Estaban casados, ella dejó todo, pero él dudaba...
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Un congreso profesional los llevó a ambos a la ciudad de Comodoro Rivadavia. Ya no eran jóvenes, se habían realizado profesionalmente, estaban casados y tenían hijos grandes. Ni Marcela ni Roby buscaban algo más en su vida, si alguien les hubiera preguntado en ese instante si eran felices, ellos hubieran contestado que sí.
Pero entonces llegó el primer día del congreso y la vida los cruzó en un pasillo para cambiar la trama serena de su historia. Se miraron a los ojos, se saludaron, y sin saber por qué razón, se tomaron de las manos: “Algo mágico nos pasó”, rememora Marcela. “En los tres días que siguieron nos buscamos, hablamos cada vez que pudimos”.
Y allí, en el sur de la Argentina, Roby y Marcela se sacaron la mejor foto de sus vidas, una que hoy ella mira con amor, dolor y esperanza.
“Mi corazón tenía un nuevo dueño”
Volvieron a Buenos Aires, a su mundo cotidiano, a sus vidas conocidas, pero ellos ya no eran los mismos. Marcela es incapaz de explicar aquel encuentro fortuito entre ellos, dos extraños hasta entonces, que a sus hogares regresaron con la mente y el corazón movilizados.
Al principio los mensajes fueron cortos, pero pronto se encontraron iniciando largas conversaciones a las siete de la mañana, charlas que se prolongaban por una hora y que cultivaban en ellos el deseo de más: “¡Era un placer oírnos!”, asegura ella.
En abril se volvieron a ver en otro congreso y, apenas sus miradas se cruzaron, supieron que estaba todo dicho: la vida de ambos había cambiado para siempre.
“Nuestros sueños e ilusiones empezaron a tenernos a ambos como protagonistas”, cuenta Marcela. “Y así, en el mes de junio fue que puse fin a mi matrimonio. Mi corazón tenía un nuevo dueño. Me quedé con hermosos recuerdos de mis 25 años de casada. Pero mi amor, ahora tenía otro nombre”.
Cinco años de magia y una realidad olvidada en cada encuentro
Fue a partir de aquella decisión, que Marcela y Roby comenzaron a verse. Los separaban 100 kilómetros, y Buenos Aires se transformó en su ciudad de encuentro cada semana, a veces, cada quince días.
Aquel ritual se prolongó por cinco años, hermosos años para una mujer que se había entregado al amor sin dudas, sin atenuantes: “Estar juntos lo describo como magia pura, todo alegría, placer. Mirarnos a los ojos hasta emocionarnos. Ir siempre tomados fuerte de la manos. Cantar y bailar en cualquier esquina. Soñar, desear, amar. Los mejores sentimientos inundaron nuestras vidas ¡Tan felices juntos!”, asegura Marcela.
Sin embargo, una realidad olvidada en cada encuentro, teñía los colores de su historia: Roby no podía separarse. Ante cada intento, algún suceso se lo impedía: la visita de su hija desde el exterior, una cirugía importante, un cuadro crítico de su esposa, o sus propias dudas.
“Igual seguimos adelante, porque nos amamos con locura”, confiesa Marcela. “Porque empezamos a vivir juntos los días más felices de nuestras vidas. Porque, a pesar de todo, nunca dejamos de desear y sentir que juntos la vida es tan increíblemente distinta”.
Una vida llena de dudas
Tras varios intentos de separación, cierto día del año 2022, Roby se fue de su casa. Marcela tocó el cielo con las manos y buscó rápidamente los caminos para concretar aquellos sueños que antes parecían lejanos: un viaje a esquiar, un verse cada día, un hablarle cuando quería, abrazarlo a cada instante sin importar el lugar y exclamar: “Te amo” mirándolo a los ojos, ya no por teléfono.
Pero Roby dudaba. Dudaba de él, de ellos, hasta el día que un puñal salió de entre sus labios: “No sé si lo nuestro tiene sentido”, lanzó.
“Y me hirió profundamente. Yo había dejado todo por él, porque lo amo. Le di todo y más. Fui y soy la mujer más feliz del mundo a su lado. Pero él, ese día, no pensó en mí. Él no midió sus palabras. No pensó lo que significa decir eso a la mujer que ama. A la mujer que aceptó y comprendió todos sus miedos, sus dudas, sus tiempos. Esta mujer solo necesitaba ser amada. Lo había esperado cinco años, ya no había espacio para dudas. Y ya no tuve más fuerzas para seguir luchando”.
Marcela se fue y, al tiempo, regresó a una relación de un pasado muy lejano. Lo hizo para ponerse al resguardo de Roby: “Para no caer en el error de volver junto a ese hombre que tanto me ama, y tan poco me cuida”.
“No podemos decir adiós”
Marcela, sin embargo, cree que el verdadero amor no muere, que la mente puede dictar algunos pensamientos racionales, pero que lo que se siente en la piel y el corazón siempre, pero siempre, es más fuerte.
“Y así fue que volvimos a vernos. Y siempre, siempre, seguimos sintiendo que uno es el amor de la vida del otro. Y le propuse volver, pero él volvió a dudar. Duda de su separación. Lo atormenta que haya tenido otra relación. Duda, y por eso, no aceptó mi propuesta”.
“Aun así, los dos sentimos que una despedida definitiva nos causa un desgarro, es como perder parte de uno. Y no podemos hacerlo, no podemos decir un adiós definitivo, porque el amor no ha muerto, está dentro nuestro y nada lo destruye. Por eso, en cada despedida, siempre surge un... tal vez algún día. Son tantas las heridas que tenemos que, en nuestra última despedida, pusimos fecha para encontrarnos dentro de un año con el deseo de dejar pasar el tiempo, sanar heridas y, tal vez, empezar de cero”, concluye.
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