Una historia de amor de una pareja que intentó sobrevivir a los golpes de la vida, ¿perdurará el amor?
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Diego (57) y Patricia (55) se conocieron en el año 89. Ambos jugaban al Vóley en un gimnasio de Ciudad Jardín. En aquel entonces ella tenía 20 años y él 22 e ignoraban todas las sorpresas que les tenía preparada la vida, ¿podrían superarlas juntos?
Un día, entre alguno de aquellos partidos y entrenamiento, Diego, que sabía por medio de un amigo que Patricia estaba terminando su relación con un chico, la invitó a almorzar un choripán al paso al lugar donde siempre iban todos los chicos del equipo. Pero cupido le dio una ayuda y ese día no fue nadie del equipo, estaban solo ellos y aquel almuerzo terminó con un beso. Después él fue a su casa y ayudó a limpiar la pileta que tenían. A partir de ahí salían los fines de semana, se veían en los entrenamientos, él la acompañaba a su casa. Diego tenía un vivero con una socia y los días que le tocaba atender Patricia iba a visitarlo. Así fue como de a poco la semilla del amor fue creciendo. Mientras tanto ambos estudiaban: Diego agronomía en la Universidad de Morón y Patricia arquitectura en la UBA.
“Le propuse concubinar, él me dijo que no”
Cuando la relación avanzó consiguieron un crédito y compraron su primer departamento en Ciudad Jardín. “Yo le propuse concubinar, él me dijo que no, que quería casarse porque sino era muy fácil terminar la relación. Yo le dije que bueno, pero que si lo hacíamos era con todo el circo”, cuenta Patricia. Al tiempo de esa conversación Diego mandó a su mamá a medirle el dedo para comprar los anillos. Con la sencillez que los caracteriza a ambos el vestido a Patricia se lo hizo su madrina, festejaron con una cena familiar en el patio de la casa de Diego y a la medianoche llegaron los amigos. Pero había algo que Diego necesitaba saber y tener en claro: “Le dije a Diego que delante del cura iba a decir para toda la vida, pero que él tenía que saber que era para lo que dure”, asegura Patricia. Diego aceptó la condición.
En el verano del `95 se fueron de vacaciones a la Patagonia. Estuvieron en la fiesta del bosque en Puelo y se enamoraron del lugar. Se imaginaron que algún día volverían.
Después de tres años intentando tener un hijo, felizmente Patricia quedó embarazada.
Empezar de cero
En el año 2001 llegó la primera prueba para la pareja: perdieron la casa que tenían hipotecada y tenían que empezar de nuevo. “Decidimos que iba a ser de cero, era bueno elegir el lugar”. Unos años atrás Patricia había hecho un posgrado de planificación urbana y Diego la acompañaba como oyente del curso de construcción en madera, “algún día vamos a vivir en una casa hecha por mí”, le decía.
No importaban las piedras en el camino, Diego y Patricia iban avanzando juntos por el mismo sendero. En noviembre del 2002 volvieron, con un hijo y otro bebé en la panza al lugar de aquel verano en la Patagonia. Compraron un terreno en Puelo que tenía luz, gas y agua, aunque resultó que solo tenía luz y, a veces, agua. Pero no les importó, era el lugar para construir la cabaña que sería el nido de amor para la familia que estaban formando.
Un traslado a Buenos Aires en avión sanitario
En enero del 2010 llegó Bauti a sus vidas. Aquel tercer hijo los sorprendió con una nueva realidad: tenía Síndrome de Down. Por medio de una cesárea llegó el bebé al mundo con buen peso pero con problemas de oxigenación. Se fue Diego con su hijo y el pediatra rumbo al hospital de Bariloche en una ambulancia. Por falta de habitaciones Patricia debería esperar para ser trasladada.
Cuando al día siguiente llegó a Bariloche, Diego le avisó que ella y el bebé serían trasladadas a Buenos Aires en avión sanitario. Al llegar al Hospital Austral le salvaron la vida a Bauti. Mientras tanto, en Puelo, Diego cuidaba de los otros hijos y sufría a la distancia por los que estaban en Buenos Aires. Para julio pudieron volver, con enfermero, a su cabaña en Puelo. Fueron varios vuelos sanitarios de urgencia que tuvo que afrontar la pareja para salvar a su hijo, pero aquella prueba no los derrumbó sino que los fortaleció aún más. Se demostraban a ellos mismos que podían trabajar como un equipo. “Bauti nos fue dando sustos pero vamos bien y estamos contentos de que este con nosotros. Diego pensaba que su discapacidad no era problema mientras tuviera manos para trabajar”, dice Patricia.
En el mientras tanto Diego y Patricia comenzaron a trabajar juntos, construían cabañas: ella hacía los planos y dirigía el hormigón y la mampostería. Él se encargaba de la parte de administración, corralón y madera.
Siempre pensando en más para el 2016 las obras escaseaban y Patricia le regaló a Diego para el día del padre un equipo de 30 litros para fabricar cerveza artesanal. En el quincho del fondo decidieron armar una fábrica, un nuevo proyecto para compartir en pareja, para hacer crecer juntos. “Se llama Radal porque es un árbol nativo de “buena madera”. Nos permitió salir y conocer gente que con Bauti que no camina, no habla ni controla esfínteres es difícil”, cuenta Patricia.
“El cáncer nos desestabilizó”
En el 2021 una enfermedad volvió a golpear el amor de la pareja: Patricia tenía cáncer de mama. Cuando recibió la noticia estaba sola, lloró, salió, subió a la camioneta y lloró con Diego. “El cáncer fue un baldazo de agua fría que nos desestabilizó”, asegura. Pero así y todo el amor que se tenían desde los 20 años pudo ser más fuerte. Diego la llevaba con Bauti y se quedaban esperando en la camioneta mientras ella tenía quimioterapia. Un terapeuta le dijo “Solo hay que vivir”, y eso están haciendo.
“Como pareja hemos afrontado unas cuantas, nos propusimos mejorar nuestras experiencias familiares, podría decirte con humildad que vamos bien, mirando para atrás estamos contentos. Por primera vez, post mi cáncer, ambos empezamos a hacer cosas nuevas, recreativas, yo voy a teatro, diego a percusión y ambos a yoga. Todas actividades que encaramos por separado mientras el otro sostiene a Bauti. Si nos tuviera que definir somos una pareja que nos complementamos, con buen diálogo, buenas intenciones, buena madera, y ahora tratando de empezar a aprender qué queremos hacer y darle un espacio a ese querer”, analiza Patricia.
Allá a lo lejos quedó la Patricia que no se casó para toda la vida sino para el tiempo que durara, y ese tiempo ya se convirtió en 30 años.
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