Hay historias de amor que necesitan de los años para concretarse
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En el año 1987 dos niños empezaron primer grado: Laura que hoy tiene 43 años y Gonzalo que tiene 42. Fueron compañeros de primero a tercer grado, compartieron cumpleaños infantiles y además sus madres eran compañeras de trabajo como docentes en otra escuela. Para quinto grado se volvieron a encontrar, pero esta vez de una forma más ocasional para tomar la primera comunión. En tercer año del secundario entró un nuevo chico al colegio de Laura con el cual se hicieron amigos, “él era muy amigo de Gonzalo pero nunca coincidimos en ningún lugar”, cuenta Laura. No había amor entre Gonzalo y Laura, no es que se gustaran, solo eran compañeros, pero el destino quería que se mantuvieran cercanos, es que a veces el amor requiere de tiempo y paciencia.
“Me casé para llenar vacíos”
Laura tuvo una infancia muy dura, es hija única y perdió a su papá a los 13 años y a su mamá a los 20 años. Ese vacío familiar la llevó a casarse a los 23 años, “estuve casada tres años, gracias a hacer terapia me di cuenta de que en realidad no estaba enamorada, sino que me había casado porque estaba llenando vacíos, mi ex marido es una excelente persona, yo le agradezco mucho porque estuvo conmigo en uno de los momentos más difíciles de mi vida pero no era el amor de mi vida”, se sincera Laura. Así que pusieron fin al matrimonio y a los 27 años ya estaba separada. En paralelo Gonzalo estuvo en pareja muchos años y frecuentaba los mismos lugares que Laura pero jamás se cruzaron, no era el momento.
Con la juventud de la década de los `20 Laura volvió a salir a bailar. “Somos de Pilar, si bien creció muchísimo los últimos años todavía sigue teniendo una cosa de pueblo que te conoces con la gente y no son tantos los lugares para salir”, explica Laura. Lo cierto es que ella sí se encontraba con el amigo que tenían en común en las noches que salían todos juntos pero el momento en que se cruzaban justo Gonzalo no estaba al lado de su amigo y cuando aparecía Laura ya se había ido para otro rincón del lugar. Sí, les dije que esta historia es de un amor que requiere paciencia.
“Seguro que me vio fuera del boliche con mejor luz y se arrepintió”
Era el año 2010, Laura inauguraba los 30 años y ya estaba aburrida de salir, de conocer gente e intercambiar números de teléfono que quedaban en la nada.
Pero un sábado en el boliche todo cambió: ya de madrugada y con ganas de irse para su casa, un chico se acercó a hablarle a su amiga, a Laura le resultó un rostro familiar pero no le prestó demasiada atención, “estaba podrida de los hombres”, sentencia.
Su amiga se le acercó y, señalando al chico con el que estaba hablando le dijo: “me dice que te conoce”. Laura lo miró bien y sí, lo conocía, era su compañero de primaria: Gonzalo. “Si hay algo que tenemos en común es que los dos tenemos la misma cara de cuando éramos chicos”, asegura Laura. Así que gracias a una bendecida genética pudieron reconocerse después de tantos años.
Comenzaron a charlar, a ponerse al día, las frases de levante iban y venían de un lado al otro e intercambiaron teléfonos.
Al día siguiente Laura recibió una solicitud de amistad por Facebook, esperó un rato para aceptarlo, se agregaron en el msn y comenzaron a chatear. Si sos un joven leyendo esta historia que no sabe lo que es el msn te cuento que era la herramienta que se usaba por aquel entonces cuando la tecnología empezaba a tendernos una mano en la facilidad de la comunicación para que pudiéramos conocer a otras personas.
La invitó al cine, la pasó a buscar, compró pochoclos, vieron la película y nada más, no hubo ni un beso, “seguro que me vio fuera del boliche con mejor luz y se arrepintió”, pensó Laura decepcionada.
Sin darse cuenta la relación avanzó
Al sábado siguiente volvieron a coincidir en el mismo boliche. Mientras pasaban el rato juntos en un determinado momento Gonzalo le preguntó, “¿Viste el video de este tema?”, Laura no recuerda cuál era ese tema, pero si recuerda a la perfección lo que sucedió después: le dijo que no y le preguntó cómo era. Entonces Gonzalo la besó, y desde ese primer beso nunca más se separaron.
A partir de ahí los sucesos se fueron dando sin pensarlo mucho, simplemente fueron pasando. Él nunca le pidió formalmente ser la novia, pero al tiempo la presentó a su círculo familiar y amigos como tal.
Al año ya vivían juntos, fue una mudanza hormiga, de a poquito Gonzalo fue dejando sus cosas en la casa de Laura hasta que se dieron cuenta de que vivían juntos. Por mucho tiempo no pensaron en ser papás, prefirieron viajar, vender la casa y empezar a construir una nueva que fuera un proyecto de los dos. A los 38 años de Laura el deseo compartido de ser padres empezó a florecer, se fueron unos días a Brasil antes de empezar con la construcción del nuevo hogar conscientes de que sería el último viaje que harían por un tiempo debido a los gastos que tocaba afrontar pero, para su emoción, de ese viaje se fueron siendo dos y volvieron siendo una familia de tres.
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