Santiago Loza: "Pasé de querer ser sacerdote a escritor "
Desde Francia, donde trabaja en un montaje escénico, el director de cine, guionista y dramaturgo habla sobre los oficios y sus días
Narrador implacable y exquisito, con una obra donde afloran personajes solos, introvertidos y hasta vencidos por una abatimiento casi existencial, por estos días se encuentra en Caen, una ciudad del oeste de Francia situada en la región de Normandía, donde participa de una experiencia de montaje y experimentación sobre un texto propio, El corazón del mundo, junto con la directora, escritora y actriz Romina Paula.
"Es un texto que escribí hace años, pero nunca se hizo y ahora se montará en francés, con actores franceses. El trabajo real lo hace Romina con los actores y los técnicos; yo miro cómo trabaja, opino algo, hago silencio. La experiencia es preciosa, extraña, la mirada que ella tiene sobre el material es delicada y sensible como ella misma", sintetiza Loza, en diálogo con LA NACION. Claro que no es preciso viajar hasta Europa para disfrutar de la obra del artista cordobés. Por lo pronto, en Buenos Aires sigue en cartel la pieza teatral Nada del amor me produce envidia, en una versión de Diego Lerman que estrenó hace casi 10 años (sala Santos 4040) y El mar de noche, que acaba de estrenarse con dirección de Guillermo Cacace y la actuación de Luis Machín, un espectáculo duro y conmovedor (sala Apacheta).
Prolífico y multifacético, a su vez trabaja en la posproducción del film Malambo, el hombre bueno y hacia fin de año rodará Breve historia del planeta verde. Además, en su rol de escritor, el mes próximo publicará la novela El hombre que duerme a mi lado (Tusquets) y en julio Obra dispersa (Entropía), un volumen que reúne algunas de sus obras de teatro de los últimos años.
Cuenta que en los primeros años de la escuela era "un alumno pésimo", aunque pasaba de grado por su buena conducta. "No me interesaba nada, sólo la clase de Lengua. Era el único momento en que encontraba placer. Después leía lo poco que había en mi casa. El cine y las telenovelas me generaban un entusiasmo cercano a la locura".
-¿Y en qué momento llegaste a la escritura?
-Pasé del entusiasmo de las redacciones en la primaria y de querer ser sacerdote a escritor, estados que me resultaban parecidos. En la secundaria fui a un colegio de curas, un perito mercantil, de varones, que era una tortura. Pero paradójicamente en ese lugar desfavorable tuve la suerte de tener un profesor de Lengua que se llamaba Jorge Torres Roggero (lo nombro porque nunca más lo he vuelto a ver), quien en alguna clase autorizó mi escritura. Yo era un adolescente conflictuado, dubitativo y él un profesor serio que al leer una redacción mía delante de los compañeros dijo que ahí había un autor. Yo debía tener 13 años, y fue un momento crucial. Tal vez sea la persona a la que le debo la escritura y a la que menos agradecí.
-¿Tenés algún método para escribir?
-En mi casa trato de quedarme sin obligaciones al menos dos tardes a la semana para poder escribir con tranquilidad, pero no siempre lo consigo. La escritura se desencadena después de postergarla, de dar rodeos. Es literal, estoy horas para sentarme a escribir, soy naturalmente disperso. Preparo té, mate, leo algo, espero, finalmente me siento. Leo algún libro, comienzo a hacer correcciones de algo que escribí. Luego, por fin, puedo escribir un poco. Y me vuelvo a levantar cada quince minutos o menos. Escribo en esos pequeños lapsos. No sé si hay un método, me sirve haber pensado mucho lo que debo escribir, preparar el terreno, tomar algunos apuntes, hablar con amigos de lo que voy a escribir, contarlo antes. Después bueno, es una pelea con mi ansiedad, con el deseo de soltar, de terminar.
-¿En qué crees?
-Creo según los días. Voy alternando. Hay días en que soy muy creyente y otros en los que me vuelvo bastante escéptico. Tengo ciertos impulsos místicos, pero a la vez soy alguien mundano. Aferrado a banalidades. Me interesa lo sacro, me conmueve, pero dedico gran parte del día a las pavadas. Creo en la vocación, al menos a mí me ordena. Cuando me pierdo mucho, recordar que tengo la posibilidad de expresarme, de haber podido hablar, cuando eso no es algo generalizado, la vocación me vuelve a dar una dirección, un sentido. También creo en ser amable, aunque la verdad es que no siempre lo consigo.
-¿Qué cosas te angustian?
-El mal entendido social, salir a la calle y no estar preparado. La sobre información. No ser entendido. El dolor ajeno y el propio, mis miedos. No soy original en términos de angustia.
-¿De qué cosas estás seguro?
-De pocas, de hecho, cada vez estoy más dudoso. Tal vez estoy seguro de la fuerza del trabajo, de la insistencia, de la necesidad de hacer. En la construcción que se hace día por día. Con el tiempo también puedo entender que las crisis son espacios de crecimiento, de gestación, de introspección necesaria para lo que viene. Que las crisis personales pasan, van y vuelven y a veces nos fortalecen.
-¿Qué hacés en tu tiempo libre?
-Miro televisión, mucha, y de la mala. Puedo entregarme con facilidad a la pereza, ser la persona menos productiva del mundo. Leer, escribir, ver cine o teatro es parte de un trabajo para mí. Es difícil definir cuál es el tiempo libre, se podría decir que uno hace casi todo el día lo que otros definirían como tiempo libre. En cierto sentido, se armó un trabajo de no trabajar, creo que Kartun dice eso... Algo así.
-¿Un libro, una película y una serie para recomendar?
-Recomiendo las novelas de Romina Paula. También El nervio óptico, de María Gainza, que es una maravilla. Hace un tiempo vi por televisión una hora de la primera parte de La Flor, de Mariano Llinás y realmente quedé deslumbrado. Una película de afuera para compensar es Resert Vertical, de Alan Guiraudie. Y dos series: Transparent y cualquiera de las temporadas de American Horror Story, además de volver a ver cada tanto Six Feet Under.
-Para terminar: ¿qué te gustaría que dijera tu epitafio?
-Algo bien cursi pero lindo, como "se te anda extrañando por el mundo", pero todavía no se me ocurre nada. Espero tener tiempo para eso.
El gusto del gas y la cafeína
A Santiago Loza le gustan todas las bebidas colas dietéticas: "Desde las marcas más importantes a las de segunda línea, las que pertenecen al supermercado e imitan los colores de las otras. Tomo eso, como un vicio. El gusto artificial, el edulcorante mezclado con cafeína y gas me parece perfecto para cualquier ocasión", concluye.