Es argentina y se convirtió en musulmana por amor/convicción. Hoy integra la comunidad senegalesa de Buenos Aires
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Hace poco más de una década atrás, Mame Diarra Dione (que se pronuncia Mam Diara Dion) no se llamaba así. Era una chica del conurbano, que viajaba a Capital —como tanta gente—, para trabajar de lunes a sábados en un local de indumentaria deportiva. Usaba suelto su pelo enrulado. A veces se lo recogía para sentirse más cómoda, pero nunca se lo cubría con un pañuelo, como ahora.
En una casa con patio en el barrio de Morón, el movimiento es constante y propio de una familia que se extendió con el tiempo. Mame Diarra cuenta que se acaban de mudar así que aún se están acomodando a la rutina del nuevo espacio.
No pasó tanto tiempo desde que se mudara sola a un departamento hasta este presente, con niños, adultos y decisiones. Tal vez lo que cambió todo fue una persona que funcionó de puente hacia su nueva vida. El encargado del local en el que trabajaba le dijo que quería presentarle a un amigo. Lo describió como el hombre ideal para ella: tranquilo, responsable, con un puesto dentro del Ministerio de Justicia. Ella no quería una cita a ciegas, no le gustaban esas cosas. “Un día lo obligó a venir al local. Lo vi y nos enamoramos. Fue como amor a primera vista”.
Entre Senegal y Argentina: alegrías y tristezas
Ababacar Sow era su nombre. Había llegado de Senegal a los 17 años en busca de mejores perspectivas. En su país la familia es una institución fuerte, el núcleo incluye a tíos, primos, abuelos y hasta amigos que son como hermanos. El compromiso de colaborar con su bienestar es un deber para ellos. Lo dicta su religión, la rama mouride del Islam, que practica cerca del 90% de la población. Es una de las principales razones por las que los hombres salen de sus hogares: necesitan dinero para enviarles, dinero que no abunda en el país. Alguna vez su territorio fue rico y fértil pero la ocupación francesa, luego la inglesa, las explotaciones y la trata de esclavos, cambiaron su economía para siempre.
La película Estoy acá (Mangui Fi) muestra dos historias, una es la de Ababacar Sow, la otra corresponde a Mbaye Seck. Uno está conforme con su realidad, el otro extraña y solo piensa en juntar recursos para volver a su tierra, no se acostumbra a la idiosincrasia argentina. “Lo que perciben como círculo de solidaridad y de obligación es mucho más amplio. Nuestro círculo de solidaridad es más estrecho, nuestra familia nuclear, y ahí”, explica el tutor devenido en jefe de Ababacar, el abogado Marcos Filardi en ese documental. El de ellos se extiende como las ramas de los árboles.
Mame Diarra y Ababacar estuvieron de novios durante un año —algo que no es común para sus costumbres—. Después de casarse ella viajó sola a Senegal para conocer a la familia. No hablaba nada de su lengua, wolof”. Cuatro meses fueron suficientes para quedar fascinada por Dakar, las playas y su gente. Así comenzó a integrarse a la cultura. Él ya tenía una esposa, y una hija pequeña; la religión permite la poligamia en los hombres. Mame Diarra estaba dispuesta a amarlo sin condiciones y eso incluía la aceptación de todos sus lazos.
Lo que más le gustó a ella fue la tradición familiar. “Esto de compartir, allá no existe horario ni cantidad de gente para comer. Es una costumbre y me encanta, ¿entendés? Que estén las familias, todos juntos es hermoso”.
A su regreso, en diciembre de 2018 quedó embarazada; la felicidad por la noticia duró poco. Mame Diarra ya planeaba la venta de accesorios durante la temporada de verano en Villa Gesell. Pero un día Ababacar empezó a sentirse mal. Gastroenteritis. Ella pensó que era por comprar comida afuera pero él seguía bajando de peso. En un mes había perdido 15 kilos.
“Al ser flaco se le re notaba, ¿viste? Y yo dije: nos vamos al Hospital Italiano. Encontramos que tenía hepatitis B mal curada”. Los médicos se preocuparon por su salud, pero ella no se había contagiado. El panorama para él era grave, sin ni siquiera haber probado alcohol en su vida, se le había declarado una cirrosis, una lesión del riñón. A través de una biopsia comprobaron que tenía cáncer.
—Y bueno, ahí nos dijeron que el tiempo de vida era muy corto, dos meses. Entonces dejé de trabajar y busqué la manera de cuidarlo para que no fuera ese tiempo que ellos decían. Empecé a cocinar, por ejemplo, orgánico, compraba en tiendas que eran carísimas. Lo hemos llevado a terapias de chinos, comía semillas, aceites, se alimentaba para que el hígado no trabajara tanto.
A él le practicaron la primera radioembolización en Argentina. “Es como frenar el hígado para que la enfermedad no siga invadiendo todo el cuerpo”. Durante un mes no se pudo acercar a ella, por los rayos.
Hicieron todo lo humanamente posible. Y más. “Te juro desde rezos. Es algo muy triste porque con él planeamos mucho la llegada del bebé”. No se les hubiera ocurrido que algo así le podría pasar a una persona tan joven y saludable, que se volvía del microcentro a Caballito caminando todos los días.
Fueron siete meses de tener fe contra todo pronóstico. Faltaba solo uno para dar a luz cuando Ababacar trascendió hacia otro plano.
—Nunca imaginé que en el mejor momento de mi vida pudiera pasar eso. Igual yo nunca caí, para mí estaban locos los médicos. Creo que es una negación, si no, no iba a tener esa fortaleza que tuve.
Entonces nació Ibrahima, el niño esperado.
El documental Mangui Fi tuvo su recorrido y sus premios. Ababacar llegó a verlo y hasta viajó a Mar del Plata cuando la película recibió premios internacionales. Mame Diarra lo vio después, juntó coraje para ir a la función de estreno. En pantalla grande quedó un registro de sus miradas y sus voces, de la emoción del casamiento.
Los primeros años fueron difíciles. Tuvo que sacar fortaleza del dolor para criar a un bebé sin su padre, le costó muchas sesiones de terapia aceptar que las cosas serían diferentes a como las habías soñado. Pero nunca se alejó de la comunidad senegalesa; aun sin haberse convertido, se sentía parte de ella. Se animó a pensar que era un buen momento para abrazar la religión islámica.
“Sigo siendo la misma, pero cambié costumbres”
No lo había considerado antes, no había sido una imposición cuando se casó con Ababacar Sow. Pero encontraba paz en la religión y en el concepto de familia. “La gente acá, tiene una idea errónea, como esto de que el hombre no deja a la mujer trabajar, pero no ven en realidad cómo son las cosas. Hasta que uno las vive y te das cuenta de que no es como lo dicen”.
No hubo ninguna obligación o mandamiento. “Yo sentía dentro mío como que tenía que ser guía de nuestro hijo. Aparte cuando falleció sentí esto de escuchar khassida, que son las músicas religiosas, me daban mucha paz”.
Investigó la religión, estudió la lengua wolof. Y en el siguiente viajé a Senegal sintió que tenía que convertirse al Islam. Viuda y con su primer bebé. Así adoptó el nombre Mame Diarra, en homenaje a la Santa Sakhna Mame Diarra Bousso. “Creo que es una de las cosas que más me gustó haber hecho sola, fue una elección para mí es mucho más, tiene más valor porque yo realmente lo elegí”.
A veces se olvida de que llama la atención dondequiera que vaya, pero entiende que su aspecto no es común. Antes de la conversión tuvo una charla con sus amigas, en la que les preguntó qué pensaban de cubrirse, le respondieron que la apoyaban si era lo que la hacía feliz. “Con el tiempo pude entender de que la belleza no iba por mostrar algo, ya sea pelo, cuerpo, lo que sea. No es que dejé de sentirme bella o me sienta reprimida, siento que fortaleció una parte interna mía, que puedo atraer de la misma manera”.
Las verdaderas amistades se mantuvieron. Otras no soportaron el cambio y se alejaron. Para ella, atenerse a las reglas de no tomar alcohol ni comer cerdo, rezar y tener otra fe no cambió su esencia. “Yo sigo siendo la misma, con la misma creencia en el sentido de la vida, del bienestar. Pero cambié costumbres”. Aun en medio de la crisis económica, ama y valora lo que le da Argentina, la posibilidad de trabajar y que la gente pueda ser atendida en un hospital público. Y a la vez siente que entre los senegaleses la preocupación de la familia ante la enfermedad, la economía, lo cotidiano, es mucho más estable y más mutuo que las costumbres argentinas.
Saber de todo es su premisa para elegir el camino. “No solo de la religión. Saber lo bueno, lo malo. Y hacerlo por decisión de uno y no porque el otro le diga. Yo creo que de alguna manera sí es feminista tomar la decisión”. Los viajes a Senegal le ayudaron a entender costumbres, como la poligamia, desde su perspectiva. Encontró libertad aun dentro de una cultura patriarcal. “Obviamente sin afectar al otro, pero todo se puede comunicar y es bueno elegir”. Dice que fue un proceso, una elección desde el corazón, sintió que el nombre Mame Diarra era el recorrido de toda su vida.
Fue la primera musulmana en Argentina en lograr cambiar su nombre de nacimiento en el DNI por motivos religiosos. Para eso tuvo que recurrir a abogados, ir a juzgados y demostrar ante psicólogos que era por elección propia. Cuatro años tardó el proceso y el 2 de noviembre de 2023 finalmente se emitió.
La familia y la comunidad: el Gran Magal de Touba
El 24 de agosto se celebró el Gran Magal de Touba, una fecha histórica que en Senegal mueve a su población y en otros países concentra a los miembros de la comunidad. Entre rezos y cánticos, la comida abunda y se comparte para conmemorar el regreso del exilio a su tierra de Cheikh Ahmadou Bamba, a comienzos del siglo XX. Entre las mujeres vestidas de fiesta, Mame Diarra fue una de las tantas que trabajó incansablemente, casi sin dormir, para que todo saliera perfecto.
Cuando era chica, no pensaba en una carrera, ella siempre había soñado con una familia numerosa. Creía que ese sueño se había truncado pero después del duelo vino el renacimiento: una vez que eligió lo que quería ser, Mame Diarra volvió a enamorarse. Ya conocía a Bamba Dione, él se destacaba dentro de la comunidad como Presidente de la Comunidad Senegalesa. El acercamiento fue paulatino hasta que el casamiento unió sus existencias. Nunca le dejó de hablar a su hijo sobre quién fue su padre, Ibrahima creció con la conciencia de su pasado y del presente que comparte con su nueva familia.
“Un regalo de Dios” fue la llegada de Coumba, su otra hija. Y hace un año se sumaron las hijas de Bamba. Su madre, la otra esposa que vive en Senegal, les confió su crianza y educación. Las chicas van al colegio y aprenden contenidos es español. Solo usan el celular para las tareas y, mientras tanto, colaboran en la cocina, leen el Corán y participan de las actividades en comunidad. Perciben las diferencias con sus compañeros. “A veces les es duro ver la realidad que viven acá, pero yo les digo, ustedes recuerden de dónde venimos y a dónde vamos”. Entre Senegal y Argentina, la conciencia tranquila y las buenas acciones llevan a lugares mejores.
Las responsabilidades que enfrenta Bamba muchas veces lo alejan de su hogar pero disfrutan juntos de la casa con parque, cocinar los domingos y recibir invitados. A la vida solitaria de antes, se contrapone este presente de festejos y cumpleaños numerosos, como el de Ibrahima, al que invitaron setenta personas. “Lo que pasa es que nosotros le damos mucho valor al hecho de dar comida. Es como que no es un peso. Obviamente que es un peso económico el hecho de comprar, pero es una felicidad poder darle comida a la persona que viene”. Entre comida africana y argentina, con generosidad y amor, Mame Diarra dice que es un sueño súper cumplido. “Agotador, pero un sueño súper cumplido”.
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