Salinger, una biografía implacable y una película frenada por el escándalo
En su mochila, salpicada por la sal y la sangre que bañaban las playas de Normandía en 1944, y de la nieve y el sadismo que cubría el bosque de Hürtgen, transportaba una criatura de una rara naturaleza. Muchos lectores hasta el presente dotan a este personaje de dimensiones humanas. Holden Caulfield, la voz de la rabia, arengaba a un soldado judío que se había ofrecido como voluntario para luchar contra los nazis. En las trincheras de lodo y de soledad, este adolescente crecía dentro de la cabeza de un joven de apellido Salinger. Esa valentía, ese grito que repelía la hipocresía del mundo adulto, se convertiría en algo diferente, en un embajador del cinismo universal, cuando el autor viera con sus propios ojos el horror de los campos de concentración. A su regreso a los Estados Unidos, J.D. Salinger comenzaría a nadar con más impulso por las aguas del mundo editorial, los circuitos literarios y académicos, con sus plumas, egos y agentes. La guerra lo había transformado y Holden ya no viajaba más sobre sus hombros. Habría logrado su independencia. A menudo, le preguntaban a Jerome David –Jerry, para sus amigos– qué significaban las iniciales con las que se daba a conocer: Juvenile Delinquent, respondía. Mago de la economía de expresión, sembró un mito con una breve novela, su experiencia como héroe de guerra y una vida ermitaña después del éxito. El guardián entre el centeno (The Catcher in the Rye), publicada en 1951 y también conocida en castellano como El cazador oculto, es el sonido y la furia de la literatura del siglo XX. Aparece allí el amigo de todo adolescente incomprendido, un chico neoyorquino que ha extendido sus diatribas en más de 65 millones de ejemplares.
Holden siente náuseas por Hollywood y esa industria llena de phonies –epíteto preferido para tildar a los falsos– a la que incluso pertenecía su hermano mayor. Este desprecio era el que sentía el mismo Salinger, quien rechazó las propuestas de Billy Wilder, Elia Kazan y Steven Spielberg de llevar su best seller al cine. Como ironía del destino, fue su vida la que acaba de ser traslada a la pantalla, de la mano de una versión inteligente y respetuosa dirigida por Danny Strong, Rebel in the Rye, basada en la excelente biografía de Kenneth Slawenski, J.D. Salinger, una vida oculta. Luego de su estreno en los Estados Unidos hace unos meses, su recorrido se ha detenido por un motivo ajeno a esta obra de arte sobre otra obra de arte. En la película, a Nicholas Hoult, en la piel de Salinger, lo acompaña Kevin Spacey. El foco de esta biopic está depositado en el rol crucial que tuvo en la prosa y en el parto de la novela que alumbró el profesor Whit Burnett, con quien Salinger tomó clases de escritura en la Universidad de Columbia. Spacey, envuelto hoy en un escándalo sexual, compone al carismático Burnett, el mentor y el primer editor en advertir el talento de un narrador descomunal. La película también rescata el papel de Mariel Jillich, la madre del escritor, quien se convirtió al judaísmo y adoptó el nombre de Miriam cuando se casó con el padre del autor. Fue ella quien siempre confió y estimuló a su hijo –a ella le dedica El guardián entre el centeno– para que eligiese su vocación, incluso aunque eso significase sepultar un futuro seguro en el próspero negocio familiar de venta de quesos y fiambres.
¿Dónde se esconde la fórmula de la inmortalidad de Holden Caulfield? Ninguna voz, ninguna perspectiva, nadie con la osadía y la mordacidad de la primera persona que crea Salinger había despotricado de modo tan sarcástico contra el sistema, una sociedad que se impone como potencia mundial. Pero Holden no predica, no propone ni sermonea desde un púlpito, sino que vomita sus miserias y artilugios (“Soy el mentiroso más fantástico que puedan imaginarse”). Este Pinocho posmoderno también dispara contra la clase pudiente y universitaria, la misma que acuna líderes de escala global, y contra la falsedad del american dream, una pesadilla exitista, una vidriera vacua, una feria de vanidades.
“Holden Caulfield era un reflejo de su creador en muchos sentidos. El mismo Salinger lo admitía. Es natural que haya recurrido a sus propias experiencias, utilizando sus propias ansiedades y sentimientos de alienación para construir el personaje de Holden. Salinger tuvo dificultades para adaptarse a la sociedad civil después de la guerra. Usó esos sentimientos para retratar las dificultades de Holden para encajar en el mundo adulto. Es por eso que el personaje de Holden se siente tan real para los lectores. Era un rediseño de la propia realidad de Salinger, un eco de la propia experiencia del autor”, analiza Slawenski en una charla con LA NACION revista.
Holden, un volcán de cinismo. Entra en erupción cuando, en vísperas de Navidad, el selecto internado donde se encontraba pupilo decide expulsarlo a causa de sus malas calificaciones. El magma había comenzado a ascender un sábado nefasto en el que en una excursión a Nueva York con el equipo de esgrima pierde los floretes en el metro, visita a un profesor que lo sermonea, advierte que el bonito de la clase sale con la chica que le gusta y discute con un compañero de habitación. Antes de presentarse ante sus padres, se escapa del colegio al grito de “¡Que duerman bien, estúpidos!” y así comienza la aventura de este adolescente, solo en Nueva York, una odisea donde irá recibiendo azotes de una sociedad que no lo comprende. Con su gorra roja de cazador, quizá una metáfora que alude a la jungla que recorrerá, peregrina por la ciudad, desde el Village bohemio hasta el West Side del Museo de Ciencias, pasando por el Midtown, con sus teatros y cines, hasta el coqueto East Side, donde viven los Caulfield, para concluir en el Central Park.
El título El guardián entre el centeno está tomado de un anhelo del protagonista y ha sido sometido a todo tipo de interpretaciones. Holden se escabulle en su propio hogar en busca de un bálsamo, la única pócima de autenticidad capaz de rescatarlo de un mundo de apariencias. Es su hermana pequeña, genuina y aún no contaminada por el mundo de los adultos, con quien mantiene una conversación asimétrica en experiencias, aunque transparente. Phoebe le pregunta qué le gustaría hacer con su vida y él invoca un verso del poeta romántico escocés Robert Burns: Si un cuerpo encuentra a otro cuerpo, cuando van entre el centeno. Holden explica que le gustaría rescatar a los niños que corren libres por los campos sembrados de ese cereal, atajarlos antes de que caigan en un precipicio. Quizá la lectura más recurrente es la del salto de la niñez hacia la vida adulta, una dolorosa caída a un universo donde dejarán de ser livianos, para convertirse en mastodontes de máscaras y cicatrices.
El alarido y el silencio
Las referencias a Salinger y a Holden en la cultura popular son vastas. En El resplandor (1980), Stanley Kubrick introduce un plano donde Shelley Duvall lee la novela y el personaje de Mel Gibson en El complot (1997) tiene una compulsión a adquirir ejemplares de la ficción. Will Smith pronuncia un monólogo en Seis grados de separación (1993), frente a Donald Sutherland, Ian McKellen y Stockard Channing, en el que destaca la parálisis como un elemento central de la novela de Salinger. Holden Caulfield es un emblema de la rebeldía y este personaje ácido y antisocial es comparado muchas veces con Jess por Lorelai y Rory en la serie Gilmore Girls. Holden es el nombre con el que elige llamarse el personaje de Jake Gyllenhaal en The Good Girl (2002), con Jennifer Aniston.
En Lady Bird (2017), que pronto se estrenará en la Argentina, el personaje Saoirse Ronan confiesa que le gustaría vivir en New Hampshire, “donde está la cultura y los escritores viven en los bosques”, en clara referencia a Salinger. Una película que se inspira en el mito de este escritor es Descubriendo a Forrester (2000), de Gus Van Sant, donde Sean Connery interpreta a un autor prestigioso que vive recluido en su casa y ha desaparecido de la vida pública. El documental de Shane Salerno, Salinger (2013), producido por Harvey Weinstein, fue el proyecto de este guionista, quien había ideado en un principio una ficción sobre el autor, protagonizada por Daniel Day-Lewis.
La brillante biografía escrita por Slawenski aporta datos interesantes de esta compleja personalidad, como el sueño trunco de un joven Salinger de convertirse en actor, así como el profundo golpe que significó para el escritor el desamor y el casamiento de quien había sido su novia, Oona O'Neill, hija del dramaturgo Eugene O'Neill, con Charles Chaplin, en 1943. Esta relación fue llevada en 2016 a la ficción en Oona y Salinger, de Frédéric Beigbeder, en un curioso ejercicio del provocador narrador francés, quien se documentó de modo exhaustivo para luego imaginar las cartas y el vínculo entre estas dos personalidades tan intensas. Truman Capote, amigo de Oona, le dedica unas líneas a este vínculo en Plegarias desatendidas, donde admite haber leído las cartas que el aspirante a escritor le mandaba a la joven: “Lo que quería saber [Oona] era si yo pensaba que era alguien brillante y con talento [Salinger], o nada más que un imbécil. Y yo dije que las dos cosas, ese chico es las dos cosas, y unos años más tarde, cuando leí El guardián entre el centeno y me enteré de que el autor era el Jerry de Oona, seguí manteniendo la misma opinión”.
En el capítulo "Infierno", Slawenski ofrece una profunda investigación sobre el papel que desempeñó Salinger en la Segunda Guerra Mundial. El historiador Antony Beevor, entre otros, se había referido escuetamente en sus libros al sargento Salinger, pero Slawenski halla fuentes y testimonios inéditos del rol del escritor junto a los Aliados. “Probablemente la mayor sorpresa de mi investigación fue conocer el alcance de la experiencia de guerra de Salinger y el impacto que tuvo en su trabajo. Pasó cuatro años en el ejército, incluidos los meses de combate continuo en Europa, donde experimentó algunos de los enfrentamientos más feroces. Gran parte de su personalidad y gran parte de su escritura fueron transformados por la guerra. Los horrores que presenció fueron de vital importancia para comprender su historia. Ese examen también conduce a una mejor comprensión de sus escritos, en el que las lecciones de la guerra a menudo están justo debajo de la superficie”. Hábil con el idioma francés y el alemán, tras la guerra, Salinger comenzó una breve tarea como agente de contraespionaje en Europa, hasta que regresó a los Estados Unidos y a la escritura.
AISLADO DEL MUNDO
Coherente con sus principios, y con el mismo deseo que Holden expresa en la novela, Salinger se retira de la sociedad. “Mi padre rehuía de las visitas de personas vivas hasta el punto de que, a ojos de un extraño, se podría decir que vivíamos en un páramo aislado”, escribe Margaret A. Salinger, la hija mayor del escritor, en El guardián de los sueños (2002). Esta biografía toma su título de un poema de Salinger, El bosque invertido, que sirve de metáfora para explicar cómo fue su niñez y la de su hermano, lejos del mundanal ruido, aislados de aquella sociedad que el escritor tanto detestaba: “No era un páramo, sino más bien un bosque invertido, donde las plantas crecían bajo tierra”. Ante la falta de vida social, el escritor inventó una serie de personajes para sus hijos, que los acompañaron durante su niñez. Sin rencor hacia su padre, Margaret destaca el complejo papel que tuvo su madre, Claire Douglas, quien padeció los demonios de un artista visitado por el horror y también por el ostracismo que requería su búsqueda espiritual. Para Salinger, señala su hija, el acto de escribir era inseparable de la búsqueda de la iluminación, un modo de vida donde el ego y la necesidad de exhibirse debían eliminarse. La autora, testigo privilegiado del célebre escritor, reconstruye y señala datos en las ficciones respecto de la vida de su padre, aunque no lo consultó de modo directo para escribir este libro.
En un granero refaccionado, una construcción austera a pocos metros de su casa, escribió hasta su último aliento, en 2010. Pero, con este hermetismo no logró la paz, sino que, por el contrario, sufrió el acoso de los medios, que buscaban su testimonio y su imagen de modo caprichoso. “Su mundo se había vuelto muy pequeño y se había acostumbrado a su propia soledad, cómodo con sus limitaciones. Pero no creo que se haya escondido tanto como sí que se lo haya buscado. Salinger nunca estuvo predispuesto a la felicidad convencional. Simplemente no estaba en su naturaleza. Sufrió una depresión severa incluso antes de la guerra. Luego dejó el servicio luchando con el estrés postraumático. Tenía dificultades para tratar con personas. El escrutinio y la atención fueron dolorosos para él. Luchó contra estos sentimientos a través del trabajo, a través de la religión y, finalmente, a través de la reclusión. No creo que estuviera buscando la felicidad. Estaba buscando la paz. No son necesariamente lo mismo. No hay indicación de que Salinger haya encontrado la felicidad en el sentido tradicional. De hecho, su correspondencia de los últimos años muestra algo de amargura e indica que no lo hizo. Podemos tener la esperanza de que haya encontrado algo de paz. No nos corresponde juzgar sus métodos”, señala su mejor biógrafo.
Así como Don Quijote o Madame Bovary retratan los efectos adversos que la mala interpretación de una obra literaria puede acarrear sobre el lector, algunos desquiciados hallaron un manifiesto de la violencia en El guardián entre el centeno. Mark David Chapman llevaba un ejemplar de esta novela el día que asesinó a John Lennon y también John Hinckley Jr., quien atentó contra Ronald Reagan, fue arrestado con una copia del texto.
En esa espiral de soledad, Salinger estuvo acompañado de modo particular por una familia de personajes: los Glass. Los siete hermanos prodigio aparecen en sus cuentos ("Un día perfecto para el pez banana") y en sus novelas (Levantad, carpinteros, la viga del tejado o Franny y Zooey, etcétera). La calidad de su prosa no se damnifica, sino que se convierte cada vez más introspectiva y visceral. Salinger troquela la vida y las emociones de los Glass, y en sus ficciones y algunas partes de la biografía del personaje se completan con otros textos, a través de múltiples narradores y recursos. Seymour, el mayor de los hermanos, dice en un diario íntimo: “Soy una especie de paranoico al revés. Sospecho que la gente conspira para hacerme feliz”.
Holden Caulfield gritó antes de que los rebeldes sin causa lo hicieran. Pionero en su expresión, es adorado por generaciones que necesitan de su frescura e inestabilidad, de ese espíritu indómito de denuncia. Él, que no podía estar solo, incluso aunque no tolerase a quienes lo rodeaban, ajeno a la popularidad y subestimado por las instituciones,emerge del papel y de los renglones en su última y mejor estocada de cinismo: Holden es magnético, famoso, idolatrado, un símbolo y un profeta del escepticismo.
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