Vivió su infancia jugando a la pelota, al ring raje y andando en bici; su adolescencia en el Nacional de Buenos Aires fue tumultuosa; 1984 fue el año donde comenzó a gestar su sentido: estrechar lazos entre la cultura la japonesa y la argentina.
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1984 fue el año que transformó el destino de Ricardo Hara. En Buenos Aires, los vientos de cambio se sentían en la atmósfera y la vida parecía sonreírle. Acababa de recibirse, tenía muchos amigos y mantenía un noviazgo de larga data. La noticia de que había sido becado por el gobierno de la prefectura de Hyogo, Japón, resonó fuerte en él y sacudió su presente. ¿Realmente deseaba irse de la Argentina por tanto tiempo? Ricardo jamás había estado en Japón ni se había subido a un avión, pero su voz interior le exclamaba que era momento de cruzar las fronteras conocidas.
Tras una despedida agridulce, llegó a tierra nipona en pleno “milagro económico”, momento en el cual experimentó uno de los impactos más fuertes de su vida. A cada paso, Ricardo podía palparlo, aquella isla estaba camino a transformarse en la segunda economía mundial. Lejos de una Argentina que apenas sí comenzaba a respirar democracia, tuvo un despertar, un “darse cuenta” de los cambios que se aproximaban a escala mundial.
“Era como poder ver el futuro antes de que ocurra. Si bien aún faltaban varios años para la aparición de internet y los celulares, ya podía `olfatearse´ la globalización y el avance exponencial de la ciencia y la tecnología como derribadoras de muros y fronteras en una batalla silenciosa entre lo digital y lo analógico”, cuenta al rememorar su historia.
1984 transcurrió sorprendente, pero a pesar del fuerte impacto inicial, Ricardo aún no sabía hasta qué punto aquella travesía cambiaría su existencia.
Una infancia feliz, una adolescencia tumultuosa y un suelo japonés lejano: “Malvinas, rock y el retorno a la democracia”
En su infancia y adolescencia, Ricardo veía a Japón como un rincón lejano y casi ajeno a su vida, a pesar de tratarse de la tierra de sus ancestros. Su bisabuelo Rikichi Hara había llegado a Buenos Aires en 1914 y su abuelo, Noboru, se había instalado en suelo argentino en 1930, tras finalizar sus estudios universitarios en Japón. En 1953, sus abuelos recibieron en su hogar y adoptaron a sus padres, quienes habían escapado de las penurias de la posguerra. Él, Ricardo, respiró su primera bocanada de aire en 1958, en el seno de una familia feliz por la llegada de un hijo varón (chonan), muy esperado en la tradición japonesa.
El pequeño nikkei creció en San Cristóbal rodeado de afecto familiar y amigos que aún conserva, al igual que los recuerdos de sus días de primaria en las escuelas Ricardo Gutiérrez y Agustín Álvarez: “Fue una época feliz, bien de barrio, jugando al fútbol, andando en bici y haciendo ring rajes”.
Luego llegaron los años turbulentos, mientras cursaba la secundaria en el Colegio Nacional de Buenos Aires. De 1971 a 1976 vivió tiempos imborrables, marcados a fuego por aquel 1972 en el que falleció su padre, con tan solo 46 años.
“Fue un golpe durísimo que determinó un antes y después, que nos ocasionó muchas privaciones económicas, pero que también nos unió a los hermanos de la mano de nuestra `madre coraje´, una mujer maravillosa que nos dejó en febrero de este año con 94 años vividos a pleno hasta el final”, cuenta con orgullo.
“Los años del secundario fueron muy intensos y recuerdo cada detalle como si hubiese sido la semana pasada: los recitales de rock y campamentos, los amores no siempre correspondidos, las ganas de cambiar el mundo, y después los tiempos oscuros de la Triple A y los primeros compañeros de aula desaparecidos, preanunciando la dictadura militar. Todo en seis adolescentes años, donde crecimos de golpe”, continúa.
La infancia había quedado atrás y el mundo adulto había comenzado a mostrar sus claroscuros. Tras realizar el servicio militar en la Fuerza Aérea, Ricardo decidió estudiar Agronomía en la UBA, “una carrera maravillosa”. Los siguientes años también quedaron grabados en él y lo transformaron para siempre, “con recuerdos como ráfagas: Malvinas, militancia universitaria en el PI y el retorno a la democracia, yendo a escuchar a los Redondos la noche anterior a la asunción de Alfonsín”.
Un amor inesperado y vivir entre dos tierras: “En el mismo momento la vi supe que iba a ser mi compañera para toda la vida”
Pero tras años de barrio, estudios, amigos, rock y sueños para una Argentina que ardía, el llamado había llegado y Ricardo supo que era tiempo de atender. Debía permitirse descubrir el país de sus ancestros, reconocer sus orígenes. Allí, finalmente, comprendió algo que antes desconocía: “Pude sentir que Japón también era mi patria, mi lugar en el mundo. A los 25 años descubría que lo que parecía tan distante, era muy cercano”.
1984 culminó entre los estudios y el asombro que cada día le provocaba Japón, y dio paso a un 1985 que trajo consigo el suceso inesperado que transformó para siempre la relación de Ricardo con la nación de sus raíces: conoció a Yasuko, su actual esposa y la madre de sus hijos, Tomás y Natalia. “En el mismo momento la vi supe que iba a ser mi compañera para toda la vida”.
Ese mismo año, Ricardo y Yasuko contrajeron matrimonio y, a partir de ese lazo, el joven argentino comenzó a dividir su vida entre dos tierras.
Japón, un país enigmático: “La vida cotidiana de los japoneses está basada alrededor de la armonía y la confianza”
La unión de sus países comenzó a fortalecerse cuando Ricardo inició su carrera laboral en una empresa japonesa con filial en la Argentina, un camino que le permitió volver con frecuencia a Japón.
Los viajes reiterados cultivaron en él la capacidad de actuar como puente entre ambas culturas y transformarse, como suele decir, “en una mezcla entre samurái y gauchito Gil”, asumiendo un rol de decodificador cultural de dos países lejanos y opuestos, con costumbres y hábitos bien diferenciados.
“Japón no deja de sorprenderme cada vez que viajo. Se trata de un país enigmático, cuya sociedad ha experimentado muchos procesos de cambio a lo largo de su historia de más de 10 mil años, donde la modernidad y las innovaciones tecnológicas se conjugan con el respeto profundo hacia sus tradiciones y formas artesanales de hacer las cosas”, explica.
“La vida cotidiana de los japoneses está basada en el cumplimiento tácito de una serie de valores, donde todo gira alrededor de la armonía (wa) y la confianza (shin, un ideograma formado por los símbolos de persona y palabra), lo que se refleja en el esfuerzo para ponerse en el lugar del prójimo, siendo un buen ejemplo la cordialidad hospitalaria que existe al momento de atender a invitados o clientes (omotenashi). También, en una rigurosa puntualidad y una impecable limpieza en todos los espacios públicos”.
“Explorando su alma, lo vamos a encontrar en el original sincretismo que existe entre tres corrientes filosófico-religiosas: el sintoísmo, el budismo y el confucianismo que han determinado una ética y una estética bien diferenciadas, incluso de otros países asiáticos”, continúa. “Apreciar la belleza de lo imperfecto o incompleto (wabi-sabi) o percibir la fugacidad de la vida (mono-no aware) apreciando cómo caen los pétalos del sakura ante una brisa o el uso del silencio en la comunicación, forman parte del ADN japonés”.
“Una característica determinante es la mentalidad `isleña´ que establece una fuerte separación entre `afuera´ y `adentro´, lo que se muestra hacia afuera (tatemae) y lo que se siente por dentro (honne), cosa que resulta bastante ambiguo de comprender, sobre todo para los gaijin{ (término usado para los extranjeros que significa `persona de afuera´”.
Calidad de vida en Japón: “Se caracteriza por tener un `triple 90´, que determina sus altos índices”
Los años pasaron, y a diferencia de Ricardo, sus hijos, que hoy tienen 34 y 29, visitaron Japón desde niños y con frecuencia. Aquel lazo alguna vez distante se estrechó hasta tal punto, que ellos decidieron finalmente radicarse en Tokio, tras recibir sus títulos universitarios en Buenos Aires.
Yasuko, por su lado, decidió volver a su tierra definitivamente para estar junto a sus hijos y su nieta, Mirei. Ricardo va y viene, aunque sabe que pronto fijará residencia junto a su mujer.
“Suelo describir a Japón como un país que se caracteriza por tener un `triple 90´: 90% de la población con estudios terciarios completos, 90% perteneciente a la clase media y 90% japoneses-japoneses, o sea con una alta homogeneidad étnica, cultural y religiosa”.
“Este `triple 90´ determina una sociedad con altos índices educativos y muy exigente para todo lo que se consume, ya sean productos o servicios, porque la capacidad adquisitiva y el acceso a la información hacen que exijan altos estándares de calidad y un detallado conocimiento de la procedencia (trazabilidad)”, explica.
“¿Esto significa que tienen una buena calidad de vida y humana? La verdad que no lo puedo asegurar, ya que el acceso a los bienes materiales no necesariamente se traduce en bienestar emocional y la búsqueda del Ikigai (razón de vivir) es un camino muy personal que no tiene recetas ni dogmas”.
La búsqueda de Ikigai y cinco consejos sabios: “Tal vez sea un buen momento para vivir tu propia vida, no la vida de otros”
Allá a lo lejos quedó 1984, distante y cercano a la vez, al igual que Japón durante su infancia y primera juventud. Un año que para Ricardo significó la apertura de un portal y donde halló el amor, pero también su Ikigai, el sentido de su vida: fortalecer el vínculo entre la Argentina y Japón, ya sea asesorando empresas, entidades públicas argentinas o japonesas, organizando viajes culturales y de capacitación, o gestionando negocios bilaterales a partir de la creación de Biosophy, la primera empresa fundada en Japón por capitales argentinos.
Ricardo también publicó “Crónicas de Japón”, más de trescientos relatos escritos a lo largo de los dos años de pandemia, donde abarca temas históricos y culturales, destinos y sabores; patrones de comportamiento, innovaciones tecnológicas, así como apuntes y reflexiones personales. Su travesía de vida colmada de riquezas le obsequió grandes enseñanzas, producto de la fusión de sus dos tierras, Japón y Argentina.
“A mis 64 años y después de tantas décadas recorriendo ambos países, me gustaría viajar cada vez más liviano de equipaje, pero más cargado de conocimientos. Con la expectativa de tener nuevas vivencias para poder levantarme motivado cada mañana, imaginando que lo mejor aún está por llegar”, reflexiona.
“Me gustaría compartir los consejos de Ken Mogi, autor del libro `Ikigai esencial´ (2018), quien sintetiza cinco sabios consejos: Actuar con modestia, sabiendo que tenemos todavía mucho por aprender. Un refrán japonés dice: `Una espiga de arroz, cuanto más madura, más baja su cabeza´; renunciar al egoísmo, potenciando los vínculos colaborativos y el trabajo en equipo.; buscar la armonía y la sustentabilidad en todo lo que hagamos; hacer las cosas bien, cuidando los detalles con la pasión de un artesano que busca mejorar en forma continua; vivir con plenitud el `ahora´, sabiendo que el pasado no volverá y que al futuro hay que construirlo a partir de lo que hagamos en el presente”.
“La experiencia acumulada, con sus no pocas cuotas de fracasos y errores, me permitieron algunos aprendizajes que utilizo como hoja de ruta, sabiendo que siempre es mejor aprender que empecinarse en tener razón. Aprendí a su vez la importancia de elegir un objetivo y perseverar para lograrlo. No necesariamente algo sublime ni extraordinario, sino algo concreto que sea valioso y significativo para vos. Tomarte un tiempo para reflexionar por qué estás haciendo lo que hacés. Tal vez sea un buen momento para dejar de hacer cosas que no te gustan y vivir tu propia vida, no la vida de otros. Elegir buenos compañeros de ruta y, sobre todo, alejarte de las compañías tóxicas”.
“Darles prioridad a las cosas importantes, aunque no tengan urgencia. Es clave para no perder tu tiempo en cosas que no tienen importancia, aun cuando parezcan urgentes. Revisar cada tanto lo que hiciste, ya que la búsqueda del Ikigai no es algo estático, sino dinámico. Recordar además que no es lo mismo Ikigai que felicidad, porque la búsqueda del Ikigai nos motiva a mirar el futuro con esperanzas, aun cuando tengamos un presente lleno de dificultades”, concluye.
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