Se conocieron un verano de 1972, fueron novios a la distancia, pero la lejanía dolía; 16 años después, casados con otros, una carta sin enviar llegó a destino...
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Febrero de 1972 arribó prometedor para Roberto y Nora. Aún no se conocían, pero su camino estaba destinado a cruzarse. Él, un joven de 16 y oriundo de Rosario, y ella, una chica de 15 de Capital Federal, empacaron sus bolsos dispuestos a partir junto a sus respectivas escuelas a un mismo campamento en Catamarca.
Fue así que un buen día un grupito de rosarinos y otro de jovencitas porteñas se cruzaron en un verano inolvidable. Entre risas y actividades, Roberto descubrió a Nora casi de inmediato y sus miradas coincidieron en lo que ella describe como “un flechazo, miles de mariposas en la panza”.
Regresar a la realidad y a sus ciudades fue desgarrador para sus corazones adolescentes, que, con intercambio de teléfonos y promesas de reencuentro, retornaron a sus hogares con el consuelo de volver a verse pronto.
Una promesa cumplida y una distancia desgarradora: “No podía más”
La promesa del reencuentro no tardó en cumplirse. Roberto, junto a sus amigos, viajó a Buenos Aires, donde pasearon en grupo y compartieron divertidas meriendas.
Entre ellos el flechazo continuaba, pero ninguno se animaba a declarar abiertamente sus sentimientos hasta que, previo a su partida, Roberto cayó enfermó. Nora, junto a una amiga, fue a visitarlo y ahí, sin más, él le entregó una carta: “Me declaraba su amor. ¡Me terminó por conquistar! Sus palabras calaron tan profundo en mí, que el solo hecho de saber que se iría ya me causaba dolor”, confiesa Nora.
Pero, finalmente, Roberto tuvo que volver a su ciudad y así, durante dos años, los jóvenes mantuvieron una relación a la distancia en la que los encuentros fueron contados, cuando él viajaba a Buenos Aires con su equipo de vóley: “Pero nos mantuvimos unidos con cartas llenas de amor, llenas de deseo de reencontrarnos... y llenas de tristeza por la distancia”, continúa ella.
Para Nora, con sus dulces 16 años, el dolor era insostenible. Lo extrañaba tanto, que su pesar era incluso físico. Entonces, en una carta desgarradora, decidió dejarlo ir: “No podía más”.
Roberto no lo aceptó fácilmente y viajó a Buenos Aires para que en la cara Nora le dijera que no lo amaba. Ella no pudo, no podía decirle que no lo amaba, pero sí le reiteró que le dolía demasiado no tenerlo cerca y que no podía sobrellevarlo.
Un matrimonio, cartas sin enviar y un coraje inesperado
El tiempo pasó sin que Nora dejara de pensar en Roberto, hasta que un día un hombre nueve años mayor apareció en su vida y la encandiló para menguar la ausencia de su primer amor. Aún era muy joven cuando se casó y tuvo dos hijos. Al nacer el último, en 1980, supo que jamás se olvidaría de Roberto.
“Durante años escribía cartas que jamás envié a Rosario”, revela. “Así como las escribía, las tiraba a la basura, hasta que, en diciembre de 1989, un impulso irrefrenable hizo que la enviara”.
“Me lancé a la suerte y la verdad”, continúa. “¡Habían pasado tantos años! Podría haberse mudado, podría ya no estar más... podría no querer volver a saber de mí. ¡Habían pasado 16 años en donde lo pensé siempre y extrañé tanto!”.
El reencuentro 16 años después: ¿Y si se decepcionaban?
Nora no quería hacerse ilusiones, pero cada día despertaba con el pulso acelerado, pensando en su acto osado y en Roberto. Y entonces, en días de fiestas y antes de que llegara fin de año, recibió la llamada que cambió su vida entera. Roberto tenía la carta entre sus manos. Él también se había casado. Él también tenía ganas de verla. En enero de 1990 sucedería.
Llegado el ansiado momento y con los nervios apoderándose de todo su ser, Nora lo esperó en Retiro con mil interrogantes dándole vueltas. ¿Se reconocerían? ¿Y si se decepcionaban? ¿Y si el tiempo había cambiado su sentir?
“Bajó del micro... lo cuento y vuelvo a sentir en la panza las mismas mariposas de antaño”, asegura Nora. “El tiempo se detuvo, ¡éramos nosotros, los mismos de antes! El resto ya no importó, a nuestro alrededor todo giró como decorado de teatro”.
Aquel día, Roberto y Nora subieron la pendiente de Plaza San Martín como si se hubieran visto el día anterior.
Otra carta reveladora para poner las piezas en su lugar
El amor de Roberto y Nora estaba intacto, pero ambos tenían muchos temas que resolver. Intentaron acelerar los tiempos, aclarar sus situaciones, vivir su sentimiento de manera plena, pero nada en el camino fue sencillo. Ella jamás olvidará una madrugada, mientras lavaba los platos y lloraba por el dolor de no poder estar juntos. El teléfono sonó, era Roberto para decirle que la extrañaba: “Y en la radio, en Aspen, sonaba la canción Mujer Encadenada de Tears for Fears. Fue un golpe directo al corazón”.
Siete largos años pasaron hasta que, finalmente, Roberto apareció sin anunciarse en el trabajo de Nora para entregarle una carta que le había escrito hacía mucho y que nunca le había dado: “Decía que era el amor de su vida y la madre de sus hijos”.
Aquel impulso acomodó las piezas para ubicarlas allí, donde siempre deberían haber estado: “Sucedió así como en la carta”, se conmueve Nora. “Nuestros dos hijos, de 23 y 21, completan nuestra familia y nuestra hermosa historia de amor”.
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