Sarmiento en Nueva York, ayer y hoy
En 1847, el político y educador sanjuanino visitó la Gran Manzana. Uno de sus biógrafos recorrió los mismos lugares que lo impresionaron y cuenta qué cambió y qué sigue igual más de un siglo y medio después
En su primer viaje a Estados Unidos, Sarmiento llega a Nueva York el 14 de septiembre de 1847 en el vapor Moctezuma, proveniente de Liverpool, Inglaterra. Su viaje duró en total 58 días: visitó, en tren y barco, 10 de los estados de la Unión (Nueva York, Ohio, Pensilvania, Massachussets, Nueva Jersey, Maryland, Tenesse, Kentucky, Mississippi, Lousiana), además de las ciudades de Quebec y Montreal, en Canadá. Entre otros legados, ese periplo fue crucial en la formación de su pensamiento educativo y en su mirada sobre la organización política del país.
El libro Viajes –donde cuenta sus experiencias por Europa, África y Estados Unidos– siempre me causó enorme atracción por la prosa que despli ega, pero además por las reflexiones que vierte a lo largo de su devenir exploratorio. Incluso porque se permite anotar en un diario de gastos todo lo que hace, día a día, hasta aquello que da cuenta de sus placeres más mundanos.
En ocasión de un reciente viaje familiar a Nueva York se me apareció la idea de repasar su estadía en la Gran Manzana en 1847: seguir sus pasos transitando hoy por los mismos lugares que visitó hace nada menos que 166 años. Me preguntaba: ¿a dónde fue? ¿Quedará algo de aquello? ¿Qué le interesó?
"Llegamos al fin a la rada de Nueva York, que por sus ensenadas y profundidad, como por la belleza del paisaje, recuerda, con colores más suaves y formas menos grandiosas, la de Río de Janeiro", empieza Sarmiento a relatar su impresión de la ciudad. Y sigue citando a dos de sus grandes referentes norteamericanos: "La vista de esta naturaleza plácida despierta involuntariamente en el ánimo el recuerdo de los caracteres de Washington y de Franklin, prosaicos, comunes, sin brillo, pero grandes en su sencillez, good-natured sublimes a fuerza de buen sentido, de laboriosidad y honradez". Benjamin Franklin, científico, inventor, impresor, diplomático y político (uno de los autores de la declaración de la independencia de EE. UU.), fue su gran fuente de inspiración: "Yo me sentía Franklin; ¿y por qué no? Era yo pobrísimo como él, estudioso como él, y dándome maña y siguiendo sus huellas, podía un día llegar a formarme como él, ser doctor ad honórem como él, y hacerme un lugar en las letras y en la política americana", escribió el sanjuanino en Recuerdos de provincia.
El primer gran impacto para él es la calle Broadway en su extremo sur (calle ancha, la escribe Broad-Way), eje crucial de una ciudad que entonces volcaba hacia el sur. Describe esa zona como "la parte más hermosa de la ciudad" y se detiene en la Trinity Church (hoy ícono en la zona financiera): "Templo gótico de hermosa arquitectura y de cierta magnificencia, cosa rara en los Estados Unidos. Ha sido construido por acciones como todas las grandes empresas norteamericanas", aclara. Relata que en la Broadway hay "hermosos edificios particulares, un bazar en mármol blanco (free-stone) que se cree no tiene rival en Europa, y un teatro en construcción para ópera italiana". La actividad que presencia es febril: "En una hora conté en el Broadway 480 carruajes, entre ómnibus, carros y coches que pasaban frente a la ventana de mi Boarding-house".
Trinity Church es una visita obligada hoy porque es uno de los pocos testigos de otras épocas en medio de los colosos de cemento y vidrio. Luego de visitar Battery Park, la zona desde la cual salen los barcos hacia la isla que porta a la Estatua de la Libertad y la que fue sede del hotel de inmigrantes (Ellis Island), se toma la calle Broadway –que atraviesa la estatua del toro de Wall Street, rodeada siempre de turistas ávidos de una foto– para encontrarse a las pocas cuadras con la silueta inconfundible de Trinity con su cementerio histórico contiguo, en el que, entre otros, se encuentra enterrado uno de los padres fundadores de EE. UU.: Alexander Hamilton (primer referente económico del país, muerto en un duelo con el vicepresidente Aaron Burr en 1804). Vale la pena buscar la tumba, inconfundible por tratarse de un obelisco a un costado del cementerio sobre la calle Rector.
La cultura y el teatro formaron parte de la agenda de Sarmiento en Nueva York, siempre acompañado por amigos y conocidos (algunos, históricamente célebres). "Por la noche dábase el Hernani (obra teatral de Víctor Hugo estrenada en Francia en 1830) en un teatro improvisado en Garden-Castle, y allí nos reunimos seis sudamericanos." Uno era el general Carlos María de Alvear, con quien, "allanadas ciertas dificultades de etiqueta", Sarmiento pasó tres días "oyéndolo hablar de los tiempos pasados". Alvear –entonces embajador en EE.UU.– era nada menos que el militar de la independencia, fundador con San Martín de la Logia Lautaro, y segundo director supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Es en esa ocasión que encuentra a Santiago Arcos, que lo venía siguiendo desde Francia y terminó acompañándolo hasta su regreso a Chile. Arcos era un político y periodista chileno de ideas liberales-radicales, que años después fundara con Francisco Bilbao la Sociedad de la Igualdad. En el Castle Garden, "la prima donna cantó por añadidura el jaleo, dirigiendo a nuestro grupo desde las tablas palabras en español que le fueron contestadas con un cuchufleta de manolo", según escribió Sarmiento.
Este sitio es otro de los que hoy pueden visitarse. Castle Clinton (no por Bill, sino por el gobernador Dewitt Clinton) es un monumento histórico nacional también situado en Battery Park y que cuenta con una rica historia. Construido entre 1808 y 1811 como uno de los 5 fuertes para defender el puerto de Nueva York, originalmente estaba en una pequeña isla que se conectaba con Manhattan por un puente de madera. En 1850 (Sarmiento estuvo 3 años antes) se rellenó el terreno y se la integró a la isla mayor. El fuerte tenía 28 cañones y nunca tuvo actividad militar. En 1823 se lo traspasó a la ciudad de Nueva York y se le comenzó a dar otros usos.
Llamado Castle Garden desde entonces (como lo menciona Sarmiento), fue hasta 1855 centro cultural y teatro por el que pasaron figuras como el marqués de Lafayette o la soprano Jenny Lind. Entre 1855 y 1890 fue edificio de recepción de inmigrantes, nada menos que la puerta de entrada a Nueva York.
Luego de su paso por el teatro, Sarmiento relata su admiración por una de las grandes obras públicas de la época en Nueva York, aún hoy vigente: el sistema de provisión de agua potable. "Nueva-York es la capital del más rico de los Estados americanos. Su municipalidad sería por su magnificencia comparable sólo al Senado romano. Sólo la de Roma le ha precedido en la construcción de gigantescas obras de utilidad pública", exagera, y luego le dedica varios párrafos al acueducto de Croton, el cual, explica, "ha costado a la ciudad de Nueva York trece millones de pesos".
Siempre atento a los signos del progreso, Sarmiento se maravilla –y relata con detalles– con el sistema de agua que acababa de armar Nueva York para traer el esencial líquido desde 41 millas (66 km) a la población de la ciudad desde el río Croton en el condado de Westchester. Se trata de un sistema de ductos, tanques de reserva y distribución que fue construido entre 1837 y 1842, y que apelaba al sistema tradicional romano de trasladar el agua por la fuerza de la gravedad.
Nueva York no tenía reservas de agua segura y había invertido mucho dinero en esta gran obra de infraestructura que representó un cambio radical para las familias residentes. El agua (que tardaba 22 horas en hacer el recorrido completo) desembocaba en un depósito de piedra situado entre las actuales 6ª y 7ª avenidas, entre las calles 79 y 86. Hay imágenes de esa construcción que hoy es parte del Great Lawn del famoso Central Park, justo detrás del Museo Metropolitano. De ahí el agua pasaba a un tanque de distribución en la 5ª avenida entre la 40 y la 42, donde hoy se encuentra la Biblioteca Pública de Nueva York.
"El receptáculo que recibe las aguas –escribe Sarmiento– en la calle 86, a 58 millas del de Croton, cubre 35 acres, y contiene 150 millones de galones. El depósito de distribución sobre el monte Murrai calle 40, cubre cuatro acres, es de piedra y cemento y a cuarenta y cinco pies sobre el nivel de la calle, y contiene veinte millones de galones. Desde allí se distribuye el agua por toda la ciudad en tubos de hierro, colocados en la tierra a suficiente profundidad para que el agua no se hiele en el invierno."
Muchos de sus recorridos eran con amigos. Uno fue Manuel Carvallo, enviado extraordinario de Chile en Washington: "Con él visité el Saint-James-College de los Jesuitas, donde estudiaban varios jóvenes chilenos, las fábricas donde se confeccionaban puentes militares impermeables y equipos completos de campaña, como así mismo todo aquello que en monumentos, construcciones y establecimientos merecía ser conocido del viajero".
A Brooklyn
Especial énfasis pone Sarmiento en su visita a un cementerio en la zona de Brooklyn, al que menciona como Greewdoa. No habiendo encontrado hoy uno con ese nombre, investigando y chequeando llegué a la conclusión de que se trató del cementerio de Greenwood y que el sanjuanino pudo haber deslizado un error de tipeo o de interpretación del inglés, el cual en su primer viaje dejaba mucho que desear. No existiendo otro cementerio histórico en la zona, me propuse el objetivo de visitarlo, y resulta que al recorrerlo toman forma las palabras que Sarmiento volcó en su diario de viajes posterior (el libro fue escrito con recuerdos a su regreso en 1849, cuando estaba en Yungay, Chile).
Con el secretario de Carvallo, llamado Astaburuaga, cuenta Sarmiento que "emprendíamos las correrías de detalle, sazonadas por recuerdos de Chile, animadas por la comunicativa causerie de dos amigos que vuelven a verse después de algunos años". Este chileno es quien lo saca de Nueva York y lo lleva a Brooklyn, un suburbio que recién se estaba formando.
"Abraza el cementerio un espacio inmenso de terreno en el estado de naturaleza", empieza a describir Sarmiento. "A la sombra de una encina secular se abriga una tumba de estilo gótico; una linterna de Diógenes corona un montículo, y en el fondo de un vallecito, entre arbolillos vistosos se muestra un templete griego, depositario de un sarcófago". Desde una "parte elevada del cementerio y apoyado en un sepulcro", Sarmiento observa una Nueva York "coronada de humo", a su vecina Brooklyn y "la bahía hermosa con sus grupos de buques cual bosque de invierno, y los estrechos agitados por la marea que levantan los poderosos vapores".
Greenwood es un lugar digno de ser visto. Los pioneros que lo desarrollaron visitaron antes el Pere-Lachaise de París y el Camposantos de Italia, para elegir luego una zona alta de Brooklyn en las afueras de Nueva York. Henry Pierrepont entre ellos, un empresario y planificador urbano, juntó voluntades en la década de 1830, y en abril de 1838 fue creado el cementerio.
Se trata de uno de los cementerios rurales más antiguos de los EE. UU., que en el siglo XIX se convirtió en un lugar de moda para ser enterrado y hasta en un paseo público: de hecho, fue fuente de inspiración para la construcción de parques públicos como el Central Park y el Prospect Park de Brooklyn. Hacia 1860 era la segunda atracción más visitada del país luego de las cataratas del Niágara. Desde 2006 es monumento histórico nacional.
Hay varios personajes conocidos enterrados en Greenwood, como Louis Tiffany (artista famoso por sus lámparas y vitrales), Horace Greeley (director del New York Tribune y uno de los fundadores del Partido Republicano), Jean Michel Basquiet (el artista negro más exitoso de Brooklyn), y Charles Ebbets (célebre fotógrafo autor de una imagen de trabajadores almorzando sentados en una viga en lo alto del Rockefeller Center en construcción).
La visita a Greenwood requiere de cierto espíritu aventurero, porque se sale del carril tradicional. Claro que es mucho más sencillo que a mediados del siglo XIX, dado que llegar lleva no más de 25 minutos. Tomamos el subte línea amarilla N o R (ojo porque hay varias) en la estación Canal St., luego de una caminata por el Soho. Bajamos en la 5ª avenida y la calle 25, en medio de un Brooklyn nada turístico. Esta 5a avenida tiene poco que ver con la de Manhattan: la bordean casas bajas y negocios opacos. Dos cuadras por la 25 y aparece Greenwood, con su imponente portal gótico de ingreso.
Por suerte estaba Raúl, un ecuatoriano solícito que nos proveyó de un mapa y algunas recomendaciones. Siguiendo los comentarios de Sarmiento, buscamos algunas tumbas en particular, aunque no es sencillo identificar hoy a cuáles se refería exactamente el sanjuanino. Menciona una que emula un templo griego, y la realidad es que hay varias de ese estilo. Buscamos llegar hasta la zona alta en la que estuvo Sarmiento, porque menciona que pudo ver desde ese lugar la silueta de Nueva York y la bahía, además del poblado de Brooklyn. Raúl nos indicó cómo llegar y, luego de 10 minutos serpenteando tumbas, pudimos situarnos donde, estimo, estuvo Sarmiento. La vista impresiona por el contraste entre tumbas, el verde y a lo lejos la imponente Nueva York. Incluso se pueden ver con claridad edificios como el Empire State o la Liberty Tower (en construcción, donde estaban las Torres Gemelas).
El Pierrepont Monument, una tumba de estilo gótico con un sarcófago en su interior, diseñado por el arquitecto Richard Upjohn como si fuera una iglesia abierta, es posiblemente una de las tumbas que Sarmiento destaca en su texto (fue construido en 1842, antes de su visita). Eso es lo que piensan en el cementerio cuando les compartí el texto del sanjuanino.
No hay que perderse a la salida una bellísima construcción en madera abandonada –justo frente a la entrada– que supo ser el negocio de venta de flores y que el cementerio compró para restaurarlo e incluirlo en su patrimonio histórico.
La visita de Sarmiento a Nueva York fue breve, pero intensa. Aunque pinta a una ciudad sucia, con "calles estrechísimas y desaseadas", "casas de mezquina apariencia" y cerdos como "personajes obligados de las calles", ya en aquella descripción de 1847 observa rasgos de lo que hoy significa la ciudad para los EE. UU.: "Nueva York es el centro de la actividad norteamericana, el desembarcadero de los emigrantes europeos, y por tanto la ciudad menos americana en su fisonomía y costumbres de las que presenta la Unión".