Laura Mariel Louzau nació el 16 de junio de 1967, o al menos eso es lo que dice su partida de nacimiento; este documento es falso y fue emitido por una partera que formaba parte de una red que traficaba recién nacidos
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Era una tarde de sábado de 2001. Laura Mariel Louzau, de entonces 34 años, llegó a lo de su hermano, en Olivos. Él la había invitado, y ella pensó que se trataba de una reunión familiar. Pero cuando llegó, lo percibió en el ambiente: había algo más. En el living, la esperaban dos de sus hermanos, Jorge y Alejandro, y su padre, que parecía nervioso. “Papá tiene algo que decirte”, introdujo Jorge. Su progenitor tomó la palabra: “Le juré a tu mamá antes de que muriera que vos nunca te ibas a enterar. Estoy rompiendo un pacto y eso me hace muy mal -dijo, cabizbajo y entre lágrimas-. Vos sos adoptada”.
Ella se quedó dura, no pudo decir nada. Nunca lo había sospechado, pero ahora que lo sabía, por fin lograba entender por qué nunca se vio parecida a sus hermanos, que entre ellos eran “calcos”, y por que su tez era más oscura.
Pero en seguida también descubrió piezas que no encajaban dentro del relato de adopción: si quienes la criaron no eran sus verdaderos padres, entonces su partida de nacimiento era falsa. En este documento, Maribel Luisa Galasso y Osvaldo Luis Louzau figuraban como sus progenitores biológicos, no adoptivos.
Esta y otras incongruencias fueron para Laura el punto de partida de una investigación que al día de hoy, 54 años después, sigue avanzando de a poco. Después de esa noche, Louzau se sumergió en una búsqueda solitaria y frustrada. “Al principio, lo llenaba de preguntas a mi papá -su madre había muerto de cáncer cuando ella tenía 17-, pero él nunca me las contestó. Me decía que mi mamá se había ‘encargado de todo’, que él no sabía nada. Nunca me dio ninguna información”, cuenta hoy, desde su departamento.
Recién el año pasado surgieron los primeros indicios sobre su origen. Louzau toma de la estantería del living una pila de documentos y planillas, y los acerca a la mesa. Es toda la información que tiene sobre su caso, un caso de tráfico de bebés en el que están involucradas 14 parteras y que ya tiene, por lo menos, 140 víctimas, entre las que se encuentra ella.
Tardó 20 años en saberlo: “no fui adoptada, fui apropiada”, dice de manera pausada, como si esta palabra le pesara más que cualquier otra.
Nacer en un “supermercado de bebés”
Laura dejó de festejar su cumpleaños el 16 de junio, la fecha que figura en su partida de nacimiento, desde que se enteró de que no era hija del matrimonio Louzau. Calcula que nació unos días antes, por lo que suele celebrar el 13.
Por más de 20 años, las únicas certezas que tenía eran, primero, que había sido adoptada de manera ilegal y, segundo, que sus “padres” habían pagado por ella. Nadie se lo dijo, su padre se lo negó por años, hasta que murió. Pero para ella era simple sentido común. “Nadie te hace esto gratis”, afirma, con su partida de nacimiento falsa en mano.
La fecha y los datos de paternidad que figuran en este documento son falsos, pero la dirección donde nació y el nombre de la partera que intervino en el parto son verdaderos. Su prima Diana es testigo del domicilio en el que fue buscada. Ella, nacida en Rio Negro, vivió varios años con la familia Louzau mientras cursaba sus estudios universitarios en Buenos Aires. Sus tíos Osvaldo y Maribel le pidieron que los acompañara a buscar a la nueva integrante de la familia. “Se acuerda poco, dice que lo bloqueó porque mis papas le hicieron prometer que nunca dijera nada, pero recuerda que me buscaron por una calle en Parque Centenario”, cuenta Laura.
El recuerdo coincide con la dirección que figura en su partida de nacimiento: Campichuelo 840. Laura fue a visitar el lugar en 2001, cuando se enteró de que era adoptada, pero para ese entones en el domicilio ya no había una casa, sino un supermercado chino, y ni sus propietarios, que hablaban un español poco fluido, ni los vecinos, supieron decirle quién había vivido ahí en 1967.
Su prima también le contó que su madre se ponía un almohadón en la panza para que sus tres hijos varones se creyeran el embarazo. Todos los adultos de la familia, tíos y abuelos, sabían que era “adoptada”, aunque no conocían la ilegalidad del asunto, afirma Laura. “los vecinos también sabían, hasta el almacenero sabía”.
Al principio, ella dedicaba gran parte de su tiempo libre a la investigación. “Agarraba la guía telefónica y llamaba a todos los apellidos parecidos a los de la partera que aparece en mi partida, Gregoria Agra de Pasini. Las respuestas eran: no existe, no está, no vive. Nadie me daba nada”, cuenta.
La frustración y la incertidumbre la llevaron a dejar todo atrás. Abandonó su trabajo, dejó la investigación y viajó a Uruguay. Al principio, su idea era quedarse por las vacaciones, pero se enamoró de un uruguayo y quedó embarazada al poco tiempo. “Mi prima me decía que quedé embarazada porque quería tener alguien que sea realmente mío. Yo también lo pienso”, cuenta.
Rafaela, su única hija, terminó la secundaria el año pasado. Durante su crianza, parte en Uruguay, parte en las sierras cordobesas y parte en La Lucila, donde están instaladas ahora, Laura decidió abandonar la búsqueda de su identidad. Estaba frustrada y no sabía cómo proseguir. Pero este año, decidió retomarla.
Los primeros indicios esclarecedores aparecieron el pasado 23 de agosto, y no hicieron más que complicar aún más el panorama. Laura estaba yendo a trabajar en subte cuando recibió un mensaje de un amigo que estaba ayudándola con la investigación. Le mandó una nota de LA NACION publicada un año atrás, titulada: “Las parteras del horror. Se robaban bebés y sus víctimas hoy luchan por saber la verdad”.
En el artículo, se daba a conocer la historia de una red de parteras que apropiaban y vendían bebés. Los niños nacían en los consultorios montados en las casas de las profesionales, en distintos puntos de la ciudad de Buenos Aires. Una de las mujeres denunciadas en la nota es Gregoria Agra de Pasini, que figura en la partida de nacimiento de Louzau. La red a la que esta mujer pertenecía se dedicó al tráfico de bebés, por lo menos, entre 1956 y 1985.
“La noticia me impactó de una manera tremenda. El hecho de ser adoptada ya me había pegado muy mal, sentía como si me hubieran dado vuelta la vida, todo lo que era, ya no era. Fue muy linda mi infancia, mis papás me dieron de todo, era la nena mimada. Pero no era real”, recuerda. Laura hace una pausa y sigue: “cuando me enteré de que fui apropiada, el impacto fue peor todavía. Fui sustraída, ¡seguramente sin que mi mamá lo deseara!”.
Las víctimas, hoy ya adultas, tienen un grupo de Whatsapp y uno de Facebook, donde comparten la información que consiguen sobre el caso. Laura se unió a ambos grupos apenas se enteró, en agosto. La mayoría de los miembros, destaca, tienen varias cosas en común: se enteraron de que no eran hijos de sus supuestos padres de grandes y sus “familias” se negaron a contarles la verdad, por lo que tuvieron que iniciar la investigación por su cuenta.
“Estuve viendo las fechas de nacimiento de cada uno de nosotros y somos todos muy seguidos. Era como un supermercado de bebés”, dice Louzau, mientras muestra en una planilla fotocopiada la fecha y el lugar de nacimiento de cada una de las víctimas. Los domicilios que figuran en sus partidas de nacimiento se repiten: en muchos casos es Jufré al 140, en Villa Crespo; en otros, Cádiz al 3900, en Parque Chas, y en otros, Campichuelo al 840.
Desde que salió la primera nota de LA NACION, también apareció una madre, Stella Maris López, que afirma que la socia de Agra, Francisca Ofelia Pintos Lemos, fue la partera de su primera hija. Poco tiempo después del parto, Lemos se llevó al bebé y luego le comunicó que este había muerto, pero nunca le entregó el cuerpo. “Yo era una piba inocente de 14 años y, junto con mi hija, me robaron mi inocencia”, dijo a LA NACION en agosto de 2020. La mujer nunca hizo la denuncia. Hoy, unida al grupo de víctimas de este grupo de parteras, todavía busca a su hija.
La experiencia de esta mujer es la razón principal por la que Louzau tiene la esperanza de que su madre biológica no la haya querido dar en adopción.
Louzau denuncia la falta de contención del Estado. “Toqué muchas puertas y nada. Pareciera que los que nacimos fuera de la época de la dictadura tenemos que arreglarnos solos, que nuestro derecho a la identidad no importa”, manifiesta.
Todos los datos que la agrupación tiene recopilados hasta la fecha -la interconexión entre las parteras y la historias de algunas de ellas- fueron reunidos por las mismas víctimas, sin ayuda estatal. El grupo consiguió una fotografía en blanco y negro de Lemos, pero no tiene ninguna de Agra de Pasini. Louzau llegó a pensar que la partera usaba un nombre falso para firmar las partidas.
Pero hace poco, una de las personas apropiadas al nacer aportó nuevos datos a la investigación. Ella le comentó a una compañera de trabajo sobre su nacimiento, y su compañera le dijo que ella tenía parientes apellidados Agra, y que había pocas personas en la Argentina con ese apellido. Luego de preguntarle a su familia, pudo averiguar que Gregoria Agra de Pasini era parienta lejana suya y que todos sus familiares estaban al tanto de la ocupación de la mujer (sabían que se dedicaba a hacer abortos clandestinos y adopciones ilegales), por lo que la habían dejado de ver. Lo último que supieron de ella es que había sido denunciada, que huyó primero a Brasil y luego a España, donde finalmente murió.
Hoy, la única de las 14 parteras que aún sigue viva es Marta Rosignoli. Ella también fue denunciada por sus vecinos, que veían llegar a su puerta mujeres embarazadas, que luego salían sin sus bebés, en 1976. Por esta razón, la policía allanó su propiedad. Según el expediente de la causa contra Rosignoli, cuando vio el despliegue de los efectivos frente a su domicilio, la mujer huyó “por los techos de las casas vecinas (...) portando dos criaturas de pocos días de vida, una en cada brazo”. La partera fue detenida y los dos bebés, adoptados de manera legal. Actualmente, Rosignoli, la única de las parteras cuyo caso llegó a la justicia, vive en un chalet en San Isidro y será sometida a juicio oral.
“Me cuesta mucho decir que fui apropiada. Yo digo que no fui apropiada por mis padres adoptivos, sino por las parteras, que después me vendieron a mis padres. Estoy segura de que ellos no sabían la verdad. Seguro pensaban que mis padres biológicos no me podían tener y que me dejaron”, afirma. Laura es consciente de que no tiene forma de probar su teoría, pero, por los valores que recuerda de sus padres, está convencida de ello. Su living comedor está repleto de fotos, tanto de la infancia de su hija, como también de su propia niñez y adolescencia, junto a la familia que la crió.
Hoy su principal objetivo es encontrar a su madre. “Lo que busco, primero, es poder reconocerme con alguien, como me pasa con mi hija. Segundo, después de todos estos años, que me diga qué pasó, que me diga ‘mirá me confundí', o ‘no sabía, me mintieron’. O me diga ‘che, no quiero conocerte’. En ese caso le voy a decir: ‘está bien, pero ¿me podrías mandar una foto por WhatsApp por lo menos?’ -se ríe-. También puede ser que yo haya sido fruto de una violación, y por eso ella no quiso quedarse conmigo. Hay tantas opciones, pero creo que a esta altura estoy preparada para ver qué me pueden decir. La verdad es para todos”.
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