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Todo comenzó en el año 1986 cuando, en plena inundación en la provincia de Buenos Aires, a Silvia le ofrecieron ir a trabajar a una escuelita rural en un distrito cercano al que ella vivía. Allí conoció un grupo de personas que le dieron la bienvenida con los brazos abiertos.
Cierta vez, las lluvias empeoraron y Silvia se instaló en el casco de la estancia donde se encontraba la escuela, junto con la directora, la cuñada da la directora y el hijo de esta. Los caminos estaban bloqueados y parecía imposible retornar a sus hogares. La directora aseguraba que no debían preocuparse, que Marcelo, el amigo de su marido, contaba con un vehículo apto y los buscaría. Los días pasaron, su nueva amiga repetía la frase y ella, intrigada, se preguntaba: ¿Quién era Marcelo?
“Finalmente pudimos llegar a la ciudad, pero gracias al cuñado de la directora”, recuerda Silvia. “¡Y fue él quien me presentó a Marcelo en el club donde trabajaba! ¡Qué buen mozo era!”, continúa con una gran sonrisa.
Silvia no pudo más que sonrojarse al verlo y sentir que estaba muy lejos de ser mirada por él como mujer. Rápido se dio cuenta de que era un tipo con mucha calle, mujeriego, con muchas noches en su haber: “Pero aun así me gustaba. ¡Y cómo me gustaba!”
Marcelo tenía campo frente a la estancia donde estaba la escuela. Se encontraban en el camino, otras en la casa de los vecinos, o en los boliches bailables. Silvia lo miraba con intención, ¡quería que él supiera que le gustaba! Por supuesto, no tardó en acercase. Salieron algunas veces y todo parecía fluir fantástico. Un día le confesó estar enamorada a la madre de uno de sus alumnos, con quien había entablado una fuerte amistad.
“Ella me tiró por tierra todas mis ilusiones”, revela Silvia. “Me contó que él estaba muy enamorado de otra mujer que lo había traicionado y que solo veía en mí un buen partido para darle celos a la otra”.
Dos vidas trágicas y el intento de esquivar a su amor
Desilusionada, Silvia decidió no apostar a la relación y con el tiempo se casó con Juan, el hijo de su amiga, seis años menor, que parecía un buen joven y la “quería”.
“Pero Juan era muy celoso. No podía hablar con nadie y cuando lo hacía se violentaba conmigo”, confiesa. “Tuvimos tres hijos y viví veintitrés años de infierno y encierro. Solo era feliz cuando sacaba a mis alumnos al recreo y veía pasar a Marcelo, que finalmente se había casado con la mujer que amaba”.
Pero para Marcelo, la vida tampoco resultó color de rosas. Un cáncer de garganta lo llevó a perder las cuerdas vocales, a que su mujer lo dejara y a aprender a hablar con el estómago: “Temía encontrarlo y no entenderle lo que decía. Pero la vida nos ponía siempre delante, aunque trataba de esquivarlo”.
30 años después: “Nunca más conviviría con un hombre”
Los años pasaron, y en un acto de coraje infinito, Silvia logró dejar a su marido. Sintió que volvía a vivir. Comenzó a salir a cenar con amigas, a tomar un café, ir al teatro, a shows. Marcelo solo iba al club en verano y a dar “la vuelta al perro”, como se dice en los poblados rurales.
Pero un día, él se acercó a saludarla y Silvia supo que su amor por él seguía intacto: “Comencé a pasar por su casa, y a buscar `casualidades´ que nos crucen. Así fue como un 25 de mayo, en un supermercado, comenzamos a charlar y él me dio su número de teléfono por si necesitaba algo. ¡No podía más de la emoción!”, sonríe.
El 4 de junio se animó a enviarle un mensaje que derivó en una cita, luego de treinta años desde su primera salida: “¿Qué relación te gustaría que tengamos?”, le preguntó Marcelo en el living de su casa. “Nunca más conviviría con un hombre”, le contestó ella. Y, a partir de entonces, reanudaron formalmente la relación que nunca había llegado a ser.
“El primer año fue un tanto complicado porque Marcelo no se sentía seguro y prefería esconder sus sentimientos”, cuenta Silvia. “Por mi parte, cada día lo amaba más. Mi terapeuta me decía que debía ser complicado para él creer que alguien lo quisiera de verdad con todos sus problemas”.
Conocer por primera vez el amor a los 56
De a poco, Marcelo comenzó a confiar en el amor de Silvia y a demostrarle que ella también era importante para él. La mujer le cocinaba comidas aptas para su condición y él se atrevió a comer delante de ella, a pesar de que lo avergonzaba tardar tanto. Así pasaron dos años de relación, estaban mejor que nunca. Para su segundo aniversario, festejaron felices y ambos sintieron que se amaban.
“Él se preocupaba por mí, me llamaba por teléfono, me consolaba cuando tenía algún problema, o me transmitía optimismo. Por primera vez, a los 56 años, sentí que había conocido lo que era el verdadero amor”, se emociona.
Pero, pocos días después de que él cumpliera 60 años, lo festejaran y se sacaran su primera y única foto juntos, Marcelo enfermó. Cuando no estaba internado, Silvia lo acompañaba al campo, lo llevaba a aquellos lugares donde quería ir y se quedaba a dormir con él la mayoría de las noches, hasta el día en que murió.
“Truncos quedaron los proyectos que teníamos, como hacer un viaje al sur a visitar a un amigo de él, iniciar una vida de convivencia, y tanto más”, continúa conmovida. “Luego de tantos años de anhelarlo y que llegue a mí, de la noche a la mañana perdí al gran amor de mi vida, al único hombre que me valoró y respetó como mujer, el único que me acariciaba y besaba con una delicadeza poco común, el que me hacía tocar el cielo con las manos a pesar de las dificultades que tenía”.
“Hoy solo me quedan los recuerdos de los momentos compartidos juntos; Olivia, la perrita que él me regaló y la foto que sacó en su último cumpleaños. Sólo eso me quedó del hombre que más amé en mi vida. Eso y el milagro de, luego de tantos años de sufrimiento, haber tenido la fortuna de amar”.
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