Desde que era muy chica María Segunda soñaba con ser madre, más aun cuando se casó a los 32 años. Sin embargo, la imposibilidad de quedar embarazada terminó por destruir su matrimonio. Sin embargo, jamás bajó los brazos y varios años después tuvo su premio.
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Cuando a María Segunda Santamaria (51) le preguntaban qué quería ser cuando fuera grande siempre contestaba lo mismo: ser mamá y tener un montón de hijitos.
“Mi entretenimiento preferido era jugar a la mamá y formaba mi familia con muñecos. Si bien era con otras amiguitas de la infancia y con mi hermana menor, también jugaba sola e imaginaba situaciones de esa índole: me armaba un bolso con ropa para el bebe y demás cosas. Cuando nos íbamos de vacaciones con mi familia elegía algunos pocos juguetes para llevar y, entre ellos, siempre había muñecas, ropitas, mamaderas y carteras”, recuerda, a la distancia.
Primer shock
Los años fueron pasando pero ese deseo de niña, lejos de desaparecer, se fue incrementando cada vez más. Más aun cuando a los 30 años se puso de novia y a los 32 se casó. A partir de ese momento comenzó una intensa búsqueda para formar una familia pero, sin embargo, los resultados no fueron los esperados.
“Cuando me enteré que tenía endometriosis fue un shock fuertísimo para mí, sabía muy bien de que se trataba eso ya que unos años antes mi hermana menor también fue diagnosticada con esa enfermedad. En aquella época no se sabía mucho sobre el tema. De hecho, te indicaban tratamientos hoy obsoletos como provocarme una menopausia química por seis meses, mínimo, para evitar que la enfermedad avanzara y en mi caso no funcionaba y se sucedían una operación tras otra. Mi estado de ánimo iba decayendo, mi fe no, eso nunca, pero el cuerpo empezaba a pasarme factura por recibir tantos químicos y tantas operaciones”.
“Me generaba una ansiedad loca”
Junto a su marido, cuenta, hicieron tres tratamientos de baja complejidad, inseminaciones, y no funcionaron. Luego, empezaron la carrera de juntar dinero para poder pagar el primer tratamiento in vitro ya que en aquella época no existía la Ley Nacional de Fertilidad. Sin embargo, nunca estuvieron cerca de lograr el embarazo.
“Sentía frustración absoluta, enojo y mucha tristeza. Además, me generaba una ansiedad loca. No tengo mucho registro de haber tenido lindas charlas con mi marido, de esas de amor, de ir para adelante juntos. Yo estaba muy afectada y con el tiempo me di cuenta que se había transformado, por momentos, en una obsesión. Solo deseaba ser madre, estaba segura que iba a quedar embarazada de mellizos y pasaban los meses, años y eso no sucedía”.
Su marido decidió dejarla
Esa desconexión con su marido, cuenta María Segunda, le llevó a pedirle que tenían que conversar ya que sentía que algo no estaba bien en la pareja. “Para mi sorpresa, un día cualquiera empezamos a conversar y esa charla duró pocos minutos, él me dijo que quería separarse. A la semana se fue de la casa y a los pocos meses me pidió el divorcio. Al principio lo viví con sorpresa, sin poder aceptar esa nueva realidad. Negación absoluta, rechazo por él, por la manera sorpresiva de irse de mi vida, enojo, rabia y demás emociones necesarias para empezar a duelar ese matrimonio. Creí que se me venía el mundo abajo porque en ese momento pensaba que la única forma de formar una familia era con ese hombre con el que me había casado y me había dejado”.
A raíz de esa inesperada situación María Segunda comenzó a sentir tristeza y desgano por todo, apatía absoluta, ganas de estar durmiendo todo el día. Sentía que yo no era posibilidad para nada. Al poco tiempo la psiquiatra le diagnosticó depresión. “Recuerdo el día que volvía en colectivo hacia mi casa desde el juzgado en el que firmamos el divorcio después de ver a mi marido por última vez en la vida, nunca jamás volvimos a vernos. Ese día fue de un dolor tan hondo, una tristeza tan profunda, estaba rota por primera vez. Entré a mi casa y no sabía qué hacer, literalmente no podía tomar ni una decisión simple como irme a la cama a llorar o llamar a alguien, no sabía cómo seguir. El proyecto de vida que tenía ya se había disuelto. Fue un quiebre fuerte, un antes y un después en mi vida”, asegura.
El sentido de su vida
María Segunda fue a una psicóloga y también a una psiquiatra que le recetó antidepresivos y ansiolíticos y al poco tiempo, dice, empezó a sentir alivio. Sin embargo, el clic para dejar atrás la depresión, cuenta, fue un viaje que realizó a Brasil con su mamá donde pudo conversar y desahogarse sobre todo lo que venía pasando en su vida durante los últimos años.
Nada de lo que había acontecido durante ese tiempo había logrado poner fin al gran sueño que tenía María Segunda desde niña. Todo lo contario, ese deseo se transformó en el sentido de su vida, en ese motorcito que la impulsó a seguir adelante.
Para ese entonces, cuenta, ya había empezado los trámites para hacer un tratamiento in vitro sola, como familia monoparental, y en este caso ya era gratuito aprovechando la Ley de Fertilidad. “Dada mi condición de menopaúsica, debería acudir a ambos donantes anónimos, vale decir no solo espermas sino también óvulos, sería a través de un tratamiento in vitro e iba a ser yo la que gestaría ese embrión. Esta decisión me llevó un tiempo, mucha terapia, mucho hablarlo con gente querida, buscar apoyo y hablar sobre mis miedos de embarazarme sola, sin pareja y a esa edad”, confiesa.
Rendirse no era una opción
Cuando le avisaron que ya habían encontrado los donantes anónimos y unos días después ya estaban los embriones esperando para ser transferidos a su útero sintió alegría, ansiedad y miedo. Todo eso junto.
“Me transfirieron el primer embrión, yo pedí que fuera uno solo, y unos cuantos días después me enteré que no funcionó, fue negativo y ahí casi casi que no seguí, fue un bajón fuerte recibir la noticia. En ese momento no eran tantas las personas que sabían que ya estaba con la transferencia de los embriones, me apoyé mucho en mi red amorosa, hablaba de mi frustración y de mi cansancio, llevaba muchos años intentando ser madre”.
Beta positivo!!!
Sin embargo, como todavía le quedaban dos embriones decidió ir por el segundo y último intento. Y después de tantos años de espera el destino le estaba dando una señal inequívoca de que a los 48 iba a cumplir con su gran sueño. “Fui sola a buscar el resultado del laboratorio para confirmar el embarazo y del otro lado del teléfono había mucha gente esperando que yo mandara el mensaje cuando abriera el sobre. Cuando leí el positivo, que son números, se me nubló la vista y no podía verlos. En esa época no usaba anteojos por lo que le tuve que pedir a un empleado del laboratorio que leyera por mí los números que indicaban el Beta positivo. No paraba de llorar, ese fue el instante en que se materializó mi deseo, el más grande del mundo, ya era otra, ahora era mamá. Estaba segura de que todo iba a seguir bien. Lo merecía. Trabajé mucho para que esto se diera, trabaje mucho en mí, hice todo el proceso necesario, puse el cuerpo y el alma, ahora ya estaba. Dios me había premiado”, se emociona.
A los pocos minutos su celular se había quedado sin batería a raíz de todos los mensajes, llamados y mimos que recibió luego de compartir la hermosa y tan deseada noticia.
María Segunda cuenta que vivió su embarazo con una energía que no había sentido en ningún otro momento de su vida. Estaba feliz aguardando la fecha acordada para la cesárea, 5 de diciembre de 2018, para verle por primera vez la carita a Esmeralda.
Bienvenida Esmeralda
“Elegí a mi hermana la que vive en Brasil para que me acompañe a la sala de partos. Viajó unas semanas antes para la Argentina y ahí fuimos juntas las dos. Como en los grandes momentos de mi vida, ella siempre estuvo agarrándome de la mano. En cuanto Esme salió de adentro mío sentí una emoción rarísima, me costaba entender que era mi hija. Pensaba que se venía el tiempo de maternar, cuidar, amar, educar, enseñar y aprender, amar más aun, dejar un legado, velar por ella, ahora viene lo lindo, ahora llegó el premio para disfrutar”.
María Segunda, que se formó como Coach Ontológico Profesional, cuenta que a su hija, que actualmente tiene tres años, le encanta jugar a las muñecas, tocar instrumentos musicales, aunque por ahora no le gusta bailar. Además, disfruta mucho pintar con acuarelas, temperas y lápices y leer cada uno de sus libros.
“Estoy orgullosa de la familia que formamos con Esmeralda”
Como mamá dice que es muy amorosa, besuquera, que la abraza, la levanta upa, le dice todo el tiempo que la quiere y que la ama y le muestra fotos de cuando estaba en la panza, actividad que Esme adora.
“Podría enumerar mil cosas que Esme cambió en mi vida, pero elijo decir que modificó mi condición de mujer sola a mujer que formó su familia. Y ahí me muero de amor con tan solo escucharme decirlo. Amo y estoy orgullosa de la familia que formamos con Esmeralda. Somos dos valientes que después de muchos años de buscarnos, Dios nos guio para que pudiéramos encontrarnos”.
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