Golpeó la puerta de su cuarto, la miró y no pudo más que abrazarla cuando ella lo dejó pasar con lágrimas en los ojos y el corazón en pedazos. "No llores hija, si tiene que ser para vos, va a volver", le dijo su papá a Cristina.
Había conocido a Gonzalo en la fiesta de 15 de Graciela, una amiga en común. Él era simpático, muy caballero. Nada hippie. Formal pero a la vez un poco bohemio. Tenía un aire descontracturado, con el primer botón de la camisa desabrochado, la corbata torcida, el pelo medio largo con un remolino rebelde y una mirada dulce y profunda. Iba a estudiar abogacía y para Cristina eso era muy importante.
Pasó una semana y volvió a verlo en otro cumpleaños de 15. Y, al ritmo de "Mandy" de Barry Manilow sonó la pregunta más esperada por las chicas de aquella época: "¿Te queres meter conmigo?", le preguntó Gonzalo con aires de conquista. La respuesta afirmativa y el beso confirmatorio llegaron a los pocos segundos. Estaban muy enamorados, pero la distancia y la inmadurez llevaron a cortar la relación después de tres meses. Él vivía en La Plata y ella en Buenos Aires. Corría 1973, el viaje que conectaba ambas ciudades era interminable, todavía no había autopista y el único medio de transporte posible era el micro. Dos horas demoraba el vehículo en cubrir la distancia, dos horas que, finalmente, terminaron desgastando la relación. Y Cristina sufrió y lloró la pérdida de su primer gran amor.
Después del final del romance, cada uno hizo su vida. Gonzalo se mudó a Buenos Aires, se recibió de abogado, siguió orgullosamente soltero, sin hijos, y mantuvo relaciones ocasionales que no duraron demasiado tiempo. Cristina, por su parte, obtuvo su título de Trabajadora Social, se casó, tuve tres hijos y se mudó a Bahía Blanca. Llevaba una buena vida y había formado una hermosa familia, pero cuando los chicos crecieron se dio cuenta que ya no tenía muchas cosas en común con el padre de sus hijos y, de común acuerdo, decidieron separarse.
"El divorcio siempre es doloroso. No es algo buscado. Fue muy difícil, sobre todo a los 54 años después de haberme dedicado fundamentalmente a la familia. Al principio me resultó atractiva la novedosa experiencia de vivir sola por primera vez, pero al tiempo pasó y la soledad me jugó una mala pasada. Pude salir adelante".
Nada es casual
Como un guiño del destino, el día en que Cristina ponía fin a su matrimonio de 31 años, encontró en Facebook un mensaje de Gonzalo. "Hola, Soy Gonzalo Montoro. No sé si te acordás de mi. Soy el amigo de Graciela", escribió. Y Cristina sonrió mientras leía: "si supiera que una nunca se olvida del primer amor...", pensó.
Todo era nuevo para ella en ese momento. Con el fin de su matrimonio había decidido volver a Buenos Aires, donde estaba su gente, familiares y amigos de toda la vida. Siempre le había gustado la zona del Alto Palermo, así que el lugar de su futura casa ya estaba resuelto. Y, sin saberlo, alquiló un departamento que estaba a solo tres cuadras del de Gonzalo.
El reencuentro fue muy emocionante. Si bien se habían visto y escuchado computadora mediante, el contacto personal tuvo algo mágico. Fueron a almorzar y eligieron el mismo plato: pollo grillado con puré de calabaza. Hablaron de muchos temas y notaron que compartían muchas más costumbres que un plato preferido con gaseosa light: mirar tele y comer helado en la cama, bañarse con agua bien caliente, las películas argentinas antiguas, los viajes, hablar mucho de todo, escribir cartas románticas o poemas...
Y así comenzaron a compartir cada vez más momentos juntos. "En un principio optamos por una relación de amigos con beneficios. Gonza no tenía experiencia en otro tipo de pareja, y yo no estaba en condiciones de empezar una relación estable y comprometida. Necesitaba recuperar el equilibrio emocional para poder encarar algo serio. Él estaba organizando un viaje a España y me invitó a acompañarlo. Cerramos los ojos y, a solo ocho meses del reencuentro, nos animamos a un mes de convivencia. Cada uno se hizo cargo de sus gastos. La pasamos genial y descubrimos otras cosas en común. Teníamos los mismos tiempos. Nos mirábamos después de caminar un rato, o recorrer un museo y los dos coincidíamos en que era suficiente. Ya era el momento de disfrutar un buen café, otro de nuestros gustos compartidos, al igual que las ferias callejeras y las antigüedades".
39 años después
Al regreso del viaje, Cristina sintió que era hora de definir el rumbo que tomaría la relación. Ella ya estaba en condiciones de tener una pareja estable. Y, si el no quería comprometerse en esos términos, la relación se terminaba. Gonzalo aceptó la oferta y siguieron juntos. Al principio le costó el cambio, hubo un período de transición hasta que le fue tomando el gusto a algo tan novedoso como tener una relación de ese tipo. "Creo que lo que más le gusta de mí es que soy muy distinta a las mujeres que solía frecuentar. Siempre me dice que le gusta mi abnegación, mi honestidad, mis valores, mi sentido común, mi generosidad, mi ácido sentido del humor y mi inteligencia emocional. ¿Se nota que está enamorado, no?".
Cada uno vive en su casa, ya llevan siete años juntos, a pesar de todos los pronósticos agoreros sobre su futuro. Nadie apostaba por la continuidad de la pareja, ni siquiera ellos mismos porque, la realidad es que eran dos personas con historias de vida muy diferentes. "Sin embargo y a pesar de todo eso, encontramos en el otro al compañero, el que nos hace feliz, nos ama, nos cuida y nos respeta. Ese con quien podemos ser nosotros mismos, sin críticas ni censuras. Ese con quien compartimos películas, libros, viajes, salidas, largas charlas, y sobre todo con quien nos divertimos mucho, que no es poco. Lógicamente tenemos desacuerdos y conflictos, forman parte de la vida, pero podemos superarlos porque el amor es más fuerte como decía la canción de la película Tango Feroz".
Viajan mucho. Lejos, cerca, donde pueden. También disfrutan del cine, el teatro, los recitales, los maratones de Netflix, los cafés (si son gourmet, mejor) recorrer ferias de antigüedades, escuchar las canciones de Serrat y hacer nesting los fines de semana. "Todavía nos preguntamos si ese pequeño amor de la adolescencia no fue la causa necesaria para que en la madurez volviéramos a estar juntos. Repasamos nuestra historia tratando de desentrañar el misterio de nuestro vínculo. Nos gusta esta especie de novela de amor, de sueños adolescentes contrariados, profecías paternas cumplidas a destiempo, formas de vida antagónicas y un reencuentro con sabor a asignatura pendiente que se transformó en un vínculo que crece día a día".
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