Un viaje mágico, un regreso teñido de nostalgia y sinsabores: ¿es posible un final feliz?
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Se conocieron a los 18, una edad crucial, donde la vida adulta se asoma de a poco, pero los ideales, las utopías y los enamoramientos intensos dominan la vida. Hasta entonces, se habían visto de lejos durante su primer año universitario, pero jamás habían intercambiado siquiera un hola. Todo cambió cuando decidieron emprender, cada uno por su lado, un viaje de estudios por un semestre a Italia. Coincidieron en la sala de espera para abordar el mismo avión que los llevaría a una tierra desconocida y excitante, de pronto, tenían todo en común y aquel momento los unió en una charla mágica de dos seres que sentían que el otro, y nada más que el otro, entendía las sensaciones que estaban atravesando en ese momento.
“Era la primera vez que dejábamos la casa de nuestros padres para emprender un viaje solos. Más que un viaje: significaba irse a vivir a otro país, con un idioma y costumbres diferentes, por un período larguísimo para nosotros”, rememora Laura, la protagonista de esta historia.
Corría el año 1999 e Italia los abrazó con su atmósfera salida de otros tiempos, Laura podía respirar el viejo mundo con fuerza, pero también percibía la energía de la juventud que la rodeaba en plena revolución de las comunicaciones, con el primer auge de internet y la adrenalina que provocaba la espera del nuevo milenio: “Así, junto a Fede, nos sumergimos en un mundo universitario fantástico, que incluía conocer gente de todas partes, estudios intensivos, salidas a los parques en ese período estival, reuniones y fiestas por las noches en terrazas bañadas de lucecitas y música electrónica. Fue glorioso”.
Aferrarse a la nostalgia
Primero fueron amigos, de esos que se confiesan todo, incluso sus amores en Italia. Laura conoció a un chico dos años más grande, que le alcanzaba cartas manuscritas a las aulas donde ella cursaba. Fede, por su lado, rompía corazones por el camino, no quería perderse de nada ni de nadie y, en consecuencia, besaba a una chica diferente en cada fiesta.
Todo cambió una noche, cuando en una reunión de amigos, empezó a sonar I don’t wanna miss a thing de Aerosmith y, en un living en penumbras, todos los amigos se abrazaron en ronda para cantar la melodía casi a los gritos. Faltaba poco para que el semestre culminara, quedaban apenas unos días en Italia y la nostalgia de lo que pronto concluiría podía sentirse en el aire y en los corazones de Laura y Fede, que rompiendo el círculo, rozaron su manos para luego dejar que sus labios se fundan en un beso apasionado, perdidos en la oscuridad embriagadora.
“Cuando volvimos a Buenos Aires nos pusimos de novios. Yo estaba profundamente enamorada, pero él no sentía con la misma intensidad”, revela Laura. “Me daba cuenta, pero no lo quería admitir, Fede quería conmigo de alguna manera prolongar la ilusión de que seguíamos en Italia, en ese mundo idílico que llegó a su fin”.
Una noche oscura
Laura lo amaba y Fede trataba de estar para ella, fiel y compañero. Se llevaban increíblemente bien, en definitiva habían sido grandes amigos y su conexión siempre había sido casi mágica desde el comienzo. Pero él estaba perdido en una Argentina que lo recibió cambiado. Un sinfín de dudas comenzaron a crecer en su interior: ¿quería acaso seguir con el mandato de la empresa familiar? ¿Quería quedarse a vivir en Argentina o prefería en realidad vivir en Europa?
Y un día, mientras estaban en un fin de semana de campo, todo colapsó. Laura se hallaba dormida en un rincón al lado de la chimenea, mientras Fede y sus amigos estaban tomando cervezas junto a una fogata a la intemperie. Un conocido del grupo se acercó a ella, y sin mediar palabra, puso el peso de su cuerpo sobre el de Laura, empezó a manosearla e intentó besarla, ella, ya bien despierta, emitió un grito e instintivamente comenzó a tirar del pelo largo de aquel hombre: “Si seguís grito más fuerte y te arranco los pelos, me van a escuchar y van a estar acá en un segundo”, lanzó, mientras veía como el atacante salía corriendo.
“Al día siguiente le conté a Fede”, cuenta Laura. “Él me abrazó, me dijo algo así como `qué mal´ y se fue para otro lado. Resentí su reacción tan tibia. A la semana ya no estábamos juntos”.
Treinta años después
Treinta años pasaron en los que Laura y Fede apenas sí supieron el uno del otro. Él vivió en el exterior, regresó, se casó dos veces y tuvo cuatro hijos. Ella también viajó, exploró su pasión por la música con grandes satisfacciones, tuvo dos hijas y vive en pareja. Hace pocos días se reencontraron en una cena íntima, el motivo de la reunión fue la visita de un viejo amigo italiano al que ambos siempre quisieron mucho.
Se sentaron uno frente al otro, a propósito, tenían ganas de verse, de regresar al pasado, de revivir a través de la charla con el amigo la magia que habían experimentado juntos en Italia hacía más de treinta años.
Y entonces, tal vez con la ayuda de la segunda copa de vino, él tomó las manos de Laura entre las suyas y le dijo: “Perdón por esa noche hace tantos años. Perdón por no haber estado con vos como te merecías, perdón por dejarte tan sola cuando me lo contaste”. “No te preocupes, pasó hace muchos años, éramos muy chicos”.
Esa noche del 2024, Laura y Fede se despidieron con un abrazo largo y sentido. No saben cuándo se volverán a ver, tal vez no suceda nunca más, lo único certero es que ella se fue a dormir con una sonrisa por haber podido viajar por unas horas a los mejores recuerdos de su pasado, y con una sanadora sensación de que algo se había reparado.
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