Barcelona.- Dos obras erigidas por los arquitectos más destacados del modernismo dialogan entre sí, unidas hoy por la avenida Gaudí: una es la inconclusa y concurridísima basílica La Sagrada Familia, de Antoni Gaudí (1852- 1926) y la otra, un tanto menos famosa pero no por eso menos importante, el Hospital de la Santa Creu y Sant Pau, el conjunto modernista más grande de Europa, creado por nada menos que el maestro de Gaudí, el arquitecto e intelectual Lluís Domènech i Montaner (1849-1923). La curación del alma por un lado, y la de la salud, por el otro. Ambas construcciones estaban cerca por la disponibilidad de terrenos. No por otra razón. Durante el período del Ensanche, La Montaña Pelada (su nombre lo dice todo), acogió estas dos obras monumentales.
Quien conozca a Gaudí y no a Domènech i Muntaner tiene una deuda con la ciudad. Tanto el Hospital Sant Pau como el Palau de la Música, constituyen uno de los mayores exponentes del modernismo catalán, ese movimiento con identidad propia, coetáneo del Art Nouveau internacional, que tanto enamora a los visitantes de Barcelona. A Domenèch i Montaner le gustaba referirse a su proyecto más ambicioso como una "ciudad dentro de la ciudad". ¿El lugar destinado? Nueve manzanas (35.505 m2) con calles y jardines, proyectada inicialmente con 48 pabellones independientes conectados entre sí por galerías subterráneas, que significaban una auténtica innovación dentro del ámbito hospitalario en España. La higiene y el aislamiento fueron los dos principios que rigieron en la construcción.
Recursos no le faltaron para hacer volar su imaginación, viajar por Europa y consultar a médicos y expertos sobre cómo debía ser un hospital innovador. El proyecto cobró vida tras la muerte de un millonario afincado en París, Pau Gil, que dejó en su testamento la voluntad de donar la mitad de su fortuna para la construcción de un hospital para pobres, bajo la advocación de San Pablo (Sant Pau). Se disponía entonces de tres millones de pesetas, en 1890, que equivalen a unos 30 millones de euros de la actualidad.
El palacio de los pobres
El opresivo y desbordado hospital medieval de la Santa Creu (1401-1930), situado en el Raval, que hoy ocupa la Biblioteca Nacional de Barcelona, era reemplazado en 1916 por esta verdadera joya del modernismo. Tan deslumbrante que Domènech defendió sus principios ante quien se animara a criticarlo: "Un pobre no tiene que ser maltratado visual y psicológicamente. Uno sana también por lo que ve y por lo que respira". Lo cuenta Mercè Beltran, autora del libro Sant Pau, Patrimonio Modernista, a cargo de la comunicación del recinto modernista, quien nos introduce por los pasillos de esta fascinante historia. Con una sensibilidad especial, Domenéch i Montaner no hace más que remitir a temáticas tan actuales como la influencia de los colores en las emociones y también la aromaterapia.
Uno de los principios de su diseño se basaba en la creencia de que, si el ambiente en el que se encontraba el enfermo era agradable, limpio, luminoso y bonito, la recuperación podía ser más rápida. Empleó la naturaleza como recurso ornamental, algo común entre los modernistas. Los techos de las salas de enfermería revestidos con cerámicas con motivos florales en verde y blanco daban la sensación, al enfermo recostado, de estar en medio de la naturaleza.
"Domènech plantó tilos en los jardines, que además de dar sombra en verano, desprenden un olor fantástico cuando florecen, con un aroma sedante. También plantó naranjos amargos, porque no sólo es más resistente, sino que huele mucho mejor. Sembró plantas aromáticas. Laureles y cipreses. Árboles que además de ser resistentes son autóctonos, necesitan poca agua y dan olor. Y eso ayuda a la gente a estar mejor. Domenech lo diseñó todo, hasta el último detalle", señala Beltran.
Aire y mucha luz natural
Toda la cuadrícula que ocupa el hospital fue girada 45 grados respecto de la cuadrícula original del Ensanche, porque era la manera de obtener una inclinación perfecta Norte-Sur, que garantizaba más horas de luz y mayor ventilación, aprovechando las corrientes atmosféricas. Imperdible la visita a la Casa de Operaciones, de aberturas vidriadas, para operar con la luz del día.
Los materiales de construcción no son tan caros como parecen. "Para las paredes y los techos, se utilizó mucho el ladrillo, lo que pasa es que adquirió una belleza muy especial. Lo que le da una armonía particular es la cerámica, vidriada, con relieve. Domènech recuperó los oficios del momento, ceramistas, vidrieros, escultores, pintores", detalla la escritora.
Finalmente, el arquitecto logró construir 11 pabellones donde conjugó perfectamente belleza y funcionalidad. Tras su muerte, su hijo Pere junto a Enric Catà i Catà continuaron con las obras, hasta completar 27 pabellones, inclinándose más por los aires novecentistas de la época que por el modernismo.
"El Palau de la Música Catalana y el Hospital de Sant Pau son obras maestras del imaginativo y exuberante modernismo que floreció en Barcelona a principios de siglo", con esas palabras la Unesco otorgó, en 1997, el merecido reconocimiento a la obra del brillante arquitecto, quien vivió casi a la sombra de Gaudí. Ambas obras forman parte del Patrimonio de la Humanidad.
El cierre del hospital modernista
Fue en 2004 cuando se hundió una cúpula de estos pabellones y se comprobó que los edificios estaban dañados. Las construcciones, con su interior de hierro, habían sido mal intervenidas ajustándose a las nuevas demandas de la sanidad, por lo que las añadiduras de nuevos pisos dañaron la estructura. El hierro se iba deshaciendo, por lo tanto, decidieron construir el nuevo hospital, que ocupa la parte norte del perímetro.
En 2009 cierra el hospital y comienzan las obras de restauración. En la actualidad, el recinto recibe tres usos: atraer organismos, instituciones, startups, vinculados a la educación, salud y sostenibilidad; la divulgación de patrimonio con las visitas culturales y alquiler de espacios a eventos, como en el 080 Barcelona Fashion Week, que realizó sus últimas dos ediciones en sus instalaciones. Los desfiles ocuparon espacios subterráneos, mientras que los frentes de los pabellones se convirtieron en incomparables fondos de selfies de los extravangantes looks de los asistentes. ¿Qué diría Doménech al respecto? Se dice que era un hombre de pocas palabras, mordaz y que le costaba guardarse lo que pensaba.
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