Debido a la rebeldía de su hija, la madre la envió a Chaco sin imaginar que le abría las puertas a una etapa dulce y tormentosa...
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Todo comenzó en el año 2008, cuando Cristina estaba por cumplir los 17. Ya no era una niña, pero su madre no lo veía así. En ella, su progenitora veía a una adolescente rebelde, que la hacía renegar. Vivían en Buenos Aires, pero tenían familiares en Chaco, un destino que, tras algunas discusiones, se transformaría en el nuevo hogar de Cristina: “Mi madre me mandó para allí para que me tranquilice”, recuerda.
Pero fue allí, entre extraños y paisajes desconocidos, que la joven le dio comienzo a la etapa más dulce y tormentosa de su vida. Mientras cursaba el secundario conoció al amor de su vida, quien por entonces tenía 18 años.
Una promesa y una traba para el amor: “Mi mamá hizo lo imposible para que eso no pasara”
El amor nació con un intercambio de notas en el aula. Entre letras y pases de carpetas comenzaron a ahondar en sus vidas, sus miedos, sueños y pesares. Poco a poco, aquella amistad mutó hasta enamorarse profundamente.
Los días transcurrieron felices y el año se escurrió entre sus dedos. Tras frases de amor y lágrimas a Cristina le tocó regresar a Buenos Aires, no sin antes prometerle a su amado que a los 18 volvería para estar juntos para siempre: “Pero mi mamá hizo lo imposible para que eso no pasara”, revela la mujer.
“Nos hablábamos muy seguido y él hizo todo para que estuviéramos juntos, pero no fue posible. Mi madre no permitía la relación porque, según ella, era muy poco para mí”.
Un encuentro fallido en la terminal y un embarazo inesperado: “Había arruinado todo al estar con alguien más”
Dolida y controlada, a los 18 Cristina se fue a vivir con sus hermanas. Con algo de esperanzas, su gran amor viajó a Buenos Aires y quedaron en verse en la terminal, sin embargo, las restricciones derivaron en un encierro por parte de las hermanas y Cristina nunca pudo llegar: “Él había sacado dos pasajes a Villa Gesell y, finalmente, se fue solo a tener allí un nuevo comienzo”, cuenta.
Lejos de apagar su rebeldía, el enojo de Cristina creció de maneras inesperadas. No podían controlar todos sus movimientos, así como no pudieron prevenir que conociera a otro muchacho y que quedara embarazada con tan solo 19 años.
“Tuve a mi primera hija con otro hombre con el que no podía estar y la crie sola. Mi gran amor siempre estuvo dispuesto a estar conmigo, pero yo ya no me sentía para él, había arruinado todo al estar con alguien más”.
Resignarse a dejar ir el amor: “A estas alturas ya estaba rendida y dejé de buscarlo”
Cuando su beba cumplió los once meses, Cristina viajó con su madre a Mar del Plata. Estaría cerca de su enamorado y, poseída por los nervios, habló con él para reencontrarse y, finalmente cerrar su historia, ya sea para estar juntos de una vez o terminar y dejar de buscarse.
“Pero cuando mi mamá se enteró, se molestó y me encerró para que no saliera hasta el momento de viajar. Y así, estando tan cerca, nos volvimos a alejar”, continúa. “Con casi 20 y una hija sabía que podía decidir por mí, pero nunca me animé a contradecir a mi mamá, ya que sentía que en mi adolescencia la había hecho renegar mucho y que seguramente ella sabía lo que era mejor para mí”.
El regreso a Buenos Aires fue doloroso. Apenas llegaron a la ciudad, la madre de Cristina la echó de la casa por planificar aquel encuentro fallido a sus espaldas. Cabizbaja, la joven se fue con su hija y un bolso a lo de una de sus hermanas: “A estas alturas ya estaba rendida y dejé de buscarlo. Queríamos estar juntos, pero la vida no lo quiso así. Perdimos comunicación durante años”.
14 años después...
2016 había arribado con sus altibajos y algunas novedades a la distancia. Cristina supo que su amor de la adolescencia había formado una familia y tenía dos hijas. Ella, que jamás había dejado de pensar en él, fue madre de su segundo hijo en el 2018.
Fue en febrero de 2022, que Cristina, ya adulta y autónoma, decidió pasar sus vacaciones en Villa Gesell, la historia no estaba concluida: “Sabía que, tarde o temprano, hay que cerrar los círculos para poder sanar”.
“Siempre quisimos estar juntos, quizás él hizo mucho y yo poco o ambos hicimos poco”, reflexiona. “Finalmente, después de 14 años, nos volvimos a ver, pero ya nada era como antes. Los años y la vida nos cambió y aunque él estaba dispuesto a todo por estar conmigo, yo ya no estaba en la misma sintonía. Nunca dejé de quererlo, pero él nunca dejó de amarme. Quedamos como amigos, pero él siempre me espera, como en nuestros años jóvenes, en Villa Gesell”.
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