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Hacía tiempo buscaba el lugar donde pudiera cantar y entretener un rato al público del que tanto disfrutaba. Había sido un gran pianista en sus años de juventud y, ahora, pasada la sexta década de su vida, simplemente tenía ganas de volver a tener contacto con el escenario, aunque fuera algo improvisado y de modo informal. Y allí, en una callecita de España, casi de casualidad, encontró lo que necesitaba: un restaurante pequeño, aunque bien puesto y con tres ingredientes que hicieron la diferencia: un piano, un equipo para hacer karaoke y una dueña chilena más que simpática que le abrió las puertas del lugar en cuanto cruzó la puerta.
Era cierto que su español no era fluido, pero eso no le impidió a Didier acercarse a Catalina, presentarse y preguntarle si conocía al cantante mexicano Luis Miguel. “Claro que sí, le dije emocionada y en ese mismo momento se sentó en el piano y tocó Historia de un amor, una canción que marcó mi vida para siempre. Ese primer día fue mágico. La conexión fue inmediata. Yo llevaba un tiempo sola, sin pareja, después de haber terminado una relación de muchos años y él estaba saliendo de un vínculo muy tormentoso. Siempre pienso que el destino quiso que nuestros caminos se cruzaran”.
Al tiempo comenzaron una relación muy agradable. “Didier era muy alegre, seductor, un eterno romántico. Le encantaba disfrutar de los pequeños detalles de la vida y su mundo era la música. Quería que toda su familia y amigos me conocieran, viajábamos todos los meses a Francia -donde había nacido y se había criado- fuimos a las celebraciones de cumpleaños de su familia y también conocí su otra gran pasión, el billar. En ese ámbito tenía grandes amigos y había llegado a ser tercer campeón nacional de su país”.
Así, entre reuniones, salidas y momentos de esparcimiento transcurrieron los meses. Didier hacía karaoke en el restaurante de Catalina mientras ella se ocupaba de llevar adelante el negocio. “Le enseñé español, que aprendió muy rápido, viajábamos y disfrutábamos al máximo cada momento. A mi me cambió la vida totalmente, estaba viviendo un amor que nunca había vivido, estaba llena de felicidad y disfrutando de todo ese cariño, que era recíproco. Recuerdo mirar la lluvia de estrellas tirados en la arena, bailar en el medio de la calle, todas las veces que me cantó, disfruté verlo y escuchar tocar el piano, salíamos a navegar con sus amigos franceses..... También era amante de sus dos gatos y fue en su casa, una tarde, que esos maravillosos animalitos me dieron un aviso de lo que vendría. La hembra tenía la costumbre de sentarse sobre el vientre de Didier cada vez que él se acostaba a descansar”.
Sospecha confirmada
Desde el comienzo de la relación, Catalina había advertido que su novio tomaba un protector estomacal. “Me ayuda a digerir mejor las comidas”, le decía él. Pero un día, en un almuerzo tuvo dificultad para tragar. “Pensamos que era un ahogo momentáneo porque después siguió comiendo sin ningún problema”. Pero ese episodio se repitió en otras ocasiones. Entonces, en febrero de 2020, en uno de los viajes a Francia, fueron al médico, le hicieron exámenes y le diagnosticaron una gastritis. Regresaron a España y nuevamente surgieron las complicaciones. “Esto no es normal, le dije y lo convencí para que lo revisaran en Urgencias. Él no quería ir porque no se sentía del todo mal, pero al final accedió. Quedó internado para nuevos estudios y, al tercer día, llegaron los resultados: cáncer de estómago en una etapa muy avanzada”.
El día siguiente, el 13 de marzo de 2020, Catalina y Didier partieron a Francia. Allí él comenzaría un tratamiento para su enfermedad. “En el camino me avisaron que se había declarado una cuarentena por el Covid-19 y que tenía que cerrar el restaurante. Mi hija se encargó del cierre y yo seguí manejando a Francia esperando que no nos cerraran la frontera. Logramos pasar y la familia de Didier nos estaba esperando. Fue todo tan rápido, cada día se apagaba más: ya no podía comer, no tenía fuerzas y los exámenes no mejoraban, el cáncer estaba muy avanzado y ya tenía metástasis. Yo no podía creer todo lo que estaba viviendo, además estaba en otro país, otra cultura, no era mi casa, no hablaba el mismo idioma y mi novio ya no me podía traducir. Pero solo me dediqué a estar a su lado y cuidarlo”.
Cruzar fronteras
Pasaron dos meses. España permitió abrir los restaurantes y Catalina no quiso desaprovechar la oportunidad para poner en marcha su negocio y recuperar el dinero que había perdido en ese tiempo de inactividad. “Me fui a España sin saber si me dejarían entrar nuevamente a Francia. Se suponía que yo no podía salir ni de mi comunidad. Fue una decisión muy difícil. Pero organicé el local, lo dejé funcionando con todas las restricciones y nuevamente partí para Francia”.
Quedaba atravesar la parte más difícil. Antes de llegar a la frontera la sorprendió un despliegue policial que controlaba, uno por uno, todos los autos. Algunos quedaban demorados, a otros los hacían dar la vuelta y regresar. “Yo no tenía ninguna posibilidad de pasar porque no podía salir de España. Y mientras esperaba solo me dediqué a rezar. Cuando llegó mi turno, un policía me indicó con la mano que pasara, sin pedirme absolutamente ningún papel ni documentación. Fui la única que pasó de esa forma. Para mi fue un milagro. Ya en casa de la familia de Didier, advertí que, en esos pocos días que había estado ausente, él se había deteriorado aún más”.
La enfermedad siguió avanzando. Hasta que fue necesaria una internación. En el hospital, la pareja pasó las tres semanas más duras de su corta relación. “Lo acompañé cada día, no nos soltamos de la mano. A todo enfermero o médico que entraba a la habitación, él le decía que yo era el amor de su vida, me daba las gracias por el inmenso amor y cada vez que yo podía le decía que lo amaba. Fue muy triste ver cómo se iba apagando, al final me miraba, me decía que me amaba y llorábamos.... fue muy triste”.
Cumplieron el año juntos el 26 de junio de 2020 y Didier falleció el 27 por la noche. “No importa el tiempo que llevemos juntos, lo importante es que eres el amor de mi vida”, fueron las últimas palabras que Didier logró decirle al oído con un hilo de voz. “Un verano, un otoño, un invierno, una primavera, un cumpleaños, una Navidad, un fin de años juntos. La vida nos dio exactamente un año para este inmenso amor que quedará eternamente en mi corazón”.
A pesar de la angustia y el dolor, Catalina mantuvo sus sentidos despiertos y atentos a las posibles manifestaciones de aquel amor que no podía poner en palabras. Como la polilla que se posó en la frente de Didier a los pocos minutos de fallecido, la mariposa que permaneció por tres días en el cuarto del departamento de Catalina desde su regreso o el corazón que se formaba en el parabrisas del auto cada vez que ella lloraba y lo recordaba. “Pienso que cuando hay una conexión tan grande, tan profunda con una persona que se va de este mundo, realmente no se va del todo, de alguna forma queda en esta vida. Lo que tuve con Didier fue un amor maravilloso y que disfruté cada momento. Quedará por siempre en mis recuerdos”.
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