Él le extendió un papelito que decía “¿Querés ser mi novia?” y desde entonces viven un romance de película, aunque sea su secreto.
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Cuando Florencia lo vio por primera vez, él vestía un jean y una remera negra con cuello en v. “No es lo que convencionalmente se puede llamar `buen mozo´, pero tiene ese no sé qué especial que se desprende de su mirada y en sus movimientos”, le contó más tarde a su mejor amiga. “Creo que lo que me gusta es que parece seguro de sí mismo y es muy masculino”, concluyó.
Pero aquella seguridad era una fachada, aunque ella aún no lo sabía, ni tampoco lo imaginó los siguientes diez meses en los que vivieron los inicios de su romance de película.
Todo comenzó con una mirada insinuante de ella, seguido de un “qué embole los teóricos de Berutti, ¿no?”, por parte de él. Se llamaba Omar y, aparte de su minimalismo a la hora de vestirse, era fanático de la música indie. “Me parece un pretencioso”, le dijo su amiga a Florencia, pero para ella, sin dudas, no tener el gusto de las masas era otro plus para su atractivo. “No te engañes, nena”, le replicaba su confidente. “Escuchar indie está de moda”.
Un papelito inolvidable
Florencia no pudo evitar enamorarse, escuchar sola y juntos música alternativa hasta el hartazgo y ver cine independiente, así como “La increíble vida de Walter Mitty” unas cuantas veces: “la banda de sonido es increíble”, asegura hoy mientras repasa su historia.
Pero mucho antes de la música y las películas, llegó la añorada primera cita. Omar la llevó a un bar “speakeasy” de Palermo, la escuchó hablar, le contó un poco acerca de él y la trató como una reina. “¿A un speak qué?”, lanzó su amiga esa noche medio burlona, aunque feliz por ver a Flor tan contenta.
El primer beso también fue especial. La llevó a la costanera de zona norte, le mostró el Paseo del Viento y le contó historias de la conquista y los primeros avistajes del Delta. Para Flor, ser besada por él se sintió como un privilegio. Ahí estaba, ese chico (que no era un chico, se veía como un hombre hecho y derecho) mirándola como si no existiera un ser más precioso en el universo entero, para luego darle un beso como jamás había sentido. A ese día le siguieron tiempos sublimes, íntimos y de sonrisas cómplices.
Y un 22 de mayo, en un día que hoy guarda en la memoria como un tesoro, Omar le depositó un papelito en la mano que provocó en ella un exquisito estremecimiento: “Jamás voy a olvidar ese día y guardo el papelito celosamente. Simplemente decía: ¿Querés ser mi novia?”.
Una actitud extraña: “Mis padres son raros”
“Hay algo extraño en todo esto”, le dijo su amiga cierta vez. “Omar conoce a toda tu familia y amigos, pero ¿qué conocés vos de él?”. Era cierto, Florencia poco sabía de su amor en términos clásicos de la expresión, aunque sentía que sí conocía mucho y cada vez más de sus sueños, su mundo interno y su amorosidad. Pero la espina del interrogante ya estaba clavada, y Florencia comenzó a notar esta diferencia cada vez más.
“Era muy joven y quería ver todo color de rosas. Pero un día me animé y se lo planteé”, rememora. “Enseguida me sacó los miedos con un `mis padres son raros´ y un `si querés el sábado vamos a tomar algo con mi amigo Fede”.
Federico era un tipo agradable, aunque bastante raro. Cada tanto la miraba fijo de reojo y le hacía preguntas que la incomodaban, como cuáles eran sus creencias religiosas y qué postura política tenía ante la vida. Omar, mientras tanto, le clavaba una mirada de reproche y buscaba cambiar de tema.
A Fede no lo volvieron a ver y Florencia no volvió a interrogar a Omar acerca de su entorno: “No tenía necesidad, ¡no quería!”, confiesa hoy. “Imagínense, él 23, yo 21, muy enamorados... cuanto más tiempo para nosotros, ¡mejor!”
Un marzo indefinido y dos corazones rotos
Marzo llegó con su calor habitual, pero unas cuantas lluvias. Buenos Aires, de a poco, se preparaba para recibir el otoño con esa indecisión que volvía loca a Florencia, quien no sabía si llevarse un abrigo, o no, al trabajo.
Esa tarde del 18 se iba a encontrar con Omar como casi todos los días, después del horario laboral. Solían tener su escapada romántica en algún hotel, o ir al cine o a algún café. “¿Vamos al café de siempre?”, le dijo apenas la vio y ella de inmediato supo que algo estaba mal: “No me miraba a los ojos, no me habló en todo el camino y su mano estaba helada”, recuerda.
“No podemos estar más juntos”, le dijo tajante y, sin más, se largó a llorar como un niño. Florencia lo miró incrédula, sabía que él la amaba, no lo dudaba, no podía ser, entonces le gritó que no lo aceptaba, que le explicara, que “no podés hacernos esto”.
“Resulta que, por su religión y los mandatos de su familia, debía pasar unos años en el extranjero, en la tierra de sus ancestros, seguir después con el negocio familiar y casarse con alguien de sus mismas creencias”, explica Florencia. “Le rogué que se jugara por lo auténtico y que defendiera su vida, que tuviera el coraje de decidir por sí mismo. Me dijo que simplemente jamás entendería”.
“A veces, lo social es la fachada y lo oculto es lo verdadero”
La seguridad y hombría de Omar eran una fachada y, a partir de entonces, Florencia entró asimismo en el juego de fingir, “porque así son las reglas de la vida, parece”, sostiene hoy.
Él se fue un año al extranjero, entró al negocio familiar y hace poco se casó con quien debía. Pero no pudo olvidar a Florencia y ella jamás tuvo la intención de olvidarlo a él. “Somos amantes”, admite sin titubeos. “La sociedad, por supuesto, juzga siempre una situación como la mía. Pero, como en todo juicio, no conocen la historia que hay detrás”.
“Nosotros nos amamos, siempre lo hicimos. Nos conocemos en lo más profundo, en lo cotidiano, en lo lindo y lo feo. Jamás fuimos amantes por aburrimiento, una búsqueda de adrenalina o por ser impulsivos. Yo soy su novia desde ese 22 de mayo del año 2013 y jamás dejé de serlo. A veces, lo social es la fachada y lo oculto es lo verdadero”.
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