A 40 años de uno de los momentos clave en la historia de la Iglesia Argentina
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La primera visita de un Papa a la República Argentina ocurrió en junio de 1982. Una de las imágenes más recordadas de aquel día es la de Juan Pablo II besando el suelo argentino, el asfalto de la pista de aterrizaje, en Ezeiza. Fue un viaje marcado por la urgencia, prácticamente “fuera de agenda”, en un contexto histórico: la guerra por las islas Malvinas, que ya parecía definida en favor de Inglaterra. La actividad más importante del Sumo Pontífice en el país fue una misa multitudinaria frente a la Basílica de Luján que se realizó el viernes 11.
Todo fue coordinado con pocos días de anticipación, en el apuro. Juan Pablo II llegaría a Luján en tren. Estaba programado que se trasladase desde la estación hasta la Basílica en un Ford Fairlane presidencial. Y estaba previsto que, después de la ceremonia, regresase a Buenos Aires desandando sus pasos, en los mismos medios de transporte y por los mismos caminos. Pero ocurrió algo inesperado: poco después de aterrizar en Argentina, el Papa advirtió que no quería trasladarse en un coche cerrado, que prefería, por lo menos, despedirse del altar de una forma que le permitiese “estar cerca de la gente”.
Entonces comenzaron los cambios de última hora. Se determinó que se usaría el Fairlane para la ida, pero no para la vuelta, y la organización buscó alternativas. La primera idea, la más obvia, fue llevar el “papamóvil” desde Buenos Aires. Pero enseguida surgió un alternativa más original, con impronta criolla: trasladar a Juan Pablo II en un colectivo. ¿Existe un medio de transporte más argentino? Pensaron en usar un coche de la línea 501, que prácticamente no tendría que desviarse de su recorrido, ya que tenía varias paradas en la zona de la Basílica. Sonaba perfecto: el “bondi” contaría con suficiente espacio para trasladar a la comitiva papal, además de amplias ventanas para que hubiera interacción entre los de afuera y lo de adentro.
No fue necesario someter al coche a grandes reformas. Apenas le agregaron una silla junto al asiento del conductor. La posición hoy no pasaría ningún control de seguridad: la silla no tenía cinturón de seguridad ni estaba fijada al piso. Una frenada repentina y el Sumo Pontífice se estrellaría contra el parabrisas. Se le explicó al chofer, Ángel Milán, el recorrido que tendría que hacer. “Vas a llevar a un grupo de periodistas”, le dijeron. En el andén se enteró que su pasajero en realidad sería Juan Pablo II.
Todo salió bien y, desde el día después, ese colectivo continuó transportando pasajeros como en un día común y corriente. Pero Milán nunca se olvidaría de aquella sorpresa.
“¿Yo, transportar al Papa?”: el recuerdo de Milán
“Yo era, en aquel momento, gerente de la empresa Libertador San Martín, que explotaba la línea 501 acá en Luján. Antes de la llegada del Papa, recibimos un llamado de la Municipalidad que nos pidió tres colectivos para trasladar a periodistas y responsables de prensa. Quise ir personalmente, para estar cerca del Papa y vivir todo ese acontecimiento por dentro”, recordó Ángel Milán, hace algunos años, en una entrevista con BusArg.
“Entretanto, nos informan que los planes habían cambiado: no transportaríamos periodistas si no a una gran cantidad de Cardenales y Obispos nacionales porque se habían olvidado de proporcionarles un medio de transporte para el momento en que todo hubiera terminado”.
“Mientras la espera continuaba, se acercaron tres obispos a los coches estacionados. Se subieron a uno de ellos y comenzaron a conversar. Y en ese momento comenzó a lloviznar. Se bajaron del colectivo y uno se acercó a mí. Lo reconocí: era el Monseñor Calabrese. Y me preguntó, así como si tal cosa: ‘¿Se anima a llevar al Santo Padre?’. Me quedé duro, sorprendido. ¿Yo, transportar al Papa?”.
Varias décadas después
El colectivo, un Mercedes Benz de aquellos que tenían trompa larga y luces redondas, continuó en actividad por 16 años más. Pero no tuvo la mejor de las fortunas: a pesar de su considerable valor histórico, fue completamente abandonado, tratado como un pedazo de chatarra. Fue movido de un terreno baldío a otro, y los dueños de todos los talleres se lo querían sacar de encima. Para muchos, su historia no resultaba tan importante. Pero, un buen día, todo cambió. Justo antes de que lo desmontaran, en 2015, apareció un grupo de aficionados con intención de rescatarlo.
El colectivo, que había hecho su último viaje en 1998, se oxidaba en el patio trasero de un terreno aledaño a la basílica de Luján. Hasta que Alberto Barba, un ex trabajador de la compañía dueña del micro, convenció a sus antiguos colegas de ponerlo de pie, de “dejarlo nuevo”. Comenzó una etapa de arreglos, negociaciones, éxitos y vaivenes emocionales que duraría 6 años. En charla con LA NACION, Barba da detalles sobre aquella reconstrucción y asegura que “hubo tres milagros de Juan Pablo II, porque sino sería imposible explicar que, luego de haber sufrido inundaciones, al colectivo le funcionaran partes tan antiguas”.
El solo hecho de restaurar semejante máquina entusiasmó a muchos de los amigos de Barba, quien llegó a juntar 18 voluntarios. “Pero la mayoría ayudó solamente a lavarlo. Después fueron desapareciendo...”, ríe, y luego aclara que eso se debió a que dos grandes talleres proveyeron mano de obra para los trabajos, dejando poco lugar para que todos pudieran participar. Se trataba de Colcar y el taller Santamaría.
Los “tres milagros” del 501
El primer milagro
-Esto está todo podrido, no se puede inflar.
-Con probar no perdemos nada, Alberto.
No sabían cómo empezar. El colectivo estaba inutilizable, apoyado sobre unos troncos húmedos. Una enredadera lo había envuelto desde los costados y ya crecía dentro de la cabina. Al comienzo, Barba y los amigos no descifraban cómo trasladarlo hasta el taller. Hasta que probaron inflar las ruedas. “Fuimos de a diez para intentar ponerle cuatro cubiertas nuevas. Primero le cambiamos la goma delantera derecha. Pero había un fusible ahí y uno de los muchachos me dijo ‘Alberto, ¿y si primero probamos inflarlas?’. Las ruedas estaban ahí desde hacía años...”. Para la sorpresa de los presentes, fueron infladas con normalidad y “continuaron con buena presión durante un año”.
"Ese estuvo 15 años tirado ahí. Lo agarraron 20 inundaciones. Yo había averiguado precios para llevarlo hasta el taller. Me dijeron el equivalente a 150 mil pesos de hoy. Y eran solo 20 cuadras. Qué bueno que no fue necesario pagar esa grúa; evidentemente ese Papa era milagroso"
Alberto Barba
El segundo milagro.
Al organizarse la salida de la Basílica se determinó que las sillas del colectivo serían ocupadas por cardenales y miembros de seguridad, y que el Papa se sentaría adelante, “de copiloto”. Pero no había asiento en ese lugar. Entonces, se le pidió un favor a la compañía que había provisto materiales para la misa. “Necesitábamos una silla más”. Esa empresa se llamaba ‘Gutiérrez’ y tenía sus oficinas a pocos metros de la plaza principal de Luján.
Cuando terminó la misa y se dispersaron las masas, surgió un problema: la silla prestada había desaparecido. Nadie, nunca, la pudo ubicar. Hasta que, finalmente, dos décadas después, Alberto lo logró. “Durante mucho tiempo quise consultar con Gutiérrez, dueño de la empresa de sillas, pero él no estaba viviendo en Luján. No lo podía ubicar... ¿Podés creer que un día me lo encontré comprando helado? Lo encaré y le dije que lo había estado buscando durante años”, relata.
-Te cuento que el colectivo del Papa está siendo restaurado, el plan es dárselo al Museo del Transporte. ¿Sabés qué pasó con la silla?
-¡La tengo yo! Nunca se la quise dar a nadie, pero... ¿sabés? Yo te la voy a donar. Decime a dónde te la llevo.
Gutiérrez la atesoraba en su altillo y no tuvo ningún problema en devolverla. “Él simplemente no se la quería dar al episcopado”, cuenta Barba. La entregó el 19 de noviembre de 2016, el mismo día en el que la ex empresa Libertador San Martín [dueña del bus] donó el colectivo a la Asociación Amigos del Complejo Museográfico Udaondo [del cual es parte el Museo del Transporte de Luján]. Barba describe esto como “el segundo milagro”.
El tercer -y último- milagro del 501.
Hubo más elementos robados. Barba dice que “la gente se llevó todo”: el monedero, el cuero de los asientos, las ventanillas, la caja de cambios... Lo que usted imagine, fue robado. “Incluso, cuando abrimos el capot, nos dimos cuenta de que faltaban cosas ahí. Solo quedaba el block del motor [es el cuerpo principal del motor; se ubica debajo de la tapa de cilindros]”. Pero, de a pasos pequeños, lograron dejarlo en buen estado.
“Cuando lo arreglábamos, el dueño de Colcar dijo ‘se pone todo nuevo’”, recuerda. Cambiaron pintura, chapas, ventanillas, asientos, piso, motor. Pintaron el exterior con el diseño original. De eso se encargó Barba: “Me levanté tres días seguidos a las seis de la mañana para buscar al fileteador por su casa”. Recorrieron las páginas amarillas una y otra vez e hicieron mil llamados para asegurarse de conseguir los mejores repuestos al mejor precio. Los vidrios de las nuevas ventanas, por ejemplo, llegaron desde Chubut.
“Le sacábamos una rueda por semana”, continúa Barba. “Veíamos como estaban los rulemanes, las campanas, los frenos. Y así se fue haciendo, rueda por rueda. Quedó impecable”.
-¿Surgieron imprevistos?
-Sí, dos. Primero, un problema político. Se complicó cuando lo llevaron a Colcar. Llegó el gobierno de la Provincia, lo quería. Perdimos mucho tiempo con eso: que sí, que no... Venían todos los días a averiguar qué íbamos a hacer en la restauración. El arreglo estuvo parado como 2 años por eso. El segundo problema fue diferente: vino Mercedes-Benz diciendo que se lo querían llevar a la galería de Mercedes en Alemania. Nos plantamos y dijimos que no. Además, yo tenía un compromiso con el Museo de Luján para entregarlo arreglado.
Finalmente -y después de seis años- el colectivo quedó perfecto. Y ocurrió el “tercer milagro”: al girar la llave, el motor arrancó. Pudieron pasearlo por las calles de Luján, de camino a la entrega final. “Al principio no teníamos papeles, pero después le conseguimos una cédula verde”. Hoy, de vez en cuando lo encienden y lo hacen circular por el predio. “Para ablandar el motor”, explica Barba. “Si no se mueve por mucho tiempo, la parte rodante se puede oxidar. Y es importante que circule la manguera de aire. Mismo caso con la bomba hidráulica, con el aceite y demás: una vez que comienzan a circular, se mantienen en buen estado. Si no, se reseca todo y no funciona más. Todos los viernes lo ponen en marcha por quince minutos”.
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-¿Qué le gustaría decirle al lector sobre el colectivo?
-Que vengan a conocerlo. Está en el Museo del Transporte de Luján. Es parte de nuestra historia como país y es parte de la historia de la guerra. No olvidemos que Juan Pablo vino un 11 de junio y que, a los pocos días, terminó la guerra.
Barba, sus socios, Colcar y Santamaría cumplieron una tarea dificilísima, pero lo lograron: lo entregaron en brillantes condiciones. Hoy, el colectivo pertenece al Complejo Museográfico, ya que la Asociación a la que fue donado se disolvió. “Qué bueno que nos plantamos porque, sino, hoy estaría exhibido en Alemania”, agradece Barba.
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