencia, como todo en la vida, nada es regalado y los trabajos no caen del cielo. Yo, aparte, fui como freelancer, donde las circunstancias son otras y todo cuesta más”, reflexiona. “Asimismo, es una ciudad cara, pero en la que se puede vivir muy bien inclusive con lo justo. Al ser otra economía, tenes posibilidades que, en Argentina, siendo joven, no existen”.
“Elegí este camino para desarrollarme como artista, crecer como persona y realizar mi sueño. Ojo, pasé por muchos momentos en los cuales las cosas no fueron como esperaba, numerosas decepciones, momentos personales complicados, pero de todo aprendí y me llevo infinidad de enseñanzas”.
Argentina en el horizonte
Su permiso para trabajar dentro del marco del OPT estaba llegando a su fin y para Lucía quedaban dos opciones: conseguir una propuesta laboral por fuera del programa universitario o regresar a la Argentina.
Meses antes de que su visa caducara, la ansiada oferta apareció, lo que le permitiría quedarse en Estados Unidos bajo el patrocinio de una importante empresa, pero, por motivos externos, la propuesta cayó: así de volátil y cambiante podía ser allí también el mercado laboral.
De pronto, después de tantos años, Lucía comprendió que era tiempo de regresar.
Argentina inesperada y un “volver para atrás”: “Hay que saber poner límites, saber decir que no y ante todo, priorizarte, amarte a vos mismo”
En Argentina, Lucía amaneció rara. Su país se sentía extraño en su piel, así como los tiempos, que parecían detenidos, ajenos. Nada había cambiado, los paisajes y las personas habían permanecido casi inamovibles, pero ella ya no era la misma: de pronto, su propia tierra había surgido inesperada, casi extranjera. Su vida afuera la había transformado y sus ojos ya no miraban igual.
“La Luli que vivía en Argentina, definitivamente no es la Luli de hoy”, dice. “Definitivamente fue muy difícil volver a Argentina y reajustarse. Transcurrir esto durante la pandemia me causó mucha ansiedad, depresión y complicaciones en mi salud. A la par, trabajando para una empresa bastante complicada. No es fácil `volver para atrás´. Las amistades son diferentes, la calidad de vida es otra, todo significa un cambio radical. Y para ser totalmente honesta, hasta el día de hoy, todavía me cuesta y no consigo adaptarme del todo. Pero a veces es así, para reencontrarse hay que perderse, y creo que los seres humanos nos tenemos que perder a lo largo de la vida con el fin de evolucionar, de reinventarnos”.
“Y, sin dudas, me considero una afortunada, no por el privilegio de haber vivido en aquellas ciudades del primer mundo, sino más bien por haber apostado ante todo por mí, por un sueño y mi felicidad. Desde los 13 años supe que me encantaba la fotografía y las cámaras. Y aquí estoy, aún más enamorada de mi profesión que cuando tuve aquel descubrimiento”, continúa con orgullo.
“Mi experiencia me enseñó que la vida se trata de arriesgar y apostar por lo que te apasiona. Que soltar es sinónimo de crecer, un acto de valentía y de mucho amor, requerido para transformarte. Aprendí a ser observadora de mis experiencias, porque las claves para la vida están allí y más aún en las negativas. Mis vivencias me enseñaron a no tener miedo al fracaso o a que las cosas salgan mal, porque es parte de la vida”, agrega.
“Pero, sobre todo, me aprendí la importancia de ser uno mismo. La industria del cine puede ser muy fría, desafiante y desgastante. Por ello, hay que saber poner límites, saber decir que no y, ante todo, priorizarte, amarte a vos mismo. Así sea ante situaciones o personas. Pero también a aceptar tu vulnerabilidad y saber pedir ayuda cuando la necesites”, concluye Lucía, una mujer siempre dispuesta a ayudar a otros que desean cumplir su sueño en el mudo de la cinematografía.
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Si querés compartir tu experiencia podés escribir a argentinainesperada@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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