De niña lo veía de lejos, de adolescente lo evitaba, y cerca de su cumpleaños número 50, la vida la sorprendió inesperadamente...
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Hace 45 años atrás, cuando Romina apenas tenía 4, le dio comienzo a la historia de amor más importante de su vida. Todo comenzó un verano en Pinamar, cuando vio a Ricky pescando frente al mar. Al igual que él, ella vivía con su familia en un gran edificio de departamentos frente a la playa, donde todos los veranos pasaban los días estivales varias familias, sus hijos, primos y amigos.
Ricky, que era nueve años más grande que ella, fanático de la pesca, cada día cruzaba a la playa y al muelle, y regresaba con baldes repletos de cornalitos y con el medio mundo lleno de variados peces: “Yo lo miraba obnubilada y con una admiración tal que no escuchaba ni registraba lo que sucedía a mi alrededor”, confiesa hoy.
Tan encandilada estaba Romina, que todos los adultos a su alrededor se reían de ella y, por supuesto, lanzaban burlas bienintencionadas, pero que provocaban que su rostro enrojeciera por completo: ¡Ayyyy! mirá cómo Romi mira a Ricky, ¡Romi está enamorada de Ricky!, le decían y ella, con la natural inocencia de su edad, no comprendía del todo aquellos dichos, aunque sí sentía que aquel chico era precioso y que no lo podía dejar de mirar.
Una adolescente que huye: “Mi cuerpo hablaba y yo no lo podía controlar”
Los años pasaron, la infancia se escurrió entre los dedos para dar paso a la adolescencia. Los veranos compartidos continuaron, aunque ya sin la ingenuidad de antaño. Romi, que lejos estaba de haber apagado sus sentimientos hacia Ricky, de pronto, dejó de asistir a los eventos sociales con tal de no verlo. Le resultaba imposible apartar su mirada de él y sentía que toda ella delataba su continúo enamoramiento: “Mi cuerpo hablaba y yo no lo podía controlar. Ya no solo me ponía colorada, sino que también me sudaban las axilas y se me aceleraba el corazón”, rememora.
Pero sin importar cuánto lo evitara, Ricky emergía una y otra vez en sus pensamientos. A ella, los nueve años de diferencia no le parecían tan significativos y, entre fantasías y pensamientos rumiantes al respecto, se preguntaba: ¿Por qué yo no? El día que deje de verme con ternura como a una pequeña niña y me descubra como mujer estoy segura de que le voy a gustar…
Sin embargo, a pesar de lo inmutable que parece muchas veces la vida, cierto día los veranos de siempre cesaron, ella dejó su adolescencia para dar paso a la adultez, creyendo enterrar a ese viejo amor en el olvido. Romi y Ricky dejaron de verse y así pasaron veinte años.
Un velorio, un ágape y un instante de coraje: “¿Me das su teléfono?”
Cierto día, cuando la infancia y la adolescencia ya habían quedado muy lejos, Romina tuvo que afrontar una de las experiencias más tristes de su vida: la muerte de su tío. Pero fue allí, en su velorio y posterior entierro, que lo volvió a ver a él, Ricky, ese amor que la desvelaba por las noches. Dos décadas habían pasado y, aun así. un torbellino se apoderó de ella por completo.
“No lo podía creer… en un contexto de mucha tristeza y dolor por la pérdida de un ser tan querido, yo me decía: no puede ser que me guste tanto este hombre… ¿Qué me pasa?”, cuenta Romina.
Todos los recuerdos juntos regresaron en apenas un segundo y continuaron presentes los días posteriores. A los cuarenta días del fallecimiento de su tío, su tía organizó una misa y un pequeño ágape, en el cual Romina se encontró con la madre de Ricky y su hermana mayor: “Me acerqué a saludar y estuvimos charlando un ratito y les pregunté por él. Enseguida su hermana me dijo que estaba bien pero que esta vez no había podido venir, y en ese momento le dije: ¿me das su teléfono? Ella, para mi sorpresa, sin dudar, ni vacilar ni un instante, agarró su celular y me pasó su contacto”.
Un domingo, Romina le escribió para darle comienzo, sin saberlo, al mejor capítulo de su vida: “Estuvimos chateando 5 horas sin parar, y sin saber, ambos estábamos separados y con dos hijos cada uno”.
“¡Vos de acá no te vas a ningún lado!”
Romina ya tenía casi 50 años cuando escuchó las primeras palabras mágicas con las que soñaba de adolescente: ¿Querés salir conmigo? Te invito a cenar. 45 años pasaron desde aquellos primeros recuerdos donde ella miraba desde lejos a ese chico cruzar al muelle de los pescadores. Esta vez, Romi pudo verlo bien de cerca por primera vez, sin necesidad de evadirlo para que su cuerpo no la delate.
Esa noche hablaron desde las 20:30 hasta las 5 de la mañana: “Recordando anécdotas y riendo sin parar”. Cuando se despidió, Ricky la besó de manera absolutamente inesperada, tanto que ella quedó sin reacción. ¿Sabés lo que significa esto?, le dijo él a continuación. ¡Que nos gustamos!, remató con una sonrisa.
“Ahí lo agarré del cuello y lo besé yo y agregué: ¡vos de acá no te vas a ningún lado!”, revela Romina. “Y no se fue nunca más”.
“Hoy estamos juntos viviendo el mejor de los momentos con mucha alegría, armonía y felicidad, yo con 50 años y habiéndolos festejado con él y él próximo a cumplir 60 años el 31 de diciembre de este año. ¿Qué más puedo decir? Estoy totalmente agradecida a la vida con sus mágicas vueltas, al universo y al destino que propició este feliz reencuentro e historia”.
Si querés contarle tu historia a la Señorita Heart, escribile a corazones@lanacion.com.ar
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