"Necesitamos buenos socios", reconoció Mauricio Macri el 6 de marzo del año pasado, antes de levantar su copa de espumante frente a Sonia y Harald V. El presidente estaba ansioso: los reyes de Noruega habían llegado junto con cinco docenas de CEO. Con el antecedente de las 152 rutas asignadas a la low cost Norwegian, apostaban al petróleo, la tecnología y el turismo. Aunque pasó más desapercibida, una de las negociaciones encendió las alarmas de científicos y organizaciones ambientalistas. Dos días después del brindis, Luis Miguel Etchevehere (entonces ministro y hoy secretario de Agroindustria) e Inger Solberg (directora de Sustentabilidad de la agencia Innovation Norway) firmaron un convenio para promover la acuicultura "con los principales actores de la industria". El texto hablaba de intercambio de información y apoyo financiero sin mencionar la cuestión de fondo: la cría de salmones, que arrastraba antecedentes abrasivos en las costas chilenas.
Con el ejemplo de la catástrofe ambiental y social en Chile - segundo productor mundial de salmones de cultivo - la comunidad de la isla salió a rechazar el acuerdo entre el Gobierno nacional, el provincial y Noruega.
Innovation Norway –representante de las empresas interesadas en los procesos intensivos "de granja"– hablaba de acuicultura sustentable. El Ministerio, de impulsar políticas "que aseguren la eficiencia" en la materia. La versión en inglés del convenio, renovable a los 12 meses, fijaba las condiciones de cooperación para un estudio de factibilidad en el mar de Tierra del Fuego. Los noruegos aportarían US$25.000; el Ministerio, asistencia técnica. Al día siguiente de la firma, la Casa Rosada informó que la iniciativa surgía de un trabajo de más de un año y medio entre los dos países y el gobierno provincial. "Este acuerdo es el primero de los que queremos concretar, ya que el proyecto es poder extender la colaboración bilateral acuícola en otras provincias argentinas", adelantó Etchevehere.
El 9 de marzo, los secretarios fueguinos de Agroindustria –Kevin Colli– y de Ambiente –Mauro Pérez Toscani– firmaron un acta complementaria para avanzar en "un estudio de cargas y localizaciones para la radicación de emprendimientos" en el Canal Beagle y para "promover el perfil exportador" de las empresas que operaran ahí. Costaba US$90.000, pero la provincia aportaría US$95.000, además de movilidad, equipamiento, permisos, personal técnico y de seguridad. En los anexos se aclaraba que el Reino de Noruega es el líder mundial en la acuicultura sustentable de salmón atlántico, pero que zonas como el Canal "ofrecen condiciones naturales aptas para el desarrollo del negocio acuícola".
El acuerdo intentaba desarrollar entre 20.000 y 50.000 toneladas de salmón del Atlántico. Uno de los sitios para el cultivo era el Canal de Beagle.
Es probable que las empresas noruegas busquen locaciones con buenas condiciones ambientales que ya no existen en sus áreas, luego de años de producción intensiva
"Se está trabajando para desarrollar una pesquería de entre 20.000 y 50.000 toneladas", adelantaron a Clarín fuentes de la Subsecretaría de Pesca dos meses después, el 13 de mayo. "La hipótesis es de dos a cuatro concesiones en el Canal. Santa Cruz es una hipótesis de trabajo en San Julián, pero para una segunda etapa". Los detalles del acuerdo político –y de la expectativa económica– permanecían ocultos. "Tenemos la obligación de explorar todas las alternativas que nos permitan generar puestos de trabajo", justificaba el director provincial de Obras y Servicios Sanitarios, Guillermo Worman. En una reunión con investigadores del Centro Austral de Investigaciones Científicas (Conicet-Cadic), los funcionarios confirmaron que la especie era el salmón del Atlántico. "Lo extraño es que lo mantenían en secreto", dice una fuente autorizada.
El ciclo del salmón
La salmonicultura suele empezar en lagunas artificiales que buscan reproducir el ciclo natural del pez. Cuando crece, se lo lleva a los centros de engorde: balsas de hasta 10 jaulas con una profundidad de 15 pisos. Los salmones comen alimento balanceado de harina y aceite de pescado, "forrajeros" como anchoas y sardinas. Después de la cosecha, se transportan en wellboats a las plantas procesadoras. Soledad Barruti –autora de Malcomidos y Mala leche– describe las salmoneras como "espacios de cargas tóxicas" que deben aislarse para que los peces se alimenten y no se enfermen, y generan "medidas bizarras y horrorosas, como querer liquidar a los lobos marinos". (Suelen romper las jaulas para comerse a los salmones, que, a su vez, se escapan y depredan a las demás especies).
La salmonicultura en Argentina, por ser una actividad basada en especies exóticas, causaría graves impactos ambientales, sanitarios, sociales y económicos.
"La salmonicultura en Argentina, por ser una actividad basada en especies exóticas, causaría graves impactos ambientales, sanitarios, sociales y económicos", concluye un documento del Foro para la Conservación del Mar Patagónico, formado por 16 organizaciones, entre ellas National Geographic y Vida Silvestre. Todos los salmónidos que nadan en las aguas nacionales son especies introducidas desde el hemisferio norte.
Las salmoneras son espacios de cargas tóxicas que además generan medidas graves como querer liquidar a los lobos marinos porque suelen romper las jaulas para comerse a los salmones, que, a su vez, se escapan y depredan a las demás especies.
El salmón podría ser la nueva trucha, que, a principios del siglo pasado, se introdujo para pesca y desplazó buena parte de los peces nativos. Un familiar de la variedad del Atlántico, el chinook, ya está en la lupa de los científicos. Con adultos que pueden pesar hasta 57 kilos, "invadió en pocos años todas las cuencas importantes de la Patagonia", explica Javier Ciancio, investigador del Centro Nacional Patagónico (Conicet-Cenpat), que rastreó en el río Santa Cruz y en otras cuencas del sur el origen de "la invasión de salmónidos anádromos (que migran al mar) de mayor escala geográfica a nivel mundial". Entre búsquedas en anaqueles polvorientos y estudios genéticos, descubrió que las primeras remesas del chinook llegaron desde Estados Unidos, entre 1905 y 1910, con la idea de poblar los lagos para la pesca. Al otro lado de la cordillera, la industria empezó a fomentarse en los 70; los salmones que hoy dominan la escena argentina –desde el río Azul, en El Bolsón, hasta el Ovando, en Tierra del Fuego– descienden de ellos. Sus hábitos son nocivos para las especies nativas: destrucción de nidos, predación y competencia por el alimento.
El desastre chileno
A fines de 2015, un bloom (proliferación) de algas provocó la muerte masiva de salmones por asfixia en aguas chilenas. Las empresas rescataron 37.000 toneladas de pescado para llevar a las plantas de procesamiento. Pero la cantidad las desbordó; los trabajadores sufrían mareos y vómitos por la grasa en descomposición. En marzo de 2016, la industria pidió permiso para tirar al mar 9000 toneladas que ya no podían tratarse. La Armada autorizó 5000. Menos de un mes después, aparecieron en la isla de Chiloé crustáceos y moluscos muertos, lobos marinos con la boca quemada, gaviotas sin plumas. Era la marea roja más tóxica y violenta de la historia contemporánea chilena.
En 2016, el gobierno chileno autorizó a las empresas a vertir toneladas de salmones muertos al mar que actuaron como "fertilizante" de microalgas. Menos de un mes después, aparecieron en la isla de Chiloé crustáceos y moluscos muertos, lobos marinos con la boca quemada, gaviotas sin plumas.
Lo que, al principio, se explicó como una desgracia natural terminó afectando a 4000 pescadores, que tomaron las rutas durante dos semanas, hasta que un bono gubernamental atenuó los reclamos. Pero no había sido solo la marea. Greenpeace explicó que el vertido actuó como "fertilizante" del bloom. Los restos de los peces habían producido altas cantidades de amonio, alimento para las microalgas. La decisión gubernamental "empeoró la situación, desencadenando la crisis social y ambiental en Chiloé", evaluó la ONG.
La industria salmonera llevaba tres décadas arrasando con la pesca artesanal y con el mundo agrícola al otro lado de la cordillera. "La gente se fue quedando, la que antes se iba se quedó, para engrosar las filas de trabajadores de las empresas noruegas, o chilenas, que llegaron para criar y sacar todo el salmón posible", resumió el periodista Santiago Rey en su crónica La isla que tiembla pensando en el continente, publicada en su sitio enestosdias.com.ar. El negocio había empezado a escalar en 1999, con la incorporación del capital nórdico. Los pescadores ya no salían al mar juntos; ahora eran empleados que contribuían a la pérdida de la biodiversidad de los mares que habían navegado por generaciones.
La decisión gubernamental empeoró la situación, desencadenando la crisis social y ambiental en Chiloé
En los años siguientes, capitales canadienses y japoneses se sumaron a la operación en los fiordos patagónicos, entre las regiones de Los Lagos y Magallanes. Hoy Chile es el segundo productor mundial de salmones y truchas de cultivo, su principal exportación después del cobre, con 830.000 toneladas anuales y ventas que superan los US$4500 millones. "El cultivo intensivo de salmónidos ha tenido un alto costo ambiental en la Patagonia chilena", advierte un documento del Foro. "Los centros de cultivo se han ubicado en zonas de alto valor ecológico y gran fragilidad, incluso en reservas nacionales […] y en áreas que han pertenecido, desde tiempos ancestrales, a pueblos indígenas".
Resistencia fueguina
Un tercio de la biodiversidad de mamíferos marinos del mundo transita por el Mar Patagónico de Argentina y Chile. En las aguas del Canal Beagle, el único fiordo de ese mar, conviven especies como la centolla, distintos moluscos (caracoles, lapas y bivalvos), peces y crustáceos (krill). Más allá, hay ballenas, delfines, orcas y toninas. Los pingüinos, cormoranes y ballenas jorobadas que visitan la zona también podrían irse si desaparece su comida.
"Es probable que algunas empresas noruegas estén buscando locaciones que muestren buenas condiciones ambientales, que ya no existen en sus áreas, luego de años de producción intensiva", opina Marcelo Alonso, investigador del departamento de Explotación de Recursos Acuáticos en la Universidad Nacional del Comahue, que coordinó estudios sobre capacidad de carga en los embalses patagónicos de Alicurá y Piedra del Águila. Esos modelos matemáticos permiten calcular la cantidad de peces que pueden cultivarse sin modificar el aspecto ambiental en forma significativa, en función del contenido de fósforo del alimento, de la dinámica del agua y los sedimentos, y de las prácticas del acuicultor. "El problema surge cuando suceden cuestiones extraordinarias o por falta de previsión, que resultan en escapes de peces, contaminación por uso de químicos y mortalidades que luego desmejoran las condiciones ambientales", recuerda. Como riesgo adicional, el Canal Beagle es abierto y con gran intercambio de agua. Ya hay salmones escapados de los criaderos chilenos, con todos sus efectos indeseados.
Los agrotóxicos para combatir un parásito del salmón matan a las crías de centolla. Eso impactaría a una población que ya está delicada por efectos de la sobrepesca
Cuando entendió a lo que se enfrentaba, parte de la sociedad fueguina empezó a movilizarse. En agosto se había consolidado un colectivo que nucleó a fundaciones ambientalistas y turísticas, operadores, buzos y científicos. "Entre notas a las autoridades y en los medios, stickers, panfletitos y posteos en Facebook, fuimos visibilizando el tema", dice el biólogo marino Gustavo Lovrich. Con el ejemplo chileno bien fresco –y bien cerca–, buscaban advertir sobre los peligros de instalar un feedlot subacuático en el único ambiente argentino donde la Cordillera de los Andes llega al mar. "El espacio que ocupen las jaulas se va a quitar a los pescadores artesanales –anticipa el investigador–. Pero lo más grave es que los agrotóxicos para combatir un parásito del salmón (el piojo de mar) matan a las crías de centolla. Eso va a impactar a una población que ya está delicada por efectos de la sobrepesca".
Mientras el reclamo crecía, el secretario Colli pedía no adelantarse. La provincia gobernada por Rosana Bertone necesitaba "generar nuevas alternativas de negocios, de producción y mano de obra", y los estudios estarían a cargo de "especialistas y técnicos de primera en cuanto al conocimiento y al contenido de todo lo que es acuicultura a nivel mundial". Pero la resistencia aumentaba. A fines de enero, los chefs Narda Lepes, Fernando Trocca y Mauro Colagreco lideraron una campaña que potenció Lino Adillón, un colega sanjuanino que lleva 37 años en Ushuaia. "La estructura del animal está tan alterada que es muy difícil explicar el sabor de un salmón de verdad –dice Adillón–. Con el noruego, 100% salvaje, se te caen las medias: es dulce, se come hasta con las espinas". A los salmones de granja los atraviesa una línea blanca: la grasa que produce el engorde con antibióticos. La carne también es blanca; el rosado aparece gracias a los colorantes. "Va muy bien en un sushi o nigiri, se vende y es cool. Pero dejé de usarlo por una cuestión ética. Para llegar a un kilo, se sacrifican cinco de pescado en alta mar. Se destruye un recurso natural para hacer uno artificial. Ahora está empezando a ser cool no comerlo. Tenemos que trabajar en las partes oscuras de la cadena alimentaria", arenga.
Dejé de usarlo por una cuestión ética. Se destruye un recurso natural para hacer uno artificial. Está empezando a ser cool no comerlo.
La militancia ambientalista consiguió una foto impactante el 25 de enero de este año: 300 personas en Ushuaia, frente al Canal, manifestándose a la misma hora que en el pueblo chileno de enfrente, Puerto Williams, donde la empresa Nova Austral busca instalar 138 jaulas. La semana siguiente, el gobierno informó que las salmoneras no estaban en su agenda. En Greenpeace no cantan victoria. Al cierre de esta edición, voluntarios trasandinos habían visto barcos de aquella compañía en la zona. Para Estefanía González, coordinadora del área de Océanos de la ONG, el polo Canal Beagle/Puerto Williams amenaza con convertirse en la continuidad del despojo: "Como ya contaminaron el norte, están avanzando hacia las aguas más prístinas del planeta".
Después del rechazo a las salmoneras, las autoridades empezaron a recalcular. "El gobierno no toma decisiones políticas en base a lo que diga un estudio técnico. Y la decisión política es no avanzar", anticipó Worman, de Obras y Servicios Sanitarios, que ahora asegura que la iniciativa fue de la Casa Rosada. El proyecto "se debatió hacia dentro de nuestro gobierno. Quienes trabajamos en desarrollo sostenible conocemos sus impactos. Llegamos hasta el estudio; ese fue el límite".
En Noruega lo confirman. "Las autoridades argentinas contactaron a Innovation Norway para que las asistiera en un estudio de factibilidad para el desarrollo de la acuicultura sustentable en las provincias del sur argentino", respondió Martine Røiseland, jefa de Comunicaciones del Ministerio de Comercio, Industria y Pesquerías. "El gobierno pidió a Noruega asistencia para mapear el sur para la posible producción futura de salmón, no a la inversa", insiste Stein-Gunnar Bondevik, director de la oficina sudamericana de la agencia. Después del "incidente" fueguino, "no hay planes de contribuciones futuras".
Es un gol que el gobierno haya dicho que frenó el proyecto. Y los goles se festejan, pero el partido no terminó.
La cartera de Agroindustria se negó a responder sobre el estatus de esa iniciativa, la continuidad en la asociación con Innovation Norway y las perspectivas para criar salmón en otras provincias. "La Secretaría no se expedirá hasta que estén los resultados de las evaluaciones que se están realizando sobre la acuicultura en general", evadió una vocera. Por ahora, los argumentos de diversificar la matriz productiva cayeron ante los costos políticos y ambientales de avanzar con el proyecto. "Hoy, la sustentabilidad pasa por tener un producto amigable con el ambiente, sin enfermedades ni parasitosis, con baja huella de carbono –plantea Lovrich–. El salmón se cría en sistemas de recirculación de agua instalados en tierra, donde los desechos se usan como fertilizantes para huerta".
Pero los fueguinos siguen alertas. "Después de las elecciones –advierte el biólogo–, pueden volver con la iniciativa, con la excusa de crear puestos de trabajo en una provincia donde cierran fábricas. Por eso, exigimos una ley que prohíba el cultivo de salmones «a la chilena»". En eso también está Adillón: "Es un gol que el gobierno haya dicho que frenó el proyecto. Y los goles se festejan, pero el partido no terminó".
Qué pasaría en nuestro mar
Sobre la base de la experiencia chilena, el Foro para la Conservación del Mar Patagónico recopiló los efectos indeseados de la posible implementación del sistema en los mares argentinos:
• La industria abusa de los antibióticos. Como la alta densidad de jaulas favorece la propagación de enfermedades, los peces están sobremedicados. Solo en 2015, la industria salmonera usó 557 toneladas de antibióticos, un 36.000% más que en Noruega.
• Aparecen nuevas enfermedades. La primera gran crisis ambiental fue en 2008, a partir de la propagación del virus ISA. Hubo muerte masiva de peces y se perdieron 15.000 de los 32.000 empleos que generaba la industria.
• Aumentan los desechos industriales. Después de la crisis del ISA, muchas empresas abandonaron sus instalaciones (jaulas, plásticos, boyas, cabos) en medio del mar: un riesgo para la navegación y un deterioro para la belleza del entorno.
• Se genera sobrepesca. El stock de jurel para alimentar salmones en las aguas meridionales de Chile cayó de 30 a 3 millones en un par de décadas.
• Surgen problemas de convivencia. Con las altas concentraciones de nutrientes y materia orgánica, la circulación de embarcaciones, la contaminación química y acústica, cada vez se desplazan más animales.
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