Una discusión sin sentido los separó, rearmaron sus vidas, y el destino obró de formas extrañas hasta volver a encontrarlos...
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Kari era apenas una adolescente y Walter, con sus 23, le llevaba varios años. Se trataba de esa típica diferencia que entrada la adultez ya no se percibe demasiado, pero que para algunos podría dar de qué hablar. En su pueblo, sin embargo, parecía no importar, a su gente no le resultaba atípico y, en definitiva, era evidente que su amor se había gestado puro, colmado de miradas que transmitían complicidad, compañerismo.
Se conocieron practicando judo, un deporte que los conectó en cuerpo, mente y alma. Sus caminos se cruzaron y, a partir de entonces, ir a clase se transformó en la actividad más anhelada de la semana. Arribaban con una sonrisa eterna, una actitud expectante, ambos dispuestos a disfrutar del momento compartido y a dejarse llevar por la adrenalina de una historia de amor naciente: “Nos pusimos de novios”, cuenta Kari hoy, mientras recuerda su historia con una sonrisa. “Él fue mi primer todo”.
A pesar del amor intenso que los unía, las discusiones, por momentos, surgían. Todas eran por cuestiones efímeras, fácilmente olvidables, entonces volvían a reírse, abrazarse y a construir momentos inolvidables bajo el sol y la luna. Cierto día, sin embargo, una pelea escaló, el enojo profundo se apoderó de ellos, así como el orgullo inquebrantable de dos jóvenes que intentaban encontrar su lugar en el mundo: “Finalmente, nos dejamos por una discusión tonta que casi ni recordamos”, confiesa Kari.
Una vida que sigue, un amor fuerte y un misterio inexplicable: “Siempre nos preguntamos por qué”
Los días pasaron y las estaciones cambiaron. Kari se volvió a enamorar, se casó y tuvo tres hijos. De pronto, los años se transformaron en décadas y su semblante en el rostro mutó. Atrás había quedado aquella adolescente para dar paso a una mujer adulta, que nunca perdió el brillo jovial en su mirada.
Amó con fuerza al hombre con el que estuvo casada durante veinticinco años, hasta que cierto día la tragedia golpeó a su puerta para derrumbar su realidad: “A mis 42 años quedé viuda”, revela Kari.
Tras aquella pérdida, el dolor de la mujer fue tan intenso que parecía no querer ceder jamás. Mientras tanto cerca, muy cerca, Walter, aquel amor adolescente, atravesaba su propia pena, tras divorciarse de la madre de sus dos hijos.
Sin embargo, desde la separación en su primera juventud hasta sus respectivas penurias, algo extraño sucedió, casi inexplicable. Ni Kari ni Walter habían dejado el pueblo, más que por temporadas, allí siguieron sus vidas, se casaron, tuvieron hijos, e incluso enviaron a sus pequeños a la misma escuela durante algunos años, pero la casualidad quiso que sus caminos jamás se cruzaran.
“Nunca nos vimos”, asegura ella. “Tal vez fue algo del destino o, tal vez, una simple casualidad. Siempre nos preguntamos por qué”.
El fin de un hechizo de 33 años
El tiempo siguió su curso y el dolor en el corazón de Kari comenzó a menguar. De a poco aprendió a recordar los tiempos felices junto a su marido con una sonrisa y con agradecimiento, señal de que su corazón había empezado a sanar.
Y justo allí, cierto día del 2018, la casualidad (o el destino) rompió el hechizo inexplicable. De la nada, Walter ingresó a la oficina de Kari en búsqueda de cierta información. La vio de inmediato y de su boca se desprendieron palabras espontáneas: “¿Te acordás que fuimos novios?” “Y sí... imposible olvidar”, fue la respuesta de Kari, que lo observaba incrédula.
“Hablamos por más de una hora y quedamos en tomar un café en un tiempo”, rememora ella, emocionada. “Cuando se fue escribí en mi estado de WhatsApp `Cuánto tiempo pasó...´, a lo que él respondió: `Treinta y tres años´”.
Una nueva oportunidad: “Aprendí que se puede vivir dos vidas y que el amor después del amor existe”
Hoy todavía no pueden explicar bien cómo sucedió, pero aun a pesar de vivir en el mismo pueblo y compartir ciertos espacios, el destino quiso que Kari y Walter volvieran a cruzar sus caminos treinta y tres años después del día en que dejaron de verse. Cada cosa llega a su tiempo, dicen, y cuando sucede, todo se acomoda con facilidad.
La cita para tomar un café se produjo a los dos días del reencuentro. Tres meses más tarde comenzaron a construir su nido de amor, que crece cada día más y comparten hasta el día de hoy, después de casi cinco años.
“Vivimos nuestro presente con mucho amor”, dice Kari conmovida. “Mi historia me deja un sentimiento de que nunca hay que rendirse. Cuando pensé morir me llegó el amor. Aprendí que se puede vivir dos vidas y que el amor después del amor existe”, concluye.
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