Se conformaba con observarlo de lejos, inhibida por la diferencia de edad y el qué dirán de su pueblo, hasta que un día le dejó una carta anónima sin saber si él alguna vez descubriría de quién era...
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Hacía tiempo que Laura había tomado la decisión de cerrar las ventanas del amor para no volver a abrirlas más, aunque, para quienes creen en el destino, una decisión semejante es imposible de determinar.
“Mamá, con tu forma de ser el amor debe estar en Japón o Estados Unidos, tras el conocimiento o las bibliotecas. Otras culturas, viejita”, solía decirle su hijo, mientras Laura le respondía con una mueca que simulaba ser sonrisa.
A pesar de su renuncia, la soledad le pesaba. Salía con sus buenas amigas, tenía a su familia, a su hijo y su trabajo, todos espacios que le obsequiaban momentos gratos, pero que no menguaban ese instante, al volver a casa, donde todo parecía hacerse cuesta arriba: “Remarla sola no era cosa sencilla”, rememora.
Admirar a lo lejos: “No deseaba fracasar una vez más, ni exponer mi corazón a dobles juegos”
Todo cambió cierto día, tras cinco años de aquella vida en soledad. Allí, en su pequeña ciudad de la provincia de Buenos Aires, atravesada por dos avenidas, Laura lo volvió a ver a él, un médico pediatra alemán alto, apuesto, de ojos claros que despertó en ella recuerdos enterrados: “Muchos años atrás me había ayudado a filmar un cortometraje sobre los derechos del niño con un grupo de alumnos del colegio en el que estaba. Él había tenido que actuar interpretando a mi marido”, cuenta.
Ahora, tantos años después, estaba de regreso y Laura no se atrevía a mirarlo cuando, cada tanto, se cruzaba con él por casualidad. Podía percibir una vergüenza propia creciente, avergonzada por sentir, tras siete años desde su divorcio, algo diferente. Por otro lado, vivía en un pueblo pequeño, colmado de habladurías, donde creía que no se vería con buenos ojos una relación entre “el médico para niños” y una mujer separada. Entre un hombre 18 años mayor y una mujer medio metro más baja en estatura.
“Pero, inevitablemente, me preguntaba, ¿estará solo?”, revela Laura. “No deseaba fracasar una vez más, ni exponer mi corazón a dobles juegos. Olvidate Laura, me decía, no sueñes historias que no son para vos. Seguí sola”.
Tinta azul para palabras anónimas: “¿Habré dejado que Cupido se haga presente?”
Así siguió Laura durante las siguientes semanas, observando a Federico, su médico, a lo lejos. Su madrina vivía frente a su consultorio, pero cuando estaba de visita, ella apenas sí se animaba a mirar por la ventana por miedo a que la descubriera.
Laura prosiguió su vida como docente y él sus tareas médicas. Convencida de que lo mejor era silenciar sus sentimientos, aquel amor creciente se transformó en su gran secreto, hasta que llegó aquel día en donde no pudo más y se lo confesó a su amiga Carolina.
“Muchas veces me pregunto: ¿Habré dejado que Cupido se haga presente?”, reflexiona Laura. “Mi amiga me animó a aquello que ya tenía pensado hacer, escribirle una carta y, con mucho respeto, dejarla en consultorio que estaba camino a mi trabajo en el día del amigo de julio del año 2016″.
“La tinta azul, las palabras y todo lo que hasta el momento me inspiraba verlo quedó plasmado en una hojita de cuaderno, escrita de ambos lados, confesando solo mi admiración cuando lo veía de casualidad, pero sin decirle a lo largo de la misma quién era yo. Solamente la firmé con mis iniciales”, continúa.
Los sonidos del silencio
Aquella carta fue el acto más grande que Laura podría haber realizado, uno que torció el rumbo de dos vidas. Federico no sabía quién le había escrito, pero la misiva fue un tónico para su alma, un salvavidas que sacaba del cajón de su escritorio cuando la pena lo invadía; con el papel entre sus manos, imaginaba a la mujer que le había dedicado tan hermosas palabras.
“Ya había hecho demasiado. No daba para más”, asegura Laura con una sonrisa. “Estaba ante un hombre serio y respetuoso. ¿Yo? Habría que conocerme, pero…de carácter soy lo más opuesto a él, sin lugar a dudas. ¿El agua y el aceite? Sí, por qué no decirlo. Y bueno…algo más había que hacer”.
La mujer enamorada decidió que era tiempo de acudir a las redes sociales. Tenía a Federico como amigo en Facebook, aunque hasta entonces no había tenido el coraje de ir por allí. Pero ahora se sentía diferente y, cierto día, halló el camino para entablar una conversación con él: “Fue allá, por noviembre del mismo año, Federico publicó “sounds of silence”, una canción que amo. Y, desde ya sin decirle nada de la carta, hice mi comentario al respecto”.
Con aquel gesto, Laura le abrió la puerta al médico, quien inició una conversación por privado. Ella creyó tocar el cielo con las manos, pero su emoción fue superada cuando, finalmente, un día le pidió su número de celular: “Creo que fue la vez que más rápido debo haber escrito mi número de teléfono. Lo interesante fue que de inmediato y con un respeto digno de destacar pidió de conocernos, charlar”.
“Yo, en cambio, no me comporté de igual manera. Me atajé, le aclaré que no quería nada raro, las cosas claritas y demás yerbas”, confiesa entre risas. “Pero las cartas estaban dadas, no sería un juego, sería algo hermoso, lo intuía”.
Un amor real y las frases que quedan para siempre: “el 50 % de muchas cosas pueden ser un no, pero tú tienes que apostar por el otro 50, el sí´
24 de noviembre, 13 hs. Laura vio llegar a ese alemán, alto, corpulento y sintió cómo la atrapaba con sus ojos color cielo. Años atrás habían interpretado marido y mujer en un cortometraje, sin imaginar que ahora caminaban en la vida real hacia aquel destino. En la mirada de él podía verse un verdadero amor creciente por aquella mujer que tanto había imaginado al recibir la carta anónima; en la de ella, un brillo intenso que alguna vez creyó que había perdido.
“Lo sentí realmente como un sueño”, afirma Laura, emocionada. “Nos unimos desde el primer instante como si nos hubiéramos conocido desde siempre y lo mismo ocurrió con nuestros hijos, Emi, su hijita de 8 años, y Ama, mi hijo de 14″.
“La vida no es perfecta, y por lo tanto, considero que el amor tampoco lo es, sin embargo, uno aporta un granito de arena a cada instante para que todo ocurra de la mejor manera y eso... eso justamente es lo que cada día seguimos construyendo con Fede a cada instante”.
“Jamás olvidaré algunas frases de mi abue, Ketty, que me daba como consejos tales como: `Querida, si la vida te pega una patada en el cul…, estate segura que te pondrá en un lugar mejor´. Y sin duda hoy es así”, manifiesta. “También me decía: `Mi vida, el 50 % de muchas cosas pueden ser un no, pero tú tienes que apostar por el otro 50, el sí´. Y esa fue mi apuesta al enviar mi carta al alemán que me atraía y con quien nos sostenemos en cada momento”.
“`Laurita, en la vida siempre hay un roto para un descocido´, me decía mi abue también. Y nosotros nos cruzamos cuando parecía que ya nadie podía estar a nuestro lado. Rotos y descocidos, hoy somos la mejor costura reforzada”, concluye Laura mientras observa el anillo de bodas de su abuela Ketty, que decidió comenzar a usar cuando conoció a Federico, su médico alemán, quien la hizo sentir que realmente había llegado un gran hombre a su vida.
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