En sus cajas de cuento, el artista plástico Pablo Mattioli congela historias que atrapan el tiempo y lo eternizan entre las cuatro paredes de un cuadro. Las escenas adquieren relieve sobre escenarios de papel picado y los protagonistas son diminutas figuritas de colección. Son retratos metafóricos, festivos y románticos que se condensan en recuadros mínimos, mientras relación de acercamiento del espectador hacia el objeto invita a una inmersión poética del observador en la obra.
Eterno fugaz, la muestra que se podrá visitar este mes en la Galería Mar Dulce bajo la curaduría de Linda Neilson, es un recorrido por el trabajo de este artista que colecciona objetos en miniatura desde su infancia y que explora del papel todas sus posibilidades. "Lo pinto, lo perforo, lo doblo, lo corto; y eso me permite lograr volúmenes para distintas escenografías".
Pablo Mattioli (Mercedes, 1971) escoge particularmente piezas de ferromodelismo, diorama y maquetas. "Me interesa esa intimidad que se produce cuando observamos un objeto pequeño, cómo nos acercamos. Esos instantes en que nos detenemos y abstraemos para observar algo que está sucediendo en otra medida y escala", explica.
"No construyo los personajes", aclara. Su arte consiste en buscarlos, rastrearlos y seleccionarlos. Pero, principalmente, Mattioli es un coleccionista. Y lo resalta: "Eso es parte también del proceso creativo, la colección y la reinterpretación de cada objeto. El personaje-figura es fundamental en la gestión de cada caja".
Cada una de las cajas de cuento es única. Su creador suele trabajar en series y con una rutina de taller definida: pinta los papeles, los corta en tiras y forma volúmenes. "Son obras de pequeño y mediano formato, y, paradójicamente, propongo un juego de espacios, de grandes dimensiones representadas en soportes pequeños".
Las cajas cumplen la función de capturar e inmortalizar el tiempo. "Lo recuerdan como un souvenir de verano bajo la idea de eternizar lo fugaz y el concepto se conecta con la niñez, momento en que el tiempo parece eterno, pero en el que, sin embargo, todo es extremadamente fugaz", señala el autor.
En la muestra hay obras de singular sencillez y piezas de una mayor complejidad técnica y visual. "Imágenes de fábula o festivas con infinitas bandas de banderines, con olas, campos y cielos de papel picado que se comprimen en esta especie de cofre-camafeo al resguardo del olvido", añade.
En las obras de Pablo Mattioli, una mancha define un cielo a modo de recuerdo, "como si fuera un flash de la memoria"; un niño corre por la playa; un barco zarpa; y hay despedidas y castillos de arena que desafían al viento. "Son como fotogramas de la vida misma. Pequeños personajes corren, buscan, escapan, esperan o, simplemente, contemplan cómo el papel picado suavemente se desvanece para fundirse en un espacio infinito", puntualiza el artista.
Se trata de una treintena de cuadros que hablan de bosques encantados; tiras de papel picado recrean la lluvia y las estaciones del año aparecen "como escenas teatrales en una atmósfera de fantasía y misterio". Las escenas retratan el regreso a casa, el correr bajo el agua o los juegos de la infancia, "ideas simples representadas con miniaturas que atesoran aquello que fuimos, eso que alguna vez hicimos de niños, esos instantes pequeños de felicidad absoluta", señala el autor.
"Como la infancia, sus cuadros son sutiles pero potentes, perennes, inesperados", explica Adriana Amado, autora del texto curatorial del catálogo de la exposición. "Del arte pop viene la producción en serie del original: cajas blancas, rectangulares, idénticas de forma que empaquetan homogéneamente un contenido único. El cuadro es la unidad del cómic, de la fotonovela, del Instagram. Es un pedazo de la historia, un fotograma que Mattioli reinventa en una obra de arte original que rinde homenaje a los dioramas, esas escenas realistas con las que se quería dar vida a la fotografía antes de que se inventara el cine".
Para Amado, en el actual mundo de realidad virtual, la vuelta al diorama "es una reinvención de la Polaroid, con su borde blanco, pero en relieve, en su instantaneidad difuminada. Mattioli arma una colección de escenas de la vida posmoderna, esa picadora de carnes que en los cuadros resultan papel picado, momentos que viven muñequitos, juguetes de un momento que podría ser el de cualquiera".
Pablo Mattioli, Eterno Fugaz. En la galería Mar Dulce, Uriarte 1490. Martes a sábados, de 15 a 20. Hasta el 4/8. Gratis.
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