Cruzaron miradas una noche, y desde entonces sintieron que estaban destinados...
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Hasta hace poco, Lucía miraba por la ventana sin saber bien qué esperar. Por momentos tenía la ilusión de que él aparezca por la vuelta de la esquina, como lo solía hacer allá por el año 2011, cuando todo entre ellos parecía salido de una novela romántica perfecta.
Por supuesto, como en toda novela, lo de ellos no había comenzado de manera suave y sin sobresaltos. Juan la había visto en una fiesta de fin de año de la empresa a la que él había asistido como acompañante de su novia de toda la vida.
“¿Red flag se dice ahora? Bueno, antes decíamos que te sonaban todas las alarmas. En mi caso fue claro, la alarma era obvia: él estaba en pareja con una compañera mía de trabajo y no había manera de que yo estuviera interesada en un hombre comprometido”, rememora Lucía.
Pero desde aquella noche, Juan no fue capaz de apartar su mirada de ella, y Lucía, en un intento por ignorarlo, le contó a su amiga al día siguiente: bueno, tampoco es tan lindo.
Cuando la vida te quiere unir: “¿Y si resulta que sos el amor de mi vida?”
A veces la vida se empecina con eso de elucubrar encuentros constantes con quienes hasta entonces jamás habíamos visto. Así sucedió entre Lucía y Juan. A la fiesta de fin de año, le siguieron el cumpleaños de Flor -que decidió invitar a sus amigas de trabajo con sus parejas-, una salida espontánea organizada por Gaby, y la frutilla del postre, el día del amigo organizado después del horario laboral. En todos aquellos encuentros apareció Juan, que intentaba por todos los medios entablar una charla con Lucía, quien primero procuraba evitarlo, pero luego sucumbió ante él: “Resulta que teníamos mucho en común y era muy interesante. Y para entonces me dije: bueno, nos llevamos bien, no hay nada entre nosotros, y a su novia no parece molestarle”.
¿Por qué en los dos años en los que había trabajado para esa empresa nunca antes lo había visto y ahora, de pronto, su presencia no dejaba de aparecer? Lucía sabía que Juan estaba en pareja con su compañera desde hacía por lo menos diez años, sin embargo, había sido tan solo un nombre que cada tanta surgía en alguna conversación.
La respuesta llegó un día de agosto, por mensaje de texto. En su pantalla del celular, Lucía vio el sobre que simulaba ser una carta, que indicaba que tenía un mensaje nuevo; el número le era desconocido, pero no dudó en abrilo de inmediato: “No puedo dejar de pensar en vos. Fui a esa fiesta de fin de año de mala gana, y ahora solo espero con ansias que tus amigas organicen algo donde los novios estén invitados”, decía. “Nunca sentí algo así. Intento olvidarme, no hacer caso de lo que siento, pero ¿y si resulta que sos el amor de mi vida?”
A Lucía le corrió un escalofrío inesperado seguido de un calor intenso. Tembló como una hoja y dejó su teléfono de lado. Tres horas más tarde leyó de nuevo el mensaje: “No creo que sea bueno seguir esta conversación”, le puso.
Propuesta indecente y una respuesta firme
“La primera noche que te vi sentí que estábamos destinados, sé que es muy inapropiado de mi parte, pero hay un lazo que siento que nos une. Lo puedo percibir en nuestras conversaciones”. Lucía decidió no disimular más. Ambos eran conscientes de esa sensación que Juan describía. Y, como siempre, a él le gustaba adicionar una cuota de misterio a su vida entera.
“Vos decí el día y el lugar, me gustaría poder verte”. Hasta el día de hoy Lucía no sabe por qué se dejó llevar por sus juegos de seducción, pero decidió aceptar su propuesta. Se encontraron en una esquina cercana a su hogar dos días más tarde, cuando el sol todavía brillaba y le otorgaba la ilusión de poder ver con los ojos bien abiertos y estar en sus cabales.
“Pero, tal como había sucedido en los otros encuentros, la charla ahí, en medio de la vereda, fluyó como si nos conociéramos desde siempre. Caminamos un rato, entramos a un bar a eso de las siete de la tarde, pedimos unas cervezas y conversamos como viejos amigos”.
Me gustás tanto, lanzó él, pero ella, fiel a sus principios, le dijo que jamás iba a tener nada con un hombre comprometido.
Sin trabas morales para un idilio de fantasía
“No estamos más juntos”. Ese fue el mensaje que Lucía recibió cierto día y con el que tocó el cielo con las manos. Ahora todo era diferente, se dijo, no había freno para ver hacia dónde iba su historia de amor, no había trabas morales, pero, mejor aún, no debía corromper sus propios principios.
Con aquella liberación, siguieron las citas, llegaron los te amo y aquellos días de ensueño en los que Lucía lo veía llegar por la esquina de su casa, con una sonrisa plena y el plan de pasar las mejores horas juntos: “Y algo muy importante es que yo había cambiado de trabajo unos meses antes”, aclara ella. “Desde ya hubiera sido muy incómodo estar juntos y tener que verla a su ex todos los días ahí”.
El idilio, sin embargo, duró menos que el tiempo en el que habían jugado a la conquista. Fueron días felices, sin dudas, pero, poco a poco, Juan se sumergió en un laberinto de culpa, que lo llevó a perder la sonrisa inicial y a espaciar sus encuentros. Lucía lloró ante cada ausencia, y si bien los te amo no habían cesado, las dudas en Juan crecían.
“Un amor de la vida no se alimenta con platonismos”
Se dejaron de ver cierto día de marzo, él se fue jurándole que todo lo que había sentido había sido cierto y que aún creía que estaban destinados a ser el gran amor de la vida del otro.
Hace pocos días, Lucía miró por la ventana como cada día, pero ya no espera nada. Hace un tiempo recibió un mensaje de él, donde le confesaba que se había casado con la mujer que lo había acompañado en momentos muy duros de su vida, que no le podía fallar, y que aparte había sido padre. “Pero no hay día que no piense en vos, en que creo que sos el amor de mi vida”, decía también el mensaje.
“Toda esta información de él yo ya la tenía, me refiero al casamiento y el hijo, pero aun así tenía la ilusión todos estos años de que apareciera”, confiesa Lucía. “¿Por qué cambió mi sentir con este mensaje? Algo se rompió cuando volví a leer palabras viejas, frases hechas que sirvieron al comienzo para marcar un camino de esperanza… pero, en serio, ¿con todo lo que vivimos seguís con lo del amor de la vida? ¡Crecé! Las personas maduras por el amor de la vida se juegan de verdad. Y un amor de la vida no se alimenta con platonismos, se demuestra con la presencia”.
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