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Cupido no es perfecto y a veces las salidas pueden ser un verdadero fracaso. Algunos hombres y mujeres compartieron sus peores citas y te las contamos en esta nota:
Plantada en la mitad de la cita
Melina es de San Fernando y cuando David la pasó a buscar por la esquina de su casa (no le quiso dar la dirección exacta) él propuso ir a un bar en Cabildo y a ella le pareció una buena idea. En el auto la charla fluía con los tópicos comunes a todas primeras salidas.
Eligieron una mesa y pidieron unos tragos. “Voy al quiosco de al lado y vuelvo”, le dijo él. Durante 20 minutos Melina se quedó a la espera de que David volviera, pensó que seguramente habría mucha gente en el quiosco y para corroborar se acercó a la puerta pero no lo vio. “Ok, fue a buscar algo al auto”, pensó. Ahí mismo le escribió al celular. Para su sorpresa David respondió “Me tuve que ir”, y, sin darse por aludido al enojo e insultos de Melina, dejó de responder sus mensajes.
Llorando y producida para la cita se sintió la mujer más fea del mundo. Se subió al 60 y le contó al chofer todas sus penas, por supuesto que la dejó viajar gratis. Llegó a su casa en San Fernando a donde se había ido a vivir sola y en la heladera solo tenía un fernet y helado de banana split que le había regalado la novia del vecino. Con el tiempo supo darse cuenta de que el problema no había sido ella sino David que no tenía lo que había que tener para bancarse la cita o al menos ser sincero.
Cuando hablás del tema equivocado
José salió con Julia y entre los temas comunes surgió el amor hacia los animales. Acá se encontraron con una primera y gran diferencia entre ellos: él amaba los perros y ella los odiaba. No explicó por qué el odio pero sí dejó en claro que nadie la convencería de lo contrario. A Julia no le gustaban los animales, en especial los perros. José para mostrar aún más su postura exageró diciendo “Yo antes de atropellar a un perro atropello a una persona”, a lo que ella le respondió “Y mira, yo no pienso así porque por culpa de que mi viejo pensaba como vos esquivó un perro, se estrelló y falleció”. Luego de un pequeño silencio cambiaron el tema de la charla. No se volvió a hablar de mascotas y menos aún de perros.
La gorra que se interpuso al beso
Verónica y Juan se conocían de hace años. No es que fueran amigos, solo se veían los veranos porque eran vecinos de casa y luego cada cual en la suya. Pero un febrero decidieron verse a su regreso a Buenos Aires. La invitación fue una noche al cine y acordaron encontrarse ahí.
Cuando Verónica lo vio aparecer con una gorra se sorprendió porque claramente al ser de noche no había sol. Lo primero que hizo fue preguntar por qué la tenía puesta, “porque hay mucha humedad y los pelos se me despeinan”. “Ok, esto es raro” pensó Verónica que admite que le dio gracia y un poco de vergüenza, ¡es que Juan tenía el pelo rapado!
Se sentaron a ver la película y él nunca se sacó la gorra. Ella no podía dejar de pensar en cómo no le incomodaba ver la película de esa forma y además sentía vergüenza de que la gente mirara lo ridículo de la situación.
Estaban en una sala de cine donde las puertas se encuentran arriba, es decir que para salir de la sala hay que subir las escaleras. Al irse la escena que se presentó fue de película, casi como en cámara lenta cuando Verónica estaba dos escalones más arriba, Juan, que era muy alto, la tomó de la mano, la hizo girar y cuando fue a darle un beso su visera chocó contra la frente de ella. “Ouch”, se rieron los dos. Un segundo intento volvió a fallar. Verónica pensó “ahora se saca la gorra, la tira y me encaja un beso”. Pero no, Juan volvió a insistir y la visera no lo dejó llegar a los labios deseados. “Perdiste tu oportunidad”, dijo ella saliendo del cine sin poder creer lo que había pasado.
Él la acompañó hasta la parada del colectivo, se despidieron con un beso en la mejilla y él nunca más volvió a responder un mensaje.
El rugido de la conquista
María conoció a Sebastián en un casamiento, le pareció buena onda y aceptó una cita con él. La pasó a buscar en auto y en cuanto se subió él le tocó la pierna, “¿En qué momento este tipo cree que ya me puede tocar la pierna?”, pensó María confundida y se puso lo más cerca que pudo de la puerta.
Fueron a un restaurante en el bajo de San Isidro, la cena transcurrió sin muchos pormenores hasta que llegó el momento de pagar la cuenta. Sebastián sacó dólares y preguntó al mozo “¿A cuánto me tomás el dólar?”, haciéndose el canchero. Después de sacar la plata la miró a María y le preguntó “¿Vos no pagás?”. Ella, que sabía que él era adinerado contestó “No, a mí me enseñaron que los caballeros invitan a las mujeres”.
Después de un paseo en auto con conversaciones que se asemejaban más a una charla infantil que a dos adultos en una cita, fueron a tomar un helado a la heladería de moda en Recoleta. Mientras hacían la fila en el local lleno de gente él le demuestra que es su candidato ideal “porque yo, rubio de ojos verdes, grrrr”, y le rugió. Ahí, en plena heladería, con todos mirando y escuchando. Muerta de la vergüenza María prefirió ir a sentarse a la mesa más alejada en la vereda. Allí Sebastián le volvió a rugir. Pero no tuvo éxito, eso a María no la conquistaba. Esa noche se fue a dormir a la casa de su amiga, antes de cerrar los ojos le dijo, casi sin creerlo, “Anita, el pibe rugió”, “¿cómo que rugió?”, “Si, si, hizo grrr”.
Las fotos no son lo que parecen
En el año ´99 las apps de citas y video llamadas no existían, en ese momento Valeria conocía chicos con el chat en línea. Así conoció a Gustavo, un chico divertido, simpático y muy lindo. Él le mandaba sus fotos desde Bariloche y ella desde Mar del Plata. La distancia les impedía poder salir a tomar un café, pero las fotos les daban la cercanía de sentir que conocían un poco más con quien estaban hablando.
Chatearon durante seis meses y acordaron que para el receso invernal él viajaría a la ciudad del mar. Valeria emocionada fue a la terminal a buscarlo pero no lo encontró. Bajaron todos los pasajeros del ómnibus y para su sorpresa Gustavo no estaba. ¿Cómo podía ser? ¿Qué había pasado?
“¡Valeria!”, escuchó un grito que la llamaba. Era Gustavo, pero no se parecía en nada al de la foto: era de su misma estatura, con algunos kilos de más, el pelo por debajo de los hombros y un tapado negro largo hasta los tobillos.
Valeria lo saludó y lo acompañó hasta donde se iba a hospedar. Quedaron en hablar pero ella no lo llamó ni le volvió a escribir. Gustavo la había engañado y no se merecía parte de su tiempo.
Emanuel por su parte acordó una cita a ciegas con Isabel en el Shopping Unicenter. Solo había recibido algunas pocas fotos de parte de ella pero estaban todas un tanto borrosas. Al llegar la vio sentada en el café y vio que no era lo que él imaginaba, por el contrario se encontró con una chica muy desarreglada y desprolija. Como eran sus primeras citas Emanuel acordó con una amiga que si la salida no funcionaba él le pediría ayuda por mensaje de texto y hacían la clásica llamada salvadora. Así fue como Emanuel se disculpó para ir al baño y mandó el mensaje “Help I need somebody”, haciendo alusión a la canción de Los Beattles que habían escuchado tiempo atrás. Cuando volvió a la mesa Isabel le preguntó “¿Por qué me mandaste ese mensaje?” ¡Se había equivocado de destinatario! “Es que me quería acordar el nombre del tema y por eso te lo envíe”, respondió resueltamente y saliendo airoso de la situación.
El problema de no actualizar la agenda de contactos
Ramiro salió a navegar, actividad que disfrutaba hacer los fines de semana en el Río. Ese sábado de sol le dieron muchas ganas de salir, no tenía ganas de volver a su casa y desaprovechar tan lindo día. Buscó entre sus contactos de whatsapp el número de Florencia, la chica con la que había estado hablando por Tinder. “¿Querés que vayamos a almorzar?”. Ella aceptó enseguida y quedaron en encontrarse en la pizzería que estaba cerca de la casa.
Al llegar la vio, se saludaron de lejos pero los dos se miraron de manera extraña. Se sentaron, pidieron una pizza con cerveza y Florencia fue quien dijo “Perdón, pero me parece que hay una confusión, vos no sos el Ramiro con el que yo estoy hablando por Tinder”. Él la miró y de repente sorprendido recordó “Vos y yo salimos hace cuatro años, la cita fue un desastre y nunca más hablamos”. Ambos se rieron, comieron rápido, hablaron un poco y al despedirse prometieron actualizar los contactos de su whatsapp para no volver a cometer el mismo error.
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