Gonzalo y Patricia vivieron una complicada, pero hermosa historia de amor. Para él, conocerla fue un antes y un después en su vida.
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“Ella estaba terminando una mala relación y pegamos onda enseguida. Teníamos la misma edad, el mismo mundo, enseguida fluyó nuestro vínculo que en breve empezó a crecer. Nuestros brazos con fistulas horribles, nuestras cicatrices eran lindas, nuestras batallas nos enamoraron como luchadores porque tuvimos una forma similar de llevarlas”.
Gonzalo Bernat (51) no recuerda exactamente el día que vio por primera vez a Patricia en una sesión de diálisis, pero fue una tarde de verano del año 2.000 en la que, casualmente, había cambiado el turno para poder irse unos días de vacaciones a Villa Gesell. Esa primera vez coincidieron en el CEMIC de la avenida Las Heras e hicieron juntos la sesión en la que él define como un antes y un después en su vida.
“Era increíble, una guerrera”
Si bien podría decirse que se trató de un amor a primera vista, pasaron unas cuantas semanas, cuenta Gonzalo, hasta que después de intercambiar algunas miradas cómplices ella tomó la iniciativa y lo invitó a almorzar. “Ella era increíble, una guerrera, una luchadora y yo, otro. Era la horma de mi zapato”.
Desde 1996 Gonzalo se encontraba haciendo diálisis mientras esperaba con ansias la llegada de un riñón que pudiera cambiar su vida, a pesar de que por aquellos días practicaba tenis y otros deportes de manera competitiva. Patricia, en cambio, había arrancado con diálisis en 1988 por lo que cuando se conocieron ya llevaba 12 años atravesando esa difícil experiencia.
Sentido de pertenencia
“Las enfermedades crónicas, a veces, nos limitan comparados con los `normales sanos`. Eso hace que al momento de relacionarte trates de equiparar con los normales, no son ellos quienes se adaptan a vos. Cuando entrás a un grupo social con tus características se eleva el sentido de pertenencia a un grupo social. Y si ello lo llevamos a un vínculo amoroso es aún más porque cuando llega el momento de relacionarte con una potencial pareja le tenés que contar el caramelito que se va a comer: medicación, diálisis, limitaciones y eso es complicado, salen huyendo”.
Si bien los unió el hecho de encontrarse a la espera de recibir ese órgano que tanto anhelaban, con el paso del tiempo, de las charlas íntimas y de los recuerdos que iban enarbolando, los dos se fueron dando cuenta que era mucho más lo que los unía. Y a pesar de algunas dificultades que fueron apareciendo en el camino, apostaron por ese romance que, a su vez, los hacía sonreír más de lo que lo venían haciendo y les daba más fuerza para atravesar esos días oscuros en los que las cosas no siempre salían como lo deseaban.
Una historia linda, pero que llevó tiempo en madurar
“Fue complicado porque ella privilegió que su hija lentamente aceptara la nueva relación, una historia que llevo tiempo madurar, pero que fue muy linda. Vivimos decenas de cirugías juntos, criamos una hija juntos, compartíamos dieta y medicamentos hasta que se quedó sin acceso vascular. Ese fue el principio del fin: la sobrevida de ella, el catéter permanente, las infecciones que la llevaron a la muerte. Yo me hice cargo de su hija de 16 años como papá del corazón”, se emociona.
Y a partir de ese momento vivieron una linda historia de amor que duró 13 años, pero por sobre todas las cosas que pasaron juntos bien podría decirse que atravesaron una vida por el mismo camino hasta que el destino decidió unirlos. El mismo que también los separó.
“Una mujer que se quedó sin viaje de egresados por entrar en diálisis a los 18 años, que intentó un frustrado trasplante con su padre, que por ello se enteró no solo que era una enferma renal crónica terminal, sino que su propia sangre destruiría un riñón nuevo. Una mujer que intentó tener una vida normal, que conoció a un muchacho y que a pesar de las casi nulas posibilidades logró dar a luz a una hija, teniendo que hacer diálisis diarias arriesgando su vida”.
“Nos complementamos de tal manera que nuestra vida era normal”
Gonzalo rescata una y otra vez la entereza, la fortaleza y la superación personal que mostró su novia a lo largo de su vida, características que formaron parte de su personalidad y que sin lugar a dudas lo enamoraron de principio a fin.
“Recuerdo su desesperación por llegar con vida hasta los 18 años de su hija por miedo a que apareciera su padre para quitarle la tenencia, una mujer que se fue consumiendo con los años hasta llegar a los 38 kilos pero que, sin embargo, siguió intentando hacer una vida normal. Una pareja que encontramos lo peor de una enfermedad terminal y nos complementamos de tal manera que nuestra vida era normal”, expresa Gonzalo. Y agrega: “Èramos guerreros de vida, ambos peleamos la diaria anémicos con presiones arteriales de cuatro o cinco en post diálisis de máxima y salir a seguir la vida. Fuimos y yo sigo luchando por lo mejor para los Insuficientes renales crónicos terminales”.
Un trasplante esperado
Tras nueve años de diálisis, de esperar y desesperar, para finales de julio de 2005 Gonzalo logró trasplantarse. “Es verdad que es muy icónico cuando uno de los dos se trasplanta y sale al supuesto mundo de los sanos. Ese momento mueve la cotidianidad establecida de dos seres que comparten sus miserias y ahora no lo harán. Ella estuvo feliz desde el llamado por teléfono de mi centro de trasplante, me acompañó los 21 días de internación y el post trasplante hasta mi recuperación total quirúrgica”.
Patricia no corrió con su misma suerte, pero nunca bajó los brazos y refugiada en el amor de su pareja y de su hija la siguió luchando hasta último momento. Y a su manera, pudo disfrutar cada uno de los viajes que hicieron los tres juntos a Disney desde 2005 cuando Gonzalo cumplió con la promesa que les había hecho si lograba trasplantarse.
“Todavía tengo su maleta cerrada del último viaje”
Finalmente, en 2015 falleció. “Fue muy difícil superar ese momento. Es más, todavía tengo su maleta aún cerrada del último viaje con ropa nueva sin estrenar. El tiempo y el gran Marcos Scholl (amigo trasplantado y psicólogo) hicieron un poquito más liviano el duelo”.
Actualmente, Gonzalo está jubilado por minusvalía, pero se encuentra retomando su trabajo como contador público. Además, es un ferviente militante de la donación de órganos.
Pasados seis años de la muerte de Patricia y pese a que dice que ella sigue muy presente, se está animando a comenzar una nueva relación con una mujer a la que conoció, precisamente, en una campaña de donación de sangre.
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