Eduardo Perrotta, comandante del vuelo2734 de Austral, realizó un audaz aterrizaje forzoso en el aeropuerto de Ezeiza que salvó la vida de 155 pasajeros
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Martes 20 de febrero 2004, Aeroparque Jorge Newbery. El vuelo 2734 de Austral despegó a las 13.15 con rumbo a Puerto Iguazú, Misiones. No se registraron inconvenientes. A bordo del Douglas MD81, comandado por Eduardo Perrotta, viajaban 155 pasajeros. Eran, en su gran mayoría, un grupo de jubilados israelíes que hacían turismo por el país acompañados de un guía. Nada hizo sospechar al piloto lo que estaba a punto de ocurrir, ni que pronto su nombre aparecería en todos los diarios del país. Tampoco lo imaginaron en aeroparque. Fue la llamada de un taxista que ese día circulaba por la avenida Costanera la que lo cambió todo. “Él dio la voz de alerta”, reconoce Perrotta dos décadas después.
“Despegamos, todo normal. Pero cuando estábamos a la altura de Gualeguaychú, nos llama el control de Ezeiza y nos pide que pasemos a la frecuencia de la torre de Aeroparque porque tenían un mensaje para darnos. Nos llamó la atención porque ya estábamos fuera de la zona que controla esa torre. Nos pusimos en contacto y lo primero que nos preguntaron fue si todo estaba “normal”. Yo respondí que sí, no había ninguna alarma. Entonces me contaron que habían recibido la llamada de un taxista que pasaba por la Costanera, que vio que de mi avión se desprendió una rueda y que había cruzado la avenida”, cuenta.
-¿Un taxista manejando por la avenida Costanera fue el que dio el aviso?
-Sí. Aparentemente cuando despegamos se desprendió la rueda y pegó en las rejas de Aeroparque, que son las mismas que están hoy. Tras el impacto, hizo como una catapulta: se elevó, cruzó la avenida Costanera y cayó en un mini-golf que había al lado de Costa Salguero. Un poco más allá, al lado del mini-golf, había una estación de servicio. Después del accidente, la rueda la encontró la Prefectura adentro del golf, intacta. Me la mostraron, ni siquiera estaba desinflada.
Las crónicas de la época describieron que “la rueda impactó contra la valla que separa al Aeroparque de la Costanera, la rompió y siguió su camino hacia donde se encuentra el Driving Range de la Asociación Argentina de Golf, al lado de Punta Carrasco. En el trayecto rebotó un par de veces sobre la avenida Obligado y, con una altura de unos tres metros, pasó por al lado de una estación de servicio y de las paradas de los colectivos 160 y 37, con la fortuna de que no rozó a ningún vehículo ni a ninguna persona, aunque sí dio contra un cartel de publicidad, que destrozó”.
-¿Qué pasó cuando recibió el mensaje de Aeroparque?
-Volvimos a controlar, pero nos daba que estaba todo “normal”: el tren estaba arriba, no había pérdida de líquido hidráulico, no se encendió ninguna alarma... Controlamos todo. Lógicamente, nos entró la duda: “¿Se habrán equivocado de vuelo?”, nos preguntamos en cabina. Pero ningún avión tiene en sus controles el indicador “rueda”. Existe el de tren de aterrizaje, que advierte si está arriba o abajo, pero “rueda” no hay.
-¿Cuántas ruedas tenía el avión?
-Tiene dos en la parte de aterrizaje izquierda, dos en la derecha y tres en el tren principal, en la nariz. Se desprendió la rueda trasera interna izquierda.
-¿Y qué decidieron?
-Ante la duda, decidimos volver a Buenos Aires. Pensé: “Si el aviso llega a ser real prefiero aterrizar cerca de la central de mantenimiento. Si hay que hacer algún arreglo al avión, en Iguazú todo va a ser más problemático”. Por eso decidimos regresar. La opción más segura era Ezeiza porque tiene dos pistas casi un 50 por ciento más largas y más anchas que Aeroparque. Además, alrededor de Ezeiza, prácticamente todo es campo y cuenta con la asistencia de bomberos y ambulancias, están más preparados. Así que nos fuimos a Ezeiza con esa intriga.
-¿Qué le dijeron a los pasajeros?
-Les dijimos la verdad, que había un problema de aterrizaje, aunque no era seguro. El 80 por ciento de los pasajeros era un grupo de jubilados israelíes que por suerte venían con una guía que hablaba hebreo. La comisaria se comunicaba con la guía en inglés y ella les trasmitía.
-¿Cómo reaccionaron los pasajeros?
-Todo fue tranquilo porque era un día soleado y el avión volaba normal. Además, entre todas las emergencias que uno practica en los simuladores de vuelo, esta no es la más complicada. Eventualmente, si sucede algo, ya estamos en tierra. Las más complicadas son cuando hay problemas de controles en pleno vuelo.
-¿Es complejo aterrizar el avión con una rueda menos?
-Todos mis colegas me preguntaron lo mismo. Para mí fue sencillo, pero para ese entonces yo ya tenía encima 14 mil horas de vuelo, 20 años de vuelo ininterrumpido e iba al simulador cada seis meses. ¿Te imaginas la cantidad de emergencias que teníamos practicadas? Cuando vos estás capacitado, estás tranquilo. La empresa invierte mucho dinero en la instrucción.
-¿Qué sucedió luego?
-Ese tipo de avión podía despegar con 58 toneladas de peso, pero no puede volver a aterrizar de inmediato con esas mismas 58 toneladas porque cada avión tiene una limitación especial. Los aviones de cabotaje, como este caso, no tienen una válvula que uno pueda tirar el combustible, como sí la poseen los aviones grandes, de vuelos internacionales, entonces había que consumirlos. No quedaba otra. Además pensé, si es verdad que no tengo una rueda -porque no teníamos la certeza- y aterrizo excedido de peso se me puede complicar.
-Recién había llegado a Gualeguaychú, le quedaba mucho combustible aún.
-No, por eso volé bajito, a 5000 pies, y fuimos a un sector de la zona de Lobos, en la provincia de Buenos Aires, e hicimos un circuito de espera. Ese tiempo de espera fue muy valioso porque la comisaria pudo preparar la cabina para el supuesto caso de que tuviéramos que evacuar el avión a través de los toboganes de emergencia que salen de las puertas principales. Habremos volado 40 minutos antes de aterrizar en Ezeiza. Antes hice una pasada con el tren abajo para que la torre de Ezeiza me confirmara si faltaba la rueda.
-¿Qué dijeron en Ezeiza?
-Hice la pasada a 150 metros y miraron con binoculares. Ahí se dieron cuenta de que no solo faltaba una rueda si no que, además, tenía unos cables colgando.
-¿Cómo fue el aterrizaje?
-Cuando tocamos tierra se salió la otra rueda, la compañera. La vi pasar por delante de la cabina... De pronto, el avión se cayó hacia la izquierda. Recorrimos la pista apoyados sobre los fierros del tren de aterrizaje. Se originó un principio de incendio, por la temperatura del fierro que rozaba la pista, pero se apagó solo. Lo más complicado fue que, al no tener las ruedas, no tenía frenos. Comprendí que la única forma de frenar el avión era con la reversa. En un avión la reversa son unos chapones que se despliegan en las tuberías de escape para que el flujo de escape pegue en esas chapas y lo mande hacia adelante. Provoca ese ruido fuerte que se escucha en los aviones cuando aterrizan. Es como si agarraran al avión de atrás y lo jalaran. Así que lo frené a pura reversa. Paralelamente, al avión nos iban siguiendo los bomberos. El avión paró en la intersección de las dos pistas de Ezeiza. Como no hubo incendio ni peligro, los pasajeros bajaron por las escaleras y rápidamente nos alejamos del lugar.
-¿Cuál era el mayor peligro?
-Tuvimos suerte, lógicamente, porque con todo el “fierrerío” que tocó el piso se agujereó el tanque de combustible...
-Entonces, fue providencial su decisión de gastar el combustible.
-No, porque en realidad yo no lo hice por eso. Lo de gastar el combustible fue para estar dentro de las limitaciones del avión, el tema del peso y porque, además, estábamos volando tranquilos. Ahora, si se viene incendiando el avión no voy a priorizar eso, voy directo al aterrizaje excedido de peso, con el tanque lleno...
-¿En algún momento sintió temor?
-No, no... Hice lo que tenía que hacer. Los pilotos estamos entrenados para estas situaciones. Hay muy buena instrucción en la Argentina, al nivel de las líneas europeas y norteamericanas.
-Como hace 20 años, usted sigue mostrando una actitud llamativamente calma sobre la situación. Sin embargo, los expertos aseguran que la mayoría de los accidentes aéreos ocurren en el despegue o en el aterrizaje.
-Es que estaba tranquilo. Aunque no voy a negar que ese día recé un Padre Nuestro y tres Ave María. Venía volando y rezando...
-En ese tiempo no se dijo nada del llamado del taxista, trascendió como que el error se advirtió en la torre de Aeroparque. ¿Qué cree que hubiera pasado si el taxista no hacía esa llamada?
-Bueno, seguramente hubiera sido peor. Si aterrizo en Iguazú sin saber que me falta una rueda y se sale la otra y no tengo frenos... ¡no entendés nada! El taxista fue la voz de alerta.
-¿Usted llegó a hablar con el taxista?
-No, no tengo ni idea quién fue.
-¿Qué pasó después? ¿Cómo siguió su carrera?
-Ese día no pude volver a casa, porque había móviles esperando en la puerta. Tuve que ir a dormir a lo de mi padre. Fue abrumador. Después, lógicamente, en la empresa conté varias veces este relato porque la experiencia para otros siempre es válida y se aprende. El avión estuvo unos meses en arreglo y después siguió volando, todo normal, y yo me jubilé en el 2018.
Perrotta descubrió su pasión por los aviones luego de ver la película Aeropuerto, dirigida por George Seaton y protagonizada, por Burt Lancaster y George Kennedy. El film es reconocido como el iniciador del género de cine catástrofe. “La película me impactó mucho. Me encantó. Con mi familia, en los veranos siempre íbamos de vacaciones a Miramar. Una tarde de verano le robé el auto a mi padre y me fui al aeroclub para hacer un vuelo de bautismo. Salimos en un Piper PA-11, que es el avión de escuela más popular del mundo. Volamos sobre la playa y alrededores, me fascinó. Cuando volvimos a Buenos Aires, lo primero que hice fue ir al aeroclub más cercano y empecé el curso de piloto privado en 1973. Trabajaba de empleado administrativo en una metalúrgica y los fines de semana gastaba todo lo que ganaba en horas de vuelo. Ese fue el primer escalón de la carrera, después hice el curso de piloto comercial y entré a Austral en 1983″.
Perrotta se retiró de la aviación comercial hace seis años. Como es costumbre, tuvo su “último vuelo”. Pero en su caso fueron tres... “El día de tu cumpleaños es el día que hacés el ‘último vuelo’. Pero, bueno, yo tenía que quedar bien con todos así que hice tres ‘últimos vuelos’. El primero fue a Bahía Blanca, porque mi señora es de la zona, es de Pigue. El segundo fue a Santiago del Estero, por la relación de amistad que tenía con la gente de la base y los mecánicos. Y el tercero, el día de mi cumpleaños, el 28 de febrero, fuimos a Viedma. Viajaron conmigo familiares y amigos. Fue una profesión que disfruté mucho, ojalá que todos puedan disfrutar de lo que hacen porque cuando sucede deja de ser un trabajo, es una pasión”.
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