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Abel es judío y vive en Israel. Hace 21 años le tocó seguir con la tradición de elegir un continente para recorrer durante un año. En ese entonces, él tenía 23 años , optó por América empezando el recorrido de su viaje por Argentina donde tenía parientes. Antes de viajar sus amigos le hicieron una advertencia: “No salgas a bailar porque en los boliches no te dejan entrar, te rebotan en la puerta y además las mujeres porteñas son muy ariscas”.
Con esa idea encaró las puertas del Buenos Aires News, el boliche de moda en el verano del 2000 en nuestra ciudad. Lo dejaron entrar sin problema, en cuanto llegó la miró a Claudia, la sacó a bailar y ella aceptó. En su única noche en que salió en Argentina derribó los mitos impuestos por sus amigos.
Bailaron esa noche, hablaron acerca de cada uno, el hecho de que él era judío y ella no profesaba ninguna religión no fue impedimento para encontrarse al día siguiente a tomar un café en la tarde de San Valentín. Fueron dos o tres días más de paseos, besos y un amor que empezó a brotar en sus corazones y que se mantendría intacto hasta el día de hoy pero con un inconveniente en su relación que llegó previo al arribo de la pandemia en marzo del año pasado.
Una llama que se prende algunos años
Abel siguió su viaje, no logró convencer a Claudia para que lo siguiera, ella ni siquiera contaba con el sustento económico como para viajar. Así que su relación fue un ida y vuelta de mails con fotos y anécdotas. Cuando él regresó a Israel de su gran viaje por América se puso a estudiar Abogacía, ninguno de los dos tenía la posibilidad de viajar como para verse y los mails entre ellos se fueron espaciando. Sin embargo, ninguno olvidaba al otro.
“Yo hoy tengo 40 años y todavía si le escribo la llama se prende sola. Nunca dejamos de saludarnos por los cumpleaños. Si dejamos de hablar es porque pasó la vida, le voy escribiendo menos porque empiezo a trabajar o a estudiar, pero siempre nos saludamos para los cumples, por impulso, por amor o lo que sea. En ese hablar surge un “vos que hacés”,”capaz que voy”, “me encantaría vernos”, explica Claudia acerca del funcionamiento de su relación durante todos estos años.
Así fue en el 2004, Claudia sintió el impulso y le escribió diciendo que lo quería ver. Abel vino a Argentina, se quedó en la casa de Claudia que en ese momento vivía con su madre. Pasaron un mes disfrutando de estar juntos con un viaje a Gualeguaychú de por medio. Abel le pidió que se fuera a vivir con él, pero ella estaba terminando su carrera de Arquitectura y dijo que no.
Siguieron en contacto por mail y de nuevo el frenesí de los primeros correos electrónicos se fue apagando con la vida misma. En el transcurso de los años venideros Abel se casó, tuvo una hija y se divorció, hasta que en el 2012 volvió a Argentina para ver a su primer amor que se mantenía firme en ambos corazones. Pero Claudia estaba de novia y no aceptó su invitación a cenar. “Me recriminó muchas veces porque no lo quise ver, pero yo pensé que estaba todo terminado, había pasado mucho tiempo y muchas cosas en el medio”, analiza Claudia que optó por no contestarle ni siquiera los llamados por teléfono. La prima de Abel la llamó pero Claudia seguía firme con su postura: estaba de novia y lo mejor para ella era llevar adelante una relación con un argentino, no con un extranjero al que se hacía difícil ver sin un respaldo económico.
Un amor que sumó millas
Claudia tuvo varios noviazgos pero con ninguno de ellos llegó al altar. En el 2017 recibió un mensaje por Facebook de Abel que le decía que venía para Argentina y la quería ver. Esta vez aceptó aun estando de novia.
Lo pasó a buscar por la casa de la prima para ir a cenar y para su sorpresa Abel apareció con la valija y le dijo “me quedo en tu casa”. Volvieron de cenar y ella pensó que él dormiría en el sillón, pero de nuevo para su sorpresa él se metió con ella a la cama. Desde ahí no se volvieron a separar y empezaron una relación formal, Claudia por supuesto que terminó con el novio de ese momento. Ella habla muy poco hebreo y Abel muy poco español, como el idioma común es el inglés, eso los lleva a tener algunos malos entendidos en temas delicados pero, en otras ocasiones, genera situaciones muy divertidas. Como cuando esa primera noche Abel le dijo Te Amo. “Yo le dije no me digas te amo porque en español es una palabra muy fuerte, me tenés que decir te quiero, y él aprovechó la explicación para decirme no, yo te amo. Y un montón de cosas así que llevan al desentendimiento pero también son muy graciosas”, cuenta entre risas Claudia.
Durante los dos años siguientes fueron viajando cada tres o cuatro meses. Ella para Israel, él para Argentina, ambos para Roma, Marruecos, iban poniendo un punto en común para encontrarse y viajar juntos. En dos ocasiones se unió al viaje la hija de Abel de 10 años. “El segundo viaje él me dijo tenés que conocer a mi nena, te va a adorar como te quiero yo. Es el día de hoy que con la nena seguimos teniendo muy buen contacto”, confiesa Claudia.
Un hijo juntos y un baldazo de agua fría
Al fin estaban juntos ¡y cuánto disfrutaban cada encuentro! A medida que la relación se afianzaba crecía en Abel las ganas de tener un hijo juntos. “Él me decía quiero que seas madre y yo decía bueno, vamos viendo, más adelante. Es que recién me reencontraba con un amor que no veía hacía no sé cuánto. El tema del hijo fue una idea de él, yo quiero ser mamá pero lo tengo muy relajado al tema”, confiesa Claudia que todavía no logra entender bien todo lo que sucedió después.
A ella le costaba ver cómo cuadrar el empezar a formar una familia cuando no tenían aún definido en qué país iban a vivir. Pero así y todo aceptó la propuesta de tener un hijo juntos.
Un día, para su sorpresa, Abel le dice “Lo estuve pensando mucho pero si no es judío no lo voy a aceptar”. Claudia describe ese momento como un baldazo de agua fría.
“A mí el tema del desarraigo me cuesta un montón, ellos tienen una formación muy machista de “se hace lo que yo digo” pero puedo probar tres meses. Pero ahora él puso un límite muy marcado. Hablábamos de empezar a formar familia y de un viaje para el año que viene pero él, con la postura de que no quiero hijos que no sean judíos, empezó a meter la religión en el medio. Lo noté como algo impuesto, en un punto me sentí estafada porque veníamos hablando el tema hace un año. Tengo la leve sensación de que se ha metido la familia a imponerle algunas cosas”, cuenta Claudia con el corazón roto. “Yo nunca le oculté que yo no era judía, capaz pensó que yo era más permeable con el tema”, trata de analizar.
Abel se puso firme: si Claudia no se convierte al judaísmo no va para Israel. Pero para ella las creencias son importantes y no pueden ser impuestas. Sus amigas le dicen que lo haga por amor, pero ella sostiene que por amor él tiene que aceptarla como es, que hace 20 años se conocen “él sabe que yo no soy judía, ni mi familia lo es. Yo no me esperaba, ilusa de mí, que la religión fuera a ser un conflicto. Pero bueno, al momento de los papeles lo fue”.
Con la pandemia en el medio, Abel decidió no seguir más con la relación que tendría que volver a ser a distancia. Él fue claro con su condición. Claudia no pierde las esperanzas, lo extraña y piensa en él todos los días pero no se arrepiente de su decisión, sabe que si se convierte a una religión en la que no cree el reproche de “esto lo hice por vos” va a estar en la base de su relación para siempre.
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