Sara Facio: "Para las mujeres nunca fue fácil abrirnos camino"
"De pronto me pregunté qué hacía yo ahí, qué tenía que ver con todo lo que estaba pasando; me tiré al piso y esperé”. Quien habla es Sara Facio y el recuerdo está anclado en la cobertura que hizo junto con Alicia D’Amico, su socia en esos años, del regreso de Perón, en 1973. Las fotos de Ezeiza forman parte de la selección de 117 imágenes, con curaduría de Ataúlfo Pérez Aznar, de la muestra que se verá en el Malba a partir del 8 de marzo. La fecha –el Día Internacional de la Mujer– no parece casual. Sara es feminista, pero elude casi por principios los enunciados rimbombantes, aunque es tajante en sus afirmaciones cuando traza el relato de su vida y cuando defiende el lugar de la mujer en una sociedad a la que no duda en calificar de machista, por la simple relación entre costo y oportunidad. Eligió el lugar menos cómodo, que fue siempre romper las barreras del género.
Es amable y gentil. Pero no deja pasar una. A los 85 años puede hablar de un camino recorrido, de convicciones firmes, de no mezclar la vida privada con el trabajo, de una obra hecha, y de haber creado, sin duda, la mayor plataforma para la difusión de la fotografía en la Argentina, desde la Fotogalería del San Martín, desde su propia editorial, La Azotea, y desde el Museo Nacional de Bellas Artes, en los años 90. Donó de su archivo personal el 25% de las fotografías que conforman el patrimonio del MNBA. Tal vez, lo que nunca imaginó en este racconto es que pasaría a la historia como la fotógrafa que registró, de manera integral, el regreso de Perón. Ella no es peronista, ni militante.
En la entrevista de presentación para el Malba, la periodista María Moreno señala la paradoja que entraña esta exposición: “A Sara le revienta que se lo diga –escribe Moreno–, pero con esta muestra ella se convertirá en la mayor y más comprometida documentalista del peronismo y entonces, como una imagen vale más que mil palabras, tal vez el peronismo vuelva a enamorar como en el tiempo en que prometía justicia y felicidad (…)”. Sara lo considera un trabajo profesional, asociado a quien fue su socia en la editorial la Azotea, gran amiga, periodista y fotógrafa: la guatemalteca Cristina Orive.
Facio ha recorrido un largo camino desde que compró la primera Leica en una escapada a Berlín, siendo una joven becada por el gobierno de Francia. “Era la posguerra y había que tener una cámara. Era como tener un celular ahora”. Hoy su nombre es públicamente reconocido y respetado entre colegas y artistas. Más allá de su mirada personal, que encontró en el retrato de intelectuales y de figuras del espectáculo un terreno fecundo, ella logró para la fotografía un lugar que no tenía; otra paradoja, siendo que Buenos Aires tuvo un idilio eterno con un gigante como Horacio Coppola y que Grete Stern, formada en la Bauhaus, dejaría el testimonio genial y único de Los sueños, interpretados por Gino Germani, para Idilio, una revista del corazón.
En 1995, Jorge Glusberg la nombró curadora de fotografía del Museo Nacional de Bellas Artes, un departamento que no existía en nuestro museo mayor, cuando en el mundo no se hablaba de otra cosa. “Creo que fui yo quien le fijó a Glusberg que quería ese lugar. Y él aceptó porque sabía mejor que nadie lo que se venía. Las fotos ya eran materia de colección en los museos neoyorquinos. Esa tendencia se convertiría en una ola imparable… Y en el Bellas Artes no había nada. Doné obras de mi colección personal, desde Kertész hasta Cartier-Bresson, más Álvarez Bravo y los mejores latinoamericanos, y con ese material se armó el primer catálogo.
Resultó una buena idea incorporar la fotografía al patrimonio del museo, pero sin Glusberg creo que no hubiera sido posible.
Yo acepté por él. Glusberg viajaba mucho y sabía lo que pasaba en el mundo. Yo también viajaba y me costaba entender que no tuviéramos un calendario de muestras de fotos, algo serio y bien armado, y, por cierto, una colección permanente. Glusberg lo vio primero. Me acuerdo de que en un viaje visité el Museo de Copenhague, que tiene una colección maravillosa con obras de Giacometti [Alberto] y Henry Moore, entre otros, y me encontré con una muestra curada por Jorge Glusberg del Grupo de los Trece, del CAyC. Creo que el mundo del arte le debe un reconocimiento.
¿Y vos lo tuviste?
No me puedo quejar. Nunca pedí nada. Me molesta correr detrás del éxito. Pero creo que para las mujeres no fue fácil abrirse camino. El lugar de la mujer en la fotografía es igual al lugar de la mujer en todas las profesiones; el que manda es el varón, si no le gustás, te da una patada, si no te critica o cosas peores… que ya sabemos. Esta es una sociedad muy machista, sobre todo en el ambiente periodístico. Al menos, en mi época. Ahora, dicen, las redacciones están llenas de mujeres. Supongo que me tocó vivir otros tiempos. Todo costaba el doble. Las mujeres hacíamos fotos, pero no entrábamos en las redacciones, simplemente éramos colaboradoras. Con Alicia D’Amico creamos secciones e hicimos infinidad de tapas, como 40 para la revista de la nacion, y cientos de fotos para La Prensa, pero nunca fuimos fotógrafas del diario. Jamás me dijeron: “¿Usted quiere trabajar acá?”.
Y, eso que las grandes fotógrafas fueron mujeres, pensemos nada más en el talento impar de Grete Stern y de Annemarie Heinrich...
El primer libro de Grete lo hice yo, cuando ella era ya una anciana en el final de su vida. Pensar que ahora está en todos los museos y se matan por una foto de ella, aunque esté torcida y ella la hubiera descartado, como lo hizo cuando hicimos la selección para el libro.
Y en el plano internacional, hay fenómenos únicos, como el de Diane Arbus.
Pero Diane Arbus ya era una genialidad en los 70, pasó casi medio siglo para traer acá una muestra, y antes hubo fotógrafas extraordinarias como Margaret Cameron. Sin embargo, cuando se escribe la historia, lo primero que se recuerda son los nombres de los hombres. Parece un cliché, pero es así. La deuda con las fotógrafas es enorme.
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La sonrisa medida, los labios rojos y la nube de pelo blanco que enmarca un rostro fresco de mirada vivaz. Esa es la imagen de Sara Facio. Está contenta. La muestra del Malba se llamará Sara Facio-Perón.
Casi una declaración de principios para una mujer que no es peronista, ni militante, y que además detesta el estereotipo de la fotógrafa vestida para la para la ocasión.
Detesto la mujer disfrazada de fotógrafa, como si el uniforme garantizara buenas fotos. Pensar que Annemarie Heinrich iba a tomar fotos al Colón con vestido largo…
Es una tarde tórrida de verano y Sara está sentada en el estudio de toda la vida, una grata planta baja en la calle Paraguay con patio de piso en damero y linda luz. Ese es su territorio, allí están los libros, los recuerdos, la sala de revelado, las carpetas de contactos y las fotos que ya forman parte del imaginario colectivo.
Como la de Cortázar, quizá la más difundida e icónica de su serie con escritores, que en los 70 cubrió el boom de la literatura hispanoamericana cuando las revistas de actualidad le daban la tapa a Gabo por Cien años de soledad, y Neruda, Vargas Llosa, Cortázar, Borges y Bioy eran personajes de la actualidad. También, escritoras, Beatriz Guido, Silvina Bullrich, Victoria Ocampo…
¿Cómo fue la historia de la foto de Cortázar?
La sacamos en París. Cortázar no confiaba en la luz que había en su casa y quería que fuéramos a las oficinas que ocupaba en la Unesco. Pero no. Salió esa foto que resultó única. La eligió como su foto. Hace poco la vi en una librería en Berlín, estaba en la vidriera ampliada a gigantografía. Entré para preguntar cómo había llegado allí, y el dueño no tenía idea de quién era, pero me dijo: “Esa cara invita a la lectura”. Lo fotografié varias veces después, pero nunca fue como ese momento. Supongo que él cambió, y nosotras también. En esa época, trabajábamos con Alicia [D’Amico], éramos un colectivo de fotógrafas que duró hasta 1985.
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Sobre el escritorio está el retrato de María Elena Walsh. Es una chica linda de melena rubia, sonriente, iluminada por la mirada de sus ojos claros.
Fueron pareja durante más de treinta años, sin embargo, es raro escucharte hablar de María Elena.
Me molesta, y me molestó siempre, que la gente pensara que quería subirme a la fama de María Elena. Nuestras vidas en lo profesional eran paralelas, cada una en lo suyo con enorme respeto de tiempos, invitaciones e incluso amigos. Cuando le daban premios, trataba de no ir; y si iba, no me sentaba a su lado. Ella tenía su mundo, la gente de Sadaic, y yo el mío, la fotografía. A veces, venían a casa amigos como Ariel Ramírez, pero era raro. Me acuerdo de que una vez, María Elena hacía cola en la Embajada de Francia para la fiesta del 14 de julio. Pasó alguien, la saludó y le preguntó por mí, y ella contestó que no estaba invitada, como si tal cosa. Así fue siempre.
Desde diciembre último, por impulso de Sara Facio, junto al estudio de Paraguay al 1400 funciona la Fundación María Elena Walsh (1930-2011), cuyo fin es reunir la obra monumental de la escritora, poeta, compositora y cantante, además de promover la creación, a través de becas, premios y concursos. Se creó al mismo tiempo el Premio Fundación María Elena Walsh, que en su primera edición estará consagrado a la literatura. Son miembros consejeros, entre otros, Magdalena Ruiz Guiñazú, Guillermo Gassió, Mario Bunge, Leila Guerriero y Silvia Mangialardi.
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Sara Facio-Perón descubrirá la faceta menos conocida de una fotógrafa muy reconocida. Según Ataúlfo Pérez Aznar, es el único documento integral que registra un momento histórico de la Argentina, desde el primer regreso de Perón hasta su muerte, en 1974.
¿Es también un registro diferente de tu producción?
En realidad, la serie nació como un trabajo profesional para Cristina Orive, a quien había conocido por Tomás Eloy Martínez, porque ella hacía las fotos de sus notas. Cristina vino a la Argentina por tres meses y terminamos siendo socias en la editorial La Azotea. Cubría para una agencia francesa varios frentes en la región: Tupamaros en Uruguay, Allende en Chile y el regreso de Perón. Nos contrató para hacer las fotos de Perón.
Algo que salía del estilo más frecuentado y conocido por ustedes, con tradición y trayectoria en el retrato subjetivo de intelectuales, escritores, actores, con un perfil definido...
Totalmente. Era un trabajo de reportero gráfico. Inmediato. Había que hacer las fotos y mandar los rollos por Air France, entonces no existía el mail ni nada por el estilo. Con esta consigna salimos para Ezeiza en un Fiat 600. Íbamos a cubrir el regreso triunfal de Perón. Llevaba dos Leicas colgadas al hombro, un bolso con los lentes y, por supuesto, compartíamos todos los que fuimos la sensación de estar viviendo un día histórico. Perón volvía después de 18 años, había miles de jóvenes que no lo habían visto nunca, y estaban los partidarios, los peronistas de toda la vida, los descamisados, la Juventud Peronista. Una multitud. Cuando no se pudo avanzar más, dejamos el auto en un campo y seguimos a pie hasta el palco, que estaba a la altura del puente, antes de llegar al aeropuerto. Éramos muchos fotógrafos, pero sobre todo camarógrafos, la mayoría extranjeros. En un momento dado, se escucharon disparos y la llegada triunfal se convirtió en batalla campal. Nos tiramos todos al piso. Yo pensaba: ¿qué hago acá si no tengo nada que ver con esto? Pero ahí estaba.
¿Imaginabas que podía suceder lo que sucedió?
No. Pero había un clima de tensión y un millón de personas. Las autoridades nunca llegaron al palco. Tenía miedo. Hicimos las fotos y nos volvimos al centro en el primer auto que encontramos. Llevaba dos cámaras, una en color y una en blanco y negro; les había puesto referencia a cada rollo con un marcador: Gente, Ruta, Palco. De los que tenía doble, me quedé con uno, pero sin verlos. Mandamos los rollos sin revelar. No había tiempo que perder.
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Al ver los contactos en el estudio, pegados sobre cartulinas de colores, Ataúlfo Pérez Aznar terminó de confirmar lo que pensaba: la selección colocaba a Sara en otro lugar. Era una mirada que no solo registraba, también interpretaba. Fotógrafo de fotógrafos, dueño de la mítica galería Omega, fue el primero en colgar las fotos de Marcos López y en darles lugar a talentos como Oscar Pintor. Fufo, así le dicen los amigos, es docente, ama la fotografía y tiene un respeto enorme por Sara Facio.
“Cuando estaba haciendo el libro gordo sobre su trayectoria, que editó Larivière , con prólogo de Tomás Abraham, encontré estas fotos de Perón. Ella había mostrado algunas en 2008, en la muestra de Osde, por pedido de María Teresa Constantín, y antes, me parece que en 1985, cuando se separó de Alicia D’Amico. También en el libro incluí algunas, pero faltaba el reconocimiento del conjunto, que es excepcional. El Malba se entusiasmó con la idea, y acá estamos”, dice Pérez Aznar.
Tiene lógica. El Malba en los últimos años ha cultivado la elección de muestras de mujeres para el calendario de temporarias. Sin contar que las dos obras icónicas de la Colección Costantini son Abaporu, de Tarsila do Amaral, y Autorretrato con loro, de Frida Kahlo. En la saga se cuentan las muestras de Yayoi Kusama, Yoko Ono, Alicia Penalba, Annemarie Heinrich, Teresa Burga, Mirtha Dermisache, Liliana Porter, Voluspa Jarpa, Tracey Emin, Diane Arbus…
“Cuando pude meterme de lleno con el material, confirmé lo que pensaba: era increíble –se estusiasma Ataúlfo–. Son 41 rollos de 36 fotos, unas 1200. De allí elegimos (no fue fácil negociar la selección con Sara) 114 para la muestra y 187 para el libro. El primer registro visible son los contactos que ella pegó en cartulinas de distintos colores. Cuando Facio y D’Amico se separaron profesionalmente, Alicia se llevó sus contactos. Lo demás quedó como estaba. El itinerario del registro pasa por Ezeiza, la Plaza de Mayo, el Obelisco, el Congreso, Gaspar Campos, los días de campaña, los afiches, Rucci (un día antes de su asesinato), Cámpora, Balbín, Isabel, la asunción de Allende, en Chile...”.
Eran dos sabuesos siguiendo la presa, registrando un momento histórico. Sara nunca había hecho fotos políticas. No le interesaba. Su pasión por la fotografía tiene origen, curiosamente, en su facilidad para el dibujo. En el colegio le pedían que dibujara los pizarrones para los actos patrios. Esa temprana vocación la llevó a la Escuela de Bellas Artes, donde se graduó de profesora de dibujo.
Aunque ya cavilaba la idea de hacer un libro de historia del arte, un buen libro hecho acá y para los argentinos, quería saber más, investigar, ver los museos. Con esa meta ganó una beca del gobierno de Francia (Étudiants patronés pour le gouvernement de France) y viajaron con Alicia a París. Sara Facio, una chica de San Isidro, hija de un peronista y de una radical yrigoyenista, partía a descubrir el mundo. Alquilaron un ático en Montparnasse, que era de una modelo de Dior, “con toilette y kitchenette” y devoraron París con los ojos. En una escapada a Berlín llegó el deslumbramiento con la fotografía. Allí descubrió la obra de Otto Steinert, promotor de la fotografía subjetiva. “Pero, sobre todo, descubrí que existían las exposiciones de fotografía”. Un mundo aparte.
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“Supongo que Sara dejó de lado este material porque no era lo suyo. Pero lo guardó muy bien. Después vino el golpe y ella, siempre con el cuidado de no ser tildada de oportunista, lo guardó. Es el mejor trabajo de Facio”, sentencia Pérez Aznar casi medio siglo después.
Al día siguiente de Ezeiza, ella fue a buscar el Fiat 600, que estaba intacto donde lo había dejado, y llevó los rollos al avión. Como había temas repetidos, se quedó con varios rollos que son la génesis de este relato. “Creo que es el mejor ensayo histórico de la fotografía argentina. No es que no haya fotógrafos que hayan sacado ese período. Pero son fotos –algunas muy buenas– dispersas, inconexas, sin contexto. Sara, en cambio, logró un relato de gran coherencia fotográfica, que está formada por primeros planos muy fuertes y por fotos contextuadas”.
El material abarca los 591 días que van desde el 17 de noviembre de 1972, fecha que marca el regreso de Perón a la Argentina tras su exilio en Madrid, hasta el 1° de julio de 1974, día de su muerte. Según el curador, es un trabajo “que Sara nunca consideró un material mostrable; tanto a nivel ideológico como político. «¿Esta foto es mía?», me preguntaba cuando armamos la selección”.
La foto de tapa del libro adquirió a la distancia el valor de un símbolo, preludio de lo que vendría después. Se llama Los muchachos peronistas y son tres jóvenes y una chica en primer plano. Lo increíble, y fascinante al mismo tiempo, es ver los contactos y comprobar que de esa imagen hizo una sola toma. La mirada y el clic sin repetición. El reverso del mecánico disparo digital. Ella la vio ahí en ese momento y puso el cuerpo para hacerla. Muy cerca, sin teleobjetivo. En esos rostros desencajados de ojos fijos hay una actitud de desamparo frente al sueño hecho pedazos. La fiesta que no fue.
¿Lo pensó? ¿Lo imaginó? ¿Supo que estaba escribiendo una página de la historia argentina contemporánea?
Ella no es progre, ni descamisada, ni militante. Tiene más bien el perfil de una señora bien puesta.
Línea de tiempo
- 1932
Nace en San Isidro
- 1960
Becaria del gobierno de Francia. Comienza a trabajar con Alicia D’Amico
- 1973
Funda la editorial fotográfica La Azotea con Cristina Orive
- 1974
Publica el libro Retratos y autorretratos
- 1978
Comienza su relación con María Elena Walsh, su pareja hasta 2011
- 1985
Crea y dirige la Fotogalería del San Martín
- 1992
Recibe el Premio Konex de Platino: Fotografía
- 1995
Es nombrada por Jorge Glusberg curadora de fotografía del MNBA
- El futuro
La inauguración en el Malba de Sara Facio-Perón será el 7 de marzo próximo y la apertura, el 8. La curaduría de la muestra es de Ataúlfo Pérez Aznar. Se podrá visitar hasta el 30 de julio
Temas
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