En Machu Picchu, en un viaje de mochilero, conoció a una argentina, Mariela, su actual esposa y compañera para hallar su lugar en el mundo
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Cuando sus padres se divorciaron, en Dinamarca, decidieron repartirse a los hijos. A a él lo llevaron a vivir con su mamá y, a su hermano, con su papá. Una infancia ordenada - con días de la semana establecidos para hacer los cambios de domicilio entre ambos padres, que ya habían encontrado otras parejas, y cruzarse con algo que le faltaba: tenía un hermano pero al mismo tiempo no crecían juntos. De algún modo, quizá sin saberlo, calzarse la mochila, viajar a Sudamérica a descubrir otra cultura, otros paisajes, fue un modo de buscar su lugar en el mundo. Y, al parecer, lo encontró en Argentina. Aunque, para ser exactos, la aventura comenzó en Perú.
Conoció a Mariela, su actual esposa argentina, en Perú haciendo el camino del Inca a Machu Picchu. Estaban en el mismo grupo de diez personas. No hablaron demasiado, aunque intercambiaron un par de miradas y algunas sonrisas. Pero al día siguiente, en el pueblo yendo a Cusco, después de cenar, fueron a un boliche y en la pista de baile se sorprendieron en un beso. “Terminamos toda la noche chapando en una plaza.”, recuerda Allan. Al día siguiente ella tenía que seguir hasta Bolivia desde donde, unos días después, tenía que tomar el vuelo a Buenos Aires. Pero no quería que la cosa terminara ahí, entonces le dijo a su amigo y compañero de viaje, Lars, que se fueran a Bolivia. “Estuvimos cinco días en La Paz, donde nuestro amor fue creciendo. Tuvimos unos días increíbles, sabiendo que pronto se terminaba, ella se volvía a Argentina, yo a Dinamarca”, rememora el danés. Así ocurrió: ella volvió a su ciudad, al barrio de Caseros, y Allan siguió de viaje, junto con Lars, conociendo las maravillas de América del Sur. Pero la extrañaba demasiado. “Cuando estábamos en el Salar de Uyuni yo le pregunté si estaba de acuerdo en que yo me fuera a Buenos Aires a visitar a Mariela y él no tuvo problema en continuar el viaje solo”, recuerda Allan. “Estuvimos con Mariela juntos durante tres semanas muy intensas donde vimos que había algo más y que queríamos darle la oportunidad”, añade. La oportunidad se convirtió en una familia, con dos hijas nacidas en Dinamarca, de 9 y 13 años, y un local gastronómico dedicado al Smørrebrød, uno de los platos más frecuentes de la cocina danesa.
Los primeros tres años, la pareja convivió en Argentina donde forjaron nuevas amistades. Allá estaba fascinado por el estilo afectuoso de los argentinos y por un ritmo de vida que lo invitaba a vivir su juventud a pleno. “Salíamos mucho, comíamos mucho, estábamos muy enamorados y la pasábamos de diez. Después, en enero del 2008, nos casamos en Buenos Aires. Vino toda mi familia desde Dinamarca para celebrar. Unos meses después, en agosto del 2008, nos mudamos a Dinamarca”, relata.
Rápidamente Allan consiguió un trabajo en Carlsberg, la famosa cervecería. Allí ocupó diferentes puestos durante los seis años que la pareja se radicó en el país nórdico. Mariela había ido con la idea de trabajar y aprender el idioma, por supuesto, pero una semana después de llegar descubrieron que estaba embarazada. “No teníamos idea de que habías llevado ese ‘regalito’ desde Buenos Aires y eso cambió un poco el contexto. Entonces Mariela se tomó el tiempo para aprender el idioma en la escuela de lenguas, pero a nivel laboral le costó un poco más adaptarse.”, cuenta Allan.
También fue difícil la inserción social, algo que Allan Johansen resalta. “Cuando llegás del exterior al principio te hacen sentir que no sos danés, no te reciben con los brazos abiertos como me habían recibido a mí acá. Cuando yo llegué en 2005, en una semana ya me habían invitado a jugar un montón de partidos de fútbol y asados improvisados con gente que no conocía. Pero allá no te reciben de la misma manera, te reciben con los brazos cruzados y después con el tiempo te dejan entrar. Una vez que estás adentro, estás adentro. Pero es difícil y Mariela no la pasó tan bien el primer año hasta que supo encontrar su lugar y también los daneses le dejaron un lugar. “, analiza. “En ese sentido, fue mucho más fácil para mí mudarme acá, que para ella mudarse allá”, concluye.
Después, ella consiguió un trabajo perfecto, en una escuela con chicos con dificultades de aprendizaje donde descubrió que tiene un don innato para trabajar con chicos y que tiene un talento especial para la docencia. Así que, ahí encontró su rumbo laboral. Allan todavía estaba en la búsqueda de su auténtica vocación. “Yo siempre supe que en algún momento quería hacer algo gastronómico, pero todavía no le había encontrado la vuelta. Recién la encontré cuando volvimos a Buenos Aires en 2014. Decidimos volvernos porque extrañábamos el estilo de vida de acá, un poco más informal, de poder salir a divertirnos. En el invierno allá no se pasa nada bien, no tanto por el frío, porque te abrigás, pero la oscuridad te liquida; son muchas horas de oscuridad. En invierno, amanece recién a las 9 de la mañana y a las 16 ya se hace de noche. Eso no lo llevábamos muy bien.”, comparte.
La vuelta a Buenos Aires
Decidieron volver a Buenos Aires porque extrañaban su forma de vida acá, bastante más sociable que la que tenían en el país europeo. “En Dinamarca está todo muy ordenado -cosa que está re buena-, pero también medio que te aburrís. Nosotros estábamos con otro estilo de vida acá que extrañábamos mucho. También pasa eso cuando se está lejos del otro lado. Con el tiempo te acordás solamente de las cosas buenas, y las cosas no tan buenas te las olvidás. Teníamos muchas ganas de volver a Buenos Aires, así que volvimos en el 2014. En el primer año, prácticamente, estuvimos con la licencia por paternidad y maternidad de Dinamarca, así que durante los primeros meses acá no trabajamos. Con eso estábamos muy bien.”. Al cabo de un tiempo, Allan consiguió un trabajo en una empresa que vende herrajes y Mariela en un colegio como maestra de inglés. Eso, y el recuerdo de la buena experiencia en la educación danesa, la convenció de empezar a estudiar en un profesorado para ser maestra de primaria.
Niñas danesas en Argentina
La vuelta a la Argentina tuvo algunos desafíos, había que ayudar a las hijas a adaptarse al nuevo país. La mayor tenía cinco años y estaba bien integrada en el jardín en su país y, aunque entendía castellano, no lo hablaba bien. Había que acompañarla en su adaptación a sala de 5 en su nuevo colegio. La más chiquitita, tenía cinco meses cuando vinimos, de modo que no recuerda haber vivido en Dinamarca. “Pusimos mucho el foco en ellas durante el primer tiempo. Después, en mi cabeza se empiezó a formar la idea de emprender y así un día se formó Nórdica, mi local gastronómico de smørrebrød, una típica comida danesa.”, recuerda Allan. “Vi que en Nórdica encajaba toda mi historia, un lugar donde puedo trabajar y vender algo honesto que tiene que ver conmigo.”, resume.
En febrero de 2018 abrió el primer local en Microcentro, en Chacabuco y Avenida de Mayo, con una propuesta para comer al paso, para los oficinistas, para comer con la mano. Pero en diciembre del 2019 decidió cerrar el local porque tenía que renovar el contrato y le pedían “una locura” por el alquiler. Entonces se fueron a Dinamarca para pasar Navidad con la familia y pasar unas largas vacaciones. Cuando el 6 de marzo del 2020 vuelven a Buenos Aires, con la idea de abrir algo nuevo, los sorprende la pandemia y tuvieron que cambiar rápidamente los planes. “Como todo gastronómico, le busqué la vuelta con entregas a domicilio cocinando desde mi casa. Por suerte, me fue bastante bien. Pero sin poder abrir un nuevo local todavía.”, explica Allan.
“Me fui a perfeccionar a un hotel en Dinamarca”
Después, tuvo la suerte de que durante el invierno de acá -y verano de allá- 2020 y 2021 lo invitaron a trabajar en Dinamarca en un hotel, en un isla turística donde se queda durante meses, desde junio hasta septiembre. Era 2020 y tuvo que irse solo. “Fue demasiado tiempo sin mis hijas y sin Mariela, pero a nivel laboral fue muy bueno. Ahí conocí a un chef que me enseñó un montón de cosas técnicas sobre el smørrebrød,. Me ayudó a perfeccionar lo estético de los platos. Me sirvió un montón, más allá de ir a ganar unos buenos mangos.”, reconoce el propietario de Nórdica.
En el 2021 volvieron a Dinamarca los cuatro integrantes de la familia argentino danesa: las chicas podían seguir el colegio por zoom desde sus computadoras. Mariela también trabajaba haciendo el desayuno en el hotel y Allan se desempeñaba en la cocina.
Padres socios, hijas amigas
Así, aprendiendo nuevas habilidades, sobre todo en la cocina, comenzó a formarse la idea de una segunda versión de Nórdica. “El año pasado, cuando volvimos del viaje a Dinamarca, en septiembre, conseguí una reunión con la gente de Mercat Villa Crespo, y hablé con ellos sobre mis planes. Me contaron que estaban por abrir en Caballito y que les gustaría que me sumara allí con un local. Cerramos un acuerdo y entró Alejandro, mi socio, al proyecto. A Alejandro lo conozco desde el 2014, cuando vine acá. Nuestras hijas iban juntas al jardín y ahora son las mejores amigas. Nosotros también nos hicimos muy amigos con él y su pareja. Él me ofreció acompañarme a la reunión con Mercat para ver cómo reaccionaban cuando probaran mi comida y cuando salimos de la reunión me preguntó si tenía ganas de tener un socio. ‘En realidad, no lo pensé. Pero si el socio sos vos, sí’, le dije. Y estoy feliz, la verdad es que Alejandro como amigo es muy importante para mí, tiene muy buenos valores y un montón de cosas que admiro. Aparte también es contador y lleva muy bien lo administrativo -cosa que yo odio; yo soy el artista en la cocina y lo administrativo lo dejo para el último momento y después sufro. Así que, en ese sentido, también es un buen socio. También en un montón de otros sentidos nos complementamos muy bien. Acá estamos ahora, apostando a este hermoso proyecto.”, concluye Allan.
“Somos privilegiados de tener los dos mundos”
¿Por qué Argentina?: cuando hay 40 grados sí lo sufro
¿Qué es lo que te gusta de Argentina y por qué elegiste quedarte acá? Sin dudas, esta es la pregunta que más le hacen a Allan cuando cuenta que es danés. La respuesta la tiene bastante clara: “Me gustan muchas cosas. Como país es hermoso. La naturaleza, todo lo que tiene para ofrecer es increíble. Para viajar es un país perfecto. El clima me gusta, ya no sufro el calor como en los primeros veranos, al menos no de la misma manera. Cuando hay 40 grados sí lo sufro. También gusta y odio al mismo tiempo la informalidad; me encanta en el sentido de que la gente avisa que está a la vuelta de mi casa y que ponga la pava para el mate, los asados improvisados, las cosas hermosas que salen medio improvisadas. Al mismo tiempo, odio la misma informalidad porque la misma informalidad es la que lleva la gente que maneja el país y ahí sí me gustaría un poco más de orden.”, reconoce. Pero, la vida social y cultural de Buenos Aires para los Johansen, no tiene comparación. Es lo que más disfrutan.
Pero, también, se sienten libres de oscilar entre los dos países en los que tienen sus bases afectivas. “Creo que lo único que aprendimos con Mariela en esta familia loca que formamos, es que nada es definitivo. Vivimos la realidad de que tenemos dos países como algo que suma. Ahora que estamos en Buenos Aires, estamos viviendo a pleno sin planes de irnos, pero sabemos siempre que tenemos una posibilidad que no todo el mundo tiene y nos acordamos de que es algo que suma. En realidad, somos privilegiados de tener los dos mundos.”, asume Allan. Es evidente y merecido.
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